La Fundación Rodríguez-Acosta inauguró ayer 'Los vasos azules', una muestra colorista, vital y poética de Pedro Garciarias (La Habana, 1947), que invita al espectador a disfrutar de lienzos -algunos realizados con los dedos y las palmas de las manos- inspirados en los gladiolos del pintor ruso Chaim Soutine (1893- 1943), perteneciente a la Escuela de París.
La exposición se estrena en Granada capital, pero su génesis se produjo en una visita que el artista cubano realizó al museo L'Orangerie, en plena plaza de la Concordia parisina, en mayo de 2007. Allí, en el universo visual de impresionistas y postimpresionistas, surgió la chispa creativa de esta serie en la que importa más «el sentimiento sobre las apariencias que lo que se ve realmente». Así lo explicó el propio autor, que acometió parte de estas piezas en su estudio alpujarreño de Yegen, entre decenas de gladiolos repartidos por el suelo.
Garciarias, también aficionado a la escritura de haikus, recordó cómo la visión de los gladiolos de Soutine le dejó «clavado en el suelo» durante un rato. «Su pasta me impresionó, es toda una lección de pintura», aclaró.
El título de la serie -'Los vasos azules'- se le ocurrió al autor muchos años antes, allá por 1997. «Entonces estaba leyendo 'Las confesiones de San Agustín'. En ellas hay un pasaje en el que un niño está en la orilla del mar intentando meter toda el agua en un vaso... Y San Agustín intenta hacerle comprender que eso es imposible», recuerda el pintor, hijo de una asturiana y padre criollo, y militante del 'isomorfismo', la transmisión de experiencias desde una interiorización del entorno.
Afincado en Granada, Garciarias presentó con un entusiasmo inusual la serie, tercera entrega de un trabajo prolongado en el tiempo. Además mostró cómo se han repartido 35 grandes y medios formatos, objetos poéticos y libros en las distintas salas del Carmen Blanco. Entre ellos, llaman la atención del espectador un violín cuya sombra se convierte en una silueta de color, otro violín con la madera pintada de colores, zapatillas de bailarina policromadas y un océano de lienzos y dibujos enmarcados sobre blanco donde el rojo y el azul reinan por encima de todo.
Lecturas de San Agustín.
«Los niños están muy presentes en mi obra; pero además desde aquella lectura de San Agustín me dejé impregnar por el Mediterráneo, por el sentido del agua, de la Venus que emerge del mar tal y como la representa Botticelli en 'El nacimiento'...», abundó el creador, siempre preocupado por la investigación del color y de las formas como resultado de una dinámica sensorial interior.
El inquieto autor, que actualmente mantiene el blog 'loquepedrogarciariasmecuenta' e imparte clases, sigue manteniendo a la naturaleza como principal fuente de imágenes en esta serie de la Rodríguez-Acosta . «Suelo elegir todo elemento que armoniza con ella. Y es como un dibujo a través del color. Por eso, sólo el color construye el cuadro y ofrece la cohesión con el dibujo subyacente», explicó.
Las obras, junto a las influencias de Matisse y las representaciones florales de autores como Diego Rivera y Georgia O'Keeffe, se sitúan a medio camino entre la abstracción y la figuración.
El autor caribeño recrea así en plena Granada ambientes de intensa vegetación, alude al mar, sin olvidar la figura del poeta Juan Ramón Jiménez, como un jardinero sentimental que le fascina. En palabras del crítico Manuel Ruiz Lagos: «Hasta Juan Ramón, perseguido por la espina del aire -pobres palabras- quedaría sorprendido por este mar libre de esencias insondables».