LA CATEDRAL DE ALMERÍA
Artículo: Milagros Soler Cervantes
Fotografías: Jesús Vílchez y Carlos Úbeda
- DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA - FRAY DIEGO FERNÁNDEZ DE VILLALÁN - ANTONIO CORRIONERO BABILAFUENTE - DIFICULTADES DE LA FINANCIACIÓN. 4 - DESCRIPCIÓN DE LA CATEDRAL. - CAMPANARIO - MURALLA, GIROLA Y SOL DE PORTOCARRERO · SACRISTÍA · CORO Y TRASCORO · CLAUSTRO
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CATEDRAL DE LA ENCARNACIÓN DE LA VIRGEN
1.- PRECEDENTES HISTÓRICOS Con la ocupación del Reino nazarí de Granada por parte del ejército de los Reyes Católicos (1492) se dio por terminado el periodo de la Reconquista en la Península Ibérica. Tres años antes, en el mes de diciembre de 1489, la ciudad de Almería se había rendido a las tropas cristianas sin presentar apenas resistencia.
Desde que se firmaran las Capitulaciones de Vera en junio de 1488, los asesinatos, las intrigas y el derrotismo de la aristocracia musulmana se habían convertido en el mejor aliado de los castellano-aragoneses en su camino hacia la victoria. Sucesos como la traición de Yahya Alnayar (1485) hacían prever que el triunfo de la Cruz sobre la Media Luna era sólo cuestión de tiempo. Siendo éste Alcaide de la ciudad, prometió entregarla a los cristianos a cambio de cuantiosas sumas de dinero y beneficios personales. Tras el sitio de Baza, las plazas de Guadix y Almería serán sometidas definitivamente al yugo de Isabel y Fernando.
En los tratados firmados para la paz fueron muchas las concesiones que se otorgaron a los árabes derrotados. Se les permitiría mantener costumbres y religión, sus tribunales de justicia y la mayoría de sus derechos individuales. Además, se les brindaba la posibilidad de exiliarse, abandonado el territorio si así lo deseaban. Era una fórmula para facilitar que se marcharan los elementos más conflictivos de la resistencia musulmana. Nada de esto se cumplió, y las rebeliones se sucedieron una tras otra, siendo siempre sofocadas y reprimidas con incruenta violencia.
La cristianización de los nuevos territorios adquiridos fue considerada tarea prioritaria, entendida como recurso para el sometimiento a través de la ideología. Muchas de las mezquitas fueron destruidas para edificar en su lugar iglesias y catedrales. Desde estos lugares de culto se imponía e impartía la religión de los vencedores. La repoblación con gentes emigradas desde el norte de la Península fue otra forma de contrarrestar la influencia que el mundo islámico todavía tenía en Al Andalus.
2.- OBISPOS Y ARQUITECTOS DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
Una de las primeras resoluciones que
dictaron los monarcas fue la autorización al cardenal
Don Pedro González de Mendoza, hijo de Iñigo López de
Siguiendo esta estrategia de ejercer el poder político a través del sometimiento religioso surgió la necesidad de construir la primera catedral de Almería. Se erigió sobre los restos de la Mezquita Mayor de la Almedina, fundada en el año 965 por el califa Alhaquem II. En su concepción y planta se parecía a la Mezquita Mayor de Córdoba. El día 22 de septiembre del año 1522, un gran terremoto con epicentro en el Mar de Alborán causó más de mil muertos, destruyendo la mayoría de las casas de Ugíjar (Granada) y Almería. La catedral sufrió daños irreparables que la dejaron parcialmente inhabitable. En el siglo XVII sobre sus ruinas se levantó la iglesia de San Juan Bautista, que ha llegado hasta nuestros días. La iglesia de San Juan tuvo que ser restaurada a mediados del siglo XX, como consecuencia de los efectos que dejara en ella la Guerra Civil española (1936).
FRAY DIEGO FERNÁNDEZ DE VILLALÁN
El día 17 de julio del año 1523 el Papa Adriano IV nombra a Fray Diego Fernández de Villalán obispo de Almería a instancias del heredero de los Reyes Católicos, Carlos V. El 10 de noviembre de ese mismo año toma posesión, por poderes concedidos por el deán de la catedral Don Francisco Ortega.
Natural de Valladolid, era predicador de los Reyes Católicos y amigo del Cardenal Cisneros, confesor de la reina. A su vez, Cisneros había sido presentado a Isabel I de Castilla por el impulsor de la primera catedral, Don Pedro Fernández de Mendoza. Diego Fernández de Villalán se traslada a la capital apenas cuatro meses después de tomar posesión de su cargo, convirtiéndose en el primer obispo que fija su residencia en ella. Con carácter inmediato se planteó organizar la Diócesis, para lo que proyecta la construcción de numerosos templos. Desde ellos se controlarán y adoctrinaran a los "nuevos cristianos" que, de origen musulmán o judío, habían adoptado la fe católica. El propósito era facilitar y hacer posible la convivencia dentro de la triunfante sociedad católica. Continuaba así la obra emprendida por el obispo Don Pedro González de Mendoza.
En un difícil contexto social, tiene que enfrentarse a una población con gran número de cristianos conversos, mercenarios y soldados de fortuna que expoliaban a los habitantes de la región, sumida en la más absoluta pobreza tras un largo periodo de guerras. Por otra parte, los piratas berberiscos asaltaban reiteradamente el litoral almeriense. Para poder enfrentarse a todas estas dificultades, reparte cargos de importancia entre familiares y amigos, llegando a conformar un grupo autoritario de poder, del que Villalán era el dirigente indiscutible.
Bajo la protección del Emperador Carlos V y con sus buenas dotes de organización y gobierno conseguiría grandes logros. La maltrecha economía con la que se inició el siglo XVI se benefició de los cambios introducidos por el obispo, incentivados principalmente por su empeño en construir la nueva catedral. En ese proceso tuvo trascendental importancia el nombramiento de Don Pedro Maldonado, como responsable de la reestructuración de la economía eclesiástica. Viajará por toda la diócesis inspeccionando, corrigiendo y aumentando los impuestos de la población morisca y de la nobleza local.
Villalán tuvo que enfrentarse y reconducir algunos Señoríos de la región. Los nobles de más de cincuenta dominios disfrutaban, por concesión papal, de los diezmos de las iglesias asentadas en sus territorios. Además, tenían la potestad de efectuar nombramientos en ellas, administrándolas a su libre albedrío y con absoluta independencia. Algunos de estos litigios llegaron a tal grado de exacerbado enfrentamiento, que se hizo necesaria la intervención del Papa y del Emperador . Fueron destacados los que tuvo con Doña María de Luna marquesa de Águila Fuente, Don Luís Sotomayor de Haro, marques de Carpio y Morote (Sorbas y Lubrín, 1527) y Don Pedro Fajardo, marqués de los Vélez. En este último caso el conflicto durará más de cuatro años, finalizando con la intervención del Papa Clemente III en el año 1531.
A cambio de cobrar parte de los tributos recaudados en las parroquias, los nobles tenían la obligación de contribuir en la construcción de nuevas iglesias y el mantenimiento del culto. Sin embargo, se desentendían abiertamente de este compromiso con excusas difícilmente aceptables. Fernández de Villalán, aprovechando un viaje de Carlos V a Granada (1526), le expuso la situación en un extenso informe donde se detallaba el estado lamentable de las iglesias de su Obispado. La carencia de templos, además de restar influencia política a la Corona, justificaba y fomentaba el absentismo a los cultos de los nuevos cristianos. En muchos lugares se pasaban años enteros sin que se oficiara una misa.
Carlos V en ese mismo año ordena que en el plazo de dos meses, a partir de la fecha de publicar su decreto, se inicie la edificación de los templos que obligaba la bula del Papa Alejandro VI. La respuesta de los nobles afectados fue la de adaptar antiguas mezquitas al culto cristiano (Doña María de Luna, marquesa de Águila Fuente) o de presentar proyectos que nunca llegaban a realizarse (Don Pedro Fajardo, marqués de los Vélez). Algunos, ni siquiera llegaron a contestar. Villalán vuelve a informar al Emperador de tales desidias y desacatos. Éste dicta en Toledo una nueva ejecutoria: En un año deberían estar terminadas las obras comprometidas. De no ser así, las rentas de tercios les serían confiscadas para ese fin.
Se preocupó por terminar con ciertos
privilegios y costumbres que desprestigiaban a los religiosos
de la
época. Contundente y decisiva fue la resolución de prohibir la fiesta
del "obispillo". Consistía en una reunión de los
clérigos de Almería
en el coro de la catedral el día 6 de diciembre, onomástica de San
Nicolás de Bari. Con disfraces y fingiendo pertenecer a profesiones
licenciosas, designaban a uno de ellos que ejercería de "obispillo"
hasta la misa del día de los Santos Inocentes. Bajo pena de
excomunión condenó la celebración del evento, que dejó de llevarse a
cabo sin ninguna manifestación de protesta. Para compensar las
presuntas pérdidas del cambio, donó de su propio dinero un ducado anual para
El canónigo doctoral Diego Marín, contemporáneo del obispo, decía de Villalán que era "hombre de gran ingenio, cristiano en sus obras y palabras y zelador de la iglesia". Se manifestó como un buen administrador de las finanzas eclesiásticas y un severo controlador de los diezmos, así como de que los nobles temporales cumplieran sus obligaciones con las parroquias a su cargo. Ordenó las heredades promoviendo censos que regulaban las rentas. Protagonizó enfrentamientos con el arzobispo de Granada y el Cabildo de Almería. Sus costumbres eran austeras, como correspondía a su formación franciscana y su carácter austero y autoritario. No obstante, debió disfrutar de prestigio intelectual, ya que fue invitado a pronunciar la oración fúnebre de Gonzalo Fernández de Córdoba, "El Gran Capitán", cuando fue enterrado en Granada.
Según las crónicas de la época padeció de "perlesía", una parálisis que pudo estar ocasionada por debilidad muscular. Eso le impidió firmar documentos al final de su vida, para lo que designó a Don Luís de Zamora, que rubricará sus últimas disposiciones. Por su enfermedad no pudo asistir al Concilio de Trento al que fue invitado expresamente por Carlos V. En marzo de 1556 se empiezan a preparar sus pompas fúnebres, deduciéndose de este hecho que para esas fechas su estado de salud debía ser grave. El día 7 de julio de ese mismo año falleció, a los 90 años de edad y más de treinta años de episcopado.
Por expresa voluntad, recibió sepultura en la Capilla del Cristo de la Escucha, en el ábside de la Catedral. En su sepulcro de mármol de Macael, atribuido a Juan de Orea, puede leerse en su epitafio:
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CATEDRAL DE LA ENCARNACIÓN DE LA VIRGEN
1.- PRECEDENTES HISTÓRICOS
Con la ocupación del Reino nazarí de
Granada por parte del ejército de los Reyes Católicos
(1492)
se dio por terminado el periodo de la Reconquista en la
Península Ibérica. Tres años antes, en el mes de diciembre de 1489,
la ciudad de Almería se había rendido a las tropas cristianas sin
presentar apenas resistencia.
Desde que se firmaran las Capitulaciones de Vera en junio de 1488, los asesinatos, las intrigas y el derrotismo de la aristocracia musulmana se habían convertido en el mejor aliado de los castellano-aragoneses en su camino hacia la victoria. Sucesos como la traición de Yahya Alnayar (1485) hacían prever que el triunfo de la Cruz sobre la Media Luna era sólo cuestión de tiempo. Siendo éste Alcaide de la ciudad, prometió entregarla a los cristianos a cambio de cuantiosas sumas de dinero y beneficios personales. Tras el sitio de Baza, las plazas de Guadix y Almería serán sometidas definitivamente al yugo de Isabel y Fernando.
En los tratados firmados para la paz
fueron muchas las concesiones que se otorgaron a los árabes
derrotados. Se les
permitiría mantener costumbres y religión, sus tribunales de justicia
y la mayoría de sus derechos individuales.
Además, se les brindaba la posibilidad de exiliarse, abandonado el
territorio si así lo deseaban. Era una fórmula para facilitar que
se marcharan los elementos más conflictivos de la resistencia
musulmana. Nada de esto se cumplió, y las rebeliones se sucedieron
una tras otra, siendo
siempre sofocadas y reprimidas con incruenta violencia.
La cristianización de los nuevos territorios adquiridos fue considerada tarea prioritaria, entendida como recurso para el sometimiento a través de la ideología. Muchas de las mezquitas fueron destruidas para edificar en su lugar iglesias y catedrales. Desde estos lugares de culto se imponía e impartía la religión de los vencedores. La repoblación con gentes emigradas desde el norte de la Península fue otra forma de contrarrestar la influencia que el mundo islámico todavía tenía en Al Andalus.
2.- OBISPOS Y ARQUITECTOS
DON PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA
Una de las primeras resoluciones que
dictaron los monarcas fue la autorización al cardenal
Don Pedro González de Mendoza, hijo de Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, para organizar
los obispados de la comarca. Bajo el amparo de las Bulas del
Papa Inocencio VIII y el apoyo incondicional de la reina,
inicia la
construcción de iglesias y parroquias. Las
mezquitas más importantes fueron sustituidas por grandes templos o
catedrales
cuyos mandatarios se quedaron con las rentas, casas y huertas
que habían sido propiedad "de los
moros".
En época musulmana, los bienes que los creyentes
donaban a las mezquitas eran administrados por el alfaquí de la
villa, que tenía la responsabilidad de arrendarlos para sacar de
ellos mayor beneficio. Los Reyes Católicos adaptaron esta forma y el
patrimonio confiscado a los vencidos pasó a ser administrado por las
llamadas "fábricas" de las distintas iglesias. Con esas riquezas
sustraídas se financiaron los nuevos clérigos.
Siguiendo esta estrategia de ejercer el poder político a través del sometimiento religioso surgió la necesidad de construir la primera catedral de Almería. Se erigió sobre los restos de la Mezquita Mayor de la Almedina, fundada en el año 965 por el califa Alhaquem II. En su concepción y planta se parecía a la Mezquita Mayor de Córdoba. El día 22 de septiembre del año 1522, un gran terremoto con epicentro en el Mar de Alborán causó más de mil muertos, destruyendo la mayoría de las casas de Ugíjar (Granada) y Almería. La catedral sufrió daños irreparables que la dejaron parcialmente inhabitable. En el siglo XVII sobre sus ruinas se levantó la iglesia de San Juan Bautista, que ha llegado hasta nuestros días. La iglesia de San Juan tuvo que ser restaurada a mediados del siglo XX, como consecuencia de los efectos que dejara en ella la Guerra Civil española (1936).
FRAY DIEGO FERNÁNDEZ DE VILLALÁN
El día 17 de julio del año 1523 el Papa Adriano IV nombra a Fray Diego Fernández de Villalán obispo de Almería a instancias del heredero de los Reyes Católicos, Carlos V. El 10 de noviembre de ese mismo año toma posesión, por poderes concedidos por el deán de la catedral Don Francisco Ortega.
Natural de Valladolid, era predicador de los Reyes
Católicos y amigo del Cardenal Cisneros, confesor de la reina. A su vez, Cisneros había sido
presentado a Isabel I de Castilla por el impulsor de la primera
catedral, Don Pedro Fernández de Mendoza. Diego Fernández de Villalán
se traslada a la
capital apenas cuatro
meses después de tomar posesión de su cargo,
convirtiéndose en el
primer obispo que fija su residencia en ella.
Con carácter inmediato se planteó organizar la Diócesis, para lo que
proyecta la construcción de numerosos templos. Desde ellos se
controlarán y adoctrinaran a los "nuevos
cristianos" que, de origen musulmán o judío, habían adoptado la fe
católica. El propósito era facilitar y hacer posible la convivencia dentro
de la triunfante sociedad católica. Continuaba así la obra
emprendida por el obispo Don Pedro González de Mendoza.
En un difícil contexto social, tiene que enfrentarse a una población con gran número de cristianos conversos, mercenarios y soldados de fortuna que expoliaban a los habitantes de la región, sumida en la más absoluta pobreza tras un largo periodo de guerras. Por otra parte, los piratas berberiscos asaltaban reiteradamente el litoral almeriense. Para poder enfrentarse a todas estas dificultades, reparte cargos de importancia entre familiares y amigos, llegando a conformar un grupo autoritario de poder, del que Villalán era el dirigente indiscutible.
Bajo la protección del Emperador Carlos V y con sus buenas dotes de organización y gobierno conseguiría grandes logros. La maltrecha economía con la que se inició el siglo XVI se benefició de los cambios introducidos por el obispo, incentivados principalmente por su empeño en construir la nueva catedral. En ese proceso tuvo trascendental importancia el nombramiento de Don Pedro Maldonado, como responsable de la reestructuración de la economía eclesiástica. Viajará por toda la diócesis inspeccionando, corrigiendo y aumentando los impuestos de la población morisca y de la nobleza local.
Villalán tuvo que enfrentarse y
reconducir algunos Señoríos de la región. Los nobles de más de
cincuenta dominios disfrutaban, por concesión papal, de los diezmos de
las iglesias asentadas en sus
territorios. Además, tenían la potestad de efectuar nombramientos en
ellas, administrándolas a su libre albedrío y con absoluta
independencia. Algunos de estos litigios llegaron a tal grado de
exacerbado enfrentamiento, que se hizo necesaria la intervención del Papa y
del
Emperador . Fueron
destacados los que tuvo con Doña María de Luna marquesa de Águila
Fuente, Don Luís Sotomayor de Haro, marques de Carpio y Morote
(Sorbas y Lubrín, 1527) y Don Pedro
Fajardo, marqués de los Vélez. En este último caso el conflicto durará más de cuatro años,
finalizando con la intervención del
Papa Clemente III en el año 1531.
A cambio de cobrar parte de los
tributos recaudados en las parroquias, los nobles tenían la
obligación de contribuir en la construcción de nuevas iglesias y el
mantenimiento del culto. Sin embargo, se desentendían
abiertamente de este compromiso con excusas difícilmente aceptables.
Fernández de Villalán, aprovechando un viaje de Carlos V a Granada
(1526), le expuso la situación en un extenso informe donde se
detallaba el estado lamentable de las iglesias de su Obispado. La
carencia de templos, además de restar influencia política a la
Corona, justificaba y fomentaba el absentismo a los cultos de los
nuevos cristianos. En muchos lugares se pasaban años enteros sin
que se oficiara una misa.
Carlos V en ese mismo año ordena que en el plazo de dos meses, a partir de la fecha de publicar su decreto, se inicie la edificación de los templos que obligaba la bula del Papa Alejandro VI. La respuesta de los nobles afectados fue la de adaptar antiguas mezquitas al culto cristiano (Doña María de Luna, marquesa de Águila Fuente) o de presentar proyectos que nunca llegaban a realizarse (Don Pedro Fajardo, marqués de los Vélez). Algunos, ni siquiera llegaron a contestar. Villalán vuelve a informar al Emperador de tales desidias y desacatos. Éste dicta en Toledo una nueva ejecutoria: En un año deberían estar terminadas las obras comprometidas. De no ser así, las rentas de tercios les serían confiscadas para ese fin.
Se preocupó por terminar con ciertos
privilegios y costumbres que desprestigiaban a los religiosos
de la
época. Contundente y decisiva fue la resolución de prohibir la fiesta
del "obispillo". Consistía en una reunión de los
clérigos de Almería
en el coro de la catedral el día 6 de diciembre, onomástica de San
Nicolás de Bari. Con disfraces y fingiendo pertenecer a profesiones
licenciosas, designaban a uno de ellos que ejercería de "obispillo"
hasta la misa del día de los Santos Inocentes. Bajo pena de
excomunión condenó la celebración del evento, que dejó de llevarse a
cabo sin ninguna manifestación de protesta. Para compensar las
presuntas pérdidas del cambio, donó de su propio dinero un ducado anual para pagar al mejor predicador de la
ciudad. Éste se encargaría de realizar el sermón del día de los
Inocentes en la catedral.
El canónigo doctoral Diego Marín,
contemporáneo del obispo, decía de Villalán que era "hombre de gran
ingenio, cristiano en sus obras y palabras y zelador de la iglesia".
Se manifestó como un buen administrador de las finanzas
eclesiásticas y un severo controlador de los diezmos, así como de
que los nobles temporales cumplieran sus obligaciones con las
parroquias a su cargo. Ordenó las heredades promoviendo censos que
regulaban las rentas. Protagonizó enfrentamientos con el arzobispo
de Granada y el Cabildo de Almería. Sus costumbres eran austeras,
como correspondía a su formación franciscana y su carácter austero y
autoritario. No obstante, debió disfrutar de prestigio
intelectual, ya que fue invitado a pronunciar la oración fúnebre de
Gonzalo Fernández de Córdoba, "El Gran Capitán", cuando fue
enterrado en Granada.
Según las crónicas de la época padeció de "perlesía", una parálisis que pudo estar ocasionada por debilidad muscular. Eso le impidió firmar documentos al final de su vida, para lo que designó a Don Luís de Zamora, que rubricará sus últimas disposiciones. Por su enfermedad no pudo asistir al Concilio de Trento al que fue invitado expresamente por Carlos V. En marzo de 1556 se empiezan a preparar sus pompas fúnebres, deduciéndose de este hecho que para esas fechas su estado de salud debía ser grave. El día 7 de julio de ese mismo año falleció, a los 90 años de edad y más de treinta años de episcopado.
Por expresa voluntad, recibió sepultura en la Capilla del Cristo de la Escucha, en el ábside de la Catedral. En su sepulcro de mármol de Macael, atribuido a Juan de Orea, puede leerse en su epitafio: