George Owen Wynne Apperley
(1884-1960)
|
ENRIQUETA CONTRERAS Una musa granadina para el pintor Jorge Apperley
|
|
APPERLEY: EL ÚLTIMO ROMÁNTICO DE GRANADA (1884-1960) Autor: Ceferino Navarro
Publicado en la revista "Acuarela información" nº 4 Año 2011 Pinturas de George Owen Wynne Aoerley
Granada, mayo 1917: No hacía mucho que se habían desbocado los caballos que tiraban del coche camino de la pensión “Alhambra”. Don Jorge, el inglés largo y desteñido, que llegó pensando en quedarse una semana, llevaba ya dos meses y no tenía intención de hacer la maleta. Cada día las horas de sol se dilataban y las noches, aunque frescas, invitaban a seguir en la calle. Ya bajaba la cuesta de la colina roja donde se asentaban los palacios nazaríes, ya subía la loma blanca del Albaycín.
La Alhambra desde mi casa.
Ya andaba entre el bullicio de la calle Elvira, sacándole el más espigado de los granadinos, por lo menos, una cuarta y media, ya surcaba hasta Puerta Real, buscando pasteles y tertulias con la lengua de trapo que ya estaba adquiriendo: experto en castellano “chapurreao”. Le gustaba pintar las “volaeras” del barrio blanco. Aquellas ropas tendidas de balcón a balcón, de ventana a ventana, le daban un colorido especial a las calles. Recordaba que ya las había visto por primera vez en el sur de Italia, por las calles lúgubres de Nápoles. Pero aquí, enfrentadas a las paredes encaladas culminaban su nobleza.
La chica de las naranjas. Detalle
Llevaba Don Jorge dos semanas seguidas que apenas se dejaba ver por la Cuesta de Gómerez. Prefería bajar por la de los Chinos o por el Campo del Príncipe. Algo le incomodaba en aquella calle. Mejor dicho, alguien. La niña de un albañil con sus dos amigas, apenas pasaban de la adolescencia.Esperaban todas las tardes la bajada del extranjero para hacer, tanto de su físico como de su lengua, mofa y entretenimiento en las tardes lentas de los últimos días de primavera. Ya recordaba Don Jorge que aquella zagala de ojos verdes y cabellos negros, en su primer viaje a Granada en 1914, se revolcaba de la risa cada vez que lo veía pasar con aquel traje, que parecía dos tallas más pequeño.
Autorretrato de George Owen Wynne Apperley
Pero entonces estaba acompañada de su madre, siempre cosiendo en la puerta de la casa, sentada en una vieja silla de anea. No obstante ahora el descaro era todavía mayor: - ¡Eh, tú, forastero! ¿Cómo están las cosas por esas alturas?...¡Quítate los zancos, larguilucho!... ¿Y no está pajizo ni ná el mister!... - Leave me alone, please. - Lis mi alon, wis mi alon… ¿Pero qué dices esgraciao? - Niñas, ser males educativas.
La última respuesta a las jóvenes granadinas con su esmirriado léxico hispano le arrancaron el alboroto y las carcajadas. El inglés baja hasta Plaza Nueva soltando improperios en su lengua natal aunque el tono, para cualquier nativo, era más una oración que una maldición.
Calles de Zafra y de Gumiel pintadas por Jorge Apperley
A Don Jorge, siempre le gustó más acercarse con sus obras al entramado de sus calles y los rincones populares que adentrarse entre los nobles bosques de columnas y las paredes labradas de la Alhambra. El gran monumento prefería tenerlo en frente, como eterno vigía del Darro y la Vega, severo y distante, aunque siempre presente en el horizonte. Ya desde lo más alto, sentándose junto a aquella casa que pronto él mismo compraría, para tener siempre la imagen en la mente y en la retina, para poder observar las mutaciones que sufren los palacios a lo largo del día, del año o de toda una vida; ya desde el Albaycín bajo, asomándose entre la calle Gumiel, Gloria o Zafra; ya desde la orilla del río, como fortaleza inexpugnable que se alza por encima de la tierra que profana el humilde ser humano.
Musa andaluza
Aquella tarde no tenía más remedio que embocar la puerta renacentista que le llevaba a la guarida de las impertinentes muchachas. No tenía atajo ni vereda alternativa. Ya estaba preparado para la batalla cuando descubrió que sólo estaba en la puerta de la casa la joven de los ojos verdes, sin la compañía de la madre o las amigas. Ella se percató de la presencia del inglés cuando lo tenía casi a su altura. Todo cambió, no había parapetos para refugiarse de las bromas que le hacía. Sólo ella frente a la larga figura de Don Jorge. No fue miedo, fue timidez y rubor lo que sintió Enriqueta frente a él. La sombra había inundado ya la mitad de la calle, la misma que iba buscando para refugiarse de la flama de aquellos instantes. - Buenos días, señorita.
Ella no esperaba que Jorge la saludara, y menos de aquella manera tan cortés, quitándose el sombrero e iniciando una tímida reverencia. No tuvo fuerzas ni para contestar al saludo y solo agachó la cabeza, tal vez un poco avergonzada por las pretéritas burlas, tal vez porque un hombre se había dirigido a ella por primera vez como una señorita y no como una niña. - Hoy estás muy callada ¿No hay risas hoy? Enriqueta no movía la cabeza, quizás esperando una reprimenda mayor. - Me han dicho que te llamas Enriqueta y me gustaría pintarte algún día de estos.
Enriqueta Contreras, "Modistilla"
Enriqueta despertó de su letargo defensivo, lo miró de tal manera que lo hubiera fundido en una milésima de segundo: - ¿Qué? ¿Tú estás majara o te ha sentao algo mal? ¡Ni loca! ¿Pero tú qué te crees, panocha de cuatro varas, que aquí somos unas frescas, o qué? ¡En la vida, que te quede claro, en la vida! - Perdone señorita, no ha sido mi intención ofenderla. - ¡Anda tira pa abajo que como te tire una piedra te vas a enterar tú, mister de pacotilla!
Don Jorge Apperley siguió su camino sin volver la cabeza. Aquel pintor no veía la hora de irse de Granada, se había enamorado del tránsito de la ciudad, de su luz, de sus calles y los horizontes quebrados. Empezó haciendo un cuaderno con decenas de acuarelas sobre postales en blanco, como había hecho en otros países y lugares ha había visitado, para tener un recuerdo una vez que estuviera en su lugar de destino.
"Serenidad"
Pero en esta tierra esas evocaciones eran insuficientes y quería más, necesitaba exprimir al máximo los días e incluso las noches, y aún así se le escapaba el tiempo y las ideas, queriendo convertir aquella etapa en algo permanente, Apperley había conseguido parte de su sueño al encontrar una naturaleza ideal para pintar, pero necesitaba un alma, volver a pintar a la mujer imaginada en su “Arcadia”, o a la mujer en su espacio, aunque depurada de la cruda realidad, y había pensado en aquella joven que le había sacado los colores tantas veces.
Enriqueta, después del sobresalto que se había llevado con el inglés, entró en la casa. Estaba sola, su padre no había terminado de trabajar y su madre había ido a hacer un recado a casa de una vecina. Subió la escalera de la casa, entró en la habitación de los padres, que tenían un armario de luna y empezó a posar frente a él, con portes exagerados, imaginándose inmortalizada por un gran pintor.
La sirena
Día a día se iban acortando las noches y las chicharras empezaron a afinar el canto. Don Jorge ya no buscaba atajos, Enriqueta cambió la burla por juegos más secretos. Si estaba ella sola en la puerta de la casa, una sonrisa apenas apreciable que se respondía con un saludo de él, tocándose el ala del sombrero; si estaba con su madre, apenas cruzaban las miradas. Si estaba con sus amigas de tropelías, una vez que había pasado el pintor, se oía el cuchicheo y las risas nerviosas de las mozas…
Ídolo eterno.
Enriqueta fue su musa hasta los últimos días de su vida. En ella encontró el alma de esta tierra. La trasladó a su Olimpo de ninfas, sirenas y Dafnes, de faunos y pastores bucólicos. Enriqueta granadina, de tarde de toros, de zapatos rojos o de humilde cenicienta. Canción granadina y sangre torera, amanecer y noche, ídolo y mujer.
Enriqueta con toca de madroños (Detalle)
Enriqueta Contreras Carretero, esposa del pintor George Owen Wynne Apperley.
Publicado en la revista "Acuarela información" nº 4 Año 2011 Ver aquí el artículo en su contexto original
|