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El día de la Cruz en Granada.
Introducción etnológica
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José A. González Alcantud
Asociación Granadina de Antropología
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                    A mi abuela materna, mujer popular.
                                                      In memoriam
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I

Para el lector que no conociere el tema valgan algunas indicaciones iniciales. El día tres de mayo, antigua festividad litúrgica de la Invención de la Santa Cruz, es una celebración de gran arraigo popular en la ciudad de Granada. Esta fiesta junto con la feria del Corpus es con mucho la más celebrada popularmente. El resto de las celebraciones del calendario anual tienen un carácter más ceremonia, o si se quiere con una participación oficial de las instituciones religiosas y municipales más alta; nos referimos sobre todo al día de la Toma (2 de enero), el día del patrón San Cecilio (1 de febrero), a la Semana Santa y al día de la patrona, la Virgen de las Angustias (en septiembre).

 

El día de la Cruz es una fiesta de jolgorio y desenfreno primaveral, con un discurrir de toda la ciudad hacia los barrios populares tradicionales, Albaicín principalmente, y con un espacio público protagonista, la calle, la plaza, el patio abierto a todos. Es la fiesta, además, una sola tarde-noche, pues la mañana es laborable, lo que no se transgrede ni por asomo.
 

II. De la exaltación de la Cruz

 

Para el comentarista bajomedieval Santiago de la Vorágine, «antes de la Pasión de Cristo la Cruz connotaba vileza, aridez, ignorancia, tenebrosidad, muerte y hedor», todo ello por las condiciones, lugares y la naturaleza delictiva de quienes eran ejecutados en ese artefacto; y añade que «después de la Pasión de Cristo quedó sumamente ennoblecida, magníficamente exaltada, y sus connotaciones se modificaron tan radicalmente que la vileza de antes se trocó en preciosidad» (1). Sin embargo, Santiago de la Vorágine no hace mención histórica al momento en que la cruz se va a convertir en el símbolo por excelencia del cristianismo. Sí lo hace Pedro de Ribadeneira en su Flos sanctorum de fines del siglo XVII; narra éste el auxilio que la Santa Cruz le otorgó a Constantino en su lucha contra Majencio, y como la transformó en la enseña imperial; «esta devoción a la Santa Cruz -dice más adelante- tuvo también la bienaventurada Santa Elena, madre del mismo Emperador Constantino, la qual movida con una revelación de Dios, acabado que fue el Concilio Niceno, se determinó de ir en persona a Jerusalén (...) para buscar la Santa Cruz». No eran pocas las dificultades que el demonio había puesto para ocultar el lugar de la Cruz, con ayuda de judíos y gentiles: entre otras enterrar varios criminales en el lugar y poner en el monte «un Idolo de Venus, para que si algún cristiano, teniendo noticia que la Cruz estaba enterrada en aquel lugar, y fuese a hacer oración a él, pareciesse que iba a adorar a Venus, y por no dar este escándalo, lo dexasse» (2). Existía, por tanto, según el imaginario religioso barroco la intención manifiesta de mantener del lado del mal a la gentilidad y al judaísmo, cuales proyecciones en el presente del pasado tenebroso de la Humanidad precristiana, simbolizada en la historia del monte Calvario. Históricamente, hacia el fin del siglo IV, las peregrinaciones a Jerusalén y especialmente al Gólgota conocen un gran auge. «Ætheria Syvia que hace la peregrinación hacia el 393-396, describe en su Itinerario la ceremonia de la Adoración de la Verdadera Cruz, en Jerusalén, el Viernes Santo. Cuando el obispo se instaló en el exedro del Post Crucem, capilla situada detrás del emplazamiento de la cruz en el Gólgota, los fieles fueron admitidos a besar la Verdadera cruz, sin poner allí las manos; de cada lado, los diáconos montan una guardia severa, se acuerdan del peregrino que mordió en la madera de la Cruz para arrancarle un trozo» (3).

 

Recurramos a la historia. La condena de Arrio en Nicea, concilio clave para interpretar la evolución del cristianismo y del significado emblemático de la cruz para este, ocurrió a instancia de Constantino, a pesar de que la intención de aquél era perfectamente ortodoxa, puesto que su intención era dejar en claro la neta diferenciación entre el Padre y el Hijo. «El concilio emprendió, pues, la elaboración(...) de un 'símbolo' que anunciara la cristología ortodoxa» (4). Frente a lo apocalíptico judaico y a lo humano arriano, la Iglesia afirma en Nicea la esperanza escatológica de la resurrección, de la cual es signo preciso el Crucificado, muerto para redimir a la Humanidad. Se ha producido la inflexión que dice Puente Ojea, entre judaísmo y cristianismo, entre mesianismo y conservadurismo (5). El Mesías es ahora esperanza de salvación futura, representado plásticamente por el icono de la cruz.

 

Queda patente la importancia del concilio y del símbolo afirmado en él para el cristianismo posniceano, pero en aquellos lugares donde siglos después la confrontación Islam - Cristiandad alcanzó la virulencia de las cruzadas, además, se cubrió de connotaciones épicas. El mismo significado adquiere en la reconquista peninsular y en todos los hechos subsiguientes hasta la definitiva expulsión de los moriscos de principios del XVII. Al Islam siempre le horrorizó la idea de la crucifixión de Jesús, por lo que la teología musulmana ha sostenido que en el último momento fue sustituido en la cruz. «Por una parte -escribe L. Cardaillac- [a los moriscos] les choca que los cristianos puedan admitir que Dios haya podido sufrir la afrenta que significa la cruz. En ellos esto se traduce en un odio hacia la cruz, símbolo de la religión cristiana. En el momento de los diversos levantamientos uno de sus primeros actos será destruir con saña todas las cruces, en particular durante la guerra de las Alpujarras» (6). Y viceversa, todo el empeño de los repobladores del reino granadino estará en resemantizar el territorio con nuevos símbolos, entre los que tiene lugar preferente la cruz. Lo montañoso del territorio será un factor añadido que facilitará la intensa semantización. Pero, además, la semantización no fue un corte, sino que durante un largo período (1492-1568) convivieron cristianos y moriscos, y con posterioridad en la cruenta guerra de las Alpujarras los símbolos se volvieron a convertir en expresión de los odios.

 

Algunas de las principales cruces de la ciudad se significaban todavía en época barroca por su sentido anti-islámico. Por ejemplo, la cruz de Santa María de la Alhambra tenía como objeto conmemorar el «lugar exacto o no, en que fueron muertos los franciscanos fray Pedro de Dueñas y fray Juan de Celestina, llegados a Granada, árabe aún, para predicar el evangelio, siendo muertos cuando realizaban su labor de predicación por el mismo rey moro Mohamed VII 'El Zurdo'» (7). La mentalidad barroca se empleaba a fondo con los sospechosos de judaizar o islamizar como bien sabemos, de ahí que cualquier motivo era suficiente para afirmar el catolicismo en una ciudad coronada por un palacio islámico, salvado de la destrucción por su propio prestigio arquitectónico. De que levantar una cruz era obra de buenos cristianos, de cristianos viejos, tal que colectividad, nos da testimonio la siguiente noticia del cronista Henríquez de Jorquera: «En este año los vecinos devotos de la santa cruz del barrio del sr. San Laçaro (...) mandaron hacer y poner una Santísima cruz de Piedra de Alabastro blanco de mucha costa, en medio del campo de dicho barrio con las limosnas que para ello juntaron (...) abiendole acabado de levantar para el día de la invención de la cruz desto dicho año le celebraron una grandiosisima fiesta en la iglesia parroquial del señor San Yldefonso, con una grande procesión, danzas y soldadescas y otros aderezos de altares en que se gasto mucho» (8).

 

Conforme los aspectos más militantes de la fiesta desaparecían aumentaban los galantes y puramente festeros de la misma. Desaparecido el moro empezaba la fiesta profana, hasta el punto que la jerarquía dieciochesca hubo de intervenir ante los desórdenes y pecados públicos que la celebración traía consigo. Un edicto de 1779 del arzobispo don Antonio Jorge y Galbán condenaba entre otras fiestas como los diablillos, de hermandad, toros, comedias, rifas, etc., la de la Cruz: «Igualmente prohibimos todos los desordenes en las Fiestas de campo, como la de la Cruz de Mayo, y otras».

 

En esta larga génesis la Cruz se ha ido forjando como símbolo cristiano que de abanderar las cruzadas antipaganas se ha fijado finalmente como icono y excusa de la fiesta popular, en un universo ya absolutamente semantizado como el de finales del siglo XVIII. Este carácter de fiesta primaveral se asentó e incluso se incrementó a lo largo del XIX. El costumbrista granadino A. J. Afán de Ribera, como tantos otros literatos casticistas de tema andaluz, al describirnos un día de la Cruz albaicinero lo hace resaltando el lado primaveral de la fiesta: empujados por la nocturnidad, la primavera y el vino, los noviazgos y los amantes se hacen al pie de las cruces (9). Que el origen general de la Cruz de Mayo esté en las fiestas paganas precristianas de fertilización del mundo viviente parece algo absolutamente claro después de que los eruditos folcloristas decimonónicos, empleando ríos de tinta, lo mostrasen. El mismo Caro Baroja se hace portavoz de estos cuando dice: «Así, la 'maya' pagana(...) pasó a ser, en casos, la 'maya' que preside las mesas petitorias de la fiesta de la Cruz de Mayo; el viejo árbol se convirtió también en ocasiones en la cruz; al santo del primer día del mes lo convirtieron en 'Santiago el Verde'; San Gregorio se convierte en el patrono de las aguas de mayo, cuando no lo es la cruz misma, y hay, además, otras santas y santos, como la muy española Santa Quiteria, cuyas fiestas tienen un aire particular. La Virgen, protectora de las doncellas, y a la que estas ofrecen flores se hace la patrona de todo el mes» (10). No obstante, en Andalucía , y en especial en la oriental, la presencia islámica borró o atenuó esta presencia paganizante, posiblemente por la cualidad iconoclasta del Islam; de ahí, que aunque la fiesta en términos generales es atribuible a aquellos orígenes, en este territorio hubo de ser trasplantada tras la reconquista. Recordemos que una institución de lo más antifestivo como la Inquisición era una de las más interesadas en extender el culto de la cruz por las razones aducidas más arriba: «La Cruz florida del Hijo de dios, con el madero Agostado de la ignominia del Hebreo», se lee en un clásico sermón pronunciado en el Tribunal de Granada a mediados del siglo XVII (11).
 

 

III. El ciclo de mayo

 

A lo que Julio Caro le llama la «estación del amor» la investigadora francesa Marie-France Guesquin le llama les mois des dragons. Ciertamente el ciclo de fiestas primaverales es complejo, pues en él se combinan la plantación de cruces en los campos, las procesiones de rogativas, las mayas, los árboles plantados por los jóvenes en las puertas de las casas de las muchachas casaderas... y hasta la fiesta obrera del primero de mayo.

 

En nuestra opinión todo este ciclo tiene una particular coherencia en la ciudad de Granada. Como urbe moderna ha perdido los ritos más propiamente agrarios, pero cualquier granadino percibe la existencia de un ciclo que iniciado en el día de la Cruz concluye con la feria del Corpus. En cualquier caso, los barrios populares del Albaicín y el Realejo fueron los más dados a su celebración.

 

Veamos la antigua fiesta albaicinera anterior a la guerra civil. Nos cuenta un informante, que ha vivido en el barrio «desde siempre», que el mismo tres de mayo se hacía por la tarde una romería al cerro de San Miguel, el lugar más alto del arrabal, donde en tiempos árabes existió una rábita, sustituida en tiempos cristianos por una ermita, aún existente, en la que se venera al santo. A tener presente que en el antiguo calendario litúrgico San Miguel se celebraba el ocho de mayo; posteriormente dicha efemérides fue trasladada a septiembre. Así queda explicado el cambio: «En el monte Gargano [en el centro de Italia, cerca del Adriático] había una iglesia dedicada a San Miguel ya en el siglo VI; el 8 de mayo del 663, cerca de dicho lugar, a la altura de Siponto, los longobardos tuvieron una victoria naval sobre los sarracenos; la victoria fue atribuida a la protección del arcángel. El aniversario celebrado en el Monte Gargano el 8 de mayo, pasó a celebrarse, debido a una confusión, el 29 de septiembre; el 8 de mayo quedó destinado a conmemorar una pretendida aparición de San Miguel» (12).

 

Lo anterior justifica la existencia de una segunda romería albaicinera el 29 de septiembre, actualmente casi un mero recordatorio arqueológico, pero que durante mucho tiempo debió de coexistir con la del mes de mayo. En 1858, en la revista La Alhambra, se daba como efemérides para el ocho de mayo la Aparición de San Miguel, con función religiosa en su ermita. La misma revista anotaba en 1863: «Esta tarde baja San Miguel desde la iglesia de S. José a la del convento del Angel donde estará hasta el día 8 en que se le hará una función» (13). Es más que posible que la supresión de la fiesta en la nueva liturgia obligaría a trasladar la romería de mayo haciéndola coincidir con otra festividad muy popular: el día de la Cruz; lo cual es índice a su vez, del arraigo de esa romería.

 

El lugar, el monte en su conjunto que corona la ermita de San Miguel, fue siempre de gran significatividad islámica: un poco más abajo, donde se encuentra la cruz llamada de la Rauda, hubo «una mezquita y un cementerio de moros, de donde le vino a la cruz el nombre de Rauda. Debió labrarse a principios del siglo XVI» (14). Es bien conocida la condición guerrera del arcángel San Miguel, la cual sería aprovechada por la Iglesia en su ofensiva semantizadora de unos estratégicos terrenos marcados por lo musulmán y la muerte, antesala, pues, de los infiernos. En sus orígenes la leyenda de San Miguel aparece unida al infierno, precisamente. Unos infiernos muy dantianos: «La imaginación de los pueblos occidentales, ante el espectáculo de los abismos profundos, de las simas temibles o del humo y el fuego sulfúrico borboteando, dudaba: ¿es necesario atribuir estos fenómenos a la teofanía de San Miguel o ver ahí la manifestación de los poderes de Satán?» (15). El cerro de San Miguel era, por tanto, un lugar señalado por la leyenda hagiográfica, tanto por la similitud -aparición originaria del arcángel en otro monte, el Gargano, después de haber vencido a los moros-,como por la semántica anterior del territorio -cementerio islámico-.

 

La romería de San Miguel del tres de mayo, con anterioridad a la pasada guerra incluía una puesta en escena colectiva de carácter grotesco, casi carnavalesco, de la cotidianeidad; por ejemplo, algunos albaicineros se vestían de mujer o de letra de cambio, o hacían un muñeco femenino al que le levantaban las faldas, bajo las cuales aparecía un sexo fabricado con hebras de panocha. Si esto formaba parte de la romería de mayo, no así de la septiembre, más ceremonial que la primera. El lado grotesco-festivo se completaba con el «arreglo de patios», consistente en la instalación en un patio, separado de las cruces, de un conjunto «gracioso», compuesto generalmente de varios muñecos reproduciendo una escena y su correspondiente letrero mordaz.

 

El ciclo granadino de primavera culmina con otro motivo iconográfico de dragones: la Tarasca que precede a la procesión del Corpus. Escribe M. F. Guesquin respecto a las tarascas francesas, origen de las tarascas del Levante español, entre las que se encuentra la de Granada: «La talla gigantesca, los desplazamientos en cortejo, la agresividad hacia los espectadores hacen que [las tarascas] se emparienten estrechamente con los dragones de mayo que se presentan durante los espectáculos rituales de las procesiones primaverales. De otro lado cada uno es asociado a una leyenda específica que lo relaciona con la fundación de la ciudad en la cual nace, y que afecta también al dragón» (16). Se iniciaba el ciclo granadino con la Cruz, eminentemente albaicinera, continuaba con San Miguel y su dragón, igualmente factor de identidad del Albaicín, y terminaba con «la pública» -cortejo histórico que anunciaba las fiestas donde iba la Tarasca-dragón-, la procesión ceremonial del Corpus y la subsiguiente feria; en ese tránsito se ha pasado de la fiesta de barrio a la fiesta urbana, y en el decurso la fiesta se ha mutado en ceremonia y feria, y el cuerpo grotesco de la celebración popular se ha transformado igualmente en imaginería pública -tarasca, gigantes y cabezudos-, con funciones medio ceremoniales, medio agresivas (17). Un mes de afirmación urbana en torno a las figuras emblemáticas vencedoras del mal, si bien ambivalentes -¿hasta qué punto la mujer que va sobre la tarasca o San Miguel vencen o prefiguran la misma seducción del mal?-, y en torno a los iconos afirmativos del triunfo cristiano sobre el paganismo -cruz- y sobre la herejía -Corpus Christi-.
 

 

IV. El día de la Cruz en la historia

 

Escribe Henríquez de Jorquera del año 1640: «Y en tres del dicho mes de mayo, día de la invención de la Cruz, se celebró la gran fiesta que hiço a nuestra Señora Don Pedro (...) en el religioso convento del Angel de la Guardia de monjas descalças. Fue la fiesta con su octava; ubo en ella la grandiosa academia y justa literal y poética prometida y publicada con grandes premios para los poetas que justaron que fueron muchos y celebrados poetas». En general los datos históricos anteriores al siglo XIX son poco «etnológicos», limitándose las más de las veces a una descripción litúrgica u oficial como la de Jorquera. Otro tipo de fuentes, como la Historia del Arte, señalan que en el período barroco la arquitectura efímera relacionada con las ceremonias y fiestas públicas tuvo su mayor desarrollo; obvio es que los altares del día de la Cruz presentan similitudes con los del Corpus ante los cuales bailaban las zambras moriscas, aunque en algunos lo efímero quedaba reducido al exorno al ser viejas cruces de piedra reutilizadas para la ocasión. En términos generales,sin embargo, los materiales pobres, el exorno y la propia naturaleza efímera los asemejan; también la exaltación de dos símbolos conciliares -la Cruz en Nicea y la Hostia en Trento- y el baile.

 

La prensa del XIX y XX comienza a darnos noticias más detalladas de la fiesta, aunque en sus inicios no sobrepasan tampoco la crónica religiosa; en La Alhambra de 1857 leemos, por ejemplo, que en la catedral habrá misa mayor y procesión por su interior con el Lignum Crucis; los jubileos en Santa Isabel o en San José, parroquias albaicineras, aparecen siempre como los más destacados. En el Defensor de Granada de 1898 se menciona la procesión con sermón que partiendo de San Cecilio se traslada al Campo del Príncipe, en el también popular barrio del Realejo. El mismo diario en su etapa decimonona publicará algún artículo que otro sobre la tradición de la Cruz en Europa y sobre la inevitable historia de la Invención de la Cruz.

 

Las noticias de todo género se van haciendo más explícitas, y las del día de la Cruz también; así encontramos en el Defensor de 1881 la siguiente información en el noticiario local: "En la Cruz: En uno de los altares que se levantan, según costumbre para celebrar la invención de la Cruz, ocurrió en la madrugada de ayer un hecho lamentable. Algunos individuos hubieron de insultarse por cuestiones amorosas, y empezaron a darse de palos; acudió a esto un agente de orden público, y habiendo reconocido en uno de los que luchaban a su hermano, tomó también parte en la pelea, de la que resultaron tres heridos". Menos explícita, pero no menos significativa, es La Alhambra de 1864: «La Santa Cruz: A las horas que escribimos estas líneas no tenemos noticias de que haya habido en la velada ninguna desgracia, cosa notable y de que nos alegramos». Para el día de la Cruz se esperaba «algo», tal sería la fama de la fiesta popular. Esta era la base sobre la que se asentaban las escenas sainetescas de literatos como Afán de Ribera, convertidas a la larga en arquetipos; decíamos nosotros de este autor: «los libros de Afán repiten hasta la saciedad los tipismos castizos: reunión social de tipos costumbristas, donde se come, se beben con abundancia caldos del terreno -siempre los mejores como las aguas de los pueblos-, se lanzan puyas, versificadas en ripio, entre los concurrentes, se acaba en atisbo de gresca atajada convenientemente por la autoridad -alcalde de barrio, cura, migueletes o 'tío'» (18). El imaginario social confería, se deduce, cierta peligrosidad a las veladas nocturnas de la Cruz.

 

Con el paso de los años la prensa se fue haciendo aún más explícita, coincidiendo probablemente con el alza de la fiesta en los años veinte. Ya el Defensor de 1924 informa de la marcha de las cruces con varios días de antelación, pasando revista a las que se están haciendo y mencionando a las juntas de señoritas y caballeros que las apadrinan. Se lee, v. gr., de la calle Solares: «Reina gran entusiasmo entre los vecinos (...)con motivo de la instalación de una Cruz de mayo, que promete ser muy concurrida dadas las grandes simpatías con que cuenta dicho barrio, y la instalación del magnífico altar, que ha de lucir con valiosas joyas artísticas».

 

La llegada de la República trae consigo, junto al cambio de sistema político, el intento por modificar los actos festivos; vemos anunciada en la prensa (Reflejos, mayo de 1931) que es intención del nuevo Ayuntamiento modificar el sentido de las festividades: «La juventud -se dice- que irrumpió en el Concejo granadino a la proclamación de la República, está suficientemente capacitada para esa reversión precisa, de no haber comenzado a actuar en época excesivamente avanzada, sin tiempo para meditar debidamente». Recordemos que la República sólo se había proclamado mes y medio antes. Sea por lo que fuere el caso es que la fiesta de la cruz perdió parte del brillo de los veinte en el año treinta y uno. Añade la prensa: «Entre los elementos y el no haber este año premios para cruces populares, han motivado que esta castiza fiesta haya decaído bastante en su acostumbrada brillantez. Aquéllos obsequiándonos con una lluvia pertinaz (...); la Comisión de Fiestas olvidándose de sacar 500 pesetas del presupuesto que era la cantidad que se dedicaba al reparto de premios, que no eran premios sino estímulos» (19).

 

No son sólo los acontecimientos revolucionarios los que originan quejas por la decadencia de la fiesta. Esa decadencia era percibida simplemente por mor de un progreso esencialmente antitradicionalista. Encontramos por los mismos años un artículo de prensa titulado, «En el Valle. La decadencia de una fiesta», donde se arguye que «el ajetreo y la algarabía de la víspera no dejaba ya dormir a nadie aquella noche en el lugar; el decorado de las cruces reservado para la gente moza, y que suponía nada menos que la tala de todas las flores habidas y por haber, así como la movilización de todas las ropas y objetos de algún valor (...); las amas de casa se cuidaban de preparar con el mayor esmero las cestas para las giras al campo o para la romería al Cerro de la Cruz, y el desbordante entusiasmo de la chiquillería» (20), nada de lo cual se repetiría a las alturas del treinta y dos. Cierto es que la irrupción de la cuestión social remarcaría la fiesta obrera del Primero de Mayo en detrimento de las fiestas tradicionales. No obstante, los llantos por la decadencia de las tradiciones tienen su raíz en el espíritu romántico y en el casticismo.

 

A la par que avanzaban las luchas clasistas, la cruz, cual símbolo del antiguo orden eclesial, era objeto de la iconoclastia revolucionaria. En una nota de Prieto Moreno y Bigador aparecida en el Boletín de la Universidad de Granada de 1935 se dice: «Recientemente y debido a los actos de barbarie que dieron lugar al incendio de las iglesias de San Luis y de San Nicolás en el Albaicín, fueron destruidas muchas de esas cruces granadinas. Solamente fueron de nuevo levantadas la denominada Cruz Blanca y la colocada a la entrada del bosque de la Alhambra junto a la Puerta de las Granadas. Entre las desaparecidas figuran las de San Nicolás, la Rauda, San Miguel, San Bartolomé y San Gregorio».

 

Finalizada la guerra, o posiblemente durante la misma, estando Granada en la zona «nacional», esta fiesta como tantas otras donde lo grotesco-popular tenía una presencia estimable, fue prohibida. Al parecer la prohibición pudo haber sido obra personal del entonces arzobispo de Granada cardenal Parrado (21). Pasados los años más duros de la dictadura, en el año 1963 el entonces delegado de Turismo, Antonio Gallego Morell, junto con otras personas públicas de la ciudad, se propone la revitalización de la fiesta. La política festiva de la dictadura giraba entre las ceremonias historicistas y el folclore pasadista; las primeras ligadas a actos de exaltación religiosa y nacionalista, y el segundo a las organizaciones encuadradoras del ocio -Sección Femenina y Educación y Descanso, principalmente (22). La tradición folclórica permitía a la vez resolver ideológicamente dos espinosos temas: la naturaleza de lo popular y de las diferencias regionales. Bien es sabido que el fin de la autarquía y del aislamiento internacional trajeron consigo la afluencia de turistas, y el descubrimiento de este fenómeno como «primera industria nacional». La mirada un tanto indecente del turista formada de arquetipos romántico-castizos, recibía su sanción con la política «tipista» de los sesenta, con sus concursos de embellecimiento de pueblos, los tablaos de pastiche, los affiches del Ministerio de Información y Turismo, etc. Y no obstante, todo ello, ficticio o auténtico, de «pandereta» o «hondo», contribuyó al tímido renacer de la fiesta, siquiera bajo la cobertura neutralizante del casticismo.
 

 

V. Etnografía de la fiesta

 

El calendario tradicional rural establecía entre Semana Santa y el Corpus celebraciones como San Marcos, San Isidro, Santiago el Verde, San Miguel y en ocasiones San Antonio. Aquellas comarcas alejadas de la ciudad de Granada como las Alpujarras han conservado generalmente las de S. Marcos y S. Isidro. En el S. Marcos de Cádiar, por ejemplo, se sigue saliendo aún al campo a «matar al diablo» y a comer «hornazo»; esta misma localidad celebra S. Isidro con una procesión que va del barrio alto al barrio bajo. Cogollos-Vega, en las cercanías de Granada, festejaba antiguamente a S. Marcos, marchando igualmente al campo a merendar y a «matar al diablo»; algunos ancianos de este pueblo son de la opinión de que llueve menos desde que se dejó de sacar a S. Marcos; lo cierto es que en el presente las fiestas de primavera de Cogollos han quedado reducidas al día de la Cruz, celebrado conforme al modelo granadino. En líneas generales, tal como ocurre en los dos ejemplos expuestos, parece que en aquellas localidades más alejadas de la influencia urbana han pervivido como fiestas de primavera las de S. Marcos o de S. Isidro, mientras que ha caído en el olvido la de la Invención de la Cruz; justamente lo contrario de lo que ocurre en la Vega de Granada, a dos pasos, como quien dice, de la ciudad. Hubo, por consiguiente, una remarcable tendencia a la simplificación del ciclo primaveral en torno a una sola fiesta; en los dos casos señalados algunas de las características de cada fiesta se han vuelto comunes a ambas, como el comer hornazo en la merienda campestre.

 

Lógicamente a esta regla general hay que hacerle todas las excepciones pertinentes. Así el que en Fuente Vaqueros y Chauchina, pueblos de la Vega al igual que Cogollos, se continúe celebrando S. Marcos y no la Cruz; ello lo interpretamos como una supervivencia ligada a las condiciones propias de celebración de la fiesta: excursión de los dos pueblos por separado a las alamedas que están en el límite entre los términos municipales, fijado este por el curso del río Genil; las agresiones más o menos rituales se sucedían el citado día desde cada lado del río. Nos lleva este caso a reflexionar sobre la dificultad de generalizar en el tratamiento del fenómeno festivo.

 

Puesto que hablamos de rivalidad tengamos presente lo manifestado por la mayor parte de quienes han tratado del día de Cruz: que las tensiones territoriales son un factor esencial para el arraigo de la fiesta (23). Estas tensiones, sin embargo, en la Cruz tienen un sentido grupal en derredor del corral, la casa de vecinos o el barrio, mientras que otras fiestas tienen un sentido comunal o supracomunal; veamos: en Lebrija (Sevilla) la celebración de la Cruz se hacía hasta hace poco los días 1,2,7 y 8 de mayo, independientemente de que cayesen en fin de semana o no; actualmente se hace coincidir con días de fiesta. «Los vecinos -se nos dice- adornaban una cruz cada equis casas o por barrio.Además, había concurso de cruces». Se observa como en una localidad bien alejada del área oriental de Andalucía la estructuración territorial y tensional de la fiesta de la Cruz es la misma.

 

En la ciudad de Granada las casas de vecinos de los barrios obrero-populares tradicionales constituían el lugar espacial y social idóneo para la construcción de cruces y la plasmación en éstas de la rivalidad vecinal. Fue tradicional, por ejemplo, en el Realejo, la rivalidad entre las cruces de los números 15 y 18 de la calle del Señor. La exteriorización primaveral de los vecinos en el patio del corral nos fue expuesta por L. Montoto y F. Morales Padrón para el caso sevillano, lo que podemos fácilmente trasladar a las casas de vecinos granadinas (24).

 

Pero las tensiones más acusadas solían darse entre barrios enteros o entre sectores de un mismo barrio. Allá por los años treinta existía una fuerte tensión entre los habitantes del Albaicín y los de la calle Real de Cartuja; estas tensiones se pueden explicar parcialmente, al menos, con la siguiente historia: «los cabreros de los dos barrios hacían 'ramones' (especie de puros) de álamo negro; los de la calle Real los fabricaban con las puntas sueltas, y los del Albaicín con las puntas en forma de puro. Este era el motivo para pelearse sobre todo en época de fiestas, y claro está en la Cruz» (25). Dentro del Albaicín también se producían frecuentes tensiones entre calles; fue tradicional la existente entre la Plaza Larga, centro vital del barrio, y el resto del vecindario, por la fama y los consiguientes premios que su Cruz tenía y que los demás consideraban inmerecida.

 

De otro lado, la ornamentación de la Cruz tradicional exigía la colaboración de todos los vecinos, quienes exponían objetos de adorno de sus casas o personales, que muchas veces encontramos conceptuados en la prensa como «joyas». Era una ocasión anual de exteriorizar lo más preciado «de adorno» en una fiesta grupal y comunal. Los albaicineros comenzaban a hacer las cruces varios días antes del tres; las mujeres llevaban y traían cosas; tenía que estar terminada para la tarde-noche del dos, que era cuando el jurado venía a verla para otorgar los premios. En cuanto al ornato podemos distinguir entre la cruz en sí misma y lo que la rodea; la cruz se solía y todavía se suele hacer con claveles, aunque desde la revitalización del 63 se introdujeron materiales nuevos, como cáscaras de huevo, con el objeto de llamar la atención. Los acompañamientos de arquitectura efímera solían/suelen tomar como referentes el tipismo granadino:granadas, maquetas de la Alhambra, cuevas, surtidores de agua, etc. A título de ilustración, en el Defensor del 31 se lee que en la cruz de la masa coral se hizo «un bello escenario representativo de una rinconada típica del Albaicín, y en medio de la simulada plazuela de la Cruz una cruz de claveles rojos sobre pedestales de flores».

 

No todas las cruces, sin embargo, fueron levantadas por los vecinos; las más distinguidas, aquellas que realizaban los casinos y asociaciones de la «buena sociedad» granadina eran encargadas a obreros y/o artesanos; la cruz erigida en el año 1924 por el Círculo Comercial fue encomendada a «hábiles artistas granadinos», procediéndose a hacer el mayor gasto ostentatorio y de modernidad: se iluminó con luz eléctrica la fachada del Círculo, y la cruz «¡de ocho metros!» también se hizo de bombillas eléctricas. Y además, «para el baile que se organizará la noche del día 3, se han contratado los mejores tocadores de bandurria y guitarra» (26). Las diferencias sociales y de sociabilidad entre las cruces de barrio y las de la buena sociedad son tan evidentes que no merecen mayor comentario, sólo volver a subrayar que por encima de esas diferencias en todas las cruces permanecen los rasgos de tipismo: la cruz, verbi gratia, de la Sociedad Filarmónica del año 31 «representaba el interior de una mezquita árabe,con arcadas y columnas de tan perfecta ejecución, que sin aproximarse mucho no podía verse si era real o ficticia su construcción» (27). Las diferencias eran sobre todo de ornato, el de las cruces populares procedía del interior de las casas, y el de las burguesas venía marcado por el anonimato. Asimismo las diferencias de ornato se traslucían en las propias personas; en cuatro instantáneas fotográficas de los años veinte aparecidas en Reflejos(28) queda meridianamente manifiesto: en la primera foto, del baile del Centro Artístico, las mujeres lucen mantón de Manila, al igual que las de la segunda foto, del baile del Círculo Comercial; las jóvenes del barrio de la Magdalena -pequeñoburguesía- llevan menos mantones; finalmente, las del popular barrio de la calle Solares aparecen preferentemente vestidas de faralaes, ya que los mantones aún con ser una prenda cara y de puro adorno femenino, tendrían su ubicación lógica en el exorno de la cruz, junto a los cobres, cerámicas, aspidistras y geranios, todos ellos aportados por los vecinos.

 

Remarquemos de nuevo el carácter sexuado de la fiesta con algún ejemplo extraído de la literatura de costumbres: «Corría la manzanilla, subían las voces, trinaban las guitarras, holgábase el sol, alumbrando aquellos rostros francos, expresivos y risueños, y comentábanse al pie de la cruz las 'pelás de pava', las 'tomas de dichos', y las amonestaciones de la misa próxima» (29).Francisco de Paula Valladar hace una descripción más exacta de la cruz de mayo granadina, y allí expone lo que en la mentalidad romántica ha de ser un final de velada, donde se mezclan amores, vino y nocturnidad: «Por fin es de noche. El amor, que gusta más de incierta luz que de los reflejos brillantes del sol, prepara sus ponzoñosas saetas. El baile comienza: ese poético baile de nuestro pueblo: el fandango, con sus versos intencionados, su sentida melancolía y su melancólico ritmo que el rasgueo de la guitarra sostiene» (30).

 

El núcleo festivo del día de la Cruz tenía a su alrededor algunos constituyentes periféricos; véanse, los gitanos del Sacromonte que solían hacer sus cruces en el interior de las cuevas, o los niños que han mantenido hasta el día de hoy la costumbre de pedir el «chavico para la Santa Cruz», es decir para sus pequeñas cruces hechas a imitación de las de los adultos -no obstante, no se conservan rastros en la memoria colectiva de la existencia de «mayas» infantiles, por contra de la no lejana ciudad de Almería donde actualmente es el componente más interesante de su día de la Cruz-.

 

Como cualquier otra fiesta de importancia, la Cruz posee sus alimentos rituales; por descontado el rey es el vino, al que siguen las salaíllas -tortas de pan cubiertas de sal gruesa-, que servirían «para empapar el vino»; finalmente, el bacalao y las habas, éstas últimas consideradas entre los albaicineros como «cosa de gitanos».

 

El último elemento festivo a subrayar, sobre el que nuestro colega Pierre Córdoba ha fijado su atención recientemente (31), es el pero y las tijeras, clavadas y abiertas estas sobre aquel, y puestos al pie de la cruz. Al decir popular su significación sería cortar con las tijeras los «peros» -faltas- que la maledicencia popular acabaría inevitablemente poniéndole a la cruz: «está bonica, pero...». Creemos, por contra de Pierre Córdoba que defiende la existencia de niveles más profundos de significación en el asunto del pero y las tijeras, que la explicación popular respecto al significado de estos objetos es correcta. Además, la disposición iconográfica del pero y las tijeras no siempre fue junta; en tiempos pretéritos se presentaban separados físicamente aunque unidos mental y lingüísticamente por la explicación arriba indicada.
 

 

VI. Presente y futuro del día de la Cruz: prospectiva etnológica

 

Es sabido que la fiesta tradicional ha sufrido modificaciones notabilísimas en los últimos cincuenta o sesenta años. Los lamentos por la decadencia de las fiestas antiguas fue una constante entre los casticistas y románticos. Contribuyeron a esta evolución o decadencia (¿!) no sólo el progreso urbano-industrial y la tendencia a la laicización, hechos universales ambos, sino también cuestiones estrictamente particulares de nuestro país, como la dictadura franquista, que después de un período de prohibición toleró y dirigió la recuperación casticista y «neutra» de la fiesta.

 

Manifestaba el profesor Gallego Morell que todas las tentativas por ampliar en los años sesenta a varios días la fiesta fracasaron.La explicación a este fracaso, y al persistente arraigo en una sola tarde-noche, hay que atribuirlos inicialmente a tres factores. Primero a las condiciones climáticas de Granada, de amplitudes estacionales y oscilaciones diarias en las temperaturas muy extremas, lo que convierte a la primavera en una explosión. Segundo, el día de la Cruz constituye una suerte de pre-Corpus, sirviendo de anuncio para la feria que un mes después aproximadamente se celebrará; basta una mirada sobre la prensa de antaño para comprobar que la programación de la feria del Corpus se hacía pública unas fechas antes del tres de mayo. Y tercero, aunque la fiesta en sí fuese efímera, la sociabilidad, función que cumple todo festejo popular, estaba asegurada por los preparativos previos de la construcción de la cruz.

 

En los últimos tiempos la propia evolución urbana de Granada ha añadido nuevos factores a la sociología de la fiesta. De un lado, el traslado de buena parte de la población de los barrios tradicionales a los barrios periféricos, ha provocado paralelamente la progresiva redistribución del espacio festivo. De otro, el aumento de la población estudiantil hasta alcanzar un 10% del total del total de la ciudad. En relación con lo primero, las cruces han dejado de ser un fenómeno de sociabilidad cuasi rural dentro de la ciudad, para convertirse en un fenómeno de sociabilidad típicamente urbana: las cruces son construidas hoy día en buena medida por bares, peñas deportivas, asociaciones de vecinos, etc. La ritualidad tradicional, que incluía la sociabilidad y las tensiones grupales ha sido sustituida por una sociabilidad (¿?), que a pesar de las asociaciones citadas, se debate entre la soledad individual y la masa anónima. «En la fiesta urbana de hoy la víctima es el propio individuo sometido a los rigores del anonimato y la soledad en la socialización forzada de la ciudad. El ciudadano aislado en el gran mercado urbano pasa a ser el gran protagonista de su propio sacrificio. La soledad de este reo contrasta con la propia masificación de su entorno. No hay pautas para la construcción de un ritual y si las hay son escasas y precarias: la música, la utilización de unos espacios determinados para una reciente tradición o la presencia de elementos escénicos que estimulan al jolgorio» (32). Empero, en los barrios antiguos aún permanecen restos de la fiesta tradicional con una función cada vez más residual.

 

Un hecho bastante significativo: durante los últimos años fue queja continuada de los vecinos del Albaicín, y especialmente de la plaza Larga, la actuación de masas de jóvenes ebrios que llevaban su desenfreno a una auténtica destrucción. En protesta los albaicineros dejaron de hacer algunas de sus tradicionales cruces. ¿Quiénes componen estas frenéticas masas de jóvenes festeros? A partir de una simple visualización se observa una mayoría estudiantil, mezclada ocasionalmente con jóvenes lumpem. La mezcla no es nueva, ni los deseos de fiesta de los estudiantes tampoco: desde el siglo XV en el Midi francés, por ejemplo, les bacheliers (los bachilleres) se empleaban a fondo en fiestas propias y ajenas, con gran escándalo de las poblaciones y sus autoridades (33). No nos encontramos, pues, ante un fenómeno nuevo, lo novedoso es la forma de diversión estudiantil, incardinada en la cultura del week-end, que en Granada es la de los bares-pub del viernes noche (34). En ese medio cotidiano, y cuando los exámenes de final de curso están en ciernes, el estudiante halla su manera de desahogo festivo y de búsqueda de liaison sexual, a que invita esta fiesta de primavera desde sus formulaciones más remotas, en la masa anónima.

 

En el último año que pudimos asistir a la fiesta -1988- , esta parecía recentrarse sobre nuevas bases en los barrios modernos, y la violencia urbana real, que no imaginada, de años precedentes remitió. Cosa notable el que no hubiese habido incidentes que dijo la prensa local a la mañana siguiente; lo que nos trae a colación que los diarios del XIX informaban en los mismos términos. Y es que en la hybris festiva siempre ha estado presente la amenaza violenta; la diferencia esencial entre las fiestas de ayer y de hoy, creemos encontrarla por nuestra parte en las polaridades sociológicas que confluyen en el evento: en la tradición, el grupo de vecinos; en la actualidad, el individuo en soledad y la masa sin rostro.

 

 


El presente artículo constituyó inicialmente la contribución oral del autor a la mesa redonda que sobre esta fiesta se celebró, en abril de 1988, en el palacio de la Madraza de Granada. Participaron igualmente en dicha mesa redonda los profesores Antonio Gallego Morell e Ignacio Henares Cuéllar, ambos de la Universidad de Granada.)


 


Notas

 

1. Santiago de la Vorágine: La leyenda dorada. Vol. II. Madrid, Alianza, 1984, 2ª ed.: 585.

 

2. Pedro de Ribadeneyra: Flos sanctorum. Tercera parte. Madrid, 1716: 37 y ss.

 

3. P. Thoby. Le crucifix, des origines au concile de Trente. Nantes, Bellanger, 1959: 22.

 

4. E. Trocmé. «El cristianismo, desde los orígenes hasta el concilio de Nicea», en  Las religiones en el mundo mediterráneo y en el Próximo Oriente. Madrid, Siglo XXI, 1979: 435.

 

5. G. Puente Ojea: La formación del cristianismo como fenómeno ideológico. Madrid, Siglo XXI, 1976, 2ª ed.: 294 y ss.

 

6. L. Cardaillac: Moriscos y cristianos. Un enfrentamiento polémico (1492-l64O). Madrid, FCE, 1979: 264.

 

7. S. Colina Munguia: Cruces de Granada. Granada, 1976.

 

8. Fr. Henríquez de Jorquera: Anales de Granada. Tomo I. Granada, Universidad, 1987: 666-667.

 

9. A. J. Afán de Ribera: Fiestas populares de Granada. Granada, La Lealtad, 1885.

 

10. J. Caro Baroja: La estación del amor. Fiestas populares de mayo a San Juan. Madrid, Taurus, 1979.

 

11. Al Supremo Consejo de la Santa Inquisición, consagra este Sermón de las desgracias de Jesu Christo N. S. posteriores glorias de su cruz y feliz escándalo del indio(...). Predicóle en la Festividad de la Cruz en Santo Domingo en este año de MDCXXXV, P. Francisco Boil.

 

12. A. Olivar: El nuevo calendario litúrgico. Barcelona, Estela, 1970: 152-153.

 

13. La Alhambra, 6 de mayo de 1863.

 

14. F. Prieto Moreno y P. Bigador. «Cruces populares granadinas», en Boletín de la Universidad de Granada, año 1935, febrero.

 

15. Olga Rojdestvensky: Le culte de Saint Michel et le Moyen Age Latin. Paris, A. Picard, 1922: XIX.

 

16. M. F. Guesquin: Les mois des dragons. Paris, Berger-Levrault, 1981: 40.

 

17. Vid. José A. González Alcantud: «Tarasca, gigantes y cabezudos», El Semanero, Granada, junio de 1988.

 

18. J. A. González Alcantud: «Antropología, folclore y literatura costumbrista. El caso de Afán de Ribera», Gazeta de Antropología, nº 1, Granada, 1982.

 

19. El Defensor de Granada, martes, 5 de mayo de 1931.

 

20. Ibídem, 3 de mayo de 1932.

 

21. Información aportada por D. Antonio Gallego Morell en la mesa redonda.

 

22. Sobre la utilización del folclore por el franquismo, véase: M. Merino de Zela: «El folklore y la educación escolar en España», Folklore Americano, año 3, nº 3, Lima, 1955.

 

23. Cfr. el tratamiento de la fiesta en S. Rodríguez Becerra (dir.): Guía de fiestas populares de Andalucía. Sevilla, 1982.

 

24. L. Montoto: Los corrales de vecinos. Sevilla, Biblioteca de Temas Sevillanos, 1981. F. Morales Padrón: Los corrales, Sevilla, 1983.

 

25. Información facilitada por D. Enrique López.

 

26. El Defensor de Granada, 4 de mayo de 1924.

 

27. Ibídem, 5 de mayo de 1931.

 

28. Reflejos, revista literaria ilustrada, abril, 1925.

 

29. B. Mas y Prat: La tierra de María Santísima. Colección de cuadros andaluces. Barcelona, s. f.: 376.

 

30. F. de Paula Valladar: «La cruz de mayo», La Alhambra, año I, nº 10, abril 1884.

 

31. P. Córdoba Montoya: «El objeto ritual: el pero y las tijeras del día de la Cruz», en  La fiesta, la ceremonia, el rito. Universidad de Granada/Casa de Velázquez.

 

32. E. Delgado i Clavera: «Entre el desorden y la soledad», en Cultura urbana y fiesta tradicional. Barcelona, Ayuntamiento, 1987: 59.

 

33. N. Pellegrin: Les Bachelleries: organisations et fêtes de jeunesse dans le Centre-Ouest, XVe-XVIIIe siècles. Poitiers, 1982.

 

34. Para un análisis general del fenómeno, vid.: J. A. González Alcantud: «Temas de antropología urbana: la cultura de los bares», Gazeta de Antropología, nº 2, 1983.

 

 



 

Resumen

 

 

El día de la Cruz en Granada. Introducción etnológica

 

 

La fiesta de la Cruz está entre las fiestas populares que han perdurado hasta la actualidad, y que incluso han cobrado auge en los últimos años. El artículo traza, en primer lugar, una perspectiva histórica de la fiesta. Luego, la sitúa en el marco del ciclo festivo anual. Finalmente, lleva a cabo una descripción etnográfica, señalando los aspectos evolutivos de la celebración.
 


 

 

 

Abstract

 

 

The Day of the Holy Cross in Granada: an ethnological introduction
 

The “fiesta” of the Holy Cross is among the folk festivities that remain practiced today, and that have gained energy recently. After tracing the history of the “fiesta”, we it locate it within the framework of the annual festival cycle. Finally, we present an ethnographic description of the “fiesta”, pointing out the evolutionary aspects of the celebration.



 
fiesta popular | día de la Cruz | Granada | ritual | evolución cultural
popular celebration | day oh the Holy Cross | Granada | rite | cultural evolution
 

 

 

 

ESPECIAL DÍA DE LA CRUZ

Las connotaciones religiosas y las paganas se confunden en el origen del Día de la Cruz. Los orígenes en Granada del Día de la Cruz, parecen encontrarse hace ya cuatro siglos, en unas antiguas celebraciones religiosas que se organizaban en honor al símbolo del cristianismo. Cuenta la tradición que la cruz encontrada por Santa Elena, y en la que supuestamente había muerto Cristo, con el paso del tiempo fue sufriendo sucesivas mutilaciones que originaron que numerosos restos de ella llegaran a multitud de rincones de todo el mundo. A Granada en concretó llegó un pedazo de la supuesta cruz de Cristo hasta el albayzinero convento de Santa Isabel la Real. La leyenda toma aquí protagonismo, ya que se cuenta un viernes de Cuaresma del año 1961, las monjas de este convento escucharon como salían voces de una pared. Mandaron hacer un derribo y encontraron dentro del muro un pedazo de la cruz de Cristo. Desde entonces en el convento se siguió la costumbre de que una de las monjas de la comunidad se llamara Sor María de la Cruz.

A lo largo de la historia en Granada se han celebrado diferentes fiestas en honor a la Santa Cruz, como las bendiciones que se hacían de las milagrosas llagas del Cristo de los Favores a finales del siglo XIX u otras celebraciones que entroncan con los supuestos hallazgos reveladores del Sacromonte.

El Día de la Cruz en Granada ha vivido periodos de gran esplendor y otros de acusada crisis. Con las últimas décadas del siglo XIX la celebración comenzó a decaer bastante, llegándose al extremo de que en el año 1883 el gobernador de la ciudad prohibió a los vecinos pedir dinero para levantar sus cruces. La tradición decae y su recuperación no llega hasta el año 1924 cuando el Ayuntamiento intenta reimpulsar las fiestas instituyendo un concurso con premios para galardonar las cruces más vistosas. Para revitalizar la fiesta se adoptan diferentes comedidas como organizar un concurso de cantes por granaínas y medias granaínas en la Plaza de San Nicolás. De aquellos primeros años del siglo XX han llegado a nosotros curiosas fotografías sobre esta fiesta en la que destaca el tipismo y colorido, con los vecinos montando sus cruces y luciendo curiosas indumentarias festivas. Con el advenimiento de la República la celebración vuelve a decaer, aunque en el interior de muchas casas los vecinos se reunían para celebrar clandestinamente el Día de la Cruz. Tras la Guerra Civil el alcalde de la ciudad Antonio Gallego Burín será quien vuelva a dar un impulso a la fiesta. Los periódicos dejan constancia de que en el año 1939 se instaló en la Plaza del Carmen una cruz que medía 6 metros y estaba adornada con 7.000 claveles blancos y rojos. Además, por toda la ciudad se montaron un centenar de cruces, destacando sobre todo la que hicieron las mujeres de la Pescadería.

Desgraciadamente en la década de los años cincuenta nuevamente la fiesta languidece y no será hasta 19634 cuando tome el impulso definitivo que la ha llevado hasta nuestros días. Entonces, gracias al entusiasmo del delegado provincial de Turismo Antonio Gallego Morell, la fiesta toma otra vez auge. Junto al tradicional concurso de cruces se organizan otros como uno mantones de manila. Poco a poco la fiesta fue calando nuevamente entre los granadinos que agrupados por barrios, asociaciones, cofradías u otros colectivos montas sus cruces en los primeros días del mes de mayo. En la última década del siglo XX la fiesta llegó a degenerarse un poco, debido en parte a la larga duración que algunos años tuvo -hasta cuanto o cinco días seguidos- y la masiva proliferación de barras de venta de bebida sin cruces, o la colocación de cruces con escaso valor artístico. Por fortuna las voces críticas se dejaron oír y cada vez son más los colectivos que trabajan para que la fiesta mantenga sus connotaciones tradicionales.

Artesanía viva.

Y es que una Cruz de Mayo debe desprender siempre granadinismo y las connotaciones que la cultura popular de Granada le han ido imprimiendo con el paso de los siglos. Ver una cruz debe ser deleitarse con multitud de pequeños detalles que conforman un todo maravilloso que siempre llame la atención. Tal vez no haya mejor ocasión a lo largo del año para apreciar una auténtica muestra de la artesanía típica de la ciudad. Cerámicas, objetos de taracea, tejidos artísticos, cobres o piezas de madera tallada se ofrecen al visitante de la cruz como extraordinarios tesoros de la historia viva de Granada. Las cerámicas de fajalauza son, tal vez, las piezas artesanas más típicas de la ciudad y más presentes en las cruces. Los orígenes de esta cerámica se remontan al siglo XVI como continuidad de la cerámica de fabricación musulmana. Desde entonces pocos cambios han experimentado, ni en su técnica ni en los temas y formas tradicionales que adopta. Su nombre proviene de los alfares y hornos existentes junto a la Puerta de Fajalauza en el Albayzín. El rasgo más característico de esta cerámica son los personales dibujos que incorpora en colores azul, verde y morado. Pájaros, flores, ramajes y granadas pintadas a trazos muy simples son los temas que aparecen representados en esta cerámica que tanto se ve junto a las cruces, ya sea en platos, fuentes, lebrillos, orzas o vasijas.

Pero junto a esta colorista cerámica también suelen aparecer bastante piezas de barro o cerámica más sencillas realizadas por los alfareros que todavía trabajan en la provincia. Pipos, cazuelas, ánforas o curiosos botijos con forma de gallo o pez llaman la atención de muchos. Es la artesanía típica de puntos de la provincia como Purullena, Guadix o la costa. Los tejidos también están muy presentes entre las muestras artesanales que ofrece una cruz de mayo. Por un lado destacan las piezas bordadas en tul, como mantillas de encaje o cortinas, y por otro los tejidos alpujarreños con sus llamativos colores. Las conocidas jarapas, hechas con tiras finas nudosas de lino en colores nítidos, aparecen colocadas en muchas cruces junto a tapices y alfombras con los llamativos colores de los tejidos alpujarreños.

No faltarán tampoco en las cruces objetos de taracea. Desde tableros de ajedrez a pequeños joyeros, pasando por muebles y baúles, el delicado y paciente trabajo de esta típica artesanía de la ciudad tendrá su protagonismo propio. Las piezas de cobre también son muy utilizadas para el adorno de las cruces. Sin ir más lejos, la cruz de la Plaza del Carmen del pasado año recreaba un gran brasero de cobre granadino. El origen del trabajo en cobre en Al-andalus tiene sus primeras grandes manifestaciones a partir de la llegada de los almorávides. Las artes de trabajar el metal de los nazaritas destacaron bastante en todo el Mediterráneo. La tradición ha llegado hasta nuestros días, especialmente transmitida por el pueblo gitano, que encontró en su trabajo una fuente d ingresos. Como se aprecia, una cruz de mayo es todo un escaparate de la artesanía y la historia de Granada. Solo busca encontrar en cada cruz los elementos que distinguen y diferencia a Granada. Por cierto, que entre todos esos elementos no debemos olvidar observar el famoso pero atravesado con unas grandes tijeras. Dice la tradición que tan singular y llamativo adorno aparece allí para cortar cualquier "pero" o defecto que se le pueda poner a la cruz. Una costumbre granadina más, como la de que la chiquillería pida en este día el popular "chavico

 

 

La Fiesta de la Cruz

Texto tomado del libro de Antonio Merino Madrid Ensayo sobre fiestas populares de Los Pedroches (Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches, 1997) . Se han eliminado las notas bibliográficas y de fuentes.


1. Divagaciones sobre su posible origen y significado.  

Los libros litúrgicos contienen dos fiestas dedicadas al culto de la Cruz: La Invención de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y la Exaltación, el 14 de septiembre. La Exaltación, que conmemora la dedicación de las basílicas de Jerusalén, es de origen oriental y no pasó a occidente hasta fines del siglo VII, a través del rito romano. El primer testimonio de su celebración litúrgica se encuentra en una biografía del Papa Sergio I (687-701), en la cual se lee: Qui etiam ex die illo pro salute generis ab omni populo christiano die Exhaltationis Sanctae Crucis in basilicam Salvatoris, quae apellatur Constantiniana, osculatur et aderatur.

 La Invención de la Santa Cruz, en cambio, es conmemorada desde antiguo. En España aparece en todos los calendarios y fuentes litúrgicas mozárabes, poniéndola en relación con el relato del hallazgo por Santa Elena de la auténtica Cruz de Cristo. Este relato figura en los pasionarios del siglo X y puede resumirse así: En el sexto año de su reinado, el emperador Constantino se enfrenta contra los bárbaros a orillas del Danuvio. Se considera imposible la victoria a causa de la magnitud del ejército enemigo. Una noche Constantino tiene una visión: en el cielo se apareció brillante la Cruz de Cristo y encima de ella unas palabras, In hoc signo vincis ("Con esta señal vencerás"). El emperador hizo construir una Cruz y la puso al frente de su ejército, que entonces venció sin dificultad a la multitud enemiga. De vuelta a la ciudad, averiguado el significado de la Cruz, Constantino se hizo bautizar en la religión cristiana y mandó edificar iglesias. Enseguida envió a su madre, santa Elena, a Jerusalén en busca de la verdadera Cruz de Cristo. Una vez en la ciudad sagrada, Elena mandó llamar a los más sabios sacerdotes y con torturas arrancó la confesión del lugar donde se encontraba la Cruz a Judas (luego San Judas, obispo de Jerusalén). En el monte donde la tradición situaba la muerte de Cristo, encontraron tres cruces ocultas. Para descubrir cuál de ellas era la verdadera las colocaron una a una sobre un joven muerto, el cual resucitó al serle impuesta la tercera, la de Cristo. Santa Elena murió rogando a todos los que creen en Cristo que celebraran la conmemoración del día en que fue encontrada la Cruz, el tres de mayo.

 Toda esta historia tiene, sin duda, mucho de leyenda, pues el emperador Constantino fue considerado en el medievo occidental como prototipo del príncipe cristiano y se le rodeó de multitud de relatos fabulosos. Además, la celebración de este día es anterior al Pasionario.

 En la Lex Romana Visigothorum, promulgada por Recesvindo en el año 654, y renovada por Ervigio el 681, se menciona esta festividad comparándola, por lo que se refiere a su solemnidad, con las mayores del año eclesiástico; y en el Leccionario de Silos, compuesto hacia el año 650, aparece con el nombre de dies Sanctae Crucis, siendo éste el más antiguo testimonio de su conmemoración en España. Desde la primera mitad del siglo VII se tiene conocimiento de la existencia en España de reliquias de la Cruz, concretamente en sendas iglesias de Mérida y Guadix. Finalmente, hay que añadir que el culto a la Cruz en general es aún más antiguo, pues sabemos que en el año 599 se celebró en la Catedral de la Santa Cruz el II Concilio de Barcelona, lo que implica a su vez una advocación anterior.

 En cambio, de la celebración popular de la fiesta de la Santa Cruz, la que más nos interesa, apenas hay datos antiguos. Los primeros testimonios que conocemos se remontan tan sólo al siglo XVIII, aunque este vacío documental no implica necesariamente que la fiesta no existiera desde antes. En cualquier caso, parece que la celebración popular de la Cruz de Mayo tal como hoy la conocemos alcanzó su máximo esplendor durante los siglos XVIII y XIX, para empezar a decaer a principios del XX.

 Esta fiesta, en su vertiente popular, está muy extendida por toda España, aunque con variaciones muy significativas de unos lugares a otros. A pesar de ello, la celebración presenta en todas sus manifestaciones una serie constante de elementos comunes. El centro de la fiesta es una cruz, de tamaño natural o reducido, que se adorna, en la calle o en el interior de una casa, con flores, plantas, objetos diversos (pañuelos, colchas, cuadros, candelabros, etc.) y adornos elaborados. A su alrededor se practican bailes típicos, se realizan juegos y se entonan coplas alusivas. A veces hay procesiones, de carácter religioso o pagano. A la hora de establecer los orígenes de esta celebración popular de la Cruz hay que referirse necesariamente a una serie de fiestas paganas que se celebraban desde muy antiguo en el mes de mayo.

Cruz interior

 En efecto, el mes de mayo, considerado desde siempre como el mes del esplendor de la vegetación y, por extensión, el mes amoroso por excelencia, ha sido desde tiempos remotos el escenario temporal de un buen número de fiestas populares. Dos de ellas reclaman especialmente nuestra atención, por la vinculación que puede establecerse entre éstas y la fiesta de la Cruz. La primera es la Maya. Es costumbre muy extendida por toda España una celebración de carácter alegórico que tiene como protagonista a una niña (la maya), generalmente de unos doce años, a la que, vestida de blanco y coronada de flores, se engalana con adornos y artificios. La maya tiene una corte de jovencitas, también ricamente engalanadas, que se dirigen con una bandeja a los presentes o transeúntes solicitando "un cuartito para la maya/ que no tiene manto ni saya", mientras aquélla ha sido colocada en un trono floral y sirve de centro para una fiesta donde se baila airosamente y se cantan cancioncillas compuestas al efecto. Los hombres apenas participan en la celebración y, en algunos pueblos, ni siquiera podían tomar parte en los bailes. Restos de esta celebración en Los Pedroches serían las llamadas "Muñecas de San Isidro", de las que hablaremos más adelante.

 También es costumbre en muchos pueblos colocar en la plaza principal o en otro lugar  elegido por la tradición un gran árbol denominado mayo, al que se adorna y se convierte en centro de una celebración festiva. Según Covarrubias, "mayo suelen llamar en las aldeas un olmo desmochado con sola la cima, que los mozos zagales suelen en el primer día de mayo poner en la plaza, o en otra parte". Otro autor, Basilio Sebastián de Castellanos, aporta más datos: "El llamado mayo, protagonista de la función cívico-campestre, consiste en un tronco muy alto, comúnmente de álamo verde, vestido de flores, cintas, ramas y frutos, y en muchas partes pañuelos de seda y otras prendas de vestir, que plantan los jóvenes labriegos de nuestros pueblos en la plaza y a cuyo alrededor se baila todo el día con entusiasta alegría".

 Los orígenes de estas fiestas populares del mes de mayo son discutidos. Desde los autores renacentistas se pretende hacer derivar tales celebraciones de alguna festividad clásica grecolatina. Un escritor italiano del siglo XVI, Polydoro Virgilio, las relaciona con las fiestas romanas en honor de Flora, diosa que representa el eterno renacer de la vegetación en primavera (las Floralia, que duraban del 28 de abril al 3 de mayo), y con la procesión ateniense del Eiresioné en la época de la cosecha. Otros las vinculan con las fiestas romanas de Vulcano y de las divinidades Maia y Ops.

 De todas las celebraciones clásicas con las que se quiere relacionar a las fiestas de mayo, la que más nos interesa es la de Attis. Según Ovidio, Attis era un hermoso joven que vivía en los bosques de Frigia. La diosa Cibele lo eligió para sí, haciéndolo guardián de su templo, pero con la condición de que se mantuviera siempre virgen. Attis cedió al amor de la ninfa Sagaritis y entonces Cibele hizo que ésta muriera, derribando el árbol del que dependía su vida. El muchacho enloqueció y se castró, tras lo cual la diosa lo volvió a admitir en su templo. La fiesta, rememorando su muerte y resurrección, tenía lugar en el equinoccio de primavera. Comenzaba el 22 de marzo con la solemne procesión de un pino recién cortado (árbol en el que, según la leyenda, se había convertido Attis a su muerte), al que se adornaba con guirnaldas de violetas y bandas de lana. Los ritos proseguían hasta el día 27 y en ellos se incluían prácticas mistéricas y automutilaciones.

 Aunque se puede apreciar una cierta semejanza o paralelismo entres estas celebraciones y nuestras fiestas de mayo, es difícil, sin embargo, admitir una relación de dependencia de éstas con respecto a aquéllas y más bien habría que hablar de una génesis espontánea común, a partir de los fenómenos culturales recurrentes de adoración al árbol y exaltación de la naturaleza. Por ello mismo, hay que concluir que el sentido de estas fiestas es plenamente naturalista: saludo a la primavera, celebración del comienzo de un nuevo ciclo de la vegetación, agradecimiento a la naturaleza por sus futuras cosechas. Y, como consecuencia de ello, exaltación del amor y de los sentimientos humanos más espontáneos.

 Pues bien, como consecuencia del empeño de la jerarquía cristiana por eliminar antiguas prácticas paganas y supersticiosas, muchas veces escandalosas y casi siempre contrarias a su moral, en un momento dado de su desarrollo las fiestas naturalistas de mayo se habrían transformado y agrupado en torno a un nuevo motivo, la Cruz. Simplificando la cuestión podríamos afirmar que el mayo-árbol se convirtió en mayo-cruz, conservando casi intactos todos los demás elementos de la celebración. En un maravilloso ejemplo de asimilación y sincretismo de fiestas y símbolos, el árbol fue sustituido por una cruz (a la que con frecuencia en la liturgia cristiana se denomina precisamente "árbol"), quizás como una sabia decisión del pueblo para que estas celebraciones no desaparecieran totalmente o alentado por las autoridades eclesiásticas que, intentando eliminar viejas creencias supersticiosas, sustituyeron un símbolo pagano por otro religioso. A su lado confluyeron elementos tomados de otras prácticas paganas: la maya, que en muchos sitios se coloca junto a la cruz, la artificiosa decoración, los cantos y bailes, etc. El paso de la celebración pagana a la religiosa, popular en ambos casos, habría resultado favorecido por el culto litúrgico a la Cruz (mucho más antiguo, como hemos visto) y por las leyendas sobre el descubrimiento de la auténtica de Cristo.

 El intento de las autoridades de sofocar las prácticas paganas de las fiestas de mayo puede atestiguarse documentalmente. Ya en 1769, como ejemplo de la actitud recelosa del racionalismo ilustrado hacia las manifestaciones tradicionales (tanto religiosas como profanas) que gozaban de un fuerte arraigo popular, el Conde de Aranda proclama en la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte de Madrid que "no habiendo bastado las providencias que antes de ahora se han tomado para exterminar el rústico abuso de las que con nombre de mayas se ponen en las calles causando irrisión y fastidio a las gentes", la Sala tomará las medidas conducentes a evitar estas prácticas. La prohibición de las mayas se estableció en la Real Cédula de 20 de Febrero de 1777 dictada por Carlos III, respondiendo a un auténtico espíritu racionalista contra la superstición popular.

 Tales prohibiciones, sin embargo, no surtieron efecto, pues a mediados del siglo XIX hay testimonios todavía de la pervivencia de las mayas, aunque ahora aparecen en confluencia con la fiesta de la Cruz, seguramente para burlar la ley. Pedro Antonio de Alarcón nos informa en 1855: "El día 3 es la Invención de la Santa Cruz, o sea, la Cruz de mayo, como la llama el vulgo (...); las buenas mozas que en lugares y aldeas se visten todavía de Mayas o Reinas, para presidir desde lo alto de una mesa, convertida en vistosísimo trono, el baile y el jaleo de tal o cual Cruz, donde hay cada borrachera y cada puñalada que canta el misterio".

 En definitiva, es imposible negar la conexión entre las fiestas paganas de la naturaleza y la celebración de la Cruz de Mayo, así como la anterioridad cronológica del mayo (que, como forma de culto al árbol y, por extensión, a la naturaleza, pertenecería a la conciencia colectiva cultural de los pueblos desde siempre). Quizás lo justo sería hablar de que la fiesta de la Cruz, cuando comenzó a desarrollarse popularmente, tomó elementos de otras fiestas no religiosas, en un intento de asimilarlas para eliminarlas o sencillamente como consecuencia inevitable de su coexistencia, dada la similitud de sus motivaciones. La prohibición de las fiestas paganas por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas facilitó esa incorporación de elementos de unas a otra, aleccionada por el pueblo, siempre amante de sus tradiciones y nunca dispuesto a perderlas. El fondo, lo popular, habría quedado intacto y sólo habría cambiado su apariencia externa.  

 

2. Cruces de Mayo en Añora.  

 Un mes o dos (o más en algunos casos) antes del primer domingo de mayo, las más revoltosas de la calle comienzan a alborotar a las demás. Les recuerdan que se acerca el día y que este año deben comenzar con tiempo si quieren terminar holgadamente su trabajo. Se habla de ello en los corros de costura vespertinos y en las interminables partidas de brisca de los domingos por la tarde. Se anima a la dirigenta del grupo, a la jefa de la Cruz, para que exponga sus ideas, con la seguridad de que ésta lleva ya algún tiempo maquinando algo en su cabeza.

  Por fin, las mujeres de cada calle se reúnen una tarde y deciden las líneas generales que seguirán los adornos de la Cruz que este año, como todos los anteriores, piensan vestir. Durante estas fechas, todavía tan lejanas de la fiesta, se dedican a confeccionar manualmente el elemento que servirá de base a la decoración general (flores de esta o aquella forma, hojas de diversa tipología, palmitas simuladas, estrellas, quién sabe qué). El material con el que se confeccionan estos elementos es asimismo variado: telas de diversa textura, tules, papel de plata o dorado o incluso plantas secas armoniosamente conjugadas. Mientras se confeccionan estos adornos se recuerdan con admiración las cruces de hace unos años, como aquella que tuvo como ornamento principal cientos de pequeños garbanzos envueltos en papel dorado, o cardos pintados en color plateado, o suaves plumas de ave, o maravillosos dibujos geométricos realizados con decenas de velos de novia.

Cruz interior

 Durante todo este tiempo, las mujeres de cada calle se reúnen generalmente en una casa deshabitada, a menudo la misma cada año. Aquí pasan las tardes enteras y gran parte de la noche, fabricando los adornos elegidos y guardando celosamente el secreto de su diseño, fomentando la rivalidad y cuidándose muy bien de las espías de otras calles, que intentarán saber qué se está tramando tras esas puertas cerradas.

 Desde dos o tres semanas antes del día de la Cruz, se comienza propiamente la tarea de vestir la Cruz. Han elegido para ello una habitación de la casa, generalmente la más próxima a la entrada, y se estudia su distribución. Se trata de decorar las paredes, el techo, el suelo y los huecos del espacio para crear una escenografía deslumbrante que sirva de contexto para acompañar al elemento central, la cruz-cruz, la Cruz propiamente dicha.

 Aunque llevan varias semanas confeccionando adornos, todavía no tienen una idea muy exacta de cuál será el resultado. La improvisación juega un papel muy importante en este arte, y hay que poner y quitar muchas veces hasta que algo sea definitivamente aprobado. La jefa de la Cruz, la crucera mayor, va indicando cómo se debe poner tal o cual adorno y las demás lo realizan según sus instrucciones. Pero raramente algo es colocado definitivamente a la primera.

 La decoración de la habitación donde se instala la Cruz ha evolucionado mucho a lo largo de los años. Hasta finales de los sesenta, la ornamentación se basaba en flores naturales (ramos y macetas) y en los más diversos elementos: imágenes religiosas, candelabros, figuras diversas, cuadros, jarrones, etc. Las paredes aparecían siempre cubiertas con mantones (los populares mantones de Manila), pañuelos o colchas de vistosos colores. El suelo se tapizaba con hierbas olorosas (poleo, manzanilla y juncia) y entre ellas solían colocarse alegorías rurales: nidos de pájaros con huevos, espigas, animales disecados, etc.

 Nada de eso se conserva hoy. Cuando en la actualidad se termina de decorar la habitación donde se colocará la Cruz, el resultado es de un virtuosismo extraordinario. El color se ha reducido casi en exclusiva al blanco (un blanco resplandeciente, apenas moteado en ocasiones por leves dorados o suavísimas coloraciones), considerándose de mal gusto la aparición de colores fuertes o que produzcan gran contraste. Las flores naturales tienden a desaparecer y, en cualquier caso, sólo aparecen representadas en forma de exquisitos ramos de claveles o gladiolos. El diseño decorativo suele ser de un barroquismo sorprendente, difícil de explicar con palabras. Son tules y finísimas telas que se entrecruzan y combinan de una manera prodigiosa dando lugar a formas de gran belleza. Hay mucho equilibrio en el conjunto: los dibujos o figuras que se forman con los pliegues de las telas suelen ser constantes en paredes y techo. Con frecuencia todo parece flotar y es imposible comprender cómo personas han podido moverse entre tales ornamentos, pues todo produce la sensación de que va a caerse con tan sólo soplar. Pero nada se deja al azar. Cada elemento está en su sitio y, aunque su presencia pase desapercibida, se notaría su falta. Es muy difícil ser más preciso en la descripción.

Cruz interior

 En el centro de la habitación se coloca la cruz-cruz, así llamada para distinguirla del conjunto. Se trata de una cruz de madera (aunque en los últimos años se ha sustituido, en algunos casos, la madera por contornos de alambre duro, formando con él la silueta de la cruz y dejando hueco el interior), de aproximadamente un metro de altura y de sección rectangular o circular, forrada de tela blanca. Sobre esta tela se traban con invisibles alfileres, y artísticamente dispuestas, cadenas, medallas y, sobre todo, crucifijos, todo ello siempre de oro. Se considera que la Cruz tiene más mérito cuantos más crucifijos contiene. Con las cadenas se forman dibujos geométricos a lo largo de toda la cruz, los cuales resaltan sobre la blancura del fondo. Es importante recalcar que estos elementos han de ser exclusivamente de oro.

Encadenado de una cruz interior

 La ornamentación de la cruz-cruz se completa con el llamado INRI, en la parte superior, y las bandas, que, partiendo del tronco central, cuelgan por ambos lados en forma de M. El Inri y las bandas suelen ir bordadas (con hilo de oro muchas veces) a juego y reproducen motivos litúrgicos (espigas, un cordero, la hostia, el cáliz, etc.). El último elemento lo constituye el cerco, que, partiendo del extremo de ambos brazos, rodea la cruz por encima, a modo de aureola. Suele estar hecho de flores de tela, a veces del mismo tipo de las que constituyen la base de la ornamentación general de la habitación.

 La cruz se coloca en el centro de la habitación sobre soportes diversos, constituyendo éste uno de los elementos que confiere originalidad a la disposición del conjunto. Antiguamente, cuando la decoración se basaba en plantas y santos de bulto, la cruz solía colocarse sobre un altar, que podía ser una simple mesa o estar más elaborado. Ahora, cuando el entorno ha evolucionado tanto, es casi siempre imposible averiguar cómo está sujeta la cruz. Los velos y adornos lo ocultan todo y tan sólo es posible observar que la cruz se eleva majestuosa, a veces casi mágicamente, en mitad de la habitación. Oculta entre los adornos de la habitación se coloca una fuerte iluminación, que hace resaltar aún más profundamente la blancura del conjunto.

 Una vez que toda la decoración está definitivamente concluida, cuando la Cruz está totalmente vestida, se coloca un banco de madera antiguo en la puerta de la habitación, por fuera, que sirve de barrera para que desde él los visitantes admiren este arte tan majestuoso que será, sin embargo, tan efímero.

 Pues, en efecto, aunque en los últimos años comienza a observarse la tendencia de alargar la fiesta a todo el domingo, e incluso algunos días más, la tradición manda que la celebración de la Cruz se reduzca a la noche de la velá , una noche, eso sí, vivida intensamente. Al anochecer del sábado (el sábado anterior al primer domingo de mayo) se abren las cruces al público. Las mujeres de la calle especialmente, pero ahora también algunos hombres, se sientan alrededor de una mesa camilla (la aquí llamada mesa-tufa) en el pasillo central de la casa (o bien, si hay cocina con chimenea, alrededor del fuego) y aguardan a los visitantes. Entretienen la espera jugando a las cartas o tomando las primeras copitas.

La noche de "la velá" en una cruz interior.

 La gran afluencia de público llegará ya avanzada la noche. Las pandillas de amigos, jóvenes y viejos, familias enteras, recorren el pueblo visitando todas las cruces que se han vestido este año, unas quince, por lo general. Comparan unas con otras y recuerdan las de años anteriores, a la vez que hacen sus cábalas sobre cuál obtendrá el premio instituido por el Ayuntamiento local. Algunos grupos se animan a cantarle a la Cruz las coplas tradicionales, y enseguida contarán con el acompañamiento de todos los presentes:
 
 El día de la Ascensión
 cuando Cristo subió al cielo
 estaba la manzanilla
 florida como el romero.

 Mayo, mayo, mayo,
 bienvenido seas,
 para trigos y cebadas,
 caminitos y veredas,
 mayo, mayo, mayo,
 bienvenido seas.

 Las guardianas se sentirán más orgullosas de su arte cuanto más se le cante a su Cruz y es posible que entonces inviten a una ronda de roscos o bizcochadas y, con un poco de suerte, de típicos borrachuelos. A poco más, alguna se lanzará a bailar las inevitables jotas noriegas, con gran celebración por parte de los concurrentes:

 Es la Virgen de la Peña,
 cantando, navegando, navegué,
 la que más altares tiene, y olé,
 que en la Añora no hay ninguna,
 cantando, navegando, navegué,
 que en su pecho no la lleve, y olé.

 Si se va la niña a la sala
 dile que se siente,
 dale un besito en la cara,
 que se lo merece,
 que se lo merece, la niña,
 que se lo merece,
 si se va la niña a la sala,
 dile que se siente.

 Es obligatorio, antes de marcharse de una cruz, felicitar a las hábiles creadoras con frases que tienen todo el encanto de lo rutinario: "Que la disfruten con salud", "Está (la Cruz) muy fina y muy bonita", "Que la vistan muchos años más" o el consabido "Hasta el año que viene, si Dios quiere". Ellas se quitarán importancia modestamente y enseguida se lamentarán de que ya son viejas y del escaso entusiasmo que parece tener la juventud en continuar la tradición.

 Mientras, la fiesta sigue en la calle. Hay un gran bullicio entre los que van y vienen y se oyen cantos por todas partes. Cerca de la puerta de la casa donde se viste cada Cruz se enciende una hoguera formada por grandes leños, que arderá toda la noche. Este fuego sirve de alivio a los transeúntes, que suelen agradecerlo en medio del frío nocturno. La hoguera es fundamental, sobre todo, en las cruces exteriores.

 Hay en Añora en la actualidad siete cruces monumentales de granito, ubicadas en distintos puntos de la población. También éstas se visten para la fiesta, de una forma que cada vez se parece más a las de interior. Antiguamente, hasta hace pocos años, su decoración era más pobre y se basaba fundamentalmente en macetas de flores y plantas diversas, mientras que la cruz-cruz se adornaba con grandes rosarios artísticamente engarzados. En la actualidad, sin embargo, se elaboran también adornos expresamente para estas cruces, las cuales, dada su monumentalidad, suelen presentar un aspecto deslumbrante. En los últimos años han recobrado el protagonismo que habían perdido en favor de las cruces de interior.

Cruz de piedra de la Plaza de San Pedro.

 Cuando avanza la noche, ya en las primeras horas de la madrugada, los visitantes son cada vez más esporádicos. Es ahora el momento de que los vecinos de cada Cruz formen su fiesta particular. Unos cantan y otros bailan. Las jotas siempre están presentes, pero se repasa todo el repertorio de música popular local. Los que llegan de visita de vez en cuando son bien recibidos y no tardan en unirse a la fiesta. Ahora se cuentan chistes y chascarrillos y se recuperan viejos juegos infantiles casi olvidados. Corre el vino y el aguardiente. Hay que aguantar toda la noche en vela, pero no es difícil. Al final, el chocolate a la taza templará los ánimos.

 De la Añorita las quiero,
 de la Añorita las amo,
 porque las de la Añorita
 llevan la miel en los labios.

 Cuando es de día, todos se marchan a dormir y un manto de silencio parece caer sobre el pueblo. La noche de la velá ha terminado, pero su recuerdo tardará muchos días en borrarse. Han ocurrido, seguramente, muchas cosas en las calles de Añora con el amparo de la oscuridad nocturna y la complicidad de la luna.  

 

3. Elementos y significado de la celebración.  
 

3.1. La Cruz y el componente religioso.- Es difícil establecer cuál es el origen del culto a la Cruz en Añora, culto, por otra parte, muy extendido en toda la comarca. Es sabido que el cristianismo arraigó desde muy temprano en Los Pedroches, como lo demuestra el hecho de que un presbítero llamado Eumancio y procedente de Solia (localidad romana de esta comarca) participó en el Primer Concilio Nacional Español celebrado en Ilíberis (Granada) hacia el año 300; por otra parte, el testimonio más antiguo de la religiosidad cordobesa referido a la Virgen lo encontramos en Los Pedroches, cuando en 1189 se cita el primer topónimo mariano cordobés: el villar de Santa María (El Guijo).

 No se conocen datos, sin embargo, sobre la antigüedad del culto a la Cruz en la comarca, del que sólo pueden aportarse referencias aisladas, si no anecdóticas. En El Guijo, por ejemplo, se venera a la Virgen de las Tres Cruces, advocación compartida por Torrecampo y Santa Eufemia por haber librado a estas villas de la peste de 1649. En Dos Torres, por su parte, se conservaba una cruz guarnecida de reliquias en la ermita de Nuestra Señora de Loreto. Esta cruz era un obsequio del Papa Gregorio XIII (1572-1585) al Dr. N. Cornejo, médico natural de esta villa, en agradecimiento por haberle curado de una peligrosa enfermedad, y pudo haber contenido un lignum crucis. De confirmarse este extremo podríamos considerarlo como un elemento fundamental en el desarrollo del culto a la Cruz en Los Pedroches.

 Manuel Moreno Valero relaciona el culto a la Cruz en Los Pedroches con la presencia notable en estos pueblos de los franciscanos hasta mediados del siglo XIX, a través de los conventos de Pedroche, Hinojosa del Duque, El Viso y Belalcázar. El culto habría venido a través de ellos dada la vinculación tradicional de su orden con los Santos Lugares.

 De Añora no poseemos datos documentales que nos aporten alguna luz sobre la antigüedad de este culto. El Libro Interrogatorio del Catastro de Ensenada (1753), al relacionar los gastos que debe satisfacer el municipio, sólo cita, entre las fiestas, la de San Martín, patrón del pueblo, y la de la Purificación de Nuestra Señora. Pero este silencio documental no tiene que indicar necesariamente que la fiesta de la Cruz no se celebraba entonces en Añora, sino que probablemente su carácter era exclusivamente popular. De hecho el culto litúrgico a la Cruz está documentado para Añora desde mediados del siglo XVI, época en que se fundó en la localidad la Cofradía de la Vera Cruz. Se trata de la hermandad penitencial más antigua de la diócesis de Córdoba, que nació en la capital en 1538 y enseguida se extendió a las restantes localidades, incluso a núcleos de poca entidad demográfica como Añora, que por entonces contaba con unos 500 habitantes. La Vera Cruz es una cofradía de las llamadas de sangre, porque sus miembros se azotan durante la estación de penitencia del Jueves Santo, en la que se procesionaba al Cristo Crucificado. Sus principales actos de culto giraban precisamente en torno a las celebraciones de la Invención y Exaltación de la Santa Cruz. Esta hermandad, aunque a finales del siglo XVIII perdió su primitivo carácter al prohibir Carlos III la presencia de disciplinantes en las procesiones de Semana Santa, debió ser muy importante en Añora y pudo ejercer una gran influencia en las creencias de sus habitantes, pues a mediados de ese siglo aparece relacionada en el Catastro de Ensenada como una de las que más bienes posee y más rentas percibe, y todavía en 1843 figura en una relación de cofradías locales poseedoras de bienes arrendatarios, ahora con el nombre de Cofradía del Santo Cristo de la Columna y Vera Cruz.

Cruz de la Calle Amargura

 Parece que, en un principio, la costumbre de vestir cruces era una muestra de agradecimiento religioso, a modo de exvoto, por determinados favores divinos o en previsión de males venideros, resto de lo cual serían las hoy casi inexistentes cruces por promesa. En estos casos, el que había hecho la promesa tenía que vestir la Cruz sin la ayuda de otras personas ajenas al núcleo familiar, aunque después era festejada, en la noche de la velá, por toda la calle.

 En cualquier caso, es realmente sorprendente que una fiesta que tiene como elemento central al símbolo principal del cristianismo carezca casi totalmente de acompañamiento religioso. No se recuerda con precisión que este día haya sido en Añora alguna vez fiesta con celebración litúrgica. Algunos hablan de una gran cruz de madera que antiguamente se sacaba en procesión, pero que hoy ha desaparecido. También antiguamente, cuando la Cruz se vestía de forma más sencilla, la celebración duraba sólo hasta la medianoche y las mujeres pasaban ese tiempo rezando las llamadas Mil Avemarías. En ningún caso ha sido posible precisar este antiguamente, aunque probablemente hay que considerarlo sinónimo de antes de la guerra (la guerra civil de 1936-39, que marca en ésta y en otras muchas actividades locales un antes y un después).

 En Villanueva de Córdoba, donde la fiesta de la Cruz se celebra en la actualidad de forma más modesta, se mantenían las cruces vestidas hasta el día de la Ascensión y durante ese tiempo se rezaba el rosario todas las noches con el acompañamiento de los familiares, amigos y vecinos de la casa donde se encontrara.

 La no correspondencia entre la celebración popular de la fiesta y el carácter religioso que supuestamente debía primar era ya puesta de manifiesto por las autoridades eclesiásticas cordobesas en 1764, en una documentación en la que se prohíbe que tales celebraciones sigan practicándose en Hinojosa del Duque. Allí puede leerse que en esta localidad "en muchas casas exponen al público la Santa Cruz compuesta de diferentes adornos profanos. Con este motivo se conmueve todo o lo más de su vecindario caminando sin la más leve devoción acelerada y descompuestamente asta deshoras de la noche en quadrillas de hombres y mujeres al registro de qual está más bien adornada para su censura, de lo que sin dificultad alguna se siguen grabes inconvenientes en detrimento de sus almas". Esta prohibición no es sino una más dentro de la actitud general de los obispos cordobeses del siglo XVIII de rechazo hacia ciertas formas de religiosidad popular muy arraigadas entre la población, que hay que inscribir, a su vez, en la actitud general del racionalismo ilustrado de la época contrario a toda manifestación popular basada en creencias irracionales y supersticiosas.

 Lo cierto es que, aunque en algún momento de su historia la fiesta de la Cruz tuviera en Añora un tono más o menos religioso, en la actualidad éste ha desaparecido por completo. De no existir la cruz como elemento constituyente de la celebración, nada indicaría que se trata de una fiesta que responde a un hecho litúrgico. La evolución espontánea de la fiesta nos lleva, una vez más, a sus orígenes: la cruz-cruz es otra vez el mayo y toda la celebración una exaltación de la naturaleza que sigue presente en la más genuina de sus cancioncillas: "Mayo, mayo, mayo/ bienvenido seas...". Esa identificación entre el símbolo cristiano y el pagano aparece justamente representada en ciertas letrillas que aluden ambiguamente al objeto de veneración y en las que se documenta una transición de cultos todavía no bien definida:

 Salve dulces clavos,
 salve dulce leño,
 ángeles y hombres
 todos te adoremos,
 con mucha alegría
 mozuelas y mozuelos.


 
3.2. De la siembra a la siega.- Podemos considerar también a la celebración de la Cruz como una concreción festiva de la consideración popular de Mayo como el mes del máximo esplendor de la vegetación, idea cultural que cuenta con una antiquísima tradición en la literatura española (desde el "Ben vennas, Mayo, coberto de fruitas" de Alfonso X o el "El mes era de mayo, un tiempo glorioso,/ quando fazen las aves un solaz deleytoso,/ son cubiertos los prados de vestido fermoso" del Libro de Alexandre). Aunque la evolución reciente de la ornamentación intente ocultarlo, los elementos decorativos de las cruces hasta hace pocos años eran casi en exclusiva naturales: plantas, flores, ramos o espigas, e incluso nidos o animales disecados. Asimismo, las imprescindibles hierbas olorosas convertían a las cruces en una exuberante recreación campestre. Se trataría, por tanto, de una exaltación de la naturaleza cuando ésta se encuentra en su mejor momento, "cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor", como reza el romance tradicional.

 A la Cruz, como símbolo religioso, se acude también con ocasión de aquellos sucesos que afectan al desarrollo normal del ciclo agrícola, como sequías, excesos de lluvia, plagas, etc., así como, sencillamente, para rogar por una buena cosecha. El folklore, una vez más, nos ofrece testimonio de cuanto decimos a través de las siguientes coplillas dedicadas a la Cruz en Añora:

 A esta santísima Cruz
 le venimos a cantar
 que no se coman las ratas
 las pipas del melonar.

 A esta santísima Cruz
 le venimos a cantar
 que no se coman los grillos
 los trigos ni las "cebás".

 A esta santísima Cruz
 le venimos a cantar
 que nos dé un montón de trigo
 y otro tanto de "cebá".
 

 Pues, en efecto, en una sociedad económicamente volcada hacia la actividad agrícola, el campo y los cultivos no pueden sentirse ajenos a ninguna de las manifestaciones vitales de sus miembros, hasta el punto de que las fiestas agrarias van apuntalando a lo largo de todo año el interminable ciclo de las diferentes cosechas. Componentes agrarios destacados se distinguen en muchas fiestas comarcales, como la de San Antón (patrón de los animales), la de San Isidro (patrón de los labradores), la de la Candelaria (concretados en el fuego, según se verá) o en las ahora llamadas fiestas patronales del verano, derivaciones de los antiguos mercados de ganado que en realidad marcan el fin de la recolección de las cosechas de cereales.

 3.3. La fiesta de las mujeres.- Por alguna razón que ignoramos, todo lo referido a la preparación y realización de la fiesta de la Cruz en Añora, en todos sus aspectos, ha quedado exclusivamente en manos de las mujeres. Ellas deciden los ornamentos, los confeccionan, determinan el lugar para instalarla, son las responsables absolutas de todo lo relacionado con la Cruz y se convierten en protagonistas de la noche de la velá. Cuando en los últimos años el jurado del concurso de Cruces ha estado compuesto por representantes de cada una de ellas, nadie se ha sorprendido de que ningún hombre participara en el fallo.

Un grupo de mujeres observa una cruz de piedra, en una fotografía antigua de Ismael.

 No queremos ver en esta circunstancia nada que las vincule, ni siquiera en la intención general, con otras fiestas españolas (como las de Santa Águeda) relacionadas de alguna forma con las matronalia romanas. En el protagonismo de las mujeres en la fiesta de la Cruz de Añora no hay ningún componente reivindicativo y la exclusión masculina es, más bien, voluntaria, por la inercia de la tradición más que por imposición. Bien cierto es, no obstante, que durante el tiempo que dura la preparación de la Cruz existe lo que podríamos llamar relajación de las costumbres hogareñas, al dedicar la mujer la mayor parte de su tiempo a los menesteres cruceros en detrimento de su dedicación a la familia, que tiene que asumir en ocasiones tareas tradicionalmente atribuidas en exclusiva a la mujer. Pero la participación privilegiada de la mujer en la preparación de la fiesta de la Cruz no debe ser considerado quizás más que como un reflejo del papel protagonista que, salvo contadas excepciones, la mujer suele tener en los pueblos en todas las manifestaciones religiosas litúrgicas, así como del carácter femenino que siempre impregna los aspectos estéticos y más puramente ornamentales de las fiestas.

 Hay que hacer notar, sin embargo, que este predominio de la mujer en la fiesta no se traduce luego en un ritual de integración femenina, sino que la identificación plena de las mujeres de cada calle o barrio con su propia Cruz hace que el icono referencial se convierta en símbolo de rivalidad y confrontación, siempre grupal y muchas veces incluso personal, de las mujeres entre sí. Pero quizás lo más interesante de este protagonismo femenino en la fiesta sea el hecho de que esta circunstancia la hace oponerse claramente a la fiesta de los quintos, según veremos más adelante. Ambas han podido tener un origen común (los mayos), a partir del cual se ha planteado una radical separación sexual, que se manifiesta muy especialmente en el componente amoroso de cada una de estas fiestas.
 

3.4. Los amorosos cortejos.- Entre las significaciones del árbol-mayo destaca su empleo con un sentido amoroso: el árbol solía ser colocado en la puerta de la amada por el mozo que la cortejaba. Si consideramos que algunos elementos de esta celebración han pasado a nuestra fiesta de la Cruz, no podemos obviar el aspecto amoroso que necesariamente contiene ésta.

 De hecho, la noche de la velá constituía antiguamente un tiempo de cortejo. La fiesta y el alcohol en la noche propician la desinhibición y facilitan la manifestación de los sentimientos amorosos. Abundantes noviazgos se daban a conocer esta noche y las más viejas del lugar se inventaban muchos otros cuando un joven sacaba a bailar dos veces a la misma moza. La implicación amorosa de la fiesta fue quedando oculta en la medida en que fueron desarrollándose las apariencias religiosas, pero no escapó del folklore musical. Algunas de las coplas de la Cruz más interesantes, y acaso más antiguas, hacen referencia a lo amoroso, aunque, y esto es lo sorprendente, siempre en boca de mujer:

 Oh Cruz santa, dame un novio
 para alivio de mis penas,
 lo mismo da boticario,
 médico que maestro-escuela,
 que tenga mucho dinero
 y que me quiera la suegra.
 

 

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