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EL LIBRO DE LAS TRADICIONES DE GRANADA

de Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia

(1848-1908)

 

Primera parte - II

 

EL CASTILLO DE MONDÚJAR

(Pág. 23)

 

Compilación dedicada a Rosa Pons y a su tiempo de esperanza.

 

- I -

 

Existe en la provincia de Granada un espacio feraz y delicioso, verdadero paraíso de Andalucía, comarca dispuesta siempre por naturaleza á la fiesta y al placer, y que ya desde la dominación de los árabes en nuestra pátria, fué apellidada con razón Valle de Lecrin, el recinto de la alegría.

 

Serpenteado su camino por hermosísimos huertos, y productivos caseríos, ofrece la perspectiva más agradable que imaginarse puede, y lleva al alma ideas de alegría espontánea, que allí la naturaleza inspira. Los recuerdos históricos agradablente se suceden, y en delicioso armónico concierto, van hermanándose con lo pintoresco del paisaje, y la feracidad del suelo.

 

Poco antes de llegar al Padul, primer pueblo de esta comarca, se encuentra el sitio de todos conocido con el nombre del Suspiro del Moro, en recuerdo, y en memoria, del último que lanzara Boabdil, al ver desaparecer para siempre ante sus ojos á Granada. Más allá se asientan Dúrcal y Cozvíjar, célebres por las luchas y tornéos en sus plazas celebrados, en tiempo de los árabes, y en la reconquista.

 

Cuadro sobre la leyenda del exilio de Boabdil titulado El suspiro del moro pintado por Pradilla (1892)

 

 

Vénse á la derecha del camino, y por la amena cañada que describe el barranco del Torrente (llamado entre los naturales caudaloso río), una série de pueblos, entre los que majestuoso se presenta el de Melegís, corno recuerdo de sus antiguas glorias, al residir allí la córte de Granada, durante un corto periodo de agitaciones en la ciudad.

 

Mas hácia la izquierda, y en un terreno quebrado, se encuentra Pinos del Rey, célebre pátria del cardenal Bonel y Orbe, al otro lado está Tablate, con su puente colosal y su histórica capilla, recuerdo imperecedero de las luchas entre cristianos y moriscos; y por último; como límite de aquel Valle delicioso, se encuentra Lanjarón, apellidádo con justicia; el paraiso del mundo, y llamado á competir por sus aguas medicinales, con los puntos más frecuentados del extranjero.

 

Sobre las naturales excelencias de estos pueblos, álzase orgulloso el de Mondújar, con su vetusto castillo, y su vegetación riquísima, que si bién no puede ofrecer al viajero todas las alegrías que atraigan la muchedumbre, presenta en cambio, sus históricos recuerdos, que parecen hermanados con su posición topográfica, en el Valle de Lecrín, al pié de Sierra Nevada, y al abrigo de otro cerro elevadísimo, como para guardar con sigilóso respeto uno de los más preciados tesoros de la civilización y el arte Mahometanos. En la falda de ese cerro, descollaba majestuoso el castillo de los árabes, la morada régia de Muley-Hacem y su perjúra favorita: solo nos queda hoy del mismo, los fragmentos que atestiguan su grandeza, como solo nos resta de aquella civilización y aquel poder, el recuerdo más ó menos brillante de sus pasadas glorias. Los restos de fortalezas que se conservan, testigos són de las luchas militares allí libradas; los vestigios de jardines y baños públicos, que aun hoy se advierten, prueba son, y muy cumplida, de que allí tuvo su asiento el amor, dando con él entrada al buén. gusto y á la coquetería natural de la mujer, mucho más realzado este en aquel sitio real, por el encanto que supo inspirarle la cristiana esposa del monarca.

 

 

- I I -

 

Corrían los años de 1456 á 1467. Floreciente la raza de los Alhamares; continuaba con su poderoso imperio en la córte pie Granada. La feliz administración de Ismael II y su bondadoso carácter, fueron causa de que los moros tomasen grandes bríos en sus empresas, y que validos del natural de Enrique IV de Castilla, perdiesen, poco á poco la dependencia; y obligado denigrante vasallaje en que antes se encontraban, para con los monarcas cristianos. No fué pequeño auxiliar para el rey de Granada, el infante Muley, que en sus diversas campañas, antes de ser elevado al sólio, probó su actitud para la guerra; y las prendas de que se hallaba adornado, para regir los destinos de su pueblo; el haber hecho prisioneros al obispo de Jaen, y al conde de Castañeda, así como su valor en la batalla del Madroño, razones fueron más que suficientes, para que el pueblo entusiasmado, le aclamase su señor á la muerte de Ismael, sin presumir siquiera, que su arrogancia y su valor, sería más tarde causa de la pérdida de su poder y de su grandeza.

 

 

Representación de reyes y nobles nazaríes en una bóveda de la Sala de los Reyes (Alhambra de Granada).

 

 

Enorgullecido y altivo, al par que sabio y prudente, ocupó el solio de sus mayores el décimo noveno rey de los granadinos: pacífico y floreciente se mantuvo su poder, sembrando el terror en las avanzadas cristianas, hasta el punto de responder temerario á los embajadores de los monarcas católicos, que ya en 1478 ocupaban el sólio de Castilla, por muerte de Enrique IV. No reflexionó ciertamente el valeroso Muley lo que su respuesta entrañaba, pues de otro modo, hubiera evitado la desolación y el llanto que trajo consigo la espantosa guerra comenzada por su arrogante desafío, y concluida más tarde en el reinado de su hijo, con la pérdida de la ciudad querida del Profeta, en manas del ejército de la Cruz.

 

La administración de su pueblo, y el arreglo interior de su palacio, fueron las primeras aspiraciones del orgulloso Muley Hacen cediendo este á las exigencias de su familia, y obedeciendo pactos anteriores; decidióse á aceptar por esposa, y elevar al rango de sultana; á su ambiciosa prima Aixa, que si bién sus buenas cualidades le valían ya el calificativo honroso de Horra, (la honesta), su caracter emprendedor, y su insaciable ambición, fueron causa más tarde, de amargar los últimos dias del rey su esposo, y de sembrar de llanto, y de desolación las calles de Granada, en aras de su ambición unas veces, de su corazón herido otras, hasta el punto de alzar una barrera entre los bandos por su causa levantados, y desorganizar por tanto las fuerzas del reino, que fueron más adelante no pequeña ayuda para el desenlace de la sangrienta lucha entonces comenzada.

 

Aixa según el cuadro  Salida de la familia de Boabdil de la Alhambra.

Obra de Gómez Moreno en el Museo de Bellas Artes de Granada.-

 

El corazón de Muley no estaba halagado ya por el amor de su esposa: su inteligencia soñaba solo en conquistas; esto, unido al natural desvío que la altanería de Aixa le inspirara, causas fueron ciertamente del acontecimiento que más había de influir en los destinos de su vida. Halagado por sus cortesanos, y siempre rodeado de placeres, se le ofreció como su esclava, por su valido Aben-Farrax una hermosísima doncella, que venida no hacía mucho á la córte del monarca, era ya la admiración de todos, por unir á su semblante la belleza de las hijas del cristiano, así como la sensual conformación de las huríes prometidas por el Profeta.

 

Enardecido el monarca por tan halagüeña relacíón, ardió en deseos de poseer tan preciada joya, Y solo puso tres semanas de término para que se le presentase la doncella en su palacio, á hacer la vida de la infeliz concubina.

 

 

Isabel de Solis (Zoraya), favorita de Muley Hacén, era hija única del comendador de Martos.

Hecha prisionera, fue secuestrada y llevada a casa de su aya Artaja en Granada.

 El Harem. Cuadro de Frederick Arthur Bridgman

 

 

Entretanto la desgraciada Isabel, que este era su nombre, lloraba amargamente su desventura, y la pérdida dolorosa de su anciano padre. Hija única del comendador de Martos, fué educada bajo las más severas prácticas de la piedad cristiana, y prometida á D. Alonso de Venegas, groseramente se le arrebató de los brazos de su padre, por una desenfrenada turba de agarenos, que asaltando temerarios el castillo, entró en el mismo á sangre y fuego, llevando como trofeo de su hazaña á la hermosísima Isabel, la que desmayada se la trasportó á Granada, casa de su aya la conversa Artaja, directora, á no dudarlo, del infame atentado en el castillo realizado.

 

Trasladada la pobre huérfana á una mezquina casa del Albaicín, su salud se debilitaba, al paso que su meridional fantasía iba concibiendo dichas sin cuento, en el paraiso que servía de palacio á los reyes de Granada. Bién conocía la astuta Artaja el carácter de la castellana de Martos; ya empezó desde luego à calcular, cuál sería el fruto de su infamia, pero sin sospechar siquiera que albergaba en su casa, la mujer que había de hacer caer por su base el poderoso reino de Alhamar.

 

En tal ocasión, fué cuando el valido Aben-Farrax, supo la existencia de esta mujer peregrina, y de acuerdo con la infame renegada, ordenaron el medio de ir convenciendo á Isabel, para que bajo el pretexto de una partida de placer, se arrojase descuidada en las redes amorosas que el monarca le preparaba.

 

Todo fué artificio y engaño para seducir á esta inocente jóven. Se le hizo ver las delicias mayores del universo, anidando en el palacio de los reyes; se halagó su natural ambición de mujer, y venciendo esta á todas las consideraciones sociales, caminó decidida al palacio de la Alhambra, no del todo extraña á las aspiraciones del monarca.

 

Su belleza y su candor, enloquecieron á Muley Hacen; quedó desde entonces preso en el corazón de Isabel, y ya pudo esta conceptuarse dueña de los destinos de Granada. Bien lo comprendió ella, cuando despues de alejados todos, y sola en presencia del rey, arrodillóse á sus plantas, y le pidió su protección y su cariño, ya que en el mundo no tenía nadie que pudiera defenderla.

 

El encanto de su voz, y la belleza de su rostro, dicen los autores árabes que de esto se ocupan, entusiasmaron de tal modo al padre de Boabdil, que en un arranque de amoroso trasporte le dijo con entusiasmo:

- Mi vida y mi reino sean tuyos; no quiero seas un momento ni esclava, pues que desde el instante que te ví, reina has sido de mi corazón. Dispón á tu capricho de palacios y jardines; tu voluntad es la ley de mi reino: no queriendo, en cambio de lo que te concedo, sino que sientas por mí la ardorosa pasión que tu belleza me ha inspirado: siéntela, y entonces al nombre de mi amada que hoy te otorgo, añadiré gustoso el soberano título de reina de Granada.

 

 

Escena amorosa inspirada en la Alhambra de Granada-

 

 

- Ni me ciega la ambición ni me atormenta el orgullo, contestó resuelta la encantadora Isabel. Si algo ambicioné en la vida, fué un cariño verdadero, una pasión vehemente, tal como mi corazón puede satisfacerla: siéntela por mí, poderoso rey, y la posesión completa de tu cariño, será para mí título más glorioso, que las coronas y palacios que en tu delirio me ofreces.

 

- Mi cariño ya lo tienes, sultana de mi corazón; tenga yo el tuyo en absoluto, y te presentaré á mi pueblo como su predilecta señora.

 

- Otorgado queda el mio, añadió Isabel; veremos si tus palabras están en armonía con tus obras; que si es así, tengo un corazón capaz de hacerte sentir las alegrías más dulces que mujer alguna supo inspirarte.

Dicho lo cual se separaron, para soñar el uno con el amor de su nueva esclava, y para pensar la otra en cuán cerca tenía de realizar el ideal que en su niñez concibiera, de ser la esposa de un monarca, y hacer la vida del Oriente en la ciudad que habia siempre halagado su fantasía.

 

 

- I I I -

 

 

Poco tiempo llevaba la desgraciada Isabel de morar en el palacio de la Alhambra; ya era de todos públicamente conocida, y al entusiasmo general la aclamaba por su singular belleza, con el significativo nombre de Zoraya, lucero de la mañana: opuesto su dulce carácter, al rencoroso y atrevido de Aixa, iba ganando en la pública opinión, como aquella perdía sucesivamente en consideración y en respeto de reina; tales desavenencias habían de producir en el corazón de la legítima soberana, espantosos proyectos de venganza, que realizadas más tarde, amargarían la inconcebible felicidad que ante todos disfrutaban el monarca granadino, y su dichosa cautiva.

 

Ya rayaba en locura lo que este demostraba públicamente por aquella, pues á más de la solicitud cariñosa y tierna con que velaba el satisfacer los más insignificantes caprichos de Zoraya, no perdía ocasión de ofrecer á su pueblo una señalada muestra de la felicidad que embargaba su alma. Tan pronto era la reina de los torneos de Biba-Rambla, y la que adjudicaba el merecido premio, como la que, con una languidez de todo punto oríental, divertíase recostada en los salones del Generalife, escuchando los cantores y juglares, ó procuraba adormecer su exaltada imaginación con las escenas maritimas y las continuas partidas de placer, que en su obsequio se daban con frecuencia, en los misteriosos palacios de Aynadamar.

 

Doncella cristiana y sirvienta viendo los torneos desde el castillo del amor.

Pintura mural sobre cuero en el Salón de los Reyes (Alhambra de Granada).

 

 

Tenía, sin embargo, una aspiración contínua; soñaba siempre con un castillo suntuosa, donde recordando el que le vió nacer, fuera ella la legítima señora, y construido para su regalo; no turbase en él su dulce calma, sino los enamorados suspiros de su amante.

 

No se hizo mucho tiempo esperar la realización de este deseo, pues que estando un dia medio adormecida con el delicioso encanto de los perfumes y olorosas flores que cubrían los pebeteros orientales del suntuoso salón del Generalife, pudo en ella más el deseo que la modestia, y halagando al cariñoso rey, le dijo con suplicante, pero encantadora voz:

- Dueño y señor mio; agradecido os está mi corazón á los continuos favores que os dignáis dispensarme: ya veis correspondo con lealtad á vuestro desinteresado cariño, y que la pasión que hace algún tiempo os juré, ni ha sido engañadora, ni tiene otra aspiración que corresponder con vehemencia á la que por mí sentís. Gozo como nunca pude soñar, con las delicias sin cuento de que me rodeais; pero tengo un deseo hace tiempo, que realizado, nos proporcionaría algunas puras alegrías en la vida, y más tarde, tal vez fuese nuestro predilecto retiro.

 

- Habla, y serás servida, dueña absoluta de mi alma; que tu voz en son de súplica se deje escuchar, y hasta mi corona arrojaré á tus plantas, para que se satisfagan tus más pequeños caprichos. Pero creo adivinar, mi predilecta Isabel, cuáles son tus aspiraciones: he sorprendido tu secreto no hace mucho, y ya tengo preparado hasta el lugar en que se edifique el suntuoso castillo con que soñabas, en el que podamos libremente gozar de nuestro amor, y donde tal vez disponga Alah que retirados, pasemos los últimos días de nuestra vida.

 

Isabel de Solis, Zoraya, pidió a Muley Hacén un lugar para su retiro.

 

En efecto: apenas iban trascurridas quince lunas de la anterior conversación, cuando un dia presentóse de improviso Muley Hacen en el tocador de su sultana favorita, y con la infantil alegría de todo corazón verdaderamente enamorado, anunció á Zoraya tener ya del todo concluido el castillo retirado y misterioso que soñaba en su imaginación. Se lo presentó edificado en el centro del Valle de Lecrín, llamado así por haber colocado el Profeta en dicho valle las alegrías y los placeres todos que en el mundo se disfrutan, en el cerro que domina al pueblo de Mondújar, y desde donde su vista podía gozar del panorama delicioso que la naturaleza ofrece.

 

Enloquecida Isabel con tan halagüeña nueva, solicitó de su señor visitarle cuanto antes, fijándose el día de la primera fiesta, el del aniversario del entronizamiento de Muley, para que á su expansión interior se uniese también el público regocijo, que entusiasmado aclamase á la reina de su corazón.

 

Sería difícil describir la fiesta primera celebrada en el castillo. La córte toda de Granada acompañó á los felices amantes á esta partida de placer, quedando entre tanto la rencorosa Aixa llorando lágrimas de sangre en el más retirado aposento de la Alhambra, y tramando el modo de alzar á su pequeño Boabdil en contra de su padre Muley.

 

Bién ajenos de esto se hallaban todos divirtiéndose en el castillo de Mondújar, nada en él faltaba al refinamiento oriental, habiendo traído para edificarle los mejores arquitectos de las cercanías, y bién pronto los sencillos aldeanos de aquellas comarcas, vieron elevarse los muros y altísimos torreones de la régia morada, que tan precipitadamente se construía.

 

Con no disimulado encanto cogió Muley á su pequeña Isabel, y fué enseñándole una por una las habitaciones todas del castillo: allí había salones grandiosos, perfectamente alhajados, y con unas luces hermosísimas; veíase también un suntuoso mirab, copia de el del palacio de Damasco; las termas eran deliciosas, así como puro y encantador el ambiente de los jardines: pero donde puso todo su esmero el enamorado Muley fué en el tocador de Zoraya, que por su elegancia .y suntuosidad estuvo llamado á competir con el tocador de la reina del palacio de Alhamar. No se descuidó por esto la natural fortificación del castillo; pues que sus sólidos muros cubiertos estaban de aspilleras; por donde defenderse pudieran de cualquier acometida.

- Aquí lo tienes, como lo soñabas, predilecta de mi alma, dijo Muley: tuyo es, como tuyo es de antiguo mi corazón. Que tu eterno cariño sea la recompensa que me ofrezcas, en cambio del título de reina con que públicamente te proclamo.

 

- Mi corazón sabes que ya es tuyo, bondadoso rey: soñaba con un palacio, y despierto en el paraiso; este retiro y tu amor, valen más que todas las coronas que puedas ofrecerme; quedémonos en esta delicia, pues presiento que en Granada nos amenazan dias de negro infortunio, y horas de sangre y exterminio.

No se engañaba ciertamente el corazón de Zoraya. El grito de rebelión se dejaba oir por las calles de la ciudad, y dando por pretexto la desgraciada expedición de Muley, la pérdida de la ciudad de Alhama, y las correrías del rey Fernando, hizo que los abencerrajes, acaudillados secretamente por Aixa, se apoderasen de Boabdil, á quien su madre descolgó por la torre de Comarech, y poniéndose frente á frente del rey y de sus parciales, les declaró formal batalla, que duró toda la noche del 13 de Mayo de 1482, siendo adversa á los derechos de Muley, que impotente por el amor de Zoraya, permanecía con ella impasible en el palacio de los Allijares, esperando el desenlace de la fatal contienda que se libraba en las plazas y en las calles.

 

 

Aixa y Boabdil propiciaron varias revueltas en Granada

 

 

La guardia negra al mando de Abul Cacim Venegas, y los amigos que no habían perecido, notificaron al amanecer al rey, el triste desenlace de la acción, y el estruendo del populacho en su contra, y sirviéndole de escolta le acompañaron de nuevo al Castillo de Mondújar, de donde no hacía mucho había salido con el corazón lleno de ilusiones.

- Solo en este sitio y en tu compañía, es como disfruto verdadera tranquilidad, dijo Isabel al afligido rey; quedémonos aquí, mi querido Muley, y deja á Boabdil y los suyos que medren en sus deseos.

 

- Antes moriría, que verle vencerme por completo. Ya saldremos de aquí triunfantes; ya nuevamente reinaremos en Granada, y entonces te juro por Alah, que públicamente celebraremos nuestro enlace, y público será tambien el abandono de Aixa. Dijo, y el monarca se internó en sus habitaciones, imaginando el modo de destruir á sus contrarios.

 

- I V -

 

Poco tiempo permaneció retirado el Rey de Granada, y su favorita Isabel; en el Castillo de Mondújar. Bién pronto se presentaron en él algunos grandes señores de Almería y Baza, que ofreciendo desinteresadamente su leal apoyo á Muley Hacem enardecieron sus abatidos ánimos, y le decidieron á acometer la empresa más temeraria de su vida. Reunida cuanta gente recogieron, de aquellas cercanías, se vinieron á la ciudad. y escalando los muros de la Alhambra, entraron en el palacio sembrando la desolación y el llanto por donde pasaban. Ya no se circunscribió la Matanza a la regia morada: los acometedores se extendieron por las calles y las plazas trabándose en ellas una lucha fantástica, en que vencidos por el número los secuaces de Muley, debieron, como el anciano rey, su salvación á la fuga, huyendo precipitadamente á la ciudad de Málaga. donde bién pronto se le reunió Zoraya, que más de una vez le impidió tomase parte en el peligro, y que de haber escuchado sus ruegos, más feliz hubiera sido con no haber llevado á cabo las correrías de Tarifa y Gibraltar.

 

Pero la suerte inconstante hace que los moros partidarios de Muley salgan vencedores en la lucha de la Ajarquía, y la loca muchedumbre aclama con ardoroso entusiasmo, al que poco antes era el objeto de sus odios y sus maquinaciones. Bién comprende entonces Boabdil cuál era el destino que le aguardaba, y para evitar su desgraciada suerte, organiza una expedición numerosa contra los cristianos; que dando por resultado una completa derrota, es hecho prisionero el infeliz esposo de Zoraida.

 

El Zagal, hermano de Muley Hacén, intenta detener al sublevado  Boabdil.

Aixa protege a su hijo de los seguidores de su padre, el rey de Granada. 

 

 

No perdonó ciertamente el valeroso Muley esta ocasión favorable para volver á colocarse en el trono de sus mayores, Aprovechando la debilidad é impotencia de los secuaces de Boabdil, presentóse de repente con Zoraya en Biba-Rambla, y el pueblo veleidoso que un año antes le arrojó del trono, le aclama entusiasmado, y decidido le acompaña hasta el palacio de la Alhambra, el 13 de Mayo de 1483.

 

Solo Aixa, la orgullosa esposa del monarca, no tomó parte entonces en el público regocijo. Recordaba por un lado, preso á su hijo predilecto en el castillo de Lucena, y veía por otro arrebatadas las caricias de su esposo por la cristiana cautiva, y herido su corazón por los sufrimientos de madre, y los terribles celos de ofendida esposa, abandonó altanera el palacio de sus antepasados, yendo á esconder sus sufrimientos en una modesta casa del Albaicín.

 

Tal determinación fué juzgada por Muley como signo del más refinado desprecio, y jurando vengarse de su altiva esposa, determinó publicar fiestas en Granada, en celebración de su vuelta al trono, y para obsequiar por su pasada desgracia á la cristiana Isabel. Grandes justas y torneos se celebraron en la ciudad; luminarias sin cuento alegraron más y más los hermosos jardines de la Alhambra; simulacros de regatas y combates navales, tuvieron lugar en los grandiosos estanques de Ainadamar. En todos ellos Zoraya era la reina de la fiesta, probando con sus halagos y con sus dulces maneras, cuán feliz procuraba hacer la vida del abatido rey. Sus dos hijos Cad y Nazar, dieron bién á conocer la ardorosa sangre que corría por sus venas, venciendo á pesar de su corta edad, en los torneos de Biba-Rambla, y gozoso el padre con el prematuro valor de sus hijos, soñaba al ver en ellos sucesores dignos de su poder y de su grandeza.

 

Amargaba, sin embargo, la ardorosa pasión de Muley el ver que aunque aparecía Zoraya practicando los ritos del Corán, más de una vez en secreto la había sorprendido orando á la usanza cristiana; y besando con religioso respeto unas reliquias que le acompañaban siempre como recuerdo de la piedad de su difunta madre.

 

No dejaba de comprender la discreta Isabel cuánto sufría el monarca al no identificarse con él en creencias religiosas. Mucho tiempo pudo luchar con su cariño, venciendo más en ella su ferviente entusiasmo cristiano; pero despues de la desgraciada jornada que les condujo á Málaga, fueron tales las indicaciones de Muley, para que públicamente abjurase la religión de sus padres, que no pudo menos de prometerle que así lo efectuaría cuando solemnemente pudiera hacerlo en su castillo de Mondújar.

 

Llegado el caso del vencimiento y en medio de las fiestas en su obsequio celebradas, acercóse Muley á Zoraya, y le recordó con cariñoso ademán el cumplimiento de su palabra.

- Fijad el dia, le contestó resuelta la cautiva; decid cuándo partiremos á mi retirado castillo.

- Al momento que tú quieras, contestó el monarca.

Señalóse el dia de la ceremonia , y en él parecía el castillo verdaderamente la córte de Granada; la muchedumbre se agrupaba por aquellos alrededores, celosa de admirar la incomparable belleza de Isabel, que en aquellos momentos iba á dejar tal nombre  para tomar el significativo de Zoraya.

 

Inútil sería describir el sufrimiento sordo de esta infeliz mujer; en la noche que precedió á su sacrificio religioso. Veía, por un lado, la figura de su padre, rnaldiciendola desde la tumba por su infernal apostasía; escuchaba por otro, las encantadoras palabras de Muley ofreciéndole los tesoros de su amor, á sus hijos, suplicándole que complaciesen á su padre; y al recordar que cuanto era en el mundo á este se lo debía, no vaciló un momento más, y tranquila se presentó en el mirab del castillo con la sonrisa en los labios, pero destrozada el alma, y abjurando su antigua religión, entró en la de Mahoma para soñar en su delirio con ilusorios paraísos, y ofrecernos un ejemplo de los tristes efectos de una pasión reprobada, cuando esta no es corregida por las saludables máximas de la piedad cristiana.

 

No bién concluyó la desgraciada Isabel de pronunciar la última palabra de su traidor perjurio, cuando cayó desmayada en los brazos del viejo rey, que con fuerzas superiores á su avanzada edad, la llevó á su cuarto, y arrodillándose á su lado la dejó recostada en una cómoda alcatifa. Un prolongado suspiro fué la señal de haber vuelto en sí la nueva mahometana, cuando ya á su lado le decía con entusiasmo el anciano Muley Hacem:

- Bién comprendo lo que vale tu sacrificio, encantadora Zoraya... mas por lo mismo que sé, cuanto este significa, no quiero dilatar el merecido premio de la ofrenda que hoy me ha presentado tu corazón. Mañana partiremos á la Alhambra, y público será nuestro matrimonio ante todo el pueblo de Granada.

 

- Más me concedes con esa publicidad, rey y señor mio, que con todos los tesoros de la tierra; que aunque la hija del comendador Solís fué tu mujer antes que tu amante, este ha sido hasta ahora el título con que se le señaló por la muchedumbre, amargando más y más el. orgullo de mi raza, que encuentra más nobleza en ser la esposa de un honrado labriego, que la ambiciosa manceba, de un poderoso monarca.

En efecto, al día siguiente, el palacio de la Alhambra ofrecía el espectáculo más grandioso que nunca pudo presentar. Toda la córte estaba allí reunida, deslumbrando á la belleza de las encantadoras jóvenes atraídas por el espectáculo, la singular hermosura de Zoraya, que con su riquísimo traje oriental, y ciñendo la diadema de reina, parecía una misteriosa creación del fantástico autor de las Mil y una noches.

 

Comenzada la ceremonia y colocado Muley Hacem á la derecha de Zoraya, entró el venerable Cadí del Consejo, y con voz mesurada, al par que grave, leyó la decidida voluntad del rey, de hacer público su matrimonio, prévio el repudio de la sultana Aixa, que á continuación se le comunicaría; ya que era pública la determinación del monarca.

 

Todo fue júbilo en aquellos momentos en el palacio fundado por Alhamar; los vítores se sucedían. unos á otros, y el entusiasmo no podía contenerse, á pesar de encontrarse todos en presencia de los reyes; solo Zoraya sentía en su alma. algo que la afligía; tenía corno el presentimiento de dias de luto y de tristeza; pero se guardó muy bién de participárselo á su esposo.

 

Encargóse por este á Aben Hamet el comunicar á Aixa lo ocurrido, y presuroso desempeñó la comisión del rey, no sin que en su alma ardiesen los más espantosos deseos de venganza.

- A traeros vengo, sultana de Granada, la más infausta nueva que nunca pudisteis escuchar, dijo Aben Hamet en presencia de la primera esposa del monarca.

 

- ¿Ha muerto acaso mi Boabdil? ¿Le amenaza algún peligro?

 

- No señora, que vive para vengaros; pero os traigo el acta oficial de vuestro repudio, y del casamiento de Muley con su esclava renegada.

 

- Nunca creí que á tanto se atreviesen, aunque secretamente, y ya de antiguo todo eso lo sabía; pero yo juro á esa cristiana maldita, que, ó me borraré el nombre con que se me conoce, ó muy poco ennoblecerá sus sienes la real diadema que hoy torpemente me arrebata.

 

- Siempre podeis contar con vuestros Abencerrajes, dijo Aben Hamet en un arranque de fidelidad y entusiasmo.

 

-Con ellos siempre cuento; respondió Aixa; y sabed estoy dispuesta á entregar á Isabel la perla de Occidente, antes que verla regida por su impotente rey, y su renegada esposa.

Separáronse al momento de proferir estas palabras, para tramar el plan que había de colocar otra vez en el trono al desventurado Boabdil, y abrir las puertas de Granada á los reyes de Castilla.

 

 

- V -

 

Aixa es informada del apresamiento de su hijo Boabdil por soldados de los Reyes Católicos en Lucena.

Será liberado a cambio de luchar contra su padre, el sultán y hacerse vasallo de Castilla.

Boabdil compró su libertad vendiendo Granada a Castilla.

 

Tiempo hacia que se encontraba prisionero Boabdil en poder de los cristianos. Receloso y pensativo arreglaba en su imaginación los medios de recobrar su perdido poderío, cuando por mediación de su madre Aixa, y los acertados consejos de los capitanes cristianos, decidiéronse los Católicos monarcas á poner en libertad al régio prisionero, previo el pleito homenaje de su desinteresada adhesión, y con el laudable propósito de que atizando los bandos y disensiones civiles, les hiciese más fácil la conquista de Granada.

 

Con no pequeña impaciencia llegó el rey desventurado á la frontera de su reino: allí supo con sorpresa haber quedado reducido su partido á unos cuantos leales servidores, que agrupados en torno de su madre vivían casi olvidados en un modesto albergue en el barrio del Albaicín. No le arredró la noticia ni le hizo ceder en sus ambiciosos proyectos, sino que entrando presuroso cuando descuidados se encontraban los habitantes de su ciudad querida, enarboló la bandera de la rebelión, y en menos de dos horas hallábanse teñidas en sangre de zegríes y abencerrijes, las plazas y las calles: salió vencedor en esta refriega el viejo rey: hizo pacto con su hijo de cederle parte de su poder en Almería, á donde iría Boabdil á establecerse acompañado de sus secuaces y de la inflexible Aixa.

 

No fué bastante para Zoraya ver desaparecer de Granada á su terrible enemiga: la edad y los sufrimientos iban debilitando ya su valor, y solo quedaba vivo en su alma el ardoroso cariño hacia su esposo. Las últimas escenas de sangre y de desolación que había presenciado, entristecieron de tal modo su espíritu, que la alegría iba por momentos huyendo de su lado, y parecía haber desaparecido la felicidad, para dar entrada solo al sufrimiento y la pena.

 

Poco tardó el sagaz Muley en advertir los sufrimientos de su adorada Zoraya: atribuyólos al sentimiento por la pasada lucha, y deseando halagarla con una nueva victoria, proyectó una correría por los campos de Utrera y los de Ronda, que, siendo desgraciada para los moros, vino á trastornar todos los proyectos del Rey, y á sumir en espantosa tristeza el abatido ánimo de Zoraya. Viendo esta el precipicio á que se inclinaban, y obedeciendo á los impulsos de su corazón, presentóse un dia ante su esposo y con cariñoso ademán le dijo:

- Bien sabes, poderoso Muley, cuáles han sido mis aspiraciones desde que quiso Alhah que nos conociéramos: tu cariño ha sido solo mi única felicidad, y ni la corona real me ha deslumbrado, ni los tiempos de amargura me han hecho proyectar vengativos planes; tu reino bambolea ya por los partidos, corno la palma se mueve ligera al impulso de contrarios vientos. Solo nos queda estable el manantial riquísimo de nuestro cariño, y el religioso respeto con que nos tratan nuestros hijos.

Tomemos una determinación decisiva, y que no vuelva más á correr por nuestra causa la sangre de tus súbditos por las calles de Granada.

 

- Ya había yo pensado en eso, mi querida Zoraya, dijo Muley; pero la idea de arrancar de tus sienes la diadema real, que con tanta dignidad ostentas, y el pensar que ha de sucederme mi ambicioso hijo, me detienen y me detendrán siempre en mis proyectos. Dame un remedio á tantos males, y satisfechas serán tus aspiraciones.

 

- Separa de tu imaginación la idea de mis sufrimientos, le contestó la atribulada Zoraya; el brillo de una corona vale mucho menos que la tranquila paz que debes á tu pueblo. Y respecto á los designios de boabdil, destrúyelos en buen hora; pero sea colocando en tu lugar al digno walí de Málaga, al que te ayudó á vencer en la Ajarquía, á tu hermano Abdalá el Zagal; con él se acabarán las disensiones civiles, y mientras gozaremos nosotros de la calma de mi adorado castillo.

 

- Acepto como buenas tus razones, contestó Muley. Dentro de dos semanas se alzará en la Alhambra el estandarte de mi hermano, y nosotros saldremos con nuestra córte al castillo de Mondújar.

En efecto; trascurrido aquel plazo, se presentaba el Zagal en el régio alcázar, y públicamente se proclamaba la abdicación de Muley Hacem, y el entronizamiento del nuevo rey. El desgraciado padre de Boabdil salía entretanto acompañado de su esposo é hijos, á buscar en la soledad el lenitivo para sus pesares.

 

Llegados al castillo que otras veces había sido el asiento del placer y de la alegría, comenzó Muley á sollozar amargamente pensando en su adorada ciudad.

 

No fué bastante el inmenso amor y los solícitos cuidados de Zoraya y de sus hijos para volver al viejo rey la alegría que había perdido. Poco más de tres mases permaneció triste y reflexivo en la régia morada, aspirando el balsámico olor de las flores y el aire puro de las montañas; pero ya á mediados de Octubre de 1484, su salud se quebrantó de tal modo, que llamando alrededor de su lecho á su esposa é hijos, les habló de esta manera:

- Es llegada la hora de mi muerte. Muero, sin embargo, tranquilo, amargando solo mis últimos momentos, tu espantosa soledad, Zoraya mia, y la tristeza de vuestra posición, hijos de mi alma. Presiento la pérdida no lejana de la ciudad querida del Profeta: si esto ocurre, vuelve más bién á tus antiguos lares, pobre Isabel, que seguir sufriendo el más afrentoso desprecio en la negra suerte que á los hijos de Alhah se les destine; antes vuelvas á ser cristiana, encantadora hurí de mis desvelos, que verte nunca desde la tumba ser la desgraciada esclava de mi hijo.

 

- No te aflijas por nosotros, le replicó Zoraya; este castillo que nos pertenece, será nuestro retiro, y antes viviré como súbdita de Isabel de Castilla, y volveré á profesar su religion, que consentir nunca en llevar el nombre de la asquerosa amante de Boabdil.

 

-Oid ya entonces mis últimas palabras: «Es mi voluntad ser enterrado en el cerro más alto de mi reino.»

Dijo, y la voz había espirado en su garganta. EI reino de Granada quedó sin su legítimo rey, y la infeliz Zoraya sin su adorado esposo. Todo fué llanto y desolación en el castillo; los servidores recordaban las buenas prendas del rey que había muerto, y más de cién esclavos lograron su libertad en aquel dia tristísimo, para llorar las prendas nada comunes del que fué su señor.

 

No bién supo el Zagal la muerte de su hermano, cuando presente en Mondújar, ordenó se cumpliesen todas sus disposiciones. Trasladado el cuerpo á la ciudad, quiso colocarse en la rauda de los reyes; pero á ello se opuso Zoraya, y tuvo su enterramiento en el pico más alto del cerro de Solair, que desde entonces es llamado el cerro de Muley Hacem. Allí encontró la soledad, que solo podía darle la deseada calma; allí, lejos de sus enemigos, estuvo exento de la envidia y de las demás pasiones, y pudo ver antes que nadie la vergonzosa entrega que de su trono había de hacer al cabo de ocho años el hijo que amargára los últimos dias de su existencia.

 

Entretanto Zoraya permaneció tranquila en el castillo de Mondújar; ajena á las disensiones políticas, y solo atenta al bienestar de sus hijos, gozaba cariñosa con los desvelos de éstos, y únicamente atribulaba su existencia el recuerdo de sus pasadas alegrías.

 

- V I -

 

Habían transcurrido ocho años desde la muerte de Muley Hacem y la situación interior y exterior del Reino granadino había cambiado por por completo. Enardecido el bando de Boabdil con la muerte del Rey su padre, alzóse poderoso en contra del Zagal, y despues de una lucha de cerca de tres años, entró por fin triunfante y sin obstáculos en el palacio de sus mayores. Se le reservó al Zagal una sombra de soberanía en algunos pueblos de Almería y Málaga, y así viéronse por fin apaciguados los bandos civiles de Granada.

 

Boadbil declara la guerra a los Reyes Católicos. José Segrelles

Boabdil incita a la sublevación proclamándose legítimo sultán de Granada.

 

Pero un enemigo más encarnizado llamaba á las puertas de la ciudad santa, y anunciaba con sus victorias la completa ruina del imperio de Alhamar, El atrevido reto de Muley iba produciendo sus efectos, y el estandarte de Castilla se alzaba ya orgulloso por los campos de Granada. Las sucesivas conquistas de Fernando é Isabel sobrecogieron de tal modo el abatido espíritu de Boabdil, que con traidora cobardía, y desobedeciendo temeroso los consejos varoniles de su madre Aixa y del valiente Muza, entregó la capital de su reino á los monarcas Católicos, el 2 de Enero de1492.

 

Más caballero y más digno que su padre le creia, no olvidó en las capitulaciones con los cristianos celebradas, hacer más llevadera la desgraciada suerte de Zoraya y de sus hijos, a quienes nunca trató sino como cariñoso hermano. Reservóle á esta el castillo de Mondújar con sus riquísimas posesiones, y para sus hijos una dilatada y fértil región en la táa de Orgiva.

 

No poco agradecio Zoraya el delicado obsequio de su pasado enemigo. Quiso dar también las gracias de estos beneficios á la magnánima Isabel, y pasando a la ciudad para besarle las manos, deshecha en llanto contó á la reina su desgraciada historia. La belleza y el singular talento de Zoraya cautivaron á los católicos monarcas, y cariñosos la trataron, haciéndola algun tiempo permanecer en su compañía.

 

Era el principal objeto de los reyes, al seguir tal conducta, no solo rendir justo tributo á la desgracia  sino también ver de traer a la religión cristiana aquella alma arrebatada por la pasión. Los consejos de los reyes, y la prudencia del primer arzobispo de Granada lograron tal resultado. haciendo que á los dos meses de estar Zoraya en la córte, se reconciliase con sus antiguas creencias, volviendo á tomar el nombre de Isabel, en el solemne acto apadrinado por los monarcas de Castilla Sus hijos también abrazaron la fé católica, tomando el apellido de la ciudad que los vió nacer, y enlazados con lás más nobles casas de España, fueron ascendientes  de los actuales marqueses de Campotéjar, y de otras ilustres familias.

 

Sin embargo, no satisfacían á Isabel de Solis las delicias de la córte; absorta su alma en el recuerdo, y sin más esperanzas ya que las que el cielo pudiera inspirarle, pensando que únicamente en la soledad hallaría a sus pesares, solicitó y obtuvo de los reyes permiso para retirarse a su castillo, sin pensar si quiera que no muy tarde había de experimentar allí el mayor de los sufrimientos. Transformó por completo el mirab en católica capilla y al mismo tiempo que se bendecía el templo levantado en Mondújar por la piedad de los reyes, tenía la sanción religiosa el oratorio de Isabel.

 

Tranquila y confiada pasó poco más de un año en su solitario retiro, y hasta separada de sus hijos que ganosos de nombre seguían la Corte de Castilla, cuando á mediados del año 1494, y apenas trascurridos dos de la conquista, se alzaron temerarios los moros de Mondújar, bajo pretexto de ser oprimidos por las justicias y soldados y en son de ataque acometieron el destacamento cristiano, haciéndose despues fuertes en la nueva iglesia. No fue en vano esta precaución: pues que sabedor Hernan Perez del Pulgar del peligro en que estaba la guarnición de Mondújar, acomete furioso con los caballeros de su mando á aquella desenfrenada turba, que rechazándoles en la acometida, les hicieren encerrarse en una de las primeras casas del Pueblo; donde pasaron la noche expuestos á morir, á no haber sido por el valor de Pulgar, que, esperando recursos se defendió con denuedo hasta el nuevo dia, en que los clarines anunciaron la llegada del socorro. Llegó este, en efecto, traido por el Gran Capitan: salvaron á los heróicos cristianos, y destrozaron á los moros, que en su infernal rabia, quemaron el techo de la iglesia, (como aún hoy se advierte), escapando á esconder su humillación y su vergüenza en las escabrosas crestas de Sierra Nevada.

 

Átónita y llena de estupor había presenciado la infeliz Isabel la pasada refriega; desde su castillo, pudo seguir los movimientos de la lucha, dispuesta á escapar hacia la sierra á la menor señal de acometida, hasta el siguiente dia en que conocedora del vencimiento de los cristianos, brindó con su alojamiento á los esforzados capitanes Pulgar y Gonzalo de Córdoba. Presurosos fueron ellos á ofrecer sus respetos á la noble dama, ganosos de conocer el ponderado palacio de los árabes; algunos de la escolta acompañaron á los jefes, y no fué pequeña la admiración y el espanto de todos, cuando al entrar la comitiva en el régio salón y apercibir Isabel á uno de los guerreros recién venidos de Castilla, desmayose de repente, lanzando un grito penetrante y agudo.

 

La palidez del caballero puso á todos en deseos de conocer aquella historia misteriosa, descifrada más tarde cuando volvió en sí la desmayada señora y á sus plantas se arrojó el esforzado capitán Alonso de Venegas.

- Es posible, Isabel de mi alma, que te encuentre ahora para perderte? De qué me sirve buscarte sin cesar, si ahora despiertas á mi presencia en brazos de la muerte?

 

- He muerto para tí, mi prometido de otro tiempo; la edad de las ilusiones ya ha pasado, y solo queda en mi corazón un recuerdo de agradecimiento por el que tanto quise. Ve á buscar en la guerra una distracción á tus pesares, y no, te acuerdes de mí sino para llorar mi desventura.

Fué tal el decidido ademán con que la noble señora pronunció estas palabras, que el esforzado guerrero no pudo escuchar más aquella voz que tanto le enloquecía, y saliendo presuroso de la estancia, donde creyó hallar su dicha, desapareció de sus compañeros, sabiéndose mucho después su desgraciada muerte, acaecida en el fragor del combate.

 

No consintió Pulgar que permaneciese más tiempo Isabel de Solís en el castillo. Los dolorosos recuerdos la mataban, y así, obligándole á dar el último adios á aquel asilo misterioso de sus placeres y alegrías, la acompañó hasta la corte, yendo despues á morir practicando las más esclarecidas virtudes, en un pequeño pueblo de Castilla. Pronto se dejó sentir el abandono en el castillo de Mondújar. Dado por vía de donación á guerreros sin nombre, fué sucesivamente destruyéndose por la acción del tiempo y la incuria de los hombres, quedando hoy solo de él unas destruidas murallas, para ser testigos mudos de su pasada grandeza (1).

 

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(1) Los restos que quedan de esta antigua fortaleza, son hoy propiedad, como los predios cercanos, del Excmo. Señor Teniente general D. José Riquelme y Gomez; y á él se debe el conservarse aquellas ruinas, que de otro modo hubieran desaparecido, á seguirse buscando en el castillo tesoros árabes, como el que según tradición, se encontró allí en el pasado siglo.

 

 

 

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