Parece evidente que nuestros demonios nos
descienden a infiernos particulares.
Pero ¿Podemos llegar hasta el Paraíso escoltados, inducidos, conducidos
por ellos?
Definitivamente, si.
Claro que para acceder a nuestra especial Sangri-Lha estamos obligados a
exorcizarlos o a dejarlos en la puerta. Para eso tendremos que
combatirlos con toda la fuerza de nuestras convicciones, con todos los
recursos de nuestro profundo "yo mismo".
En el viaje, largo en experiencias y eterno en el Tiempo. Soportamos de
ellos burlas, bromas, sarcasmos, ambigüedades, mentiras, imposiciones,
acosos, las agudas heridas de sus afilados tridentes. Supongo que ese es
el precio que tenemos que pagar para aprender de la experiencia de sus
frustraciones y sus desengaños.
Nos hacen cómplices de forma sutil e imperceptible de sus angustias,
hasta implicarnos en ellas. Cuando venimos a darnos cuenta, ya forman
parte de las nuestras. Nos empezamos a sentir distintos, permanentemente
enfadados con todos, con todo. Disconformes con nosotros mismos.
Pero seguimos soportando agravios, acusaciones de ser impostores,
mentirosos, anodinos. Escuchando extrañas peticiones sexuales (no
olvidemos que muchos de ellos están hechos de alguna materia sobrante de
los pecados veniales). Permitimos, incluso, que nos hagan sentir ante
nosotros mismos y ante los demás como tontos, imbéciles, desorientados,
inconstantes. Perdemos, poco a poco, el sentido de la dignidad, de
nuestra propia imagen, nos sentimos inseguros.

Ellos son los expertos, los
dominadores del Medio, los que ostentan su maléfico poder sobre
nosotros.
Se permiten, desde la ventajosa posición que les confiere su falta de
honradez y de escrúpulos, desde una ética elaborada por ellos mismos y
hecha a su medida, atribuir la culpa de todo lo negativo que les sucede
y nos sucede. Por supuesto, "Ellos" nunca tienen la culpa de nada.
Mientras tanto (menuda desfachatez), nos piden paciencia, sinceridad,
confianza...y hasta consiguen que lleguemos a creerlos. Eso es otra de
las características de su nefasto Poder.
Si tus demonios adquieren el aspecto de entes masculinos, puede que te
califiquen de histérica, menopausica, ñoña, chiflada, débil, estúpida y
tal vez, incluso de ser mujer y estropear, por el solo hecho de serlo,
la perfecta relación que existe entre los hombres. Escuché decir a uno
de mis demonios:
-"Cuando una mujer mete el hocico (subrayó la palabra "hocico"), acaba
estropeando todo".
Por supuesto, no son capaces de entender lo que ocurre si en ese momento
te das por ofendida.
Para hacer posible la convivencia (otro de nuestros grandes errores),
- Fingimos estar ciegos para no ver sus crueldades.
- Fingimos estar sordos para no escuchar las risas de sus burlas.
- Fingimos estar mudos para no revelar sus confidencias en nuestra
defensa.

A veces sucede que cuando ya estamos
dispuestos a rendirnos a su envolvente poder, cuando nos disponemos a
regresar a la Caverna por miedo a perder lo obtenido, cuando hemos
decidido renunciar a lo que nos espera para poder conservar lo que
tenemos, "Alguien" abre una segunda puerta y nos invita a refugiarnos en
su interior.
¡Que sorpresa tan estúpida por nuestra parte -por lo que tiene de
evidente-, descubrir que existen otras gentes ( a veces, con nombres de
poetas o personajes de cómic, con nombres felinos o connotaciones
cinematográficas...) y que no estamos solos.
No son, en su apariencia...
Ni tan "originales" ni tal "bromistas", pero escuchadores de nuestros
problemas.
Ni tan "sensuales" ni tan "cibernéticos", pero trabajadores y
respetuosos con nuestro trabajo.
Ni tan "amigos" ni tan "sinceros", pero dispuestos a ayudarnos, sin
habernos mentido jamás.
Ni tan "ellos mismos", a fuerza de entregarse en una lucha cotidiana por
los demás.
Respiramos cuando empiezan a ignorarnos. Eso ocurre al sentirse
derrotados y si hemos conseguido infundirles miedo o respeto. Entonces,
giran sobre sí mismos y se marchan a buscar a otros incautos que les
refuercen con el enfrentamiento cotidiano, sus muy insaciables Egos.
Nuestros demonios adquieren la forma de jefes prepotentes, vecinos
intolerantes, compañeros que nos traicionan o nos envidian, individuos
que nos mienten por divertimento o por sacar provecho en su propio
beneficio.
Pero no todos los demonios son malos por naturaleza. Los hay que actúan
bajo la influencia de Satanes mayores, envidiosos, celosos,
manipuladores, intrigantes. No debemos olvidar, cuando nuestra
generosidad trate de disculparlos, que su actuación es siempre dañina y
por lo tanto, causante consciente de sufrimiento.
Todos los diablos odian al mundo de forma permanente y pretenden
hacernos participes de ese sentimiento de "rabiosidad" crónica. Aunque
no lo consigan, nos obligan a formularnos una y otra vez la
pregunta"¿Porqué?", en un esfuerzo imposible por comprender sus razones.
Confieso que sentí una profunda tristeza cuando ví alejarse
definitivamente a dos de mis últimos diablos.
En retirada, con sus familiares siluetas "rojo iracundo", asidos a sus
atizadores de almas, me produjeron un serenísimo sentimiento de
liberación y de identidad recuperada. También (¿Porqué no decirlo?), una
profunda ternura al comprenderlos como víctimas de su propias
circunstancias.
Esos demonios no eran Luciferes vulgares, de esos que abundan en
nuestros infiernos. Eran "mis" demonios, queridos a fuerza de
combatirlos desde la comprensión y la paciencia. Me acostumbré a ellos
con una dependencia enfermiza. Quizás porque en algún momento intuí que
pudieran tener buenos sentimientos. Tal vez porque mi vanidad me dejó
creer que podría cambiarlos. Seguramente porque necesitaba negar esa
maquiavélica realidad de sufrimiento innecesario que me producían.
Eran, a su manera, tiernos en sus cuidados. Tiranos generosos con sus
sentimientos. Pero también, insensibles y crueles. Me proporcionaron
muchas horas de felicidad que ahora me parecen falsas, artificiales.
No creo en la posibilidad del reencuentro.
(Hago esta afirmación desde la esperanza en equivocarme y el dolor de
saberme en lo cierto)
Como todos los ángeles caídos, son orgullosos en su derrota y no
reconocerán ni errores ni culpa alguna. No les costará trabajo, ya que
están desprovistos de cualquier tipo de afecto. Deben ser muchas sus
heridas...
Yo, desde aquí, confieso mis culpas.
Yo, desde aquí, os muestro mi desengaño.
Yo, desde aquí, os expongo mis heridas.
Nadie puede soportar mucho tiempo a sus demonios sin perecer o
transformarse en uno de ellos.
Por eso, la despedida es inevitable.
Por lo que fueron, y no son.
Por lo que fuimos, y no volveremos a ser.
Porque la identificación es imposible.
Porque no podemos ignorar su daño eternamente...

Quedad con Dios, mis
entrañables demonios. Tendré que acostumbrarme a vivir sin vosotros.
Con la sinceridad que me habéis enseñado os diré que va a resultarme
muy, muy fácil.
Granada, 24 de Septiembre de 2005.

|