El
día de la Cruz en Granada.
Introducción etnológica |
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José A. González Alcantud
Asociación Granadina
de Antropología
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A mi abuela materna, mujer popular.
In
memoriam |
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I
Para el lector
que no conociere el tema valgan algunas indicaciones
iniciales. El día tres de mayo, antigua festividad litúrgica
de la Invención de la Santa Cruz, es una celebración de gran
arraigo popular en la ciudad de Granada. Esta fiesta junto
con la feria del Corpus es con mucho la más celebrada
popularmente. El resto de las celebraciones del calendario
anual tienen un carácter más ceremonia, o si se quiere con
una participación oficial de las instituciones religiosas y
municipales más alta; nos referimos sobre todo al día de la
Toma (2 de enero), el día del patrón San Cecilio (1 de
febrero), a la Semana Santa y al día de la patrona, la
Virgen de las Angustias (en septiembre).
El día de la
Cruz es una fiesta de jolgorio y desenfreno primaveral, con
un discurrir de toda la ciudad hacia los barrios populares
tradicionales, Albaicín principalmente, y con un espacio
público protagonista, la calle, la plaza, el patio abierto a
todos. Es la fiesta, además, una sola tarde-noche, pues la
mañana es laborable, lo que no se transgrede ni por asomo.
II. De la
exaltación de la Cruz
Para el
comentarista bajomedieval Santiago de la Vorágine, «antes de
la Pasión de Cristo la Cruz connotaba vileza, aridez,
ignorancia, tenebrosidad, muerte y hedor», todo ello por las
condiciones, lugares y la naturaleza delictiva de quienes
eran ejecutados en ese artefacto; y añade que «después de la
Pasión de Cristo quedó sumamente ennoblecida, magníficamente
exaltada, y sus connotaciones se modificaron tan
radicalmente que la vileza de antes se trocó en preciosidad»
(1). Sin embargo, Santiago de la Vorágine
no hace mención histórica al momento en que la cruz se va a
convertir en el símbolo por excelencia del cristianismo. Sí
lo hace Pedro de Ribadeneira en su Flos sanctorum de
fines del siglo XVII; narra éste el auxilio que la Santa
Cruz le otorgó a Constantino en su lucha contra Majencio, y
como la transformó en la enseña imperial; «esta devoción a
la Santa Cruz -dice más adelante- tuvo también la
bienaventurada Santa Elena, madre del mismo Emperador
Constantino, la qual movida con una revelación de Dios,
acabado que fue el Concilio Niceno, se determinó de ir en
persona a Jerusalén (...) para buscar la Santa Cruz». No
eran pocas las dificultades que el demonio había puesto para
ocultar el lugar de la Cruz, con ayuda de judíos y gentiles:
entre otras enterrar varios criminales en el lugar y poner
en el monte «un Idolo de Venus, para que si algún cristiano,
teniendo noticia que la Cruz estaba enterrada en aquel
lugar, y fuese a hacer oración a él, pareciesse que iba a
adorar a Venus, y por no dar este escándalo, lo dexasse»
(2). Existía, por tanto, según el
imaginario religioso barroco la intención manifiesta de
mantener del lado del mal a la gentilidad y al judaísmo,
cuales proyecciones en el presente del pasado tenebroso de
la Humanidad precristiana, simbolizada en la historia del
monte Calvario. Históricamente, hacia el fin del siglo IV,
las peregrinaciones a Jerusalén y especialmente al Gólgota
conocen un gran auge. «Ætheria Syvia que hace la
peregrinación hacia el 393-396, describe en su Itinerario la
ceremonia de la Adoración de la Verdadera Cruz, en
Jerusalén, el Viernes Santo. Cuando el obispo se instaló en
el exedro del Post Crucem, capilla situada detrás del
emplazamiento de la cruz en el Gólgota, los fieles fueron
admitidos a besar la Verdadera cruz, sin poner allí las
manos; de cada lado, los diáconos montan una guardia severa,
se acuerdan del peregrino que mordió en la madera de la Cruz
para arrancarle un trozo» (3).
Recurramos a la
historia. La condena de Arrio en Nicea, concilio clave para
interpretar la evolución del cristianismo y del significado
emblemático de la cruz para este, ocurrió a instancia de
Constantino, a pesar de que la intención de aquél era
perfectamente ortodoxa, puesto que su intención era dejar en
claro la neta diferenciación entre el Padre y el Hijo. «El
concilio emprendió, pues, la elaboración(...) de un
'símbolo' que anunciara la cristología ortodoxa»
(4). Frente a lo apocalíptico judaico y a
lo humano arriano, la Iglesia afirma en Nicea la esperanza
escatológica de la resurrección, de la cual es signo preciso
el Crucificado, muerto para redimir a la Humanidad. Se ha
producido la inflexión que dice Puente Ojea, entre judaísmo
y cristianismo, entre mesianismo y conservadurismo
(5). El Mesías es ahora esperanza de
salvación futura, representado plásticamente por el icono de
la cruz.
Queda patente
la importancia del concilio y del símbolo afirmado en él
para el cristianismo posniceano, pero en aquellos lugares
donde siglos después la confrontación Islam - Cristiandad
alcanzó la virulencia de las cruzadas, además, se cubrió de
connotaciones épicas. El mismo significado adquiere en la
reconquista peninsular y en todos los hechos subsiguientes
hasta la definitiva expulsión de los moriscos de principios
del XVII. Al Islam siempre le horrorizó la idea de la
crucifixión de Jesús, por lo que la teología musulmana ha
sostenido que en el último momento fue sustituido en la
cruz. «Por una parte -escribe L. Cardaillac- [a los
moriscos] les choca que los cristianos puedan admitir que
Dios haya podido sufrir la afrenta que significa la cruz. En
ellos esto se traduce en un odio hacia la cruz, símbolo de
la religión cristiana. En el momento de los diversos
levantamientos uno de sus primeros actos será destruir con
saña todas las cruces, en particular durante la guerra de
las Alpujarras» (6). Y viceversa, todo el
empeño de los repobladores del reino granadino estará en
resemantizar el territorio con nuevos símbolos, entre los
que tiene lugar preferente la cruz. Lo montañoso del
territorio será un factor añadido que facilitará la intensa
semantización. Pero, además, la semantización no fue un
corte, sino que durante un largo período (1492-1568)
convivieron cristianos y moriscos, y con posterioridad en la
cruenta guerra de las Alpujarras los símbolos se volvieron a
convertir en expresión de los odios.
Algunas de las
principales cruces de la ciudad se significaban todavía en
época barroca por su sentido anti-islámico. Por ejemplo, la
cruz de Santa María de la Alhambra tenía como objeto
conmemorar el «lugar exacto o no, en que fueron muertos los
franciscanos fray Pedro de Dueñas y fray Juan de Celestina,
llegados a Granada, árabe aún, para predicar el evangelio,
siendo muertos cuando realizaban su labor de predicación por
el mismo rey moro Mohamed VII 'El Zurdo'» (7).
La mentalidad barroca se empleaba a fondo con los
sospechosos de judaizar o islamizar como bien sabemos, de
ahí que cualquier motivo era suficiente para afirmar el
catolicismo en una ciudad coronada por un palacio islámico,
salvado de la destrucción por su propio prestigio
arquitectónico. De que levantar una cruz era obra de buenos
cristianos, de cristianos viejos, tal que colectividad, nos
da testimonio la siguiente noticia del cronista Henríquez de
Jorquera: «En este año los vecinos devotos de la santa cruz
del barrio del sr. San Laçaro (...) mandaron hacer y poner
una Santísima cruz de Piedra de Alabastro blanco de mucha
costa, en medio del campo de dicho barrio con las limosnas
que para ello juntaron (...) abiendole acabado de levantar
para el día de la invención de la cruz desto dicho año le
celebraron una grandiosisima fiesta en la iglesia parroquial
del señor San Yldefonso, con una grande procesión, danzas y
soldadescas y otros aderezos de altares en que se gasto
mucho» (8).
Conforme los
aspectos más militantes de la fiesta desaparecían aumentaban
los galantes y puramente festeros de la misma. Desaparecido
el moro empezaba la fiesta profana, hasta el punto que la
jerarquía dieciochesca hubo de intervenir ante los
desórdenes y pecados públicos que la celebración traía
consigo. Un edicto de 1779 del arzobispo don Antonio Jorge y
Galbán condenaba entre otras fiestas como los diablillos, de
hermandad, toros, comedias, rifas, etc., la de la Cruz:
«Igualmente prohibimos todos los desordenes en las Fiestas
de campo, como la de la Cruz de Mayo, y otras».
En esta larga
génesis la Cruz se ha ido forjando como símbolo cristiano
que de abanderar las cruzadas antipaganas se ha fijado
finalmente como icono y excusa de la fiesta popular, en un
universo ya absolutamente semantizado como el de finales del
siglo XVIII. Este carácter de fiesta primaveral se asentó e
incluso se incrementó a lo largo del XIX. El costumbrista
granadino A. J. Afán de Ribera, como tantos otros literatos
casticistas de tema andaluz, al describirnos un día de la
Cruz albaicinero lo hace resaltando el lado primaveral de la
fiesta: empujados por la nocturnidad, la primavera y el
vino, los noviazgos y los amantes se hacen al pie de las
cruces (9). Que el origen general de la
Cruz de Mayo esté en las fiestas paganas precristianas de
fertilización del mundo viviente parece algo absolutamente
claro después de que los eruditos folcloristas
decimonónicos, empleando ríos de tinta, lo mostrasen. El
mismo Caro Baroja se hace portavoz de estos cuando dice:
«Así, la 'maya' pagana(...) pasó a ser, en casos, la 'maya'
que preside las mesas petitorias de la fiesta de la Cruz de
Mayo; el viejo árbol se convirtió también en ocasiones en la
cruz; al santo del primer día del mes lo convirtieron en
'Santiago el Verde'; San Gregorio se convierte en el patrono
de las aguas de mayo, cuando no lo es la cruz misma, y hay,
además, otras santas y santos, como la muy española Santa
Quiteria, cuyas fiestas tienen un aire particular. La
Virgen, protectora de las doncellas, y a la que estas
ofrecen flores se hace la patrona de todo el mes»
(10). No obstante, en Andalucía , y en
especial en la oriental, la presencia islámica borró o
atenuó esta presencia paganizante, posiblemente por la
cualidad iconoclasta del Islam; de ahí, que aunque la fiesta
en términos generales es atribuible a aquellos orígenes, en
este territorio hubo de ser trasplantada tras la
reconquista. Recordemos que una institución de lo más
antifestivo como la Inquisición era una de las más
interesadas en extender el culto de la cruz por las razones
aducidas más arriba: «La Cruz florida del Hijo de dios, con
el madero Agostado de la ignominia del Hebreo», se lee en un
clásico sermón pronunciado en el Tribunal de Granada a
mediados del siglo XVII (11).
III. El
ciclo de mayo
A lo que Julio
Caro le llama la «estación del amor» la investigadora
francesa Marie-France Guesquin le llama les mois des
dragons. Ciertamente el ciclo de fiestas primaverales es
complejo, pues en él se combinan la plantación de cruces en
los campos, las procesiones de rogativas, las mayas, los
árboles plantados por los jóvenes en las puertas de las
casas de las muchachas casaderas... y hasta la fiesta obrera
del primero de mayo.
En nuestra
opinión todo este ciclo tiene una particular coherencia en
la ciudad de Granada. Como urbe moderna ha perdido los ritos
más propiamente agrarios, pero cualquier granadino percibe
la existencia de un ciclo que iniciado en el día de la Cruz
concluye con la feria del Corpus. En cualquier caso, los
barrios populares del Albaicín y el Realejo fueron los más
dados a su celebración.
Veamos la
antigua fiesta albaicinera anterior a la guerra civil. Nos
cuenta un informante, que ha vivido en el barrio «desde
siempre», que el mismo tres de mayo se hacía por la tarde
una romería al cerro de San Miguel, el lugar más alto del
arrabal, donde en tiempos árabes existió una rábita,
sustituida en tiempos cristianos por una ermita, aún
existente, en la que se venera al santo. A tener presente
que en el antiguo calendario litúrgico San Miguel se
celebraba el ocho de mayo; posteriormente dicha efemérides
fue trasladada a septiembre. Así queda explicado el cambio:
«En el monte Gargano [en el centro de Italia, cerca del
Adriático] había una iglesia dedicada a San Miguel ya en el
siglo VI; el 8 de mayo del 663, cerca de dicho lugar, a la
altura de Siponto, los longobardos tuvieron una victoria
naval sobre los sarracenos; la victoria fue atribuida a la
protección del arcángel. El aniversario celebrado en el
Monte Gargano el 8 de mayo, pasó a celebrarse, debido a una
confusión, el 29 de septiembre; el 8 de mayo quedó destinado
a conmemorar una pretendida aparición de San Miguel»
(12).
Lo anterior
justifica la existencia de una segunda romería albaicinera
el 29 de septiembre, actualmente casi un mero recordatorio
arqueológico, pero que durante mucho tiempo debió de
coexistir con la del mes de mayo. En 1858, en la revista
La Alhambra, se daba como efemérides para el ocho de
mayo la Aparición de San Miguel, con función religiosa en su
ermita. La misma revista anotaba en 1863: «Esta tarde baja
San Miguel desde la iglesia de S. José a la del convento del
Angel donde estará hasta el día 8 en que se le hará una
función» (13). Es más que posible que la
supresión de la fiesta en la nueva liturgia obligaría a
trasladar la romería de mayo haciéndola coincidir con otra
festividad muy popular: el día de la Cruz; lo cual es índice
a su vez, del arraigo de esa romería.
El lugar, el
monte en su conjunto que corona la ermita de San Miguel, fue
siempre de gran significatividad islámica: un poco más
abajo, donde se encuentra la cruz llamada de la Rauda, hubo
«una mezquita y un cementerio de moros, de donde le vino a
la cruz el nombre de Rauda. Debió labrarse a principios del
siglo XVI» (14). Es bien conocida la
condición guerrera del arcángel San Miguel, la cual sería
aprovechada por la Iglesia en su ofensiva semantizadora de
unos estratégicos terrenos marcados por lo musulmán y la
muerte, antesala, pues, de los infiernos. En sus orígenes la
leyenda de San Miguel aparece unida al infierno,
precisamente. Unos infiernos muy dantianos: «La imaginación
de los pueblos occidentales, ante el espectáculo de los
abismos profundos, de las simas temibles o del humo y el
fuego sulfúrico borboteando, dudaba: ¿es necesario atribuir
estos fenómenos a la teofanía de San Miguel o ver ahí la
manifestación de los poderes de Satán?» (15).
El cerro de San Miguel era, por tanto, un lugar señalado por
la leyenda hagiográfica, tanto por la similitud -aparición
originaria del arcángel en otro monte, el Gargano, después
de haber vencido a los moros-,como por la semántica anterior
del territorio -cementerio islámico-.
La romería de
San Miguel del tres de mayo, con anterioridad a la pasada
guerra incluía una puesta en escena colectiva de carácter
grotesco, casi carnavalesco, de la cotidianeidad; por
ejemplo, algunos albaicineros se vestían de mujer o de letra
de cambio, o hacían un muñeco femenino al que le levantaban
las faldas, bajo las cuales aparecía un sexo fabricado con
hebras de panocha. Si esto formaba parte de la romería de
mayo, no así de la septiembre, más ceremonial que la
primera. El lado grotesco-festivo se completaba con el
«arreglo de patios», consistente en la instalación en un
patio, separado de las cruces, de un conjunto «gracioso»,
compuesto generalmente de varios muñecos reproduciendo una
escena y su correspondiente letrero mordaz.
El ciclo
granadino de primavera culmina con otro motivo iconográfico
de dragones: la Tarasca que precede a la procesión del
Corpus. Escribe M. F. Guesquin respecto a las tarascas
francesas, origen de las tarascas del Levante español, entre
las que se encuentra la de Granada: «La talla gigantesca,
los desplazamientos en cortejo, la agresividad hacia los
espectadores hacen que [las tarascas] se emparienten
estrechamente con los dragones de mayo que se presentan
durante los espectáculos rituales de las procesiones
primaverales. De otro lado cada uno es asociado a una
leyenda específica que lo relaciona con la fundación de la
ciudad en la cual nace, y que afecta también al dragón»
(16). Se iniciaba el ciclo granadino con
la Cruz, eminentemente albaicinera, continuaba con San
Miguel y su dragón, igualmente factor de identidad del
Albaicín, y terminaba con «la pública» -cortejo histórico
que anunciaba las fiestas donde iba la Tarasca-dragón-, la
procesión ceremonial del Corpus y la subsiguiente feria; en
ese tránsito se ha pasado de la fiesta de barrio a la fiesta
urbana, y en el decurso la fiesta se ha mutado en ceremonia
y feria, y el cuerpo grotesco de la celebración popular se
ha transformado igualmente en imaginería pública -tarasca,
gigantes y cabezudos-, con funciones medio ceremoniales,
medio agresivas (17). Un mes de
afirmación urbana en torno a las figuras emblemáticas
vencedoras del mal, si bien ambivalentes -¿hasta qué punto
la mujer que va sobre la tarasca o San Miguel vencen o
prefiguran la misma seducción del mal?-, y en torno a los
iconos afirmativos del triunfo cristiano sobre el paganismo
-cruz- y sobre la herejía -Corpus Christi-.
IV. El día
de la Cruz en la historia
Escribe
Henríquez de Jorquera del año 1640: «Y en tres del dicho mes
de mayo, día de la invención de la Cruz, se celebró la gran
fiesta que hiço a nuestra Señora Don Pedro (...) en el
religioso convento del Angel de la Guardia de monjas
descalças. Fue la fiesta con su octava; ubo en ella la
grandiosa academia y justa literal y poética prometida y
publicada con grandes premios para los poetas que justaron
que fueron muchos y celebrados poetas». En general los datos
históricos anteriores al siglo XIX son poco «etnológicos»,
limitándose las más de las veces a una descripción litúrgica
u oficial como la de Jorquera. Otro tipo de fuentes, como la
Historia del Arte, señalan que en el período barroco la
arquitectura efímera relacionada con las ceremonias y
fiestas públicas tuvo su mayor desarrollo; obvio es que los
altares del día de la Cruz presentan similitudes con los del
Corpus ante los cuales bailaban las zambras moriscas, aunque
en algunos lo efímero quedaba reducido al exorno al ser
viejas cruces de piedra reutilizadas para la ocasión. En
términos generales,sin embargo, los materiales pobres, el
exorno y la propia naturaleza efímera los asemejan; también
la exaltación de dos símbolos conciliares -la Cruz en Nicea
y la Hostia en Trento- y el baile.
La prensa del
XIX y XX comienza a darnos noticias más detalladas de la
fiesta, aunque en sus inicios no sobrepasan tampoco la
crónica religiosa; en La Alhambra de 1857 leemos, por
ejemplo, que en la catedral habrá misa mayor y procesión por
su interior con el Lignum Crucis; los jubileos en
Santa Isabel o en San José, parroquias albaicineras,
aparecen siempre como los más destacados. En el Defensor
de Granada de 1898 se menciona la procesión con sermón
que partiendo de San Cecilio se traslada al Campo del
Príncipe, en el también popular barrio del Realejo. El mismo
diario en su etapa decimonona publicará algún artículo que
otro sobre la tradición de la Cruz en Europa y sobre la
inevitable historia de la Invención de la Cruz.
Las noticias de
todo género se van haciendo más explícitas, y las del día de
la Cruz también; así encontramos en el Defensor de
1881 la siguiente información en el noticiario local: "En la
Cruz: En uno de los altares que se levantan, según costumbre
para celebrar la invención de la Cruz, ocurrió en la
madrugada de ayer un hecho lamentable. Algunos individuos
hubieron de insultarse por cuestiones amorosas, y empezaron
a darse de palos; acudió a esto un agente de orden público,
y habiendo reconocido en uno de los que luchaban a su
hermano, tomó también parte en la pelea, de la que
resultaron tres heridos". Menos explícita, pero no menos
significativa, es La Alhambra de 1864: «La Santa
Cruz: A las horas que escribimos estas líneas no tenemos
noticias de que haya habido en la velada ninguna desgracia,
cosa notable y de que nos alegramos». Para el día de la Cruz
se esperaba «algo», tal sería la fama de la fiesta popular.
Esta era la base sobre la que se asentaban las escenas
sainetescas de literatos como Afán de Ribera, convertidas a
la larga en arquetipos; decíamos nosotros de este autor:
«los libros de Afán repiten hasta la saciedad los tipismos
castizos: reunión social de tipos costumbristas, donde se
come, se beben con abundancia caldos del terreno -siempre
los mejores como las aguas de los pueblos-, se lanzan puyas,
versificadas en ripio, entre los concurrentes, se acaba en
atisbo de gresca atajada convenientemente por la autoridad
-alcalde de barrio, cura, migueletes o 'tío'»
(18). El imaginario social confería, se deduce, cierta
peligrosidad a las veladas nocturnas de la Cruz.
Con el paso de
los años la prensa se fue haciendo aún más explícita,
coincidiendo probablemente con el alza de la fiesta en los
años veinte. Ya el Defensor de 1924 informa de la
marcha de las cruces con varios días de antelación, pasando
revista a las que se están haciendo y mencionando a las
juntas de señoritas y caballeros que las apadrinan. Se lee,
v. gr., de la calle Solares: «Reina gran entusiasmo entre
los vecinos (...)con motivo de la instalación de una Cruz de
mayo, que promete ser muy concurrida dadas las grandes
simpatías con que cuenta dicho barrio, y la instalación del
magnífico altar, que ha de lucir con valiosas joyas
artísticas».
La llegada de
la República trae consigo, junto al cambio de sistema
político, el intento por modificar los actos festivos; vemos
anunciada en la prensa (Reflejos, mayo de 1931) que
es intención del nuevo Ayuntamiento modificar el sentido de
las festividades: «La juventud -se dice- que irrumpió en el
Concejo granadino a la proclamación de la República, está
suficientemente capacitada para esa reversión precisa, de no
haber comenzado a actuar en época excesivamente avanzada,
sin tiempo para meditar debidamente». Recordemos que la
República sólo se había proclamado mes y medio antes. Sea
por lo que fuere el caso es que la fiesta de la cruz perdió
parte del brillo de los veinte en el año treinta y uno.
Añade la prensa: «Entre los elementos y el no haber este año
premios para cruces populares, han motivado que esta castiza
fiesta haya decaído bastante en su acostumbrada brillantez.
Aquéllos obsequiándonos con una lluvia pertinaz (...); la
Comisión de Fiestas olvidándose de sacar 500 pesetas del
presupuesto que era la cantidad que se dedicaba al reparto
de premios, que no eran premios sino estímulos»
(19).
No son sólo los
acontecimientos revolucionarios los que originan quejas por
la decadencia de la fiesta. Esa decadencia era percibida
simplemente por mor de un progreso esencialmente
antitradicionalista. Encontramos por los mismos años un
artículo de prensa titulado, «En el Valle. La decadencia de
una fiesta», donde se arguye que «el ajetreo y la algarabía
de la víspera no dejaba ya dormir a nadie aquella noche en
el lugar; el decorado de las cruces reservado para la gente
moza, y que suponía nada menos que la tala de todas las
flores habidas y por haber, así como la movilización de
todas las ropas y objetos de algún valor (...); las amas de
casa se cuidaban de preparar con el mayor esmero las cestas
para las giras al campo o para la romería al Cerro de la
Cruz, y el desbordante entusiasmo de la chiquillería»
(20), nada de lo cual se repetiría a las
alturas del treinta y dos. Cierto es que la irrupción de la
cuestión social remarcaría la fiesta obrera del Primero de
Mayo en detrimento de las fiestas tradicionales. No
obstante, los llantos por la decadencia de las tradiciones
tienen su raíz en el espíritu romántico y en el casticismo.
A la par que
avanzaban las luchas clasistas, la cruz, cual símbolo del
antiguo orden eclesial, era objeto de la iconoclastia
revolucionaria. En una nota de Prieto Moreno y Bigador
aparecida en el Boletín de la Universidad de Granada de 1935
se dice: «Recientemente y debido a los actos de barbarie que
dieron lugar al incendio de las iglesias de San Luis y de
San Nicolás en el Albaicín, fueron destruidas muchas de esas
cruces granadinas. Solamente fueron de nuevo levantadas la
denominada Cruz Blanca y la colocada a la entrada del bosque
de la Alhambra junto a la Puerta de las Granadas. Entre las
desaparecidas figuran las de San Nicolás, la Rauda, San
Miguel, San Bartolomé y San Gregorio».
Finalizada la
guerra, o posiblemente durante la misma, estando Granada en
la zona «nacional», esta fiesta como tantas otras donde lo
grotesco-popular tenía una presencia estimable, fue
prohibida. Al parecer la prohibición pudo haber sido obra
personal del entonces arzobispo de Granada cardenal Parrado
(21). Pasados los años más duros de la
dictadura, en el año 1963 el entonces delegado de Turismo,
Antonio Gallego Morell, junto con otras personas públicas de
la ciudad, se propone la revitalización de la fiesta. La
política festiva de la dictadura giraba entre las ceremonias
historicistas y el folclore pasadista; las primeras ligadas
a actos de exaltación religiosa y nacionalista, y el segundo
a las organizaciones encuadradoras del ocio -Sección
Femenina y Educación y Descanso, principalmente
(22). La tradición folclórica permitía a
la vez resolver ideológicamente dos espinosos temas: la
naturaleza de lo popular y de las diferencias regionales.
Bien es sabido que el fin de la autarquía y del aislamiento
internacional trajeron consigo la afluencia de turistas, y
el descubrimiento de este fenómeno como «primera industria
nacional». La mirada un tanto indecente del turista formada
de arquetipos romántico-castizos, recibía su sanción con la
política «tipista» de los sesenta, con sus concursos de
embellecimiento de pueblos, los tablaos de pastiche, los
affiches del Ministerio de Información y Turismo, etc. Y no
obstante, todo ello, ficticio o auténtico, de «pandereta» o
«hondo», contribuyó al tímido renacer de la fiesta, siquiera
bajo la cobertura neutralizante del casticismo.
V.
Etnografía de la fiesta
El calendario
tradicional rural establecía entre Semana Santa y el Corpus
celebraciones como San Marcos, San Isidro, Santiago el
Verde, San Miguel y en ocasiones San Antonio. Aquellas
comarcas alejadas de la ciudad de Granada como las
Alpujarras han conservado generalmente las de S. Marcos y S.
Isidro. En el S. Marcos de Cádiar, por ejemplo, se sigue
saliendo aún al campo a «matar al diablo» y a comer
«hornazo»; esta misma localidad celebra S. Isidro con una
procesión que va del barrio alto al barrio bajo.
Cogollos-Vega, en las cercanías de Granada, festejaba
antiguamente a S. Marcos, marchando igualmente al campo a
merendar y a «matar al diablo»; algunos ancianos de este
pueblo son de la opinión de que llueve menos desde que se
dejó de sacar a S. Marcos; lo cierto es que en el presente
las fiestas de primavera de Cogollos han quedado reducidas
al día de la Cruz, celebrado conforme al modelo granadino.
En líneas generales, tal como ocurre en los dos ejemplos
expuestos, parece que en aquellas localidades más alejadas
de la influencia urbana han pervivido como fiestas de
primavera las de S. Marcos o de S. Isidro, mientras que ha
caído en el olvido la de la Invención de la Cruz; justamente
lo contrario de lo que ocurre en la Vega de Granada, a dos
pasos, como quien dice, de la ciudad. Hubo, por
consiguiente, una remarcable tendencia a la simplificación
del ciclo primaveral en torno a una sola fiesta; en los dos
casos señalados algunas de las características de cada
fiesta se han vuelto comunes a ambas, como el comer hornazo
en la merienda campestre.
Lógicamente a
esta regla general hay que hacerle todas las excepciones
pertinentes. Así el que en Fuente Vaqueros y Chauchina,
pueblos de la Vega al igual que Cogollos, se continúe
celebrando S. Marcos y no la Cruz; ello lo interpretamos
como una supervivencia ligada a las condiciones propias de
celebración de la fiesta: excursión de los dos pueblos por
separado a las alamedas que están en el límite entre los
términos municipales, fijado este por el curso del río
Genil; las agresiones más o menos rituales se sucedían el
citado día desde cada lado del río. Nos lleva este caso a
reflexionar sobre la dificultad de generalizar en el
tratamiento del fenómeno festivo.
Puesto que
hablamos de rivalidad tengamos presente lo manifestado por
la mayor parte de quienes han tratado del día de Cruz: que
las tensiones territoriales son un factor esencial para el
arraigo de la fiesta (23). Estas
tensiones, sin embargo, en la Cruz tienen un sentido grupal
en derredor del corral, la casa de vecinos o el barrio,
mientras que otras fiestas tienen un sentido comunal o
supracomunal; veamos: en Lebrija (Sevilla) la celebración de
la Cruz se hacía hasta hace poco los días 1,2,7 y 8 de mayo,
independientemente de que cayesen en fin de semana o no;
actualmente se hace coincidir con días de fiesta. «Los
vecinos -se nos dice- adornaban una cruz cada equis casas o
por barrio.Además, había concurso de cruces». Se observa
como en una localidad bien alejada del área oriental de
Andalucía la estructuración territorial y tensional de la
fiesta de la Cruz es la misma.
En la ciudad de
Granada las casas de vecinos de los barrios obrero-populares
tradicionales constituían el lugar espacial y social idóneo
para la construcción de cruces y la plasmación en éstas de
la rivalidad vecinal. Fue tradicional, por ejemplo, en el
Realejo, la rivalidad entre las cruces de los números 15 y
18 de la calle del Señor. La exteriorización primaveral de
los vecinos en el patio del corral nos fue expuesta por L.
Montoto y F. Morales Padrón para el caso sevillano, lo que
podemos fácilmente trasladar a las casas de vecinos
granadinas (24).
Pero las
tensiones más acusadas solían darse entre barrios enteros o
entre sectores de un mismo barrio. Allá por los años treinta
existía una fuerte tensión entre los habitantes del Albaicín
y los de la calle Real de Cartuja; estas tensiones se pueden
explicar parcialmente, al menos, con la siguiente historia:
«los cabreros de los dos barrios hacían 'ramones' (especie
de puros) de álamo negro; los de la calle Real los
fabricaban con las puntas sueltas, y los del Albaicín con
las puntas en forma de puro. Este era el motivo para
pelearse sobre todo en época de fiestas, y claro está en la
Cruz» (25). Dentro del Albaicín también
se producían frecuentes tensiones entre calles; fue
tradicional la existente entre la Plaza Larga, centro vital
del barrio, y el resto del vecindario, por la fama y los
consiguientes premios que su Cruz tenía y que los demás
consideraban inmerecida.
De otro lado,
la ornamentación de la Cruz tradicional exigía la
colaboración de todos los vecinos, quienes exponían objetos
de adorno de sus casas o personales, que muchas veces
encontramos conceptuados en la prensa como «joyas». Era una
ocasión anual de exteriorizar lo más preciado «de adorno» en
una fiesta grupal y comunal. Los albaicineros comenzaban a
hacer las cruces varios días antes del tres; las mujeres
llevaban y traían cosas; tenía que estar terminada para la
tarde-noche del dos, que era cuando el jurado venía a verla
para otorgar los premios. En cuanto al ornato podemos
distinguir entre la cruz en sí misma y lo que la rodea; la
cruz se solía y todavía se suele hacer con claveles, aunque
desde la revitalización del 63 se introdujeron materiales
nuevos, como cáscaras de huevo, con el objeto de llamar la
atención. Los acompañamientos de arquitectura efímera
solían/suelen tomar como referentes el tipismo
granadino:granadas, maquetas de la Alhambra, cuevas,
surtidores de agua, etc. A título de ilustración, en el
Defensor del 31 se lee que en la cruz de la masa coral
se hizo «un bello escenario representativo de una rinconada
típica del Albaicín, y en medio de la simulada plazuela de
la Cruz una cruz de claveles rojos sobre pedestales de
flores».
No todas las
cruces, sin embargo, fueron levantadas por los vecinos; las
más distinguidas, aquellas que realizaban los casinos y
asociaciones de la «buena sociedad» granadina eran
encargadas a obreros y/o artesanos; la cruz erigida en el
año 1924 por el Círculo Comercial fue encomendada a «hábiles
artistas granadinos», procediéndose a hacer el mayor gasto
ostentatorio y de modernidad: se iluminó con luz eléctrica
la fachada del Círculo, y la cruz «¡de ocho metros!» también
se hizo de bombillas eléctricas. Y además, «para el baile
que se organizará la noche del día 3, se han contratado los
mejores tocadores de bandurria y guitarra»
(26). Las diferencias sociales y de sociabilidad entre
las cruces de barrio y las de la buena sociedad son tan
evidentes que no merecen mayor comentario, sólo volver a
subrayar que por encima de esas diferencias en todas las
cruces permanecen los rasgos de tipismo: la cruz, verbi
gratia, de la Sociedad Filarmónica del año 31
«representaba el interior de una mezquita árabe,con arcadas
y columnas de tan perfecta ejecución, que sin aproximarse
mucho no podía verse si era real o ficticia su construcción»
(27). Las diferencias eran sobre todo de
ornato, el de las cruces populares procedía del interior de
las casas, y el de las burguesas venía marcado por el
anonimato. Asimismo las diferencias de ornato se traslucían
en las propias personas; en cuatro instantáneas fotográficas
de los años veinte aparecidas en Reflejos(28)
queda meridianamente manifiesto: en la primera foto, del
baile del Centro Artístico, las mujeres lucen mantón de
Manila, al igual que las de la segunda foto, del baile del
Círculo Comercial; las jóvenes del barrio de la Magdalena
-pequeñoburguesía- llevan menos mantones; finalmente, las
del popular barrio de la calle Solares aparecen
preferentemente vestidas de faralaes, ya que los mantones
aún con ser una prenda cara y de puro adorno femenino,
tendrían su ubicación lógica en el exorno de la cruz, junto
a los cobres, cerámicas, aspidistras y geranios, todos ellos
aportados por los vecinos.
Remarquemos de
nuevo el carácter sexuado de la fiesta con algún ejemplo
extraído de la literatura de costumbres: «Corría la
manzanilla, subían las voces, trinaban las guitarras,
holgábase el sol, alumbrando aquellos rostros francos,
expresivos y risueños, y comentábanse al pie de la cruz las
'pelás de pava', las 'tomas de dichos', y las
amonestaciones de la misa próxima» (29).Francisco
de Paula Valladar hace una descripción más exacta de la cruz
de mayo granadina, y allí expone lo que en la mentalidad
romántica ha de ser un final de velada, donde se mezclan
amores, vino y nocturnidad: «Por fin es de noche. El amor,
que gusta más de incierta luz que de los reflejos brillantes
del sol, prepara sus ponzoñosas saetas. El baile comienza:
ese poético baile de nuestro pueblo: el fandango, con sus
versos intencionados, su sentida melancolía y su melancólico
ritmo que el rasgueo de la guitarra sostiene»
(30).
El núcleo
festivo del día de la Cruz tenía a su alrededor algunos
constituyentes periféricos; véanse, los gitanos del
Sacromonte que solían hacer sus cruces en el interior de las
cuevas, o los niños que han mantenido hasta el día de hoy la
costumbre de pedir el «chavico para la Santa Cruz»,
es decir para sus pequeñas cruces hechas a imitación de las
de los adultos -no obstante, no se conservan rastros en la
memoria colectiva de la existencia de «mayas» infantiles,
por contra de la no lejana ciudad de Almería donde
actualmente es el componente más interesante de su día de la
Cruz-.
Como cualquier
otra fiesta de importancia, la Cruz posee sus alimentos
rituales; por descontado el rey es el vino, al que siguen
las salaíllas -tortas de pan cubiertas de sal
gruesa-, que servirían «para empapar el vino»; finalmente,
el bacalao y las habas, éstas últimas consideradas entre los
albaicineros como «cosa de gitanos».
El último
elemento festivo a subrayar, sobre el que nuestro colega
Pierre Córdoba ha fijado su atención recientemente
(31), es el pero y las tijeras, clavadas
y abiertas estas sobre aquel, y puestos al pie de la cruz.
Al decir popular su significación sería cortar con las
tijeras los «peros» -faltas- que la maledicencia popular
acabaría inevitablemente poniéndole a la cruz: «está mú
bonica, pero...». Creemos, por contra de Pierre Córdoba que
defiende la existencia de niveles más profundos de
significación en el asunto del pero y las tijeras, que la
explicación popular respecto al significado de estos objetos
es correcta. Además, la disposición iconográfica del pero y
las tijeras no siempre fue junta; en tiempos pretéritos se
presentaban separados físicamente aunque unidos mental y
lingüísticamente por la explicación arriba indicada.
VI. Presente
y futuro del día de la Cruz: prospectiva etnológica
Es sabido que
la fiesta tradicional ha sufrido modificaciones
notabilísimas en los últimos cincuenta o sesenta años. Los
lamentos por la decadencia de las fiestas antiguas fue una
constante entre los casticistas y románticos. Contribuyeron
a esta evolución o decadencia (¿!) no sólo el progreso
urbano-industrial y la tendencia a la laicización, hechos
universales ambos, sino también cuestiones estrictamente
particulares de nuestro país, como la dictadura franquista,
que después de un período de prohibición toleró y dirigió la
recuperación casticista y «neutra» de la fiesta.
Manifestaba el
profesor Gallego Morell que todas las tentativas por ampliar
en los años sesenta a varios días la fiesta fracasaron.La
explicación a este fracaso, y al persistente arraigo en una
sola tarde-noche, hay que atribuirlos inicialmente a tres
factores. Primero a las condiciones climáticas de Granada,
de amplitudes estacionales y oscilaciones diarias en las
temperaturas muy extremas, lo que convierte a la primavera
en una explosión. Segundo, el día de la Cruz constituye una
suerte de pre-Corpus, sirviendo de anuncio para la feria que
un mes después aproximadamente se celebrará; basta una
mirada sobre la prensa de antaño para comprobar que la
programación de la feria del Corpus se hacía pública unas
fechas antes del tres de mayo. Y tercero, aunque la fiesta
en sí fuese efímera, la sociabilidad, función que cumple
todo festejo popular, estaba asegurada por los preparativos
previos de la construcción de la cruz.
En los últimos
tiempos la propia evolución urbana de Granada ha añadido
nuevos factores a la sociología de la fiesta. De un lado, el
traslado de buena parte de la población de los barrios
tradicionales a los barrios periféricos, ha provocado
paralelamente la progresiva redistribución del espacio
festivo. De otro, el aumento de la población estudiantil
hasta alcanzar un 10% del total del total de la ciudad. En
relación con lo primero, las cruces han dejado de ser un
fenómeno de sociabilidad cuasi rural dentro de la ciudad,
para convertirse en un fenómeno de sociabilidad típicamente
urbana: las cruces son construidas hoy día en buena medida
por bares, peñas deportivas, asociaciones de vecinos, etc.
La ritualidad tradicional, que incluía la sociabilidad y las
tensiones grupales ha sido sustituida por una sociabilidad
(¿?), que a pesar de las asociaciones citadas, se debate
entre la soledad individual y la masa anónima. «En la fiesta
urbana de hoy la víctima es el propio individuo sometido a
los rigores del anonimato y la soledad en la socialización
forzada de la ciudad. El ciudadano aislado en el gran
mercado urbano pasa a ser el gran protagonista de su propio
sacrificio. La soledad de este reo contrasta con la propia
masificación de su entorno. No hay pautas para la
construcción de un ritual y si las hay son escasas y
precarias: la música, la utilización de unos espacios
determinados para una reciente tradición o la presencia de
elementos escénicos que estimulan al jolgorio»
(32). Empero, en los barrios antiguos aún
permanecen restos de la fiesta tradicional con una función
cada vez más residual.
Un hecho
bastante significativo: durante los últimos años fue queja
continuada de los vecinos del Albaicín, y especialmente de
la plaza Larga, la actuación de masas de jóvenes ebrios que
llevaban su desenfreno a una auténtica destrucción. En
protesta los albaicineros dejaron de hacer algunas de sus
tradicionales cruces. ¿Quiénes componen estas frenéticas
masas de jóvenes festeros? A partir de una simple
visualización se observa una mayoría estudiantil, mezclada
ocasionalmente con jóvenes lumpem. La mezcla no es
nueva, ni los deseos de fiesta de los estudiantes tampoco:
desde el siglo XV en el Midi francés, por ejemplo,
les bacheliers (los bachilleres) se empleaban a fondo en
fiestas propias y ajenas, con gran escándalo de las
poblaciones y sus autoridades (33). No
nos encontramos, pues, ante un fenómeno nuevo, lo novedoso
es la forma de diversión estudiantil, incardinada en la
cultura del week-end, que en Granada es la de los
bares-pub del viernes noche (34). En ese
medio cotidiano, y cuando los exámenes de final de curso
están en ciernes, el estudiante halla su manera de desahogo
festivo y de búsqueda de liaison sexual, a que invita
esta fiesta de primavera desde sus formulaciones más
remotas, en la masa anónima.
En el último
año que pudimos asistir a la fiesta -1988- , esta parecía
recentrarse sobre nuevas bases en los barrios modernos, y la
violencia urbana real, que no imaginada, de años precedentes
remitió. Cosa notable el que no hubiese habido incidentes
que dijo la prensa local a la mañana siguiente; lo que nos
trae a colación que los diarios del XIX informaban en los
mismos términos. Y es que en la hybris festiva
siempre ha estado presente la amenaza violenta; la
diferencia esencial entre las fiestas de ayer y de hoy,
creemos encontrarla por nuestra parte en las polaridades
sociológicas que confluyen en el evento: en la tradición, el
grupo de vecinos; en la actualidad, el individuo en soledad
y la masa sin rostro.
El
presente artículo constituyó inicialmente la contribución
oral del autor a la mesa redonda que sobre esta fiesta se
celebró, en abril de 1988, en el palacio de la Madraza de
Granada. Participaron igualmente en dicha mesa redonda los
profesores Antonio Gallego Morell e Ignacio Henares Cuéllar,
ambos de la Universidad de Granada.)
Notas
1. Santiago de
la Vorágine: La leyenda dorada. Vol. II. Madrid,
Alianza, 1984, 2ª ed.: 585.
2. Pedro de
Ribadeneyra: Flos sanctorum. Tercera parte. Madrid,
1716: 37 y ss.
3. P. Thoby.
Le crucifix, des origines au concile de Trente. Nantes,
Bellanger, 1959: 22.
4. E. Trocmé.
«El cristianismo, desde los orígenes hasta el concilio de
Nicea», en Las religiones en el mundo mediterráneo y en
el Próximo Oriente. Madrid, Siglo XXI, 1979: 435.
5. G. Puente
Ojea: La formación del cristianismo como fenómeno
ideológico. Madrid, Siglo XXI, 1976, 2ª ed.: 294 y ss.
6. L.
Cardaillac: Moriscos y cristianos. Un enfrentamiento
polémico (1492-l64O). Madrid, FCE, 1979: 264.
7. S. Colina
Munguia: Cruces de Granada. Granada, 1976.
8. Fr.
Henríquez de Jorquera: Anales de Granada. Tomo I.
Granada, Universidad, 1987: 666-667.
9. A. J. Afán
de Ribera: Fiestas populares de Granada. Granada, La
Lealtad, 1885.
10. J. Caro
Baroja: La estación del amor. Fiestas populares de mayo a
San Juan. Madrid, Taurus, 1979.
11. Al Supremo
Consejo de la Santa Inquisición, consagra este Sermón de las
desgracias de Jesu Christo N. S. posteriores glorias de su
cruz y feliz escándalo del indio(...). Predicóle en la
Festividad de la Cruz en Santo Domingo en este año de
MDCXXXV, P. Francisco Boil.
12. A. Olivar:
El nuevo calendario litúrgico. Barcelona, Estela,
1970: 152-153.
13. La
Alhambra, 6 de mayo de 1863.
14. F. Prieto
Moreno y P. Bigador. «Cruces populares granadinas», en
Boletín de la Universidad de Granada, año 1935, febrero.
15. Olga
Rojdestvensky: Le culte de Saint Michel et le Moyen Age
Latin. Paris, A. Picard, 1922: XIX.
16. M. F.
Guesquin: Les mois des dragons. Paris,
Berger-Levrault, 1981: 40.
17. Vid.
José A. González Alcantud: «Tarasca, gigantes y cabezudos»,
El Semanero, Granada, junio de 1988.
18. J. A.
González Alcantud: «Antropología, folclore y literatura
costumbrista. El caso de Afán de Ribera», Gazeta de
Antropología, nº 1, Granada, 1982.
19. El
Defensor de Granada, martes, 5 de mayo de 1931.
20. Ibídem,
3 de mayo de 1932.
21. Información
aportada por D. Antonio Gallego Morell en la mesa redonda.
22. Sobre la
utilización del folclore por el franquismo, véase: M. Merino
de Zela: «El folklore y la educación escolar en España»,
Folklore Americano, año 3, nº 3, Lima, 1955.
23. Cfr. el
tratamiento de la fiesta en S. Rodríguez Becerra (dir.):
Guía de fiestas populares de Andalucía. Sevilla, 1982.
24. L. Montoto:
Los corrales de vecinos. Sevilla, Biblioteca de Temas
Sevillanos, 1981. F. Morales Padrón: Los corrales,
Sevilla, 1983.
25. Información
facilitada por D. Enrique López.
26. El
Defensor de Granada, 4 de mayo de 1924.
27. Ibídem,
5 de mayo de 1931.
28. Reflejos,
revista literaria ilustrada, abril, 1925.
29. B. Mas y
Prat: La tierra de María Santísima. Colección de
cuadros andaluces. Barcelona, s. f.: 376.
30. F. de Paula
Valladar: «La cruz de mayo», La Alhambra, año I, nº
10, abril 1884.
31. P. Córdoba
Montoya: «El objeto ritual: el pero y las tijeras del día de
la Cruz», en La fiesta, la ceremonia, el rito.
Universidad de Granada/Casa de Velázquez.
32. E. Delgado
i Clavera: «Entre el desorden y la soledad», en Cultura
urbana y fiesta tradicional. Barcelona, Ayuntamiento,
1987: 59.
33. N.
Pellegrin: Les Bachelleries: organisations et fêtes de
jeunesse dans le Centre-Ouest, XVe-XVIIIe siècles.
Poitiers, 1982.
34. Para un
análisis general del fenómeno, vid.: J. A. González
Alcantud: «Temas de antropología urbana: la cultura de los
bares», Gazeta de Antropología, nº 2, 1983.
Resumen
El día de la Cruz
en Granada. Introducción etnológica
La fiesta de la
Cruz está entre las fiestas populares que han perdurado
hasta la actualidad, y que incluso han cobrado auge en los
últimos años. El artículo traza, en primer lugar, una
perspectiva histórica de la fiesta. Luego, la sitúa en el
marco del ciclo festivo anual. Finalmente, lleva a cabo una
descripción etnográfica, señalando los aspectos evolutivos
de la celebración.
Abstract
The Day of
the Holy Cross in Granada: an ethnological introduction
The “fiesta” of
the Holy Cross is among the folk festivities that remain
practiced today, and that have gained energy recently. After
tracing the history of the “fiesta”, we it locate it within
the framework of the annual festival cycle. Finally, we
present an ethnographic description of the “fiesta”,
pointing out the evolutionary aspects of the celebration.
fiesta popular | día de la Cruz |
Granada | ritual | evolución cultural
popular celebration | day oh the Holy Cross | Granada | rite
| cultural evolution
|
ESPECIAL DÍA DE LA CRUZ |
Las connotaciones religiosas y las paganas se confunden en
el origen del Día de la Cruz. Los orígenes en Granada del
Día de la Cruz, parecen encontrarse hace ya cuatro siglos,
en unas antiguas celebraciones religiosas que se organizaban
en honor al símbolo del cristianismo. Cuenta la tradición
que la cruz encontrada por Santa Elena, y en la que
supuestamente había muerto Cristo, con el paso del tiempo
fue sufriendo sucesivas mutilaciones que originaron que
numerosos restos de ella llegaran a multitud de rincones de
todo el mundo. A Granada en concretó llegó un pedazo de la
supuesta cruz de Cristo hasta el albayzinero convento de
Santa Isabel la Real. La leyenda toma aquí protagonismo, ya
que se cuenta un viernes de Cuaresma del año 1961, las
monjas de este convento escucharon como salían voces de una
pared. Mandaron hacer un derribo y encontraron dentro del
muro un pedazo de la cruz de Cristo. Desde entonces en el
convento se siguió la costumbre de que una de las monjas de
la comunidad se llamara Sor María de la Cruz.
A lo largo de la historia en Granada se han celebrado
diferentes fiestas en honor a la Santa Cruz, como las
bendiciones que se hacían de las milagrosas llagas del
Cristo de los Favores a finales del siglo XIX u otras
celebraciones que entroncan con los supuestos hallazgos
reveladores del Sacromonte.
El
Día de la Cruz en Granada ha vivido periodos de gran
esplendor y otros de acusada crisis. Con las últimas décadas
del siglo XIX la celebración comenzó a decaer bastante,
llegándose al extremo de que en el año 1883 el gobernador de
la ciudad prohibió a los vecinos pedir dinero para levantar
sus cruces. La tradición decae y su recuperación no llega
hasta el año 1924 cuando el Ayuntamiento intenta reimpulsar
las fiestas instituyendo un concurso con premios para
galardonar las cruces más vistosas. Para revitalizar la
fiesta se adoptan diferentes comedidas como organizar un
concurso de cantes por granaínas y medias granaínas en la
Plaza de San Nicolás. De aquellos primeros años del siglo XX
han llegado a nosotros curiosas fotografías sobre esta
fiesta en la que destaca el tipismo y colorido, con los
vecinos montando sus cruces y luciendo curiosas
indumentarias festivas. Con el advenimiento de la República
la celebración vuelve a decaer, aunque en el interior de
muchas casas los vecinos se reunían para celebrar
clandestinamente el Día de la Cruz. Tras la Guerra Civil el
alcalde de la ciudad Antonio Gallego Burín será quien vuelva
a dar un impulso a la fiesta. Los periódicos dejan
constancia de que en el año 1939 se instaló en la Plaza del
Carmen una cruz que medía 6 metros y estaba adornada con
7.000 claveles blancos y rojos. Además, por toda la ciudad
se montaron un centenar de cruces, destacando sobre todo la
que hicieron las mujeres de la Pescadería.
Desgraciadamente en la década de los años cincuenta
nuevamente la fiesta languidece y no será hasta 19634 cuando
tome el impulso definitivo que la ha llevado hasta nuestros
días. Entonces, gracias al entusiasmo del delegado
provincial de Turismo Antonio Gallego Morell, la fiesta toma
otra vez auge. Junto al tradicional concurso de cruces se
organizan otros como uno mantones de manila. Poco a poco la
fiesta fue calando nuevamente entre los granadinos que
agrupados por barrios, asociaciones, cofradías u otros
colectivos montas sus cruces en los primeros días del mes de
mayo. En la última década del siglo XX la fiesta llegó a
degenerarse un poco, debido en parte a la larga duración que
algunos años tuvo -hasta cuanto o cinco días seguidos- y la
masiva proliferación de barras de venta de bebida sin
cruces, o la colocación de cruces con escaso valor
artístico. Por fortuna las voces críticas se dejaron oír y
cada vez son más los colectivos que trabajan para que la
fiesta mantenga sus connotaciones tradicionales.
Artesanía viva.
Y
es que una Cruz de Mayo debe desprender siempre granadinismo
y las connotaciones que la cultura popular de Granada le han
ido imprimiendo con el paso de los siglos. Ver una cruz debe
ser deleitarse con multitud de pequeños detalles que
conforman un todo maravilloso que siempre llame la atención.
Tal vez no haya mejor ocasión a lo largo del año para
apreciar una auténtica muestra de la artesanía típica de la
ciudad. Cerámicas, objetos de taracea, tejidos artísticos,
cobres o piezas de madera tallada se ofrecen al visitante de
la cruz como extraordinarios tesoros de la historia viva de
Granada. Las cerámicas de fajalauza son, tal vez, las piezas
artesanas más típicas de la ciudad y más presentes en las
cruces. Los orígenes de esta cerámica se remontan al siglo
XVI como continuidad de la cerámica de fabricación
musulmana. Desde entonces pocos cambios han experimentado,
ni en su técnica ni en los temas y formas tradicionales que
adopta. Su nombre proviene de los alfares y hornos
existentes junto a la Puerta de Fajalauza en el Albayzín. El
rasgo más característico de esta cerámica son los personales
dibujos que incorpora en colores azul, verde y morado.
Pájaros, flores, ramajes y granadas pintadas a trazos muy
simples son los temas que aparecen representados en esta
cerámica que tanto se ve junto a las cruces, ya sea en
platos, fuentes, lebrillos, orzas o vasijas.
Pero junto a esta colorista cerámica también suelen
aparecer bastante piezas de barro o cerámica más sencillas
realizadas por los alfareros que todavía trabajan en la
provincia. Pipos, cazuelas, ánforas o curiosos botijos con
forma de gallo o pez llaman la atención de muchos. Es la
artesanía típica de puntos de la provincia como Purullena,
Guadix o la costa. Los tejidos también están muy presentes
entre las muestras artesanales que ofrece una cruz de mayo.
Por un lado destacan las piezas bordadas en tul, como
mantillas de encaje o cortinas, y por otro los tejidos
alpujarreños con sus llamativos colores. Las conocidas
jarapas, hechas con tiras finas nudosas de lino en colores
nítidos, aparecen colocadas en muchas cruces junto a tapices
y alfombras con los llamativos colores de los tejidos
alpujarreños.
No faltarán tampoco en las cruces objetos de taracea.
Desde tableros de ajedrez a pequeños joyeros, pasando por
muebles y baúles, el delicado y paciente trabajo de esta
típica artesanía de la ciudad tendrá su protagonismo propio.
Las piezas de cobre también son muy utilizadas para el
adorno de las cruces. Sin ir más lejos, la cruz de la Plaza
del Carmen del pasado año recreaba un gran brasero de cobre
granadino. El origen del trabajo en cobre en Al-andalus
tiene sus primeras grandes manifestaciones a partir de la
llegada de los almorávides. Las artes de trabajar el metal
de los nazaritas destacaron bastante en todo el
Mediterráneo. La tradición ha llegado hasta nuestros días,
especialmente transmitida por el pueblo gitano, que encontró
en su trabajo una fuente d ingresos. Como se aprecia, una
cruz de mayo es todo un escaparate de la artesanía y la
historia de Granada. Solo busca encontrar en cada cruz los
elementos que distinguen y diferencia a Granada. Por cierto,
que entre todos esos elementos no debemos olvidar observar
el famoso pero atravesado con unas grandes tijeras. Dice la
tradición que tan singular y llamativo adorno aparece allí
para cortar cualquier "pero" o defecto que se le pueda poner
a la cruz. Una costumbre granadina más, como la de que la
chiquillería pida en este día el popular "chavico |
La Fiesta de la
Cruz
Texto tomado del libro
de Antonio Merino Madrid Ensayo sobre fiestas populares de Los
Pedroches (Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches, 1997) .
Se han eliminado las notas bibliográficas y de fuentes.
1. Divagaciones sobre
su posible origen y significado.
Los libros litúrgicos
contienen dos fiestas dedicadas al culto de la Cruz: La Invención de
la Santa Cruz, el 3 de mayo, y la Exaltación, el 14 de septiembre.
La Exaltación, que conmemora la dedicación de las basílicas de
Jerusalén, es de origen oriental y no pasó a occidente hasta fines
del siglo VII, a través del rito romano. El primer testimonio de su
celebración litúrgica se encuentra en una biografía del Papa Sergio
I (687-701), en la cual se lee: Qui etiam ex die illo pro salute
generis ab omni populo christiano die Exhaltationis Sanctae Crucis
in basilicam Salvatoris, quae apellatur Constantiniana, osculatur et
aderatur.
La Invención de la
Santa Cruz, en cambio, es conmemorada desde antiguo. En España
aparece en todos los calendarios y fuentes litúrgicas mozárabes,
poniéndola en relación con el relato del hallazgo por Santa Elena de
la auténtica Cruz de Cristo. Este relato figura en los pasionarios
del siglo X y puede resumirse así: En el sexto año de su reinado, el
emperador Constantino se enfrenta contra los bárbaros a orillas del
Danuvio. Se considera imposible la victoria a causa de la magnitud
del ejército enemigo. Una noche Constantino tiene una visión: en el
cielo se apareció brillante la Cruz de Cristo y encima de ella unas
palabras, In hoc signo vincis ("Con esta señal vencerás").
El emperador hizo construir una Cruz y la puso al frente de su
ejército, que entonces venció sin dificultad a la multitud enemiga.
De vuelta a la ciudad, averiguado el significado de la Cruz,
Constantino se hizo bautizar en la religión cristiana y mandó
edificar iglesias. Enseguida envió a su madre, santa Elena, a
Jerusalén en busca de la verdadera Cruz de Cristo. Una vez en la
ciudad sagrada, Elena mandó llamar a los más sabios sacerdotes y con
torturas arrancó la confesión del lugar donde se encontraba la Cruz
a Judas (luego San Judas, obispo de Jerusalén). En el monte donde la
tradición situaba la muerte de Cristo, encontraron tres cruces
ocultas. Para descubrir cuál de ellas era la verdadera las colocaron
una a una sobre un joven muerto, el cual resucitó al serle impuesta
la tercera, la de Cristo. Santa Elena murió rogando a todos los que
creen en Cristo que celebraran la conmemoración del día en que fue
encontrada la Cruz, el tres de mayo.
Toda esta historia
tiene, sin duda, mucho de leyenda, pues el emperador Constantino fue
considerado en el medievo occidental como prototipo del príncipe
cristiano y se le rodeó de multitud de relatos fabulosos. Además, la
celebración de este día es anterior al Pasionario.
En la Lex Romana
Visigothorum, promulgada por Recesvindo en el año 654, y
renovada por Ervigio el 681, se menciona esta festividad
comparándola, por lo que se refiere a su solemnidad, con las mayores
del año eclesiástico; y en el Leccionario de Silos,
compuesto hacia el año 650, aparece con el nombre de dies
Sanctae Crucis, siendo éste el más antiguo testimonio de su
conmemoración en España. Desde la primera mitad del siglo VII se
tiene conocimiento de la existencia en España de reliquias de la
Cruz, concretamente en sendas iglesias de Mérida y Guadix.
Finalmente, hay que añadir que el culto a la Cruz en general es aún
más antiguo, pues sabemos que en el año 599 se celebró en la
Catedral de la Santa Cruz el II Concilio de Barcelona, lo que
implica a su vez una advocación anterior.
En cambio, de la
celebración popular de la fiesta de la Santa Cruz, la que más nos
interesa, apenas hay datos antiguos. Los primeros testimonios que
conocemos se remontan tan sólo al siglo XVIII, aunque este vacío
documental no implica necesariamente que la fiesta no existiera
desde antes. En cualquier caso, parece que la celebración popular de
la Cruz de Mayo tal como hoy la conocemos alcanzó su máximo
esplendor durante los siglos XVIII y XIX, para empezar a decaer a
principios del XX.
Esta fiesta, en su
vertiente popular, está muy extendida por toda España, aunque con
variaciones muy significativas de unos lugares a otros. A pesar de
ello, la celebración presenta en todas sus manifestaciones una serie
constante de elementos comunes. El centro de la fiesta es una cruz,
de tamaño natural o reducido, que se adorna, en la calle o en el
interior de una casa, con flores, plantas, objetos diversos
(pañuelos, colchas, cuadros, candelabros, etc.) y adornos
elaborados. A su alrededor se practican bailes típicos, se realizan
juegos y se entonan coplas alusivas. A veces hay procesiones, de
carácter religioso o pagano. A la hora de establecer los orígenes de
esta celebración popular de la Cruz hay que referirse necesariamente
a una serie de fiestas paganas que se celebraban desde muy antiguo
en el mes de mayo.
Cruz interior
En efecto, el mes de
mayo, considerado desde siempre como el mes del esplendor de la
vegetación y, por extensión, el mes amoroso por excelencia, ha sido
desde tiempos remotos el escenario temporal de un buen número de
fiestas populares. Dos de ellas reclaman especialmente nuestra
atención, por la vinculación que puede establecerse entre éstas y la
fiesta de la Cruz. La primera es la Maya. Es costumbre muy extendida
por toda España una celebración de carácter alegórico que tiene como
protagonista a una niña (la maya), generalmente de unos doce años, a
la que, vestida de blanco y coronada de flores, se engalana con
adornos y artificios. La maya tiene una corte de jovencitas, también
ricamente engalanadas, que se dirigen con una bandeja a los
presentes o transeúntes solicitando "un cuartito para la maya/ que
no tiene manto ni saya", mientras aquélla ha sido colocada en un
trono floral y sirve de centro para una fiesta donde se baila
airosamente y se cantan cancioncillas compuestas al efecto. Los
hombres apenas participan en la celebración y, en algunos pueblos,
ni siquiera podían tomar parte en los bailes. Restos de esta
celebración en Los Pedroches serían las llamadas "Muñecas de San
Isidro", de las que hablaremos más adelante.
También es costumbre
en muchos pueblos colocar en la plaza principal o en otro lugar
elegido por la tradición un gran árbol denominado mayo, al que se
adorna y se convierte en centro de una celebración festiva. Según
Covarrubias, "mayo suelen llamar en las aldeas un olmo desmochado
con sola la cima, que los mozos zagales suelen en el primer día de
mayo poner en la plaza, o en otra parte". Otro autor, Basilio
Sebastián de Castellanos, aporta más datos: "El llamado mayo,
protagonista de la función cívico-campestre, consiste en un tronco
muy alto, comúnmente de álamo verde, vestido de flores, cintas,
ramas y frutos, y en muchas partes pañuelos de seda y otras prendas
de vestir, que plantan los jóvenes labriegos de nuestros pueblos en
la plaza y a cuyo alrededor se baila todo el día con entusiasta
alegría".
Los orígenes de estas
fiestas populares del mes de mayo son discutidos. Desde los autores
renacentistas se pretende hacer derivar tales celebraciones de
alguna festividad clásica grecolatina. Un escritor italiano del
siglo XVI, Polydoro Virgilio, las relaciona con las fiestas romanas
en honor de Flora, diosa que representa el eterno renacer de la
vegetación en primavera (las Floralia, que duraban del 28 de abril
al 3 de mayo), y con la procesión ateniense del Eiresioné en la
época de la cosecha. Otros las vinculan con las fiestas romanas de
Vulcano y de las divinidades Maia y Ops.
De todas las
celebraciones clásicas con las que se quiere relacionar a las
fiestas de mayo, la que más nos interesa es la de Attis. Según
Ovidio, Attis era un hermoso joven que vivía en los bosques de
Frigia. La diosa Cibele lo eligió para sí, haciéndolo guardián de su
templo, pero con la condición de que se mantuviera siempre virgen.
Attis cedió al amor de la ninfa Sagaritis y entonces Cibele hizo que
ésta muriera, derribando el árbol del que dependía su vida. El
muchacho enloqueció y se castró, tras lo cual la diosa lo volvió a
admitir en su templo. La fiesta, rememorando su muerte y
resurrección, tenía lugar en el equinoccio de primavera. Comenzaba
el 22 de marzo con la solemne procesión de un pino recién cortado
(árbol en el que, según la leyenda, se había convertido Attis a su
muerte), al que se adornaba con guirnaldas de violetas y bandas de
lana. Los ritos proseguían hasta el día 27 y en ellos se incluían
prácticas mistéricas y automutilaciones.
Aunque se puede
apreciar una cierta semejanza o paralelismo entres estas
celebraciones y nuestras fiestas de mayo, es difícil, sin embargo,
admitir una relación de dependencia de éstas con respecto a aquéllas
y más bien habría que hablar de una génesis espontánea común, a
partir de los fenómenos culturales recurrentes de adoración al árbol
y exaltación de la naturaleza. Por ello mismo, hay que concluir que
el sentido de estas fiestas es plenamente naturalista: saludo a la
primavera, celebración del comienzo de un nuevo ciclo de la
vegetación, agradecimiento a la naturaleza por sus futuras cosechas.
Y, como consecuencia de ello, exaltación del amor y de los
sentimientos humanos más espontáneos.
Pues bien, como
consecuencia del empeño de la jerarquía cristiana por eliminar
antiguas prácticas paganas y supersticiosas, muchas veces
escandalosas y casi siempre contrarias a su moral, en un momento
dado de su desarrollo las fiestas naturalistas de mayo se habrían
transformado y agrupado en torno a un nuevo motivo, la Cruz.
Simplificando la cuestión podríamos afirmar que el mayo-árbol se
convirtió en mayo-cruz, conservando casi intactos todos los demás
elementos de la celebración. En un maravilloso ejemplo de
asimilación y sincretismo de fiestas y símbolos, el árbol fue
sustituido por una cruz (a la que con frecuencia en la liturgia
cristiana se denomina precisamente "árbol"), quizás como una sabia
decisión del pueblo para que estas celebraciones no desaparecieran
totalmente o alentado por las autoridades eclesiásticas que,
intentando eliminar viejas creencias supersticiosas, sustituyeron un
símbolo pagano por otro religioso. A su lado confluyeron elementos
tomados de otras prácticas paganas: la maya, que en muchos sitios se
coloca junto a la cruz, la artificiosa decoración, los cantos y
bailes, etc. El paso de la celebración pagana a la religiosa,
popular en ambos casos, habría resultado favorecido por el culto
litúrgico a la Cruz (mucho más antiguo, como hemos visto) y por las
leyendas sobre el descubrimiento de la auténtica de Cristo.
El intento de las
autoridades de sofocar las prácticas paganas de las fiestas de mayo
puede atestiguarse documentalmente. Ya en 1769, como ejemplo de la
actitud recelosa del racionalismo ilustrado hacia las
manifestaciones tradicionales (tanto religiosas como profanas) que
gozaban de un fuerte arraigo popular, el Conde de Aranda proclama en
la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte de Madrid que "no habiendo
bastado las providencias que antes de ahora se han tomado para
exterminar el rústico abuso de las que con nombre de mayas se ponen
en las calles causando irrisión y fastidio a las gentes", la Sala
tomará las medidas conducentes a evitar estas prácticas. La
prohibición de las mayas se estableció en la Real Cédula de 20 de
Febrero de 1777 dictada por Carlos III, respondiendo a un auténtico
espíritu racionalista contra la superstición popular.
Tales prohibiciones,
sin embargo, no surtieron efecto, pues a mediados del siglo XIX hay
testimonios todavía de la pervivencia de las mayas, aunque ahora
aparecen en confluencia con la fiesta de la Cruz, seguramente para
burlar la ley. Pedro Antonio de Alarcón nos informa en 1855: "El día
3 es la Invención de la Santa Cruz, o sea, la Cruz de mayo, como la
llama el vulgo (...); las buenas mozas que en lugares y aldeas se
visten todavía de Mayas o Reinas, para presidir desde lo alto de una
mesa, convertida en vistosísimo trono, el baile y el jaleo de tal o
cual Cruz, donde hay cada borrachera y cada puñalada que canta el
misterio".
En definitiva, es
imposible negar la conexión entre las fiestas paganas de la
naturaleza y la celebración de la Cruz de Mayo, así como la
anterioridad cronológica del mayo (que, como forma de culto al árbol
y, por extensión, a la naturaleza, pertenecería a la conciencia
colectiva cultural de los pueblos desde siempre). Quizás lo justo
sería hablar de que la fiesta de la Cruz, cuando comenzó a
desarrollarse popularmente, tomó elementos de otras fiestas no
religiosas, en un intento de asimilarlas para eliminarlas o
sencillamente como consecuencia inevitable de su coexistencia, dada
la similitud de sus motivaciones. La prohibición de las fiestas
paganas por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas
facilitó esa incorporación de elementos de unas a otra, aleccionada
por el pueblo, siempre amante de sus tradiciones y nunca dispuesto a
perderlas. El fondo, lo popular, habría quedado intacto y sólo
habría cambiado su apariencia externa.
2. Cruces de Mayo en
Añora.
Un mes o dos (o más
en algunos casos) antes del primer domingo de mayo, las más
revoltosas de la calle comienzan a alborotar a las demás. Les
recuerdan que se acerca el día y que este año deben comenzar con
tiempo si quieren terminar holgadamente su trabajo. Se habla de ello
en los corros de costura vespertinos y en las interminables partidas
de brisca de los domingos por la tarde. Se anima a la dirigenta del
grupo, a la jefa de la Cruz, para que exponga sus ideas, con la
seguridad de que ésta lleva ya algún tiempo maquinando algo en su
cabeza.
Por fin, las mujeres
de cada calle se reúnen una tarde y deciden las líneas generales que
seguirán los adornos de la Cruz que este año, como todos los
anteriores, piensan vestir. Durante estas fechas, todavía tan
lejanas de la fiesta, se dedican a confeccionar manualmente el
elemento que servirá de base a la decoración general (flores de esta
o aquella forma, hojas de diversa tipología, palmitas simuladas,
estrellas, quién sabe qué). El material con el que se confeccionan
estos elementos es asimismo variado: telas de diversa textura,
tules, papel de plata o dorado o incluso plantas secas
armoniosamente conjugadas. Mientras se confeccionan estos adornos se
recuerdan con admiración las cruces de hace unos años, como aquella
que tuvo como ornamento principal cientos de pequeños garbanzos
envueltos en papel dorado, o cardos pintados en color plateado, o
suaves plumas de ave, o maravillosos dibujos geométricos realizados
con decenas de velos de novia.
Cruz interior
Durante todo este
tiempo, las mujeres de cada calle se reúnen generalmente en una casa
deshabitada, a menudo la misma cada año. Aquí pasan las tardes
enteras y gran parte de la noche, fabricando los adornos elegidos y
guardando celosamente el secreto de su diseño, fomentando la
rivalidad y cuidándose muy bien de las espías de otras calles, que
intentarán saber qué se está tramando tras esas puertas cerradas.
Desde dos o tres
semanas antes del día de la Cruz, se comienza propiamente la tarea
de vestir la Cruz. Han elegido para ello una habitación de la casa,
generalmente la más próxima a la entrada, y se estudia su
distribución. Se trata de decorar las paredes, el techo, el suelo y
los huecos del espacio para crear una escenografía deslumbrante que
sirva de contexto para acompañar al elemento central, la cruz-cruz,
la Cruz propiamente dicha.
Aunque llevan varias
semanas confeccionando adornos, todavía no tienen una idea muy
exacta de cuál será el resultado. La improvisación juega un papel
muy importante en este arte, y hay que poner y quitar muchas veces
hasta que algo sea definitivamente aprobado. La jefa de la Cruz, la
crucera mayor, va indicando cómo se debe poner tal o cual adorno y
las demás lo realizan según sus instrucciones. Pero raramente algo
es colocado definitivamente a la primera.
La decoración de la
habitación donde se instala la Cruz ha evolucionado mucho a lo largo
de los años. Hasta finales de los sesenta, la ornamentación se
basaba en flores naturales (ramos y macetas) y en los más diversos
elementos: imágenes religiosas, candelabros, figuras diversas,
cuadros, jarrones, etc. Las paredes aparecían siempre cubiertas con
mantones (los populares mantones de Manila), pañuelos o colchas de
vistosos colores. El suelo se tapizaba con hierbas olorosas (poleo,
manzanilla y juncia) y entre ellas solían colocarse alegorías
rurales: nidos de pájaros con huevos, espigas, animales disecados,
etc.
Nada de eso se
conserva hoy. Cuando en la actualidad se termina de decorar la
habitación donde se colocará la Cruz, el resultado es de un
virtuosismo extraordinario. El color se ha reducido casi en
exclusiva al blanco (un blanco resplandeciente, apenas moteado en
ocasiones por leves dorados o suavísimas coloraciones),
considerándose de mal gusto la aparición de colores fuertes o que
produzcan gran contraste. Las flores naturales tienden a desaparecer
y, en cualquier caso, sólo aparecen representadas en forma de
exquisitos ramos de claveles o gladiolos. El diseño decorativo suele
ser de un barroquismo sorprendente, difícil de explicar con
palabras. Son tules y finísimas telas que se entrecruzan y combinan
de una manera prodigiosa dando lugar a formas de gran belleza. Hay
mucho equilibrio en el conjunto: los dibujos o figuras que se forman
con los pliegues de las telas suelen ser constantes en paredes y
techo. Con frecuencia todo parece flotar y es imposible comprender
cómo personas han podido moverse entre tales ornamentos, pues todo
produce la sensación de que va a caerse con tan sólo soplar. Pero
nada se deja al azar. Cada elemento está en su sitio y, aunque su
presencia pase desapercibida, se notaría su falta. Es muy difícil
ser más preciso en la descripción.
Cruz interior
En el centro de la
habitación se coloca la cruz-cruz, así llamada para distinguirla del
conjunto. Se trata de una cruz de madera (aunque en los últimos años
se ha sustituido, en algunos casos, la madera por contornos de
alambre duro, formando con él la silueta de la cruz y dejando hueco
el interior), de aproximadamente un metro de altura y de sección
rectangular o circular, forrada de tela blanca. Sobre esta tela se
traban con invisibles alfileres, y artísticamente dispuestas,
cadenas, medallas y, sobre todo, crucifijos, todo ello siempre de
oro. Se considera que la Cruz tiene más mérito cuantos más
crucifijos contiene. Con las cadenas se forman dibujos geométricos a
lo largo de toda la cruz, los cuales resaltan sobre la blancura del
fondo. Es importante recalcar que estos elementos han de ser
exclusivamente de oro.
Encadenado de una
cruz interior
La ornamentación de
la cruz-cruz se completa con el llamado INRI, en la parte superior,
y las bandas, que, partiendo del tronco central, cuelgan por ambos
lados en forma de M. El Inri y las bandas suelen ir bordadas (con
hilo de oro muchas veces) a juego y reproducen motivos litúrgicos
(espigas, un cordero, la hostia, el cáliz, etc.). El último elemento
lo constituye el cerco, que, partiendo del extremo de ambos brazos,
rodea la cruz por encima, a modo de aureola. Suele estar hecho de
flores de tela, a veces del mismo tipo de las que constituyen la
base de la ornamentación general de la habitación.
La cruz se coloca en
el centro de la habitación sobre soportes diversos, constituyendo
éste uno de los elementos que confiere originalidad a la disposición
del conjunto. Antiguamente, cuando la decoración se basaba en
plantas y santos de bulto, la cruz solía colocarse sobre un altar,
que podía ser una simple mesa o estar más elaborado. Ahora, cuando
el entorno ha evolucionado tanto, es casi siempre imposible
averiguar cómo está sujeta la cruz. Los velos y adornos lo ocultan
todo y tan sólo es posible observar que la cruz se eleva majestuosa,
a veces casi mágicamente, en mitad de la habitación. Oculta entre
los adornos de la habitación se coloca una fuerte iluminación, que
hace resaltar aún más profundamente la blancura del conjunto.
Una vez que toda la
decoración está definitivamente concluida, cuando la Cruz está
totalmente vestida, se coloca un banco de madera antiguo en la
puerta de la habitación, por fuera, que sirve de barrera para que
desde él los visitantes admiren este arte tan majestuoso que será,
sin embargo, tan efímero.
Pues, en efecto,
aunque en los últimos años comienza a observarse la tendencia de
alargar la fiesta a todo el domingo, e incluso algunos días más, la
tradición manda que la celebración de la Cruz se reduzca a la noche
de la velá , una noche, eso sí, vivida intensamente. Al anochecer
del sábado (el sábado anterior al primer domingo de mayo) se abren
las cruces al público. Las mujeres de la calle especialmente, pero
ahora también algunos hombres, se sientan alrededor de una mesa
camilla (la aquí llamada mesa-tufa) en el pasillo central de la casa
(o bien, si hay cocina con chimenea, alrededor del fuego) y aguardan
a los visitantes. Entretienen la espera jugando a las cartas o
tomando las primeras copitas.
La noche de "la
velá" en una cruz interior.
La gran
afluencia de público llegará ya avanzada la noche. Las pandillas de
amigos, jóvenes y viejos, familias enteras, recorren el pueblo
visitando todas las cruces que se han vestido este año, unas quince,
por lo general. Comparan unas con otras y recuerdan las de años
anteriores, a la vez que hacen sus cábalas sobre cuál obtendrá el
premio instituido por el Ayuntamiento local. Algunos grupos se
animan a cantarle a la Cruz las coplas tradicionales, y enseguida
contarán con el acompañamiento de todos los presentes:
El día de
la Ascensión
cuando Cristo subió al cielo
estaba la manzanilla
florida como el romero.
Mayo, mayo, mayo,
bienvenido seas,
para trigos y cebadas,
caminitos y veredas,
mayo, mayo, mayo,
bienvenido seas.
Las guardianas se
sentirán más orgullosas de su arte cuanto más se le cante a su Cruz
y es posible que entonces inviten a una ronda de roscos o
bizcochadas y, con un poco de suerte, de típicos borrachuelos. A
poco más, alguna se lanzará a bailar las inevitables jotas noriegas,
con gran celebración por parte de los concurrentes:
Es
la Virgen de la Peña,
cantando, navegando, navegué,
la que más altares tiene, y olé,
que en la Añora no hay ninguna,
cantando, navegando, navegué,
que en su pecho no la lleve, y olé.
Si se va la niña a la
sala
dile que se siente,
dale un besito en la cara,
que se lo merece,
que se lo merece, la niña,
que se lo merece,
si se va la niña a la sala,
dile que se siente.
Es obligatorio, antes
de marcharse de una cruz, felicitar a las hábiles creadoras con
frases que tienen todo el encanto de lo rutinario: "Que la disfruten
con salud", "Está (la Cruz) muy fina y muy bonita", "Que la vistan
muchos años más" o el consabido "Hasta el año que viene, si Dios
quiere". Ellas se quitarán importancia modestamente y enseguida se
lamentarán de que ya son viejas y del escaso entusiasmo que parece
tener la juventud en continuar la tradición.
Mientras, la fiesta
sigue en la calle. Hay un gran bullicio entre los que van y vienen y
se oyen cantos por todas partes. Cerca de la puerta de la casa donde
se viste cada Cruz se enciende una hoguera formada por grandes
leños, que arderá toda la noche. Este fuego sirve de alivio a los
transeúntes, que suelen agradecerlo en medio del frío nocturno. La
hoguera es fundamental, sobre todo, en las cruces exteriores.
Hay en Añora en la
actualidad siete cruces monumentales de granito, ubicadas en
distintos puntos de la población. También éstas se visten para la
fiesta, de una forma que cada vez se parece más a las de interior.
Antiguamente, hasta hace pocos años, su decoración era más pobre y
se basaba fundamentalmente en macetas de flores y plantas diversas,
mientras que la cruz-cruz se adornaba con grandes rosarios
artísticamente engarzados. En la actualidad, sin embargo, se
elaboran también adornos expresamente para estas cruces, las cuales,
dada su monumentalidad, suelen presentar un aspecto deslumbrante. En
los últimos años han recobrado el protagonismo que habían perdido en
favor de las cruces de interior.
Cruz de piedra de
la Plaza de San Pedro.
Cuando avanza la
noche, ya en las primeras horas de la madrugada, los visitantes son
cada vez más esporádicos. Es ahora el momento de que los vecinos de
cada Cruz formen su fiesta particular. Unos cantan y otros bailan.
Las jotas siempre están presentes, pero se repasa todo el repertorio
de música popular local. Los que llegan de visita de vez en cuando
son bien recibidos y no tardan en unirse a la fiesta. Ahora se
cuentan chistes y chascarrillos y se recuperan viejos juegos
infantiles casi olvidados. Corre el vino y el aguardiente. Hay que
aguantar toda la noche en vela, pero no es difícil. Al final, el
chocolate a la taza templará los ánimos.
De la Añorita las
quiero,
de la Añorita las amo,
porque las de la Añorita
llevan la miel en los labios.
Cuando es de día,
todos se marchan a dormir y un manto de silencio parece caer sobre
el pueblo. La noche de la velá ha terminado, pero su recuerdo
tardará muchos días en borrarse. Han ocurrido, seguramente, muchas
cosas en las calles de Añora con el amparo de la oscuridad nocturna
y la complicidad de la luna.
3.
Elementos y significado de la celebración.
3.1. La Cruz
y el componente religioso.-
Es difícil establecer cuál es el origen del culto a la Cruz en
Añora, culto, por otra parte, muy extendido en toda la comarca. Es
sabido que el cristianismo arraigó desde muy temprano en Los
Pedroches, como lo demuestra el hecho de que un presbítero llamado
Eumancio y procedente de Solia (localidad romana de esta comarca)
participó en el Primer Concilio Nacional Español celebrado en
Ilíberis (Granada) hacia el año 300; por otra parte, el testimonio
más antiguo de la religiosidad cordobesa referido a la Virgen lo
encontramos en Los Pedroches, cuando en 1189 se cita el primer
topónimo mariano cordobés: el villar de Santa María (El Guijo).
No se conocen datos,
sin embargo, sobre la antigüedad del culto a la Cruz en la comarca,
del que sólo pueden aportarse referencias aisladas, si no
anecdóticas. En El Guijo, por ejemplo, se venera a la Virgen de las
Tres Cruces, advocación compartida por Torrecampo y Santa Eufemia
por haber librado a estas villas de la peste de 1649. En Dos Torres,
por su parte, se conservaba una cruz guarnecida de reliquias en la
ermita de Nuestra Señora de Loreto. Esta cruz era un obsequio del
Papa Gregorio XIII (1572-1585) al Dr. N. Cornejo, médico natural de
esta villa, en agradecimiento por haberle curado de una peligrosa
enfermedad, y pudo haber contenido un lignum crucis. De confirmarse
este extremo podríamos considerarlo como un elemento fundamental en
el desarrollo del culto a la Cruz en Los Pedroches.
Manuel Moreno Valero
relaciona el culto a la Cruz en Los Pedroches con la presencia
notable en estos pueblos de los franciscanos hasta mediados del
siglo XIX, a través de los conventos de Pedroche, Hinojosa del
Duque, El Viso y Belalcázar. El culto habría venido a través de
ellos dada la vinculación tradicional de su orden con los Santos
Lugares.
De Añora no poseemos
datos documentales que nos aporten alguna luz sobre la antigüedad de
este culto. El Libro Interrogatorio del Catastro de Ensenada (1753),
al relacionar los gastos que debe satisfacer el municipio, sólo
cita, entre las fiestas, la de San Martín, patrón del pueblo, y la
de la Purificación de Nuestra Señora. Pero este silencio documental
no tiene que indicar necesariamente que la fiesta de la Cruz no se
celebraba entonces en Añora, sino que probablemente su carácter era
exclusivamente popular. De hecho el culto litúrgico a la Cruz está
documentado para Añora desde mediados del siglo XVI, época en que se
fundó en la localidad la Cofradía de la Vera Cruz. Se trata de la
hermandad penitencial más antigua de la diócesis de Córdoba, que
nació en la capital en 1538 y enseguida se extendió a las restantes
localidades, incluso a núcleos de poca entidad demográfica como
Añora, que por entonces contaba con unos 500 habitantes. La Vera
Cruz es una cofradía de las llamadas de sangre, porque sus miembros
se azotan durante la estación de penitencia del Jueves Santo, en la
que se procesionaba al Cristo Crucificado. Sus principales actos de
culto giraban precisamente en torno a las celebraciones de la
Invención y Exaltación de la Santa Cruz. Esta hermandad, aunque a
finales del siglo XVIII perdió su primitivo carácter al prohibir
Carlos III la presencia de disciplinantes en las procesiones de
Semana Santa, debió ser muy importante en Añora y pudo ejercer una
gran influencia en las creencias de sus habitantes, pues a mediados
de ese siglo aparece relacionada en el Catastro de Ensenada como una
de las que más bienes posee y más rentas percibe, y todavía en 1843
figura en una relación de cofradías locales poseedoras de bienes
arrendatarios, ahora con el nombre de Cofradía del Santo Cristo de
la Columna y Vera Cruz.
Cruz de la Calle
Amargura
Parece que, en un
principio, la costumbre de vestir cruces era una muestra de
agradecimiento religioso, a modo de exvoto, por determinados favores
divinos o en previsión de males venideros, resto de lo cual serían
las hoy casi inexistentes cruces por promesa. En estos casos, el que
había hecho la promesa tenía que vestir la Cruz sin la ayuda de
otras personas ajenas al núcleo familiar, aunque después era
festejada, en la noche de la velá, por toda la calle.
En cualquier caso, es
realmente sorprendente que una fiesta que tiene como elemento
central al símbolo principal del cristianismo carezca casi
totalmente de acompañamiento religioso. No se recuerda con precisión
que este día haya sido en Añora alguna vez fiesta con celebración
litúrgica. Algunos hablan de una gran cruz de madera que
antiguamente se sacaba en procesión, pero que hoy ha desaparecido.
También antiguamente, cuando la Cruz se vestía de forma más
sencilla, la celebración duraba sólo hasta la medianoche y las
mujeres pasaban ese tiempo rezando las llamadas Mil Avemarías. En
ningún caso ha sido posible precisar este antiguamente, aunque
probablemente hay que considerarlo sinónimo de antes de la guerra
(la guerra civil de 1936-39, que marca en ésta y en otras muchas
actividades locales un antes y un después).
En Villanueva de
Córdoba, donde la fiesta de la Cruz se celebra en la actualidad de
forma más modesta, se mantenían las cruces vestidas hasta el día de
la Ascensión y durante ese tiempo se rezaba el rosario todas las
noches con el acompañamiento de los familiares, amigos y vecinos de
la casa donde se encontrara.
La no correspondencia
entre la celebración popular de la fiesta y el carácter religioso
que supuestamente debía primar era ya puesta de manifiesto por las
autoridades eclesiásticas cordobesas en 1764, en una documentación
en la que se prohíbe que tales celebraciones sigan practicándose en
Hinojosa del Duque. Allí puede leerse que en esta localidad "en
muchas casas exponen al público la Santa Cruz compuesta de
diferentes adornos profanos. Con este motivo se conmueve todo o lo
más de su vecindario caminando sin la más leve devoción acelerada y
descompuestamente asta deshoras de la noche en quadrillas de hombres
y mujeres al registro de qual está más bien adornada para su
censura, de lo que sin dificultad alguna se siguen grabes
inconvenientes en detrimento de sus almas". Esta prohibición no es
sino una más dentro de la actitud general de los obispos cordobeses
del siglo XVIII de rechazo hacia ciertas formas de religiosidad
popular muy arraigadas entre la población, que hay que inscribir, a
su vez, en la actitud general del racionalismo ilustrado de la época
contrario a toda manifestación popular basada en creencias
irracionales y supersticiosas.
Lo cierto es que,
aunque en algún momento de su historia la fiesta de la Cruz tuviera
en Añora un tono más o menos religioso, en la actualidad éste ha
desaparecido por completo. De no existir la cruz como elemento
constituyente de la celebración, nada indicaría que se trata de una
fiesta que responde a un hecho litúrgico. La evolución espontánea de
la fiesta nos lleva, una vez más, a sus orígenes: la cruz-cruz es
otra vez el mayo y toda la celebración una exaltación de la
naturaleza que sigue presente en la más genuina de sus
cancioncillas: "Mayo, mayo, mayo/ bienvenido seas...". Esa
identificación entre el símbolo cristiano y el pagano aparece
justamente representada en ciertas letrillas que aluden ambiguamente
al objeto de veneración y en las que se documenta una transición de
cultos todavía no bien definida:
Salve dulces clavos,
salve dulce leño,
ángeles y hombres
todos te adoremos,
con mucha alegría
mozuelas y mozuelos.
3.2. De
la siembra a la siega.-
Podemos considerar también a la celebración de la Cruz como una
concreción festiva de la consideración popular de Mayo como el mes
del máximo esplendor de la vegetación, idea cultural que cuenta con
una antiquísima tradición en la literatura española (desde el "Ben
vennas, Mayo, coberto de fruitas" de Alfonso X o el "El mes era de
mayo, un tiempo glorioso,/ quando fazen las aves un solaz
deleytoso,/ son cubiertos los prados de vestido fermoso" del Libro
de Alexandre). Aunque la evolución reciente de la ornamentación
intente ocultarlo, los elementos decorativos de las cruces hasta
hace pocos años eran casi en exclusiva naturales: plantas, flores,
ramos o espigas, e incluso nidos o animales disecados. Asimismo, las
imprescindibles hierbas olorosas convertían a las cruces en una
exuberante recreación campestre. Se trataría, por tanto, de una
exaltación de la naturaleza cuando ésta se encuentra en su mejor
momento, "cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor",
como reza el romance tradicional.
A la Cruz, como
símbolo religioso, se acude también con ocasión de aquellos sucesos
que afectan al desarrollo normal del ciclo agrícola, como sequías,
excesos de lluvia, plagas, etc., así como, sencillamente, para rogar
por una buena cosecha. El folklore, una vez más, nos ofrece
testimonio de cuanto decimos a través de las siguientes coplillas
dedicadas a la Cruz en Añora:
A
esta santísima Cruz
le venimos a cantar
que no se coman las ratas
las pipas del melonar.
A esta santísima Cruz
le venimos a cantar
que no se coman los grillos
los trigos ni las "cebás".
A esta santísima Cruz
le venimos a cantar
que nos dé un montón de trigo
y otro tanto de "cebá".
Pues, en efecto, en
una sociedad económicamente volcada hacia la actividad agrícola, el
campo y los cultivos no pueden sentirse ajenos a ninguna de las
manifestaciones vitales de sus miembros, hasta el punto de que las
fiestas agrarias van apuntalando a lo largo de todo año el
interminable ciclo de las diferentes cosechas. Componentes agrarios
destacados se distinguen en muchas fiestas comarcales, como la de
San Antón (patrón de los animales), la de San Isidro (patrón de los
labradores), la de la Candelaria (concretados en el fuego, según se
verá) o en las ahora llamadas fiestas patronales del verano,
derivaciones de los antiguos mercados de ganado que en realidad
marcan el fin de la recolección de las cosechas de cereales.
3.3. La
fiesta de las mujeres.-
Por alguna razón que ignoramos, todo lo referido a la preparación y
realización de la fiesta de la Cruz en Añora, en todos sus aspectos,
ha quedado exclusivamente en manos de las mujeres. Ellas deciden los
ornamentos, los confeccionan, determinan el lugar para instalarla,
son las responsables absolutas de todo lo relacionado con la Cruz y
se convierten en protagonistas de la noche de la velá. Cuando en los
últimos años el jurado del concurso de Cruces ha estado compuesto
por representantes de cada una de ellas, nadie se ha sorprendido de
que ningún hombre participara en el fallo.
Un grupo de
mujeres observa una cruz de piedra, en una fotografía antigua de
Ismael.
No queremos ver en
esta circunstancia nada que las vincule, ni siquiera en la intención
general, con otras fiestas españolas (como las de Santa Águeda)
relacionadas de alguna forma con las matronalia romanas. En el
protagonismo de las mujeres en la fiesta de la Cruz de Añora no hay
ningún componente reivindicativo y la exclusión masculina es, más
bien, voluntaria, por la inercia de la tradición más que por
imposición. Bien cierto es, no obstante, que durante el tiempo que
dura la preparación de la Cruz existe lo que podríamos llamar
relajación de las costumbres hogareñas, al dedicar la mujer la mayor
parte de su tiempo a los menesteres cruceros en detrimento de su
dedicación a la familia, que tiene que asumir en ocasiones tareas
tradicionalmente atribuidas en exclusiva a la mujer. Pero la
participación privilegiada de la mujer en la preparación de la
fiesta de la Cruz no debe ser considerado quizás más que como un
reflejo del papel protagonista que, salvo contadas excepciones, la
mujer suele tener en los pueblos en todas las manifestaciones
religiosas litúrgicas, así como del carácter femenino que siempre
impregna los aspectos estéticos y más puramente ornamentales de las
fiestas.
Hay que hacer notar,
sin embargo, que este predominio de la mujer en la fiesta no se
traduce luego en un ritual de integración femenina, sino que la
identificación plena de las mujeres de cada calle o barrio con su
propia Cruz hace que el icono referencial se convierta en símbolo de
rivalidad y confrontación, siempre grupal y muchas veces incluso
personal, de las mujeres entre sí. Pero quizás lo más interesante de
este protagonismo femenino en la fiesta sea el hecho de que esta
circunstancia la hace oponerse claramente a la fiesta de los
quintos, según veremos más adelante. Ambas han podido tener un
origen común (los mayos), a partir del cual se ha planteado una
radical separación sexual, que se manifiesta muy especialmente en el
componente amoroso de cada una de estas fiestas.
3.4. Los
amorosos cortejos.-
Entre las significaciones del árbol-mayo destaca su empleo con un
sentido amoroso: el árbol solía ser colocado en la puerta de la
amada por el mozo que la cortejaba. Si consideramos que algunos
elementos de esta celebración han pasado a nuestra fiesta de la
Cruz, no podemos obviar el aspecto amoroso que necesariamente
contiene ésta.
De hecho, la noche de
la velá constituía antiguamente un tiempo de cortejo. La fiesta y el
alcohol en la noche propician la desinhibición y facilitan la
manifestación de los sentimientos amorosos. Abundantes noviazgos se
daban a conocer esta noche y las más viejas del lugar se inventaban
muchos otros cuando un joven sacaba a bailar dos veces a la misma
moza. La implicación amorosa de la fiesta fue quedando oculta en la
medida en que fueron desarrollándose las apariencias religiosas,
pero no escapó del folklore musical. Algunas de las coplas de la
Cruz más interesantes, y acaso más antiguas, hacen referencia a lo
amoroso, aunque, y esto es lo sorprendente, siempre en boca de
mujer:
Oh
Cruz santa, dame un novio
para alivio de mis penas,
lo mismo da boticario,
médico que maestro-escuela,
que tenga mucho dinero
y que me quiera la suegra.
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