INICIO WEB LITERATURA ESCRITO POR... MANUEL MARÍA TORRES ROJAS

 

 

 Variación sobre el cuadro Nighthawks (Halcones de la noche) de Edward Hopper. Año 1942

 

 LOS HUESITOS DE MIS RONQUIDOS 

Manuel María Torres Rojas

 

Año 2007

Compilación de algunos  de los relatos de su libro realizada por Milagros Soler Cervantes

 

 

 

 

 

Clara

 

       Ella surgió del agua. Era Venus Afrodita rediviva emergiendo de la enorme bañera del pequeño apartamento  de la calle de Goya. La belleza me fue revelada. La vera efigie de la virtud. Un hidrofoil propulsado por una turbina de amor. Sus ojos, su piel, que era su alma.

 

       Sólo hay una mujer. La de siempre. La que conocí en la bolera americana de los bajos del cine Bilbao. Nunca he visto turbarse su luz suave de mujer serena. Como mil flores de gracia y hermosura ella contiene las diez mil apariencias. La manzana, la flor y la paloma.

 

       De repente, se superpusieron en mi conciencia las dos capas transparentes del tiempo. Por eso yo, siendo entonces más joven que ella, tengo hoy mil años más que la diosa insondable.

 

       Lucía un pequeñito grain de beauté en su omoplato izquierdo. Como una lunilla en agua de seda clara. Soy un hombre iluminado por la luna. Por mis cuatro costados. Al sur, mi origen. Al norte, mi destino. Al este, me inclino. Por el oeste, me escapo.

 

       Y todo su cuerpo de mármol blanco y alabastro duro se perló de perlas blancas, como blanca floración. Cierva blanca, llama blanca, brisa blanca, nube blanca.

 

 

 

       Clara. Mujer con cabellera de fuego de leña, nalgas de primavera y sexo de gladiolo. Violante.

 

Jueves, 24 de junio de 2004

 

Págs. 3-4

 

 

 

 

 

 

 

       "Todas las mujeres son iguales. Sólo las diferencia su sentido moral", dice  Röhmer.  Las mujeres son territoriales. Los hombres cazadores o nómadas. No sé, yo me conformo con una esfera de libertad cada vez más reducida. Pero mantengo algunos principios. Encerrados en la caja negra de mi memoria.

 

        Con palabras de buena crianza voy a poner una enmienda a Röhmer. Un neurocientífico por nombre Damasio, último premio de investigación Príncipe de Asturias revista Nature  demuestra que el sentido, el juicio moral, depende, muy mucho, de las emociones. Las personas que tienen dañado el córtex prefrontal ventromedial tienen alteradas seriamente sus emociones -como la compasión, la vergüenza y la culpa- relacionadas con  los valores morales. Y lo que es más curioso: la inteligencia, el razonamiento lógico y el conocimiento de las propias normas éticas son normales en esas personas. ¡Que si quieres arroz Catalina!

 

       Aguda, estrecha, lisa y frágil la rodilla de Clara. Ella tomó mi gesto de deseo como uno de consuelo.

 

       He perdido la cuenta. De los días. Estoy fuera del tiempo. Ucrónico.  Y del lugar. Utópico. Nunca he estado en fiestas abiertas. Sanfermines, Fallas, Feria de Sevilla, El Rocío. Jamás estaré, y no por agorafobia sino porque no tiene meollo. Mi única obligación constitucional es seguir vivo. Más o menos. Nada ni nadie me obliga a leer la prensa. Ni a ver televisión.

 

       El mar ruge contra el cabecero de mi cama. Me oigo decir en sueños: "Dale a Clara los huesitos de mis ronquidos". Mañana hará un día relindo.

 

        Clara y Tao duermen en paz. Escribo sobre su falda fugitiva. A duerme y vela:

                 ¿Por qué te has vestido?  me preguntó.

                 Creo que vas a dejarme y no quiero que me pilles en bata  replico.

 

 

Jueves, 24 de junio de 2004

 

 

Págs. 19-20

 

 

 

 

 

 

 

 

       Noto que la edad apresura mis gustos y mis disgustos. Me queda menos tiempo de tener paciencia, y las personas, la mayoría, no me procuran materia de esperanza. Me refugio en mi escritura, que busca exactitud y economía. Pocas palabras para pocos lectores. Se precisan pacientes lectores que lean con sosiego.

 

       Con la calma que yo perdí, rota en pedacitos, el día en que Clara me llamó desde la isla de La Reunión. En aquel entonces Clara era conservadora jefe de un enorme parque natural. Llamaba para invitarme a conocer su paraíso perdido y, de camino, para que asistiera a su boda, allí mismito, con mi rival francés.

 

       Entre ruidos e interferencias grité a Clara:

            Recuerda que nunca es necesario decir  que sí. Añadí: ¿Y yo?

Clara respondió:

            Ya eres mayorcito y sabrás arreglártelas.

 

        Clara había inventado un sistema para crear una capa de estructura vegetal encima de la tierra que está debajo del bosque. Se siembra soja que no se recoge y se deja pudrir. El invento ahorra plagas y el petróleo que mueve la maquinaria pesada. Luego la selva crece sin hongos ni  otras calamidades, sobre la capa de las matas de soja podridas.

 

       Resulta que mi vida había permanecido en el filo de una navaja biotecnológica. Y que había caído del lado tonto. Comprendí que los malos tiempos no habían hecho más que empezar.

   

Domingo, 18 de abril de 2004

Madrugada.

 

 

 

Págs. 48-49

 

 

       Röhmer lleva razón: "Somos viejos cuando ya no sentimos la necesidad de seducir. Seducir por seducir...no importa cómo acabe...".

 

        Clara, cuando estaba con un hombre, siempre mantenía la voluntad de preservar su soledad. Para mi lo peor ha sido, y es, aguantar a los que de ella se enamoran. Alguien, y tengo un sospechoso muy prometedor, ha corrido el rumor de que yo entiendo a fondo a Clara y que soy su único confidente. Por ello, y desde hace tiempo, nunca hablo de ella con nadie. Sólo conmigo mismo, cuando bebo. Ya no somos inocentes.

 

         El amor será, es, efímero. Pero, en verdad, yo quiero a Violante desde Atapuerca.

 

  

 

Págs. 54-55

 

 

 

 

 

 

 

      

       A los siete años fui a cenar a la casa de los abuelos maternos, en la avenida de Calvo Sotelo número 12, Granada. En los escalones del portal dormía un gitanillo de mi edad, más o menos. La noche estival era fresca. Mi tía despertó al compañerito y le susurró:   

         Vete a dormir caliente, que te va a sentar mal el frío de la piedra de mármol. Vas a coger algo en los pulmones.

 

       Lo que no le dijo mi tía Mª Luisa, era dónde coños podía el zagalico hacer noche.

 

 

Pág. 15

 

 

 

       Escucho en RNE (1) que halcones peregrinos han anidado y criado en la torre del BBVA (2) sita en la Castellana de Madrid. ¡Y luego dicen que la banca no hace obra benéfica y social!

1.- Radio Nacional de España

2.- Banco de Bilbao Vizcaya Argentaria

 

Pág. 136

 

 

 

       De mis miles de años emborrizado en la harina de negociar los convenios colectivos de la banca, he aprendido lo mucho que han mudado de pellejo los sindicalistas.

 

        Cuando la transición,  que entre cosas sanas para nuestro país nos ha dejado el bodrio autonómico, los sindicalistas se enfundaban en jerséis de cuello vuelto modelo "marcelino". Sus compañeras amamantaban a sus criaturas en plena sala de reuniones. Era una época en que ser "progre" estaba bien visto. A mí me tocaba acceder al hotel de turno abriéndome paso entre un pasillo de chavalotes que gritaban: -"Torres, cabrón, trabaja de peón". Que conste que nunca llegó la sangre al río. Y que yo me desagraviaba  con barrabasadas que todavía escuecen a quienes las padecieron. ¡Menudo soy yo pa´mis cosas! Que le pregunten al sindicalista canario por el carnaval de Tenerife.

 

       Los sindicalistas tracaleros de antaño querían que la banca fuera nacionalizada. Para ello, el mejor camino era, en su criterio, una buena quiebra de todo el sistema financiero.

 

        El céfiro del capitalismo democrático de mercado se ha llevado todo eso por delante. Los sindicalistas se han convertido al cristianismo, rinden culto al beneficio y lo que quieren es participar en los resultados de sus empresas. No tardaremos mucho en verlos sentados en los consejos de administración, en condición de consejeros independientes. Figura, por cierto, que no se la cree ni el que la inventó. ¿Hay personas independientes? ¿Respecto de qué y de quiénes? ¿Y de sí mismos? Mendacidades.

 

         Para no hacer más largo este cuento, diré que esta transformación sindical, que incluye caída del caballo en su camino a Damasco, ha sido posible gracias a los que aguantamos estoicamente unas huelgas salvajes e ilegales. Y ahí estoy yo, en primera fila. Me pido una medalla.

 

 

Págs. 153-154

 

 

 

         En tiempos de Maricastaña, al caer la tarde, fui a casa de mi amigo mas querido, que estaba a punto de morir.

 

         Mi amigo sabía que le quedaban pocas horas para entregar la cuchara y me pidió que arrimase una silla a la vera de su cama.

 

          Con la poquita voz que le restaba, me dijo:

           Debo confesarte que llevo saliendo con tu amiga Marisa más de un año. Me pidió que avalase las letras de su piso y... ¿qué quieres que te diga?

 

           Apreté su mano derecha con cariño y le dije:

           Nada. En la guerra, como en el amor, cualquier hoyo es trinchera.

 

        Hicimos una pausa, pues ambos necesitábamos recuperar el aliento. Devolví confesión por confesión:

          Te diré que tu sobrina y yo hemos tenido un romance al rojo cereza.

 

          Al día siguiente murió mi mejor amigo, de cuya herencia fui albacea. No le tengo en el olvido. ¡Qué solo que está el mundo!

 

 

 

Págs. 156-157

 

 

 

     

 

 

 

 

 

Y EVA ENCENDIÓ LA PASIÓN

o

La bella vida de Eva

 

      

     

 

Uno de sus amantes se llamaba Sándor y el otro se llamaba como yo, porque era yo.

 

El nombre de Sándor no se debía a que sus padres fueran imaginativos para la cosa de la nomenclatura, sino sencillamente a que eran húngaros.

 

Sándor y yo fuimos amantes de Eva allá por los años 90, no sé si simultánea o sucesivamente.

Tuve con ella una relación estrecha y breve. Estrecha porque su cama era
small size, y breve porque el incendio de nuestros corazones y cuerpos se extinguió en un invierno. Conocí a Eva en casa de unas amigas de vida alegre, y el rayo que no cesa prendió en ambos la brasa de una pasión. Pero, como la memoria es traidora, también pudo suceder que me fuera presentada en una recepción que ofreció el Ayuntamiento de Madrid a un grupo de espeleólogos australianos y sin fronteras.

 

Cuando se acabó lo que me daba no volví a verla.

 

Andaba yo por entonces en otras liaisons dangereuses y ya se sabe que la mancha de una mora con otra verde se va. Me sumí una vida disgregada y cometí incontables insensateces, entre otras, con una seductora profesional fichada por falsificadora y estafadora.

 

Seguí mi camino y no volví a pensar, al menos en voz alta, en Eva.

 

Quiso el destino que, cuando caí preso del vicio solitario de escribir, citara yo a Eva en uno de mis relatos, en que procuro quedarme más bien corto que largo. La mano que mece mi lápiz me hizo poner nombre y apellido al personaje de Eva, así como su domicilio real en Madrid años 90, como se atestigua en «Los huesitos de mis ronquidos».

 

El día 16 de octubre del año de la Rata recibo un correo electrificado de un amable señor llamado Sándor quien me cuenta que, hallándose en el trance de buscar en Internet algo sobre un antiguo amor, se ha topado con mi blog. Al parecer, Sándor conoció a Eva en 1986 en Buenos Aires. Tratóla allá y acá y perdió su estela en los años 90. Me pide ayuda para conocer sus coordenadas actuales. Respondí así:

 

“Amigo Sándor: No tengo ni idea qué pasó con Eva. No nada de su vida. ¡Era preciosa!”.
 

Sándor apostilló de esta manera mi mail con otro suyo:

 

“Y muy buena amiga. Muchas gracias de todas maneras”.

 

Sándor y la melatonina me removieron, durante un par de toledanas noches, el légamo de aquel estanque que yo creía más seco que el Mar de Aral.

 

Creencia errónea, como todas las mías.


Tales posos aventa el perfume de Guerlain que ella usaba, después que Sándor dejara escrito en mi blog el 24 de octubre, a las 6:05 a.m. :

 

“Quisiera lanzar un grito de esperanza a una amiga de antes (pero siempre presente), Eva, citada en el texto «Los huesitos de mis ronquidos»: Evita, no tengo noticias tuyas desde hace 20 años, pero pienso en ti a menudo y espero que, dónde tu estés, seas feliz. O si un día, por casualidad, caes sobre esta página, escríbeme por favor, porque te recuerdo y te extraño”.

 

A vuelta de electrón le digo a Sándor:


“Mil gracias por su bello y poético comentario dejado en mi blog. Palabras así me ayudan a escribir. Lamentablemente no sé nada de Eva. ¡Tan joven y tan bella!...”.

 

Sándor me escribe el 28 de octubre contándome que marcha a Argentina pues aún no ha perdido por entero la esperanza de localizar a Eva. Y ello aún desconociendo si vive allá o, antes al contrario, en España. Tampoco conoce si casóse y ha cambiado de apellido. Sándor, que mal duerme como yo, al dormivela, me confiesa que todo el pasado le bulle por su cabeza desde los rincones de su memoria.

 

A Sándor le gustaría saber desde y hasta cuándo conocí a Eva, qué tipo de relación nos unió y, en resumen, nada más y nada menos que mi opinión sobre ella. Añade Sándor, con gracejo y sabiduría, que me pregunta lo anterior consciente de que Eva tenía varias vidas. Bailarina, modelo, empresaria y courtisanne.

 

El 12 de noviembre me animo y mando a Sándor este correito:


“Comprendo muy bien lo de las fotos de Eva. Nada debe hacerse sin su permiso. Simplemente se me ocurrió que su retrato en mi blog podría ayudar a su localización. No tengo datos de ella. Creo que la conocí en 1994, en una recepción en el Ayuntamiento de Madrid. Me parece que se dedicaba a las relaciones públicas. Fuimos amigos íntimos durante aquel invierno. En fin, eso es todo.

 

P. D.: Eva era bella e inteligente. Valiente y fuerte”.


Está claro que a Sándor le duele esa mujer en todo el cuerpo, creo yo. Y también lo es que su amor por ella está meneando el árbol de mis recuerdos.


Eva amaba las ostras y más si se trataba de las carnosas, que los franceses llaman
spéciales, a ser posible de la casa Guillaume. Era una mujer libre, viviendo en un país como el nuestro en el que la querencia por la libertad es epidérmica. Pensaba yo que el mundo era lo suficientemente abierto como para admitir ya mayores dosis de licencias y desopresiones. Su flor era la nomeolvides. Su color el azul y su pelo a lo garçon.

 

 

 
Nunca antes había conocido a una mujer que durmiese con calcetines blancos de deporte.

Vivía la noche de la movida madrileña sin ser consciente de que eso iba a darse en llamar movida madrileña. Los fines de semana de aquel corto y cálido invierno me presentaba en su apartamento, de cuya puerta tenía yo un llavín, con una bandejita de bollería de Mallorca, repletita de torteles y croissants calenticos y envuelticos con su cordelillo blanco y la lazadita que dejan para llevarla colgandera de un dedo. Me gustaba su acento porteño tamizado por la meseta castellana. Bailaba el tango como ninguna.


Jamás se me ocurrió preguntarle por su vida nocherniega. Me bastaba con saber que los sábados y los domingos la tenía para mí solito. Me acompañaba, sin entusiasmo, a ver películas de arte y ensayo, que ella llamaba de parto y desmayo.

 

Aquel invierno andaba yo preparando una tesina sobre el valor alusivo de algunas categorías originales en la poética de tradición china. Me topé con un poemita, muy anterior a la era cristiana, que contaba que el poeta había encontrado a una bella mujer preciosa y blanca. El buen hombre exclama:

 

“¡Yo la he encontrado! ¡Ella me conviene!”.

 

Anteanoche me dio por evocar, no recuerdo si despierto o en brazos de Morfeo, que en algún lugar remoto y época pretérita creí reconocer, en foto de la jura de un gobierno argentino, a la mismísima Eva tomando posesión de la cartera de Planificación Familiar. No puedo prometerlo y no lo prometo, pero vive Dios que Eva era capaz de eso y mucho más.

 

No sé contar porqué murieron las matinés que dedicábamos a los juegos de cama. Es muy posible que no hubiera una declaración formal de ruptura de hostilidades sino que, simplemente, dejamos de vernos y sanseacabó. Dicho por corto y por derecho. El merequeté químico que habían organizado nuestros neurotransmisores, con la feniletilamina a la cabeza, extinguió el torbellino interno que nos tenía tontilocos. El méli-mélo de nuestros mezclados fluidos se transformó en compota de mirabeles y luego en nada. Hoy, día 20 de noviembre de este año de las ratas de sacristía, recibo de Sándor sentencia sin recurso:

 

"Encontré a Eva. Le conté que había conocido tu blog y nos acercamos a un ciber-café en el barrio de La Recoleta en Buenos Aires. Me dijo que tú eras tú, pero que te llamabas Carlos. A mí me da igual. Nos vamos a casar el sábado que viene en el juzgado que queda en la calle Corrientes. ¡Y chau!".

 

 

 

 

Granada, Enero de 2013

 

 

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