Hay
personas que al conocerlas, por la buena fe con las que las miramos y aplicando
el principio de semejanza, se parecen a nuestros prójimos próximos que diría
Mario Benedetti. Sin embargo, a medida que vamos reconociendo sus perfiles,
paradójicamente, nos vamos alejando de ellos.
No
es porque sean mejores o peores a como los habíamos imaginado. Es,
sencillamente, porque un día descubrimos que son diferentes. Entonces
suceden varias cosas.
La
primera y tal vez la menos importante: Nos damos cuenta de que son otros,
planteándonos entonces si merece la pena empezar a conocer de nuevo a
quienes nos han sometido al ejercicio de estarlos inventando continuamente.
La
segunda cuestión sería si esa nueva identidad que conformemos será igual de
ficticia que la anterior.
Pero
sobre todo, lo que realmente nos deja paralizados y sin ganas de iniciar una
nueva singladura en ese sentido, es comprender que esa figura mutante, tal vez no
vuelva a tener en ningún momento la empatía con la que se produjo el primer
encuentro. A
nuestros amigos, podemos disculparles casi todo. A nuestros mitos, jamás. Porque
entonces, los llamaríamos de otra manera.

Radha y
Krishna
En
la iconografía hindú es frecuente ver representados a sus dioses con la piel azulada. Es la forma gráfica de expresar que las divinidades están a
muchos cielos de distancia, que miles de atmósferas los separan de los mortales.
No
es que nosotros creamos en el absoluto estático del hinduismo. Más bien al
contrario, porque sabemos de la versatilidad del ser humano. Pero como mortales
que somos, no tenemos la paciencia infinita que concede la Eternidad y nos gusta
saber, en cierta medida, quienes son aquellos con los que compartimos nuestro
tiempo y en definitiva, parte de nuestra vida. Sucede
a menudo que gentes a las que creemos conocer, se transforman un día, sin aviso
previo, en hombres azules.
Y
compremos
entonces que esa cotidianidad que habíamos imaginado compartir no es posible. Que
están a muchos cielos de distancia y que miles de atmósferas nos separan de
ellos. Entonces
comprendemos también que debemos continuar nuestro camino en busca de lo real,
de lo tangible y desechar la idea de lo inabordable. Volver a tus prójimos
próximos, los que siempre han estado ahí con identidad propia,
reconocibles, a nuestro lado.
Eso
sí, en el recuerdo, para bien o para mal, siempre permanecerán en el recuerdo los que fueron
en su día nuestros Hombres Azules.

Granada, 14 de Febrero de 2005
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