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Federico García Lorca

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LA HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN LLEVADA A CABO POR AGUSTÍN PENÓN SOBRE LA FIGURA DE FEDERICO GARCÍA LORCA Y LAS OSCURAS CIRCUNSTANCIAS QUE RODEARON SU MUERTE.

 

por  Marta Osorio

 

 

La historia de la investigación llevada a cabo por Agustín Penón sobre la figura de Federico García Lorca y las oscuras circunstancias que rodearon su muerte, es una larga historia.


Conocí a Agustín Penón y a William Layton cuando llegaron a Granada en 1955, en los días en que se estaba ensayando La Celestina por un teatro de cámara, formado casi en su totalidad por estudiantes, del que yo formaba parte. Ellos asistieron a algunos ensayos y Layton se interesó enseguida por mi trabajo como actriz. Viviendo ya en Madrid, donde me trasladé a finales de 1959 dispuesta a seguir intentando dedicarme al teatro, a principios de los sesenta me volví a encontrar con William Layton, que había decidido instalarse definitivamente en España. Y desde entonces una larga y profundísima amistad nos unió hasta su muerte. William Layton se ofreció a darme clases de improvisación desinteresadamente; así encabecé esa larga lista de alumnos que en España le han admirado y respetado y entre los que se encuentran tantos y tan magníficos actores, directores, escritores… A través de William Layton supe siempre de Agustín, que siguió viviendo en Nueva York. Y más tarde, cuando Penón visitó España de nuevo, tuvimos largas conversaciones, simpatizamos enseguida sintiéndonos afines en muchas cosas y sentí por él un gran afecto.


Agustín Penón había nacido en Barcelona (1920) y era hijo de exiliados. Llegó a Granada procedente de Nueva York, donde vivía, el 17 de febrero de 1955, guiado por la admiración que sentía por la poesía de Federico y la tremenda impresión que le había producido su muerte, con el único deseo de rendirle así su particular homenaje. Fue el clima de silencio y prohibición sobre todo lo que se refiriera a García Lorca que existía en Granada, diecinueve años después de terminada la guerra civil, y el descubrir que a Federico no lo habían matado inmediatamente después de ser detenido, como se había dicho, lo que le hizo cambiar de planes. Y el placentero viaje en vacaciones por Europa que había proyectado con un amigo, William Layton, se convirtió en la decisión de permanecer en Granada y emprender un trabajo de investigación. Allí unos y otros fueron descubriéndole el perfil humano de Federico, del que nada sabía, mientras intentaba acercarse a la realidad tan ocultada de su asesinato. Y, sin más armas que su propia pasión, Agustín se lanzó a un terreno peligrosísimo en el que recibió tremendas embestidas emocionales que le marcaron para toda la vida.


Durante algo más de año y medio Agustín permaneció en Granada desarrollando una actividad extraordinaria, habló con amigos y enemigos del poeta, visitó pueblos y viajó a Madrid varias veces para proseguir sus averiguaciones, se hizo con documentos y antiguas fotografías, descubrió manuscritos inéditos de Federico y consiguió ejemplares de sus primeros libros firmados por el poeta. Encontró después de una intensa búsqueda la partida de defunción de Federico, hasta entonces inencontrable. También se hizo con la matriz del único documento oficial en el que el régimen reconocía la muerte de García Lorca. Fue apuntando, día a día, todo lo que vio, escuchó, pensó y le fue sucediendo. Y fotografió con su cámara todos los testimonios que podían dejar constancia de su trabajo.


Cuando a final de septiembre de 1956 Agustín Penón dejó Granada para tomar en Cádiz el barco que le devolvería a América, llevaba con él todo ese riquísimo bagaje destinado a escribir el libro que en Granada había empezado a proyectar. ¿Por qué Agustín decidió un día no escribir el libro que contara el resultado de su investigación, después de entregarse de tal manera a su trabajo durante su estancia en España y haber seguido en su empeño en los primeros meses de su regreso a América? ¿Por qué no quiso que se conociera algo que le habría proporcionado un justo reconocimiento y seguramente también una buena compensación económica? ¿Por qué…?


Agustín Penón nunca quiso hablar de ese tema que para él se había convertido en algo muy doloroso, ni permitió que nadie indagara en la causa de su abandono. Yo no creo, como a veces se ha dicho, que fuera por sus dificultades para escribir. Agustín era escritor, tenía esa originalidad de la mirada que hace que las cosas por él contadas cobren una nueva y absoluta realidad. Y eso está presente no sólo en sus borradores más acabados, sino también en todos sus apuntes y notas por imperfectos que sean todavía de forma. Me parece que pudieron ser otras y varias las causas que le llevaron a abandonar y aplazar la terminación de su trabajo. La primera, la propia personalidad de Agustín, su manera de ser.


Agustín era un hombre esencialmente bueno, una personalidad quijotesca capaz de entregarse sin reservas cuando creía que el fin lo justificaba. Que nunca actuó, ni se ligó a nada ni a nadie, por intereses de ningún tipo y sólo obedeció a sus propias convicciones. Fue eso tan raro y tan difícil de encontrar: un hombre libre.
Tuvo también muchas dudas a lo largo de toda su investigación sobre lo que estaba haciendo, por qué lo hacía y si debería publicarlo; así lo dejó escrito. En Granada conoció muy de cerca ese abismo de dolor, odios, venganzas y resentimientos que la guerra había abierto entre los españoles y con seguridad temió que su libro causara aún más daño perjudicando a las personas que le habían ayudado, por lo que pudo pensar que quizás sería mejor un aplazamiento.


El cansancio acumulado en un trabajo tan agotador como el que había realizado en España pudo ser otra de las causas. Y las dificultades de todo tipo, tanto personales como de índole económico, que encontró a su vuelta a Nueva York, ya que había gastado pródigamente durante la investigación todo el dinero que tenía, lo que le obligó a tener que aceptar trabajos eventuales de cualquier tipo para sobrepasar el bache. Y este cúmulo de circunstancias adversas pudo ser otra de sus razones.


Es posible que también influyera alguna otra causa más íntima y secreta en su decisión de renunciar a escribir y publicar su investigación entonces. Si Agustín hubiera decidido que su trabajo no valía o no debía ser conocido por las causas que fueran lo habría destruido. Pero no lo hizo.


Agustín Penón murió repentinamente en San José de Costa Rica el 1 de febrero de 1976. Una semana antes, William Layton, que en aquellos días se encontraba en Barcelona dirigiendo un curso para actores, recibió un paquete que contenía el auto o matriz de la partida de defunción de Federico García Lorca y todos los manuscritos inéditos del poeta que Agustín había descubierto en Granada, con una nota en la que decía: «Si me pasa algo quiero que queden en tus manos.» Fueron premoniciones de muerte.


Más tarde, también viajó hasta España una maleta con todo el material de esta investigación. William Layton, que deseaba que el trabajo de Agustín fuera publicado, conoció en 1978 al investigador Ian Gibson, que había oído hablar mucho de Penón en Granada desde que llegara en 1965 (diez años después de que lo hiciera Agustín Penón). Y durante un tiempo examinaron juntos la abundante documentación que había en la maleta para decidir lo que se podría hacer con ella. En 1980, William Layton decidió, mediante contrato firmado entre los dos, cederle a Gibson todo este material con el fin de que se encargara de escribir el libro que Agustín había proyectado. Pasaron diez años sin que Ian Gibson por sus múltiples trabajos pudiera cumplir lo pactado. Mientras, entre 1985 y 1987, Gibson publicó la gran biografía de Federico García Lorca en la que datos aún inéditos del trabajo de Penón y muchas de sus fotografías y documentos fueron publicados. Como pasaba el tiempo, y comprendiendo que Gibson no podría cumplir su compromiso, Layton le pidió en 1989 que devolviera el archivo de Agustín para darle otra solución. Fue entonces cuando Ian Gibson decidió escribir el libro que fue publicado en 1990 por la editorial Plaza y Janés con el título Diario de una búsqueda lorquiana. Y en 1991, según lo acordado en contrato, Gibson devolvió el archivo de Penón.


Diario de una búsqueda lorquiana (1955-1956) fue un libro que pasó desapercibido y que la editorial, seguramente por motivos puramente comerciales, decidió no seguir editando. Y es posible que este resultado pudiera deberse a la manera en que fue editado. Reducidísimos e incompletos los textos de Agustín, con muy pocas fotografías y tan vinculado a la obra del propio Gibson que parecía más una confirmación del trabajo de este conocido y gran investigador que lo que realmente es: una investigación distinta hecha por un investigador distinto.


Después de ocurridos todos estos hechos, William Layton me pidió que me hiciera cargo del archivo de Agustín Penón y que decidiera definitivamente lo que, fracasado el libro, se podría hacer con él. Los dos hablamos sobre la mejor solución posible. Revisé de una manera exhaustiva todo lo que había en aquella maleta que me confirmó la calidad que tenían los escritos de Penón y que la investigación debería ser conocida en su totalidad y respetando cuanto se pudiera la manera en que Agustín lo había proyectado. Layton y yo hablamos largamente sobre todo esto y de la posibilidad de hacerlo una vez que se extinguiera el contrato (marzo 1995) del libro publicado en colaboración con Gibson, y William Layton y la investigación de Agustín Penón quedaran de nuevo libres de todo compromiso.


Cuando, inesperadamente, William Layton murió (25-6-1995), en su testamento confirmó su deseo de dejar en mis manos la resolución sobre el trabajo de Agustín. Y desde entonces me he dedicado completamente a cumplir lo que habíamos proyectado.


Agustín dejó varios borradores de capítulos para el libro (que trabajó separadamente y sin orden de índice) más acabados literariamente que los demás textos, y en los que sólo he hecho ligeras variantes al reescribirlos en español; en los demás capítulos, menos trabajados y más incompletos, me he atenido para completarlos a las hojas del diario, añadiendo las innumerables notas y apuntes sueltos, copias mecanografiadas de notas de periódicos, documentos y cartas que existen actualmente en el archivo. Los tres primeros capítulos sobre Barcelona los he reconstruido sobre notas sueltas, en las que Agustín cuenta sus recuerdos de Barcelona, la ciudad que tanto quería, y da su visión adolescente del comienzo de la guerra civil vivido desde el lado republicano. Y aunque no son parte directa de la investigación, sí descubren, mejor que todo lo que yo pudiera decir sobre una personalidad que me impresionó tanto, quién fue Agustín Penón. En mi trabajo siempre he seguido lo más fielmente posible una síntesis del libro que Agustín dejó escrita, y dos índices de capítulos que, aunque diferentes (pues aún tenía dudas sobre la ordenación de su trabajo), me han servido de orientación.


Ha sido una labor lenta, laboriosa y difícil, pero apasionante. Como ir tejiendo un tapiz sobre un dibujo que ya ha sido esbozado, con algunos trozos ya muy adelantados, y en el que había que seguir utilizando siempre hilos marcados aprovechando hasta la última hebra, por corta que fuera, con tal de que ayudara a realzar y terminar la obra.


Agustín Penón quiso contar su investigación en primera persona y así lo he respetado. De haber sido publicado este libro antes de que la democracia se instalara en España, Penón habría protegido el anonimato de las personas que le ayudaron, algo que después de todos los cambios acaecidos en nuestro país y pasados ya tantos años resulta innecesario.


Su investigación no es lo que se conoce usualmente, a pesar de todos los datos verdaderos y comprobados que se dan en ella, por un trabajo biográfico, ni él quiso que así lo fuera. Es una preciosa aproximación a la obra y a la calidad humana de Federico y a la tragedia de su muerte, recogida de la manera más veraz posible, en unos textos en los que palpita la autenticidad del que recoge y muestra un trozo de vida que ya es y forma parte de la historia de esta ciudad, Granada.

MARTA OSORIO
Única depositaria y propietaria legal del archivo.
 

 

 

 

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