Y EVA ENCENDIÓ LA PASIÓN
o
La bella vida de Eva
Uno de sus amantes se llamaba Sándor y el
otro se llamaba como yo, porque era yo.
El nombre de Sándor no se debía a que sus
padres fueran imaginativos para la cosa de la
nomenclatura, sino sencillamente a que eran húngaros.
Sándor y yo fuimos amantes de Eva allá
por los años 90, no sé si simultánea o sucesivamente.
Tuve con ella una relación estrecha y breve. Estrecha
porque su cama era
small size,
y breve porque el incendio de nuestros corazones y
cuerpos se extinguió en un invierno. Conocí a Eva en
casa de unas amigas de vida alegre, y el rayo que no
cesa prendió en ambos la brasa de una pasión. Pero, como
la memoria es traidora, también pudo suceder que me
fuera presentada en una recepción que ofreció el
Ayuntamiento de Madrid a un grupo de espeleólogos
australianos y sin fronteras.
Cuando se acabó lo que me daba no volví a
verla.
Andaba yo por entonces en otras
liaisons dangereuses
y ya se sabe que la mancha de una mora con otra verde se
va. Me sumí una vida disgregada y cometí incontables
insensateces, entre otras, con una seductora profesional
fichada por falsificadora y estafadora.
Seguí mi camino y no volví a pensar, al
menos en voz alta, en Eva.
Quiso el destino que, cuando caí preso
del vicio solitario de escribir, citara yo a Eva en uno
de
mis relatos, en que procuro quedarme más
bien corto que largo. La mano que mece mi lápiz me hizo
poner nombre y apellido al personaje de Eva, así como su
domicilio real en Madrid años 90, como
se
atestigua en «Los huesitos de mis ronquidos».
El día 16 de octubre del año de la Rata
recibo un correo electrificado de un amable señor
llamado Sándor quien me cuenta que, hallándose en el
trance de buscar en
Internet
algo sobre un antiguo amor, se ha topado con mi blog. Al
parecer, Sándor conoció a
Eva en
1986 en
Buenos Aires. Tratóla allá y acá y perdió su estela en
los años 90. Me pide ayuda para conocer sus coordenadas
actuales. Respondí así:
“Amigo Sándor: No tengo ni idea qué pasó
con Eva. No
sé
nada de su vida. ¡Era preciosa!”.
Sándor apostilló de esta manera mi
mail
con otro suyo:
“Y
muy buena amiga. Muchas gracias de todas maneras”.
Sándor y la melatonina me removieron,
durante un par de toledanas noches, el légamo de aquel
estanque que yo creía más seco que el Mar de Aral.
Creencia errónea, como todas las mías.
Tales posos aventa el perfume de Guerlain que ella
usaba, después que Sándor dejara escrito en mi blog el
24 de octubre, a las 6:05 a.m. :
“Quisiera lanzar un grito de esperanza a
una amiga de antes (pero siempre presente), Eva, citada
en el texto «Los huesitos de mis ronquidos»: Evita, no
tengo noticias tuyas desde hace 20 años, pero pienso en
ti a menudo y espero que, dónde tu estés, seas feliz. O
si un día, por casualidad, caes sobre esta página,
escríbeme por favor, porque te recuerdo y te extraño”.
A vuelta de electrón le digo a Sándor:
“Mil gracias por su bello y poético comentario dejado en
mi blog. Palabras así me ayudan a escribir.
Lamentablemente no sé nada de Eva. ¡Tan joven y tan
bella!...”.
Sándor me escribe el 28 de octubre
contándome que marcha a Argentina pues aún no ha perdido
por entero la esperanza de localizar a Eva. Y ello aún
desconociendo si vive allá o, antes al contrario, en
España. Tampoco conoce si casóse y ha cambiado de
apellido. Sándor, que mal duerme como yo, al dormivela,
me confiesa que todo el pasado le bulle por su cabeza
desde los rincones de su memoria.
A
Sándor le gustaría saber desde y hasta cuándo conocí a
Eva, qué tipo de relación nos unió
y, en
resumen,
nada más y
nada menos que mi opinión sobre ella.
Añade Sándor, con gracejo y sabiduría, que me pregunta
lo anterior consciente de que Eva tenía varias vidas.
Bailarina, modelo, empresaria
y
courtisanne.
El 12 de noviembre me animo y mando a
Sándor este correito:
“Comprendo muy bien lo de las fotos de Eva. Nada debe
hacerse sin su permiso. Simplemente se me ocurrió que su
retrato en mi blog podría ayudar a su localización. No
tengo datos de ella. Creo que la conocí en 1994, en una
recepción en el Ayuntamiento de Madrid. Me parece que se
dedicaba a las relaciones públicas. Fuimos amigos
íntimos durante aquel invierno. En fin, eso es todo.
P.
D.:
Eva era bella e inteligente. Valiente y fuerte”.
Está claro que a Sándor le duele esa mujer en todo el
cuerpo, creo yo. Y también lo es que su amor por ella
está meneando el árbol de mis recuerdos.
Eva amaba las ostras y más si se trataba de las
carnosas, que los franceses llaman
spéciales,
a ser posible de la casa Guillaume. Era una mujer libre,
viviendo en un país como el nuestro en el que la
querencia por la libertad es epidérmica. Pensaba yo que
el mundo era lo suficientemente abierto como para
admitir ya mayores dosis de licencias y desopresiones.
Su flor era la nomeolvides. Su color el azul y su pelo a
lo
garçon.
Nunca antes había conocido a una mujer
que durmiese con calcetines blancos de deporte.
Vivía la noche de la movida madrileña sin ser consciente
de que eso iba a darse en llamar movida madrileña.
Los fines de semana de aquel corto y cálido invierno me
presentaba en su apartamento, de cuya puerta tenía yo un
llavín, con una bandejita de bollería de Mallorca,
repletita de torteles y croissants calenticos y
envuelticos con su cordelillo blanco y la lazadita que
dejan para llevarla colgandera de un dedo. Me gustaba su
acento porteño tamizado por la meseta castellana.
Bailaba el tango como ninguna.
Jamás se me ocurrió preguntarle por su vida nocherniega.
Me bastaba con saber que los sábados y los domingos la
tenía para mí solito. Me acompañaba, sin entusiasmo, a
ver películas de arte y ensayo, que ella llamaba de
parto y desmayo.
Aquel invierno andaba
yo preparando una tesina sobre el valor alusivo de
algunas categorías originales en la poética de tradición
china. Me topé con un poemita, muy anterior a la era
cristiana, que contaba que el poeta había encontrado a
una bella mujer preciosa y blanca. El buen hombre
exclama:
—“¡Yo
la he encontrado! ¡Ella
me conviene!”.
Anteanoche me dio por
evocar, no recuerdo si despierto o en brazos de Morfeo,
que en algún lugar remoto y época pretérita creí
reconocer, en foto de la jura de un gobierno argentino,
a la mismísima Eva tomando posesión de la cartera de
Planificación Familiar. No puedo prometerlo y no lo
prometo, pero vive Dios que Eva era capaz de eso y mucho
más.
No sé contar porqué
murieron las matinés que dedicábamos a los juegos
de cama. Es muy posible que no hubiera una declaración
formal de ruptura de hostilidades sino que, simplemente,
dejamos de vernos y sanseacabó. Dicho por corto y por
derecho. El merequeté químico que habían
organizado nuestros neurotransmisores, con la
feniletilamina a la cabeza, extinguió el torbellino
interno que nos tenía tontilocos. El méli-mélo de
nuestros mezclados fluidos se transformó en compota de
mirabeles y luego en nada.
Hoy, día 20 de noviembre de este año de las ratas de
sacristía, recibo de Sándor sentencia sin recurso:
"Encontré a Eva. Le
conté que había conocido tu blog y nos acercamos a un
ciber-café en el barrio de La Recoleta en Buenos Aires.
Me dijo que tú eras tú, pero que te llamabas Carlos. A
mí me da igual. Nos vamos a casar el sábado que viene en
el juzgado que queda en la calle Corrientes. ¡Y chau!".
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