Corpus Christi en Sevilla

La avenida de la Constitución de Sevilla, con velas para el Corpus en el siglo XIX

Artículo original  publicado en  la Web de Romualdo de Gelo Fraile

Autor del artículo: Romualdo de Gelo Fraile

 En el antiguo lenguaje de Sevilla y su tierra, este día es conocido con nombre de majestad como "Día del Señor". La fiesta del Corpus Christi, o del Cuerpo y la Sangre de Cristo, desde que nació –en el siglo XIII– como reacción a las herejías que negaban los Sacramentos y la presencia real de Cristo en la Eucaristía, ha sido promovida y celebrada por el pueblo cristiano como la fiesta del Pan Vivo que da la Vida; una fiesta donde se proclama, con procesiones y alabanzas por las calles, la fe en la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino.

El día de Corpus Christi -Cuerpo de Cristo- es una de las fiestas cristianas más tardíamente establecidas en la Edad Media europea, para ser conmemorada el octavo jueves después del Jueves Santo, que también corresponde al que sigue al domingo de la Santísima Trinidad. Es una fecha móvil que entra dentro del ciclo de fiestas religiosas del verano y para su celebración en Europa y particularmente en España, se unieron elementos de diverso origen étnico que se encuentran presentes también en otras festividades. Aunque en España desde hace escasos años la Solemnidad litúrgica se ha trasladado al domingo, Sevilla sigue conservando el Jueves de Corpus como uno de los antiguos "Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y Día de la Ascensión".

La introducción de la fiesta del Corpus Christi se debió principalmente a los esfuerzos de una monja llamada Juliana de Mont Cornillon, en la Diócesis de Lieja, en Bélgica, quien pidió al Obispo de esa ciudad, Roberto de Torotte, instituyera la fiesta en honor del Cuerpo del Señor. Lieja fue la primera ciudad en celebrar el Corpus, desde el año 1246.

Se cuenta, en efecto, que el año 1264 un sacerdote procedente de la Bohemia, un tal Pedro de Praga, dudoso sobre el misterio de la transustanciación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Hostia santa y en el vino consagrado, acudió en peregrinación a Roma para invocar sobre la tumba del apóstol san Pedro el robustecimiento de su fe. Al volver de la Ciudad Eterna, se detuvo en Bolsena y, mientras celebraba el santo Sacrificio de la Misa en la cripta de santa Cristina, la sagrada Hostia comenzó a destilar sangre hasta quedar el corporal completamente mojado. La noticia del prodigio se extendió como pólvora, llegando hasta los oídos del Papa Urbano IV, que entonces se encontraba en Orvieto, una población cercana a Bolsena. Impresionado por la majestuosidad del acontecimiento, ordenó que el sagrado lino fuese transportado a Orvieto y, comprobado el milagro, instituyó enseguida la celebración de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo.

Al poco tiempo el mismo Papa Urbano IV encargó al insigne teólogo dominico, Tomás de Aquino, la preparación de un oficio litúrgico propio para esta fiesta y la creación de cantos e himnos para celebrar a Cristo Eucaristía. Fue él quien compuso, entre otros himnos, la bellísima secuencia “Lauda Sion” que se canta en la Misa del día, tan llena de unción, de alta teología y mística devoción.

El año 1290 el Papa Nicolás IV, a petición del clero y del pueblo, colocó la primera piedra de la nueva catedral que se erigiría en la ciudad de Orvieto para custodiar y venerar la sagrada reliquia.

Los monjes cistercienses fueron los mayores impulsores de esta devoción y culto a la Eucaristía. Una serie de hechos, como los conocidos casos de las formas incorruptas de San Juan de las Abadesas, en Gerona; de los corporales de Daroca, ciudad de la provincia de Zaragoza; los de Bolsena, en el Lazio italiano, fueron decisivos, según la tradición, en la instauración y desarrollo de esta festividad.

Por tanto, desde que el 31 de agosto de 1264, en que el Papa Urbano IV publicó su bula "Transiturum de hoc mundo", instituyendo en la Iglesia Universal la Festividad del Corpus Christi, celebramos en este jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

Urbano IV publicó la bula "Transiturus de hoc mundum", en la cual se institucionalizaba la festividad del Corpus, eligiéndose el jueves para su celebración. Posteriormente, en 1311, Clemente V lo ratificó, al igual que hiciera posteriormente Juan XII, quedando definitivamente consolidada esta celebración, sobre todo en el norte de Europa.

El Papa Urbano IV detalló en su documento Transiturus, la finalidad de la Fiesta del Corpus y del culto a la Eucaristía; resumiéndolas en estos cinco puntos: 1. Reparar, 2. Alabar, 3. Servir, 4. Adorar y contemplar, 5. Anticipación del Cielo.

Aunque la Bula Transiturus de Urbano IV, no alude expresamente a la procesión, parece casi presuponerla o inspirarla. De hecho, así sucedió en toda la cristiandad. La procesión tiene como fin poner de manifiesto la presencia de Cristo en la vida pública, en las calles y plazas, recibiendo la adoración de los ciudadanos y de sus autoridades. Como afirma Righetti, "todo lo que el celo del clero y la fe ardiente del pueblo, secundado por sus gobernantes, pudo encontrar de pomposo, de rico, de sumamente decorativo, todo fue admitido al servicio del Rey de la gloria, para hacer más triunfal su paso por las calles de los barrios y de las ciudades"

Sin embargo, la nueva festividad encontró al parecer cierta resistencia en la cristiandad, pues en 1311 el papa Clemente V, se vio obligado a confirmarla en el Concilio de Viena y seis años más tarde, en 1317, Juan XXII volvía a reconfirmarla; instituyendo, ahora además del que habría de ser elemento más característico de la fiesta: una procesión en la cual la Sagrada Forma fuese paseada triunfalmente por las calles ofreciendo indulgencias por la participación de la población en las ceremonias del Corpus Christi.

En España se expandió la celebración del Santísimo Sacramento en los años comprendidos entre 1314 y 1355. En toda Europa se caracterizó desde sus comienzos por la organización de suntuosas procesiones según lo establecido en las disposiciones del papa Juan XXII, en las que participaba masivamente la población de ciudades y aldeas y a las que se incorporaron numerosas figuras alegóricas procedentes del paganismo que, además de añadir vistosidad a la fiesta y convocar la participación de las mayorías, mostraban a los participantes la imagen del espíritu del mal representado por estas figuras, sometido al poder del Santísimo. Así a enanos, gigantes, águilas, serpientes, dragones, diablos, etc., que tenían un significado simbólico en vastas regiones, se unieron figuras procedentes de leyendas populares locales, lo que diversificó notablemente los elementos participantes según las regiones aun dentro de un mismo país.

La Edad Media, de la que heredamos esta fiesta, sintió el deber de darle un realce especial, para hacer un homenaje agradecido, público, multitudinario de la presencia real de Cristo; incluso para sacar en procesión el Santísimo Sacramento por las calles y las plazas, para afirmar el misterio del Dios con nosotros en la Eucaristía, su compañía, que por eso Santa Teresa llamaba a Cristo "compañero nuestro en el Santísimo Sacramento".

Centrándonos en Sevilla, tenemos que remontarnos a principios del siglo XV, debió ser sobre 1400 cuando empieza a celebrarse esta fiesta en Sevilla, aunque la documentación conocida sobre este acto es de 1426. Remontándonos a mediados del siglo XV podemos observar la ausencia casi total de imágenes procesionales. Las Santas Reliquias, La Roca, y un arcón que simbolizaba el recuerdo del antiguo Arca de la Alianza, constituían los principales enseres de la ceremonia.

Ya en el siglo XV, la fiesta del Corpus Christi en Sevilla era modelo de fiestas de exaltación y de prestigio, que en toda la archidiócesis se procuraba imitar. El centro lo ocupa, como es natural, el Cuerpo de Cristo, contenido en un arca, llevada sobre andas, como el arca de la alianza, que luego, en 1587, es sustituida por la custodia procesional que todos conocemos. A su lado le acompañan las hachas de cera. Todos los clérigos del lugar estaban obligados a acudir a la procesión con sus sobrepellices: "En las Procesiones que se hacen el día del Corpus Christi, por la solemnidad dellas y para que vayan más acompañadas, mandamos que todos los Clérigos de Orden sacro vayan con sus sobrepellices, y no las dejen hasta que vuelvan el Santísimo Sacramento a la Iglesia y lo coloquen en su lugar acostumbrado".

En 1477 asiste a la fiesta del Corpus en Sevilla la Reina Isabel la Católica. Desde comienzos del siglo XVI comienza a generalizarse en toda la archidiócesis hispalense el establecimiento de Hermandades Sacramentales, que tienen como fin específico el culto a la Eucaristía. El origen de estas corporaciones se halla en la persona de doña Teresa Enríquez, más conocida como "La Loca del Sacramento". Como es sabido, era prima hermana del rey Fernando V de Aragón, hija del almirante de Castilla don Alonso Enríquez, y estaba casada con el comendador mayor de León, don Gutierre de Cárdenas. Al enviudar en 1503, doña Teresa se retiró a su lugar de Torrijos, y se dedicó a intensificar su vida de piedad y a dotar generosamente el culto al Santísimo. Entre otras fundaciones, hizo edificar una suntuosa capilla en Roma, en la iglesia de San Lorenzo in Dámaso, y fundó una cofradía para que acompañara con palio y luces al sacerdote cuando llevara el viático a los enfermos. Consiguió del papa Julio II singulares privilegios para las cofradías sacramentales de España, en virtud de la bula Pastoris Aeternis, de 21 de agosto de 1508, y entre otros privilegios obtuvo doña Teresa el de tener la consideración de principal promotora de las corporaciones eucarísticas. El siguiente pontífice, León X, por un breve de 19 de septiembre de 1515, confirmó y aumentó las gracias para las hermandades sacramentales de España, y, por una posterior bula de 11 de octubre de 1515, concedió a la Hermandad de San Lorenzo in Dámaso de Roma el título de Archicofradía o Hermandad matriz de todas las demás hermandades que se fundaran bajo la advocación del Santísimo Sacramento. Doña Teresa Enríquez, que acompañaba al rey Fernando de Aragón en su visita a Sevilla en 1511, fundó Hermandades Sacramentales en varias parroquias de la ciudad, como San Lorenzo, San Salvador, El Sagrario de la Catedral o San Isidoro. Desde luego, la gran época de expansión fue la segunda mitad del siglo XVI.

De la pujanza y proliferación de las hermandades sacramentales da fe el texto siguiente:

"Es muy sabido y antiguo uso de sentir en España que tres cosas ha de tener un ciudadano en el lugar donde está avecindado: casa en que vivir, que sea suya para que nadie le eche de ella ni tenga ocasión de mudar sus trastos, cosa tan penosa de suyo; sepultura, en que enterrarse porque nadie inquiete sus huesos hasta el Juicio Final quare inquietasti me ut subsisterem, 1 Reg. Cap. 28; y cofradía con que honrarse, porque su entierro se haga con pompa funeral, acompañamiento y sentimiento de los vecinos de su pueblo, que le encomienden a Dios, y lleven su cuerpo a la sepultura que éste es uno de los fines conque las cofradías se instituyeron; y conforme a ello tienen todas en sus reglas, orden particular de cómo se debe hacer el acompañamiento de los cofrades difuntos, a cuyo cumplimiento están obligados debajo de buena fe y sin fraude del pacto y concierto con que son recibidos en las cofradías; que faltar a ello es pecado grave, pues no cumplen lo que prometen de hacer en beneficio del cofrade que reciben y le engañan y quitan lo que le deben de justicia por la admisión y limosna acostumbrada que da cuando es recibido, y le prometen y encargan y aseguran de acompañar su entierro cuando muera. Omne promissum est debitum.

No es lo principal el instituto referido de las cofradías, porque en primer lugar se pone como se debe la reverencia a Dios y el aumento y ornato del culto divino para que fueron fundadas y se fundan las cofradías para esto, que todas ellas miran primeramente a este acto de religión y devoción a Dios y a sus Santos, en cuyo nombre e invocación se fundan. Y los fieles se congregan en uno y así cuanto mayor fuere este respeto y devoción debida, mayor será la obligación y atención de la cofradía para cumplirla, y a nadie mejor que al Santísimo Sacramento" (SÁNCHEZ GORDILLO. págs. 174 y 175.)

Las instituciones y las corporaciones, eclesiásticas y civiles, con sus imágenes de devoción, con sus pendones e insignias, y, a veces, con sus danzas y representaciones, tomaban parte en el vistoso cortejo. "Cosa muy asentada es, por costumbre universal destos reinos de la Corona de Castilla -decían las Constituciones Sinodales de Sevilla de 1604-, que la fiesta propia del Santísimo Sacramento (que por lo que en sí contiene se llama de Corpus Christi) se celebre con gran solemnidad y regocijos exteriores de representaciones, danzas y otras cosas", que eran examinadas y aprobadas por el Provisor o por el Cura más antiguo.

En 1511 el rey Fernando acude a la procesión Eucarística sevillana, siendo en 1532 cuando se llega al acuerdo del recorrido, el cual se mantiene hasta nuestros días. Se sabe que con motivo de las fiestas del Corpus se organizaban antiguamente bailes y zarabandas, que fueron prohibidos por el Consejo de Castilla en 1533 y en 1780, por real Cédula de Carlos II, se prohibieron los gigantes, tarascas y danzas, conservándose exclusivamente los actos religiosos y procesionales. Pero estas prohibiciones no lograron erradicar la costumbre popular.

Todos los elementos de la procesión se prestaban a múltiples lecturas simbólicas, unas tomadas por analogía con las entradas triunfales de los reyes, otras por transposición de los ritos y ceremonias que rodeaban el arca de la alianza, y otras, en fin, que recordaban la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Es cierto que las ciudades se limpiaban y engalanaban a la llegada de los reyes, a los que se recibían con festejos populares, danzas, representaciones simbólicas, como los del recibimiento de Felipe II en Sevilla, el año 1570, que relata Juan de Mal Lara. Pero, como bien observa Romero Abao, la procesión del Corpus se nos muestra como un montaje escénico religioso, destinado a resaltar la Eucaristía como eje del misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. La procesión reúne a toda la sociedad, ordenada y jerarquizada en sus principales instituciones: el clero, el gobierno, los gremios.

1967. Romero, juncias y pétalos de rosas tapizan la Avda. de la Constitución

En esta época, las calles ya se cubrían de hierbas olorosas y, con un nutrido acompañamiento de velas y hachones, el cabildo eclesiástico costeaba una urna de madera "figura del arca del testamento", sobre andas adornadas de ángeles, dentro de la cual era llevada la Eucaristía. En la noche anterior o en la misma mañana se alfombra el suelo con juncias y con otras hierbas aromáticas, como el arrayán, el tomillo, el romero, la lavanda, el poleo, etc. En los libros de fábrica de las parroquias quedaban anotadas anualmente las partidas por el trabajo de cortar y transportar los ramos y los haces de juncia y demás. El gesto se relaciona con el de la Fiesta de los Tabernáculos: "cortaréis ramos de árboles de adorno, palmas, ramas de árboles frondosos y de sauces, y haréis fiesta siete días en presencia del Señor"

Con el tiempo se incorporarían algunas esculturas -la mayoría aportadas por gremios e instituciones- algunas de las cuales nos costaría relacionar con la Fiesta actual tal y como la vivimos: San Vicente de Paúl, El Santo Ángel de la Guarda, San Rafael, San Diego de Alcalá, San José, San Hermenegildo, San Clemente, e incluso la Virgen de los Reyes de la Hermandad de los Sastres.

En el siglo XVI tenemos constancia de la presencia de las Santas Justa y Rufina, de los Santos Patronos San Isidoro y Leandro, aunque ninguno de ellos, al igual que los anteriormente referidos, constarán como patrimonio catedralicio, puesto que en su mayoría eran trasladados al templo metropolitano en las vísperas de la celebración desde sus respectivas sedes o hermandades.

La documentación de mediados del Quinientos recoge, ya, la fama del Corpus, la solemnidad de su celebración, el valor económico de su montaje, para sufragar el cual debían intervenir tanto el cabildo eclesiástico como el secular, a la que luego se añadió la de los gremios, influyendo ello, sin duda, en la evolución de la fiesta que, a raíz del Concilio de Trento, sigue nuevos derroteros. El Concilio de Trento, en la sesión XIII del 11 de octubre de 1551 -con una predominante composición española- recomienda "que se celebre la fiesta del Corpus como manifestación del triunfo de la verdad sobre la herejía y para que se confundieran los enemigos del Sacramento viendo el regocijo universal de la iglesia". Después de Trento sabemos que el uso de imágenes adquiere otro significado; las representaciones dramáticas que no guardaban al principio relación con el Misterio eucarístico, son sustituidas por las escenas y autos donde se representan, simbolizan o cantan el Misterio a celebrar. Los gremios que subvencionaban el elemento teatral de la fiesta (castillos y carros), y salían en la procesión con sus imágenes, dejan de hacerlo hacia el 1554 y su lugar lo ocupa el municipio, que se encargará de casi todo a partir de entonces. (Archivo Municipal de Sevilla. Papeles Importantes. Tomo III, Docs. 43 y ss. 1575, e Íbidem, Tomo IV, Docs. 1 y ss. 1582)

Lope de Rueda en 1559 efectuó las representaciones del Corpus en Sevilla. En 1604 se representa en Sevilla el auto sacramental de Lope de Vega El peregrino en su patria, fechado como el más antiguo.

 

El piadoso deseo de los fieles y de las entidades corporativas de estar lo más cerca posible del Santísimo Sacramento, unido al natural amor propio, y a la conciencia del honor colectivo, producía no pocas rivalidades. Por esta razón, era preciso un minucioso protocolo, conforme al cual se organizaba la procesión. Aún así, no pocas veces se originaban roces y discusiones, hasta el punto de entablarse sonados pleitos sobre el derecho de precedencia de imágenes, de corporaciones y de danzas, en el desfile sacro. Pleitos que, al margen de la anécdota, nos dejan en sus páginas interesantes informaciones sobre la vida de las parroquias y de los pueblos, sobre la antigüedad de las hermandades y sobre su patrimonio artístico.

Con el Barroco llega a afianzarse la "necesidad" de la imaginería para el cortejo. Se vive en Sevilla bajo el espíritu de la Contrarreforma, con lo que los artistas plásticos verán su labor desbordada para, de modo indirecto, hacer frente a la iconoclastia propia de los países protestantes. Este hecho hará que la ciudad conceda excesiva y lógica importancia a temas que en otros puntos del mapa católico europeo pasaban prácticamente desapercibidos. Quizás el más importante de ellos sea el de la Inmaculada Concepción, verdadera revelación del barroquismo hispalense, que quedará relacionada con la festividad del Corpus desde los tiempos del Siglo de Oro.

1915. La Divina Pastora de Capuchinos en la Plaza de San Francisco 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1919.Santa Ana, La Virgen y el Niño de Triana por la Plaza de Jesús de la Pasión (Plaza del Pan)

Antes de finalizar dicha centuria ocurría un hecho trascendental para la historia de la ciudad: el 4 de febrero de 1671 Fernando III de Castilla era canonizado ante el reconocimiento de su santidad por el pontífice Clemente X, tardando la Santa Sede más de cuatrocientos años en hacer legítima su incorporación a los altares. Con este acontecimiento, ampliamente celebrado por el pueblo de Sevilla, la efigie del santificado monarca no tardaría en engrosar la extensa nómina de representaciones procesionales para la festividad del Corpus, de la mano de Pedro Roldán.

1926. Ntra. Sra. del Rosario del barrio de la Cestería en la Puerta de San Miguel.

Ca. 1928. San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña

 

Desde sus orígenes, la Festividad del Corpus, estuvo acompañada de un marcado carácter festivo, que prevalecía incluso sobre lo mayestático. Sin duda fue una interpretación literal de lo que Urbano IV, en 1264, recomendaba en la bula institucional: "Cante la fe, dance la esperanza, salte de gozo la caridad". Y así fue cómo no sólo se empezaron a engalanar las calles por donde había de discurrir la procesión y alfombrarse de flores e hierbas aromáticas, sino que se asociaron a la festividad litúrgica una serie de pintorescos jolgorios populares. Tales fueron las tarascas, los carros sacramentales y las danzas.

Las manifestaciones religiosas, en las cuales es principalísima la fiesta de Corpus Christi, constituyeron, y aún lo son, un aspecto importantísimo de la cultura popular española, siendo "fuente inagotable de inspiración para los artistas, músicos y poetas".

La procesión es un rasgo común a todas las celebraciones del Santísimo Sacramento en Europa empleada también en otras fiestas religiosas. En las de Corpus los fieles siguen a la Hostia o Cuerpo de Cristo llevada por la clerecía en la Custodia, según disposiciones papales, acompañada por las figuras simbólicas que a ella se unieron que indicaban al pueblo la sumisión del mal o la herejía a la doctrina de Cristo.

La procesión estuvo asociada a los rituales desde la más inmensa antigüedad. En culturas tan remotas como la Asiria y la Caldea se han hallado representaciones gráficas acerca de su práctica e inclusive de su acompañamiento por instrumentos musicales. En algunos de estos testimonios, los participantes parecen levantar cadenciosamente el pie lo que pareciera indicar ya en esa época la existencia de danzas rituales en formación de procesión. Estas antiguas formas de culto fueron incorporadas desde un comienzo por el cristianismo a sus ceremoniales.

En el caso de las procesiones de Corpus Christi en la tardía Edad Media, los elementos que fueron tomados y unidos a ellas indicaban el dominio divino sobre los representantes del mal, pues aunque se les exponía si se quiere triunfalmente, iban en realidad como los vencidos, detrás de los símbolos cristianos como los perdedores que se llevaban a los desfiles victoriosos al final. Así los dragones o tarascas, gigantes, cabezudos, enanos, diablos, águilas, etc., que participaron y aún participan en las procesiones del Santísimo en España, de diversas procedencias étnicas, ofrecían al pueblo la imagen de sostenimiento al Cuerpo o Eucaristía.

Estos símbolos, quizás de muy antiguo y variado origen, estuvieron presente en Sevilla, y aún lo están en procesiones del día de Corpus en España, país que fue escenario de invasiones de diversas culturas que se asentaron en varias épocas en su actual territorio. De un texto del poeta Juan de la Cueva, extraemos un trozo en el que aparecen las nuevas figuras participantes en su época en el Corpus:

"La antigüedad romana fue inventora
de sacar en sus fiestas varias formas
de figuras horribles y espantables
que entre nosotras han quedado algunas
Cuál el día Santísimo del Corpus
En Sevilla se ven los monstruosos
Gigantes de grandeza tan enorme
que sobrepujan los sublimes techos
Tubo de los etruscos su principio
La pintada y risueña moxarrilla
A imitación de los saltantes salios
Discurrir sin sosiego a varias partes
La bestia d'extrañeza tan disforme
Que Manduce nombraron los romanos
Y nosotros llamamos la Tarasca
De officiales nocturnos gobernada
Esto ha restado de la Edad Antigua
Que vive y se conoce entre nosotros".

Las tarascas eran composiciones alegóricas, en las que los vicios humanos, representados en forma grotesca, se veían atacados y dominados por las virtudes cristianas. Pero esto no quitaba que los símbolos del vicio fueran representando su oficio con tal grado de picaresca que hicieran las delicias del público. La tarasca, que por sus burlas y sus movimientos grotescos parecía un elemento profano y extraño a la seriedad del cortejo, tiene su origen en el dragón que, según la Leyenda Dorada, fue dominado por Santa Marta en la región francesa de Tarascón. Según una antiquísima leyenda provenzal, en los comienzos del cristianismo, apareció una bestia horrible en el Ródano, cerca de Tarascón, que asolaba el país, y se disponía a devorar a Santa Marta. La santa hizo la señal de la cruz y le roció agua bendita. La bestia se amansó hasta el punto de que Santa Marta la ató con su frágil ceñidor y la llevó a Tarascón como si fuera un cordero. En memoria de este hecho, se hacían dos procesiones anuales en Provenza. Por extensión, la tarasca, formaba parte del cortejo eucarístico del Corpus, como símbolo del paganismo y de la gentilidad, y que es evangelizado y sometido por el sacramento de la Redención, a cuya adoración se suma. La tarasca era muy popular y el municipio velaba por su lucimiento; en un castillete sobrepuesto en el lomo iba un mozalbete, conocido por "el tarasquillo", que gastaba bromas a los espectadores y arrebataba las caperuzas a los distraídos; las "mojarillas" era una pandilla de niños, vestidos de diablillos y portadores de vejigas hinchadas con las que propinaban golpes al público. "Mojarrilla" ("persona que siempre está alegre y de chanza"). Es diminutivo de "moharracho", en Sevilla "mamarracho" ("persona que se disfraza ridículamente en una función para alegrar o entretener a los demás, haciendo gestos y ademanes ridículos"). Dichos personajes, seguían a los gigantes (que utilizaban una especie de zancos) que, en la catedral y en otros lugares, bailaban una danza que llevaba su nombre.

De andar por las calles en las vísperas del Corpus, las tarascas pasaron a formar parte del propio cortejo procesional, puestas en grandes carros rodantes al principio del mismo. La gente se divertía tanto con las tarascas que, al pasar el Santísimo, quedaba poco lugar para la devoción. Incluso los más ligeros preferían ir todo el tiempo tras las tarascas, olvidándose del Santísimo Sacramento. Aditamento de aquéllas eran los gigantes y cabezudos.

Los gigantes son de vetusta aparición. Algunos investigadores han establecido relación entre ellos y los maniquíes de uso ritual empleados en las antiguas festividades célticas y aun en ritos de primavera de las primeras épocas cristianas. Julio Caro Baroja indica que en diversas regiones del continente europeo hubo procesiones en el período cercano al solsticio de verano -como es el caso de la fiesta del Corpus- en las que se incorporaron figuras que representaban gigantes. Aparecen también en la mitología griega como seres que surgieron de la tierra cuando cayó sobre ella la sangre del mutilado Urano. Eran también deidades primitivas de los habitantes de algunas regiones de Grecia, de los que los cíclopes -gigantes de un solo ojo, que figuran en las narraciones de Homero- son sólo una muestra. Posiblemente fueron una especie de espíritus de la tierra, a quienes se les atribuían fenómenos tales como los terremotos y la erupción de los volcanes con los que estaban asociados. En 1595 en Sevilla desfiló un auténtico gigante. Los gigantes aún figuran en las procesiones de Corpus de poblaciones españolas. Estas figuras antiguamente establecían la moda a seguir durante el año. Los participantes en las procesiones del Corpus de Sevilla, entre 1790 y 1800 fueron descritos así:

"A poca distancia del comienzo de la procesión venía un grupo de siete gigantescas figuras de hombres y mujeres cuyos vestidos confeccionados por los mejores sastres y modistas de la ciudad, regulaban la moda sevillana para la temporada siguiente. Debajo de estas figuras de gigantes estaban unos hombres vigorosos que, de cuando en cuando, divertían a los boquiabiertos espectadores con una grotesca danza que bailaban al son de la flauta y el tambor".

Otro festejo popular que se unía a la fiesta del Corpus, de mayor calidad sin duda, fueron los autos sacramentales. En Sevilla los organizaba el Cabildo eclesiástico al término de la procesión, desarrollándose en grandes carros que se colocaban delante de la puerta mayor de la Catedral, estando presente el Asistente de la Ciudad y el Cabildo secular. Duraban las representaciones hasta las cuatro de la tarde, hora en que se regresaba a la Catedral para los oficios vespertinos y las danzas de los seises.

La peste había entrado por Murcia y el jesuita Tirso González se hizo agorero del cielo, prometiendo que la enfermedad no llegaría a Sevilla si de una vez por todas se expulsaba a los comediantes, los de los autos sacramentales incluidos. Hubo algunos apestados por la Macarena y Triana; pero los autos sacramentales del Corpus quedaron sacrificados para siempre. La última vez que se celebraron en Sevilla fue el año 1674, aunque El Gran Teatro del Mundo de Calderón  fue representado por la compañía de Magdalena López en el Corpus de Sevilla de 1675.

Muy sonadas y variadas fueron las danzas del Corpus de Sevilla, y no faltaron los excesos. Hasta 1559 estuvieron sostenidas por los gremios y después se hizo cargo de ellas la Ciudad, o sea, el Concejo de la misma o Ayuntamiento. Simón de la Rosa, cuenta treinta danzas a mitad del siglo XVI. En 1589 sin duda a causa de la arriada se bailó el Desposorio del Guadalquivir con la Alameda; y salió la mulata Leonor Rija en un carro bailando y tañendo la guitarra, sonajas y tamboril con otras cuatro mulatas y dos hombres. En otras ocasiones las danzarinas eran portuguesas. En 1593 se bailó la zarabanda, baile provocativo y lascivo, que pronto se extendió por todo el país y cuyo origen parece estar en Indias. Tal fue la variedad, popularidad y fama de las danzas del Corpus de Sevilla que hasta el propio Miguel de Cervantes en su novela La Tía fingida escribe: "Estando en este deporte y conversación con la repulgada dueña del huy y las perlas, venía por la calle gran tropel de gente, y creyendo los músicos y acompañados que era la Justicia de la ciudad, se hicieron todos una rueda, y recogieron en medio del escuadrón el bagage de los músicos; y como llegase la Justicia, comenzaron a repicar los broqueles y crugir las mallas, a cuyo son no quiso la Justicia danzar la danza de espadas de los hortelanos de la fiesta del Corpus de Sevilla, sino pasó adelante, por no parecer a sus ministros, corchetes y porquerones aquella feria de ganancia".

Siguiendo el hilo de la historia, el siglo XVII supone una gran vitalidad para las hermandades sacramentales, que no sólo mantienen la fe eucarística, sino que honran al Santísimo con manifestaciones literarias, como las Justas que organizaba la Sacramental del Sagrario, que ya formaba parte de la procesión del Corpus, con su bellísimo Niño Jesús y sus "niños carráncanos", recuperados para la procesión a finales del siglo XX. El esplendor de las fiestas del Corpus no decae en el siglo XVII. Las danzas del Corpus tenían su apogeo en el último día de la octava, entrando en el coro después de Completas y bailando a continuación de los seises: los hombres con sombreros blancos y plumajes y las mujeres con carátulas. La mojiganga era originariamente un tipo de baile burlesco que aparecía, por ejemplo, entre las danzas del Corpus de Sevilla de 1640.

Ca. 1925. Los seises preceden a la Custodia por la Avda. de la Constitución

 

1948. La escolanía entona motetes eucarísticos bajo las velas de la Avenida de la Constitución

Hasta que llegó a la sede hispalense en 1685 el aragonés Jaime Palafox y Cardona quien, hasta morir en 1701, se pasó su pontificado de pleito en pleito con los Cabildos eclesiástico y secular para corregir lo que él estimaba corruptelas. Una de ellas fue la de las danzas y tarascas.

Se armó el escándalo en el día del Corpus (25 de mayo) de 1690. Palafox prohibió la participación de las danzas en la procesión, valiéndose del Asistente, a la sazón el Conde de Montellano. Se le pusieron en contra la Ciudad y el Cabildo eclesiástico. La Ciudad recurrió en el acto contra el mandato del Arzobispo a la Real Audiencia, mientras que el Cabildo eclesiástico se encerraba en la sala capitular de la Catedral, deteniendo la salida de la procesión hasta que la Audiencia resolviera.

A las doce del día llegó a la Catedral la providencia de la Audiencia que desestimaba el mandado del prelado y revocaba el auto del Asistente. Recibida la Ciudad en la Catedral con grandes aplausos del pueblo, se dispuso a salir la procesión. Palafox volvió a prohibirla, alegando que era ya pasado el mediodía, bajo apercibimiento de excomunión y otras penas.

Como ya parte de la procesión estaba fuera, algunas comunidades religiosas y gremios se retiraron, mientras otros grupos continuaron adelante. El Cabildo eclesiástico volvió a recurrir a la Audiencia, que de nuevo desautorizó al prelado.

La Custodia salió al fin de la Catedral a la una y media de la tarde y regresó sobre las cuatro, mientras Palafox rumiaba su impotencia detrás de los balcones de Palacio.

Ese día terminaron los oficios a las nueve de la noche, sin que faltaran danzas, tarascas y autos sacramentales, con gran regocijo popular.

Sin embargo, Palafox, terco como buen aragonés, consiguió en 1695 una Cédula firmada por el Presidente del Consejo Real de Carlos II, que prohibía la entrada en el templo de las danzas y tarascas.

En 1697, los danzantes desobedecieron todas las órdenes y fueron bailando delante de la Custodia desde la puerta de los Palos hasta el trascoro.

El 12 de mayo de 1699 firmaba personalmente Carlos II otra Real Cédula estableciendo que sólo los hombres formarían en las danzas; que no llevarían velos, ni mascarillas, ni sombreros delante del Santísimo Sacramento, sino guirnaldas o coronas de flores; que podrían bailar en la iglesia, pero no durante la misa u horas canónicas y en otros lugares que no fueran el presbiterio o el coro.

Así continuaron las cosas en Sevilla durante el siglo XVIII, en progresiva decadencia, en parte porque la Ciudad iba escatimando ducados.

Una Real cédula, fechada a 11 de junio de 1765, prohíbe la representación de los autos sacramentales.

Fue Carlos III, el 21 de junio de 1780, quien por Real Pragmática dispuso definitivamente que:

"... en ninguna Iglesia de estos mis Reinos, sea Catedral, Parroquial, o Regular, haya en adelante tales danzas, ni gigantones, sino que cese del todo esta práctica en las procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conviene a la gravedad y decoro que en ellas se requiere".

Es en el romanticismo cuando se sientan las bases de lo que es el Corpus Christi sevillano. Los repiques de campana de la Giralda, los balcones adornados, las arquitecturas efímeras. Todo adquiere carta de naturaleza en el siglo XIX, donde ya han desaparecido las tarascas, los carros y los gigantes, en cambio se van sentando las bases en lo que es esencial: la participación junto con religiosos y clero de Hermandades y Cofradías de la ciudad.

La procesión del Corpus sevillano en la actualidad

Antes de la procesión, una vez expuesto el Santísimo en la Custodia, los niños seises bailan tres danzas. Están dedicadas a Su Divina Majestad, al arzobispo y a las autoridades. Durante la procesión entonan junto al coro los motetes eucarísticos, pero no bailan en la calle. En las Plazas de San Francisco y El Salvador, la Custodia se detiene y el arzobispo inciensa a Jesús Sacramentado y se interpretan los referidos motetes de la Escolanía.

La procesión parte de la Catedral a las 8:30 de la mañana, aunque media hora antes se celebra una Misa de Autoridades, ceremonia presidida por el Cardenal-Arzobispo de Sevilla. La Eucaristía es cantada en gregoriano y los seises bailarán cubiertos ante el Santísimo, por especial privilegio papal, al igual que hacen en las Octavas del Corpus y la Inmaculada.

En la actualidad, la procesión está encabezada por el Guión Sacramental de la Archicofradía del Sagrario seguida por las representaciones de las hermandades de Gloria.

El primer paso corresponde a las Santas Justa y Rufina, siendo portadas por costaleros de una de las hermandades de Triana, que van rotando anualmente. Las imágenes están atribuidas a Pedro Duque Cornejo (s. XVIII) y lleva los faldones rojos al ser santas mártires. Tras este paso van las hermandades de penitencia que no son sacramentales, agrupadas por día y orden de salida.

El segundo paso es San Isidoro, siendo las andas preparadas y portadas por la corporación del viernes santo que lleva su titularidad. Al igual que las primeras imágenes, está atribuido a Duque Cornejo (s. XVIII).  Tras el paso van las representaciones del Apostolado de la Oración, Congregación Luz y Vela y Adoración Nocturna, seguidas de un primer grupo de las hermandades sacramentales por orden de antigüedad.

El tercer paso es la imagen de San Leandro vestido de Obispo, siendo la Hermandad de la Macarena la encargada del exorno floral y de portar las andas. También se atribuye a Pedro Duque Cornejo (siglo XVIII). Tras el paso van las restantes hermandades sacramentales.

El cuarto paso corresponde a San Fernando, Rey Santo que porta en sus manos la espada y la bola, además de ir tocado con corona. Esta imagen es atribuida al escultor Alonso Martínez (s. XVII), estando a cargo su exorno y porte de las andas a la hermandad de la Redención, que lo tiene de titular. Le acompaña la Banda Municipal por ser el Patrón de la Ciudad. Tras el paso van representaciones de los tres Ejércitos, que tradicionalmente acompañan al Rey Santo, figurando además en el cortejo el Pendón de San Fernando. Tras la representación militar figuran representantes de varias instituciones, representaciones de cámaras y colegios oficiales, jefaturas de las distintas ramas, cuerpos consulares, varias Órdenes, el Consejo de Hermandades y Cofradías y la delegación Diocesana de Acción Católica. (En la foto de 1925. El Infante D. Carlos de Borbón porta el pendón de la conquista de Sevilla ante la talla del Rey San Fernando por la Plaza del salvador)

El quinto paso es una escultura completa policromada de la Inmaculada Concepción atribuida a Alonso Martínez (s. XVII) y está a cargo de la Archicofradía del Silencio, debido a su acendrada vocación inmaculista. Tras la Inmaculada se sitúa la Archicofradía Sacramental del Sagrario, compuesta por seis parejas de niños carráncanos portando hachetas y visten una indumentaria original del XVIII, aunque vienen acompañando al cortejo desde el siglo XVI. Los carráncanos son niños de coro de la Archicofradía Sacramental del Sagrario. Formaban en otro tiempo al comienzo del cortejo. En la actualidad, esta señorial corporación sacramental sitúa a un tramo de niños al comienzo de su representación de hermanos, que figura tras el paso de la Inmaculada y delante del Niño Jesús. Los carráncanos participan durante el año en todas las procesiones que convoca la Sacramental del Sagrario. Tras ellos los hermanos del Sagrario con cera roja en recuerdo a la sangre de Cristo por privilegio pontificio que ostenta la corporación.

El sexto paso es la imagen del Niño Jesús bajo templete, obra de Martínez Montañés de 1606 que portan costaleros de la Hermandad del Sagrario. Tras el paso van representaciones de instituciones religiosas, ordenes terceras y distintas comunidades.

El séptimo paso corresponde a la Santa Espina, también conocido por Custodia Chica. Está compuesta de dos cuerpos, el primero con una reliquia de la Santa Espina de Cristo y en el segundo una rosa de plata, el conjunto contempla en la parte superior la figura de la Fe. Se cree obra de Francisco de Alfaro (s. XVII) y es portada por costaleros de la Hermandad del Valle, por su titular de la Coronación de Espinas. A este paso le acompañan representaciones de la Curia Diocesana, clero secular y Tribunal Eclesiástico, Cabildo catedralicio y Real Maestranza de Caballería, además de los seises con trajes eucarísticos rojos y blancos y el coro polifónico catedralicio.

El octavo paso corresponde al Santísimo Sacramento o La Custodia. Es obra de Juan de Arfe realizada entre 1580 y 1587, habiéndole añadido Juan de Segura en 1668 la Inmaculada y otras miniaturas. Luce el paso de la Custodia 12 jarras en la peana. Todos estos enseres son obra del siglo XVIII. El exorno floral de cada jarra está trabajado en forma de cono. Se pretende así no restarle lucimiento a la orfebrería de la Custodia. Este paso ha llevado siempre ramos cónicos de flores salvo excepción hecha de algunos años. Fue a partir de 1978 cuando se recuperó esta singular ornamentación. Cada jarra se compone de claveles blancos y ramilletes de romeros. El ramo se corona con espigas. Racimos de uva de Villanueva del Ariscal se colocan en los dos frisos de la Custodia que entornan al Santísimo. También se sitúan en el friso y en las maniguetas del paso. Junto con las espigas, son donación de la familia Góngora. Los faldones son una obra del siglo XVIII, restaurada en su día en los talleres de Fernández y Enríquez de Brenes. Fue entonces cuando se sustituyó el magnífico brocado de oro sobre bordado por una tela brillante semejante al tisú. De ese antiguo bordado se conserva el paño que cubre la mesa del paso. Este paso va sobre ruedas y le acompaña la Banda de Música de la Región Militar Sur.  Tras La Custodia va el Cardenal-Arzobispo de Sevilla acompañado por un diácono y subdiácono, el Deán y el Vicario General, así como representaciones del Ayuntamiento y la Diputación Provincial, con miembros de la Policía Local de gala, cerrando el cortejo una compañía mixta de los Ejércitos de Tierra y Aire, con acompañamiento musical.

1931. El Santísimo bajo palio inicia un recorrido atípico por las gradas de la Catedral

 

1937. La Custodia de Arfe por la calle Argote de Molina

 

Ca. 1938. La Custodia terminando su recorrido junto al Palacio Arzobispal

 

Ca. 1940. El Santísimo bajo las velas en la Plaza de San Francisco

 

Ca. 1940. El Cardenal Segura inciensa al Santísimo en la Plaza de San Francisco

A su regreso al templo catedralicio la custodia se detiene en la Plaza Virgen de los Reyes, en la entrada de la Puerta de los Palos, para que las tropas le rindan honores en este tradicional desfile. Tras la procesión, el Cardenal-Arzobispo imparte la bendición final con el Santísimo Sacramento desde el Altar Mayor.

Tras la procesión del Corpus, aún tendremos ocasión de asistir a otras dos procesiones ese mismo día, correspondientes a los traslados a sus respectivos templos del Señor de la Sagrada Cena y la Hiniesta Gloriosa. Normalmente el Señor se traslada a partir del mediodía y la Virgen sobre las 20 horas.

El exorno: arcos triunfales, altares, balcones y escaparates

Sevilla siempre ha sido verdadera maestra en el arte de embellecer las calles en ocasiones puntuales, de lo cual tenemos noticias desde la época medieval, aún siendo el Renacimiento y el Barroco los momentos de mayor proliferación.

Ya desde el siglo XIII se sabe de grandes arcos triunfales con motivo de la estancia en Sevilla de Alfonso XI y posteriormente Pedro I, siendo esta una de las causas del montaje de esta arquitectura efímera además de las montadas por visitas de personajes relevantes o por cuestiones litúrgicas.

Coincidiendo con la noticia de la canonización de San Fernando, se montó a la entrada de la calle Sierpes un arco triunfal o, mucho más reciente, el montado en honor de Juan Pablo II en su visita a Sevilla. A diferencia de las portadas de la Feria de Abril, los arcos montados en la Plaza de San Francisco, para la festividad del Corpus, pocas veces están inspirados en monumentos concretos, y entre los estilos que se han utilizado encontramos el Neogótico, Mudéjar, Gótico y Barroco.   Estos arcos triunfales se montan en la Plaza de San Francisco, siendo cubierta la Plaza con las clásicas y sevillanas “velas” o toldos.

En alguna ocasión, como en el año 1992, las calles del recorrido de la procesión se alfombraron con flores, al estilo del pueblo canario de la Orotava. Lo habitual es que por estas calles se esparzan flores aromáticas, juncias y romero.

El recorrido de la procesión se engalana con diversos altares que instalan hermandades y algunas asociaciones. También se exornan los escaparates de los comercios y los balcones. La mayoría de los altares se instalan todos los años. Motivos eucarísticos y marianos predominan en estos monumentos efímeros de gran belleza. Entre los motivos eucarísticos que se incluyen en estos altares encontramos ostensorios, racimos de uvas y cera roja. Los sagrarios de estos altares están abiertos, para indicar que no está reservado el Santísimo. Muchos altares están presididos por una imagen mariana.

La Hermandad de la Hiniesta instala su altar en la fachada del Ayuntamiento de la Plaza de San Francisco y está presidido por la imagen de la Virgen de la Hiniesta Gloriosa, patrona de la Corporación Municipal, la cual se traslada con su paso-templete en procesión desde San Julián la tarde anterior al día del Corpus, volviendo a su sede parroquial en solemne procesión la tarde de este día. Los enseres del altar son propiedad de la Hermandad de la Hiniesta.

En la fachada del Palacio Arzobispal que da hacia la calle Placentines, se instala el altar de la Hermandad de la Cena, presidido por el Señor de la Sagrada Cena, que sale en las andas del Señor de la Humildad y Paciencia, titular de la misma hermandad del Domingo de Ramos.

En la puerta principal de la parroquia del Divino Salvador se instala el altar de la Hermandad de Pasión presidido por la Virgen del Voto y en el cual también figura el Niño Jesús de Martínez Montañés.

La hermandad de las Siete Palabras monta su clásico altar en la Plaza del Salvador, ante el templo de Nuestra Sra. de la Paz de la orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Está presidido por la Virgen del Rosario, de la Sacramental de San Vicente.

En la calle Sierpes se instala el altar de la hermandad de gloria del Rosario del Barrio León en el cual se montan enseres de distintas hermandades de penitencia. Es uno de los altares más laureados por el Ayuntamiento.

En la Avda. de la Constitución se instala el Altar de las Hermandades de Gloria y el de la Hermandad del Baratillo. Este estará situado en la Avenida de la Constitución, frente a la Parroquia del Sagrario, estando presidido el mismo por la imagen del Bendito Patriarca Señor San José, Titular de la Hermandad. La imagen del Bendito Patriarca es anónima del siglo XVIII, que fue donada por el maestro de la tauromaquia José Delgado Guerra, "Pepe Hillo".

La Hermandad de Penitencia del Cristo de la Corona instala en la Avenida de la Constitución su altar, frente a la parroquia del Sagrario. En él podemos ver una custodia en plata dorada, dos ángeles, un Niño Jesús con corderitos, blandones de plata y exorno floral en tonos blancos.

Igualmente es típico el engalanar los balcones y escaparates de las calles por donde pasa el cortejo del Corpus, participando, junto a los altares en concursos.

Sevilla siempre ha tenido la extraña habilidad de unificar lo sagrado y lo profano en todo tipo de celebraciones, hasta el punto de que hoy, en los albores del siglo XXI, cualquier rito precisa de la conjunción de ambos factores para poder alcanzar los objetivos que se marquen. Este hecho puede venir en parte, de los tiempos medievales en que los dos cabildos se repartían las obligaciones a la hora de preparar las fiestas. Un claro ejemplo es el Corpus desde sus orígenes, en los que los gremios aportaban a la festividad el carácter popular que la Iglesia no podía otorgar por sí misma.

La festividad y celebración del Corpus en Sevilla, es de gran arraigo y devoción, habiendo superado, al igual que la festividad de la Inmaculada, las barreras políticas que en su día pretendieron eliminarlas como fiestas hispalenses. Por unas horas, Dios realza su presencia en Sevilla, la cual se engalana para recibir La Custodia de Arfe. 

Pero, con todo, la Procesión del Corpus no es una procesión más, no es una imagen de Cristo o de Santa María, no es un acto cultural, ni tradicional, no es un mero acto festivo, no es calle engalanada y altar artístico. La Procesión del Corpus para el cristiano es manifestar públicamente, con la responsabilidad que ello conlleva, que Cristo vive y que está realmente presente en la Eucaristía, que solo Él es nuestro Dios y Señor y que sólo a Él se le debe la adoración y la gloria por siempre y, como consecuencia de esta creencia, interior y exteriormente, nos obliga a ser consecuentes con la fe que profesamos.

 

Romualdo de Gelo

 

 

Fuentes consultadas:

BAUTISTA DE ZÚÑIGA, Lorenzo: Annales eclesiásticos i seglares de la M.N. i L.L. ciudad de Sevilla. Edición facsimilar. Sevilla. 1987.

GELO FRAILE, Romualdo de: Albaida. Estudio documentado. Sevilla. 1996. (Véase  www.degelo.com )

GESTOSO Y PÉREZ, José: La fiesta del Corpus Christi en Sevilla en los siglos XV y XVI. Apud. "Curiosidades antiguas sevillanas" (Segunda serie), Sevilla, 1910, pp. 91-125.

MORALES PADRÓN, Francisco: Historia de Sevilla. "La ciudad del quinientos". 3ª ed. rev. Sevilla. 1989.

LLEO CAÑAL, Vicente: Arte y espectáculo: la fiesta del Corpus Christi en Sevilla en los siglos XVI y XVII. Sevilla, 1975.

SÁNCHEZ GORDILLO, Alonso: Religiosas estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana. Sevilla. 1982.

SANTIAGO, Francisco: Véase http://www.conocersevilla.org/fiestas/corpus/index.html

SANZ SERRANO, María Jesús: "El Corpus en Sevilla a mediados del siglo XVI : castillos y danzas"  Laboratorio de Arte: Revista del Departamento de Historia del Arte, Nº. 10, Sevilla, 1997, págs. 123-138