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Pentesilea

 

LA MUERTE DE UNA AMAZONA

 

 

Cuando perdonar es imposible

Milagros Soler Cervantes

 

 

 

Música: Auto Tagori

 

Jamás ha existido a lo largo de la  Historia vida comparable a la de Pentesilea, Reina de Temiscira, junto al río Termodonte. Aunque se tienen noticias de sociedades matriarcales durante épocas anteriores, la leyenda de las  amazonas es uno los primeros referentes en  las fuentes escritas de mujeres en libertad, dueñas de sus propios destinos, sin participación de los hombres en su gobierno y con un marcado carácter de igualdad, incluso superioridad, frente al sexo masculino.

 

Ocupaban territorios costeros  ricos en hierro, lo que les facilitaba la materia prima con la que fabricaban sus propias armas. La llegada de navíos a sus costas, con aventureros y gentes del mar, permitían un intercambio sexual exento de vínculos permanentes. Los hijos tenidos con ellos eran educados para que no hicieran uso abusivo de su fuerza con las mujeres. Las hijas eran formadas con especial atención, sobre todo en las artes militares. Se definían  a sí mismas como  antineirai, es decir, iguales a los hombres.

 

Según la mitología griega, eran descendientes del dios Hades (Marte, dios de la guerra) y Harmonía (hija de Afrodita, deidad del amor). Adoraban a la diosa  de la caza Artemisa de Efeso. La leyenda sobre la basectomización de uno de sus pechos para facilitar así el manejo del arco, no parece estar bien contrastada. De hecho, en casi todos los relieves y esculturas en las que aparecen, no se observa este tipo de amputación. Ni en ellas, ni en las muchas representaciones de su diosa Artemisa cazadora. Más bien parece fruto de las descripciones hechas por algunas fuentes clásicas, con el único fin de hacerlas aparecer como personas  salvajes, incivilizadas.

 

Entre todas sus soberanas destacará, por su belleza y valentía en el combate, Pentesilea. Hija de Ares y de Otrere, participó en la guerra de Troya, apoyando a Menelao, rey de esta ciudad. Parece ser que inducida  por un indefinido  amor hacia su hijo Héctor. La aparición en el escenario bélico se produce en un momento en que ambos contendientes pasaban por una tremenda crisis, debido a la pérdida de sus héroes más  importantes. La leyenda se diversifica en diferentes argumentos, según los distintos autores que nos la cuentan. Para unos, Pentesilea mató en combate al héroe Aquiles, que a su vez había dado  muerte a Héctor. Otros cuentan que se amaron y  tuvieron un hijo: Caistro. Sin embargo, la versión más extendida es la que os relataremos aquí. Nos cuenta Quinto de Esmirna:

 

Amazona de Écija (Sevilla)

Amazona de Écija (Sevilla)

 

Y ahí llegaron las doce, y cada cual
parecía una princesa hambrienta de guerra y feroz batalla;


cada una tenía su fama bien ganada, pero servían

a Pentesilea, que sobresalía por encima de todas.

Igual que entre las estrellas del ancho cielo
brilla en su trono por encima de todas la Luna.

[...]

A la derecha, a la izquierda, en todas partes se apiñaban
los troyanos y se congregaban para ver maravillados
a la hija de los dioses guerreros que nunca se cansan,

a la virgen con armadura
sólo comparable a dioses, puesto que en su cara
brillaba una belleza, una gloria temible.


Con una sonrisa atractiva; debajo de sus cejas,
lucían unos preciosos ojos, como estrellas que miran de través,
y relucían sus mejillas
con la púrpura de la castidad, derrochaba
una gracia que no era terrena unida al atrevimiento en la batalla.

 

La llegada de las amazonas infundió nuevas energías a los troyanos, que retomaron pronto el combate ante los sorprendidos griegos. Los aqueos buscaron con fiereza el exterminio de sus terribles enemigas. Clonia y Brenusa serían sus primeras víctimas.

 

Pentesilea quiso vengarlas, enfrentándose al mejor de los guerreros griegos: Aquiles, Hijo de Peleo y la diosa Tetis. Su condición de mortal  preocupaba a Tetis. Como no podía darle la inmortalidad, con sus artes mágicas pretendió hacerlo invulnerable en las batallas. Para conseguirlo, sumergió al niño en las aguas sagradas del río Estigia. Pero su talón, lugar por el que la diosa lo sujetaba, no se benefició de tal poder.

 

Protagonizando  sentimientos de admiración y odio, de amor y rivalidad, vivieron Pentesilea y Aquiles el sitio de Troya.

 

 

Ante sus murallas, frente al mar, contemplaron los guerreros el singular combate.

Ella avanzó primero. Él, esperó impasible.

 

La magia de la coraza de Aquiles  le hizo invulnerable a las lanzadas  de la Reina.

 

Comprendió entonces Pentesilea  que el poder de Tetis había triunfado sobre  el de Ares.

Que su final estaba próximo.

 

Supo que la armadura de oro que eligió  para enfrentarse a su enemigo,

reflejaría por última vez los tornasoles azules del Helesponto.

 

Entones buscaron sus ojos los ojos de  Aquiles.

 

Cuando este clavó su  espada en el pecho de la amazona,

comprendió demasiado  tarde que amaba profundamente  a su enemiga.

 

Permaneció  durante horas abrazado a su cadáver.

Recordaba una y otra vez las últimas palabras de la reina guerrera.

 

Las que dijera con su herida mortal, acogida entre sus brazos.

 Las que apenas le susurró sin dejar de mirarle,

cuando comprendió que por fin, se habían encontrado:

Quiero vivir.

 

 

 

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