Federico García Lorca TEATRO LOS TÍTERES DE CACHIPORRA. TRAGICOMEDIA DE DON CRISTÓBAL Y LA SEÑA ROSITA
FARSA GUIÑOLESCA EN SEIS CUADROS Y UNA ADVERTENCIA
PERSONAJES POR ORDEN DE APARICIÓN EN ESCENA
EL MOSQUITO ROSITA EL PADRE COCOLICHE EL COCHERO DON CRISTOBITA CRIADO UNA HORA MOZOS CONTRABANDISTAS ESPANTANUBLOS, EL TABERNERO CURRITO, EL DEL PUERTO CANSA-ALMAS, EL ZAPATERO FÍGARO, EL BARBERO UN GRANUJA UNA JOVENCITA DE AMARILLO UN MENDIGO CIEGO MOZAS UNA MAJA CON LUNARES UN MONAGO INVITADOS CON ANTORCHAS CURAS DEL ENTIERRO CORTEJO
Advertencia
¡Hombres y mujeres!
Atención. Niño, cierra esa boquita, y tú, muchacha, siéntate con
cien mil de a caballo.
(Tambor.) (Hace mutis, pero vuelve corriendo.)
Y
ahora... ¡viento!: abanica tanto rostro asombrado, llévate los
suspiros por encima de aquella sierra y limpia las lágrimas nuevas
en los ojos de las niñas sin novio.
Cuatro
hojillas tenía CUADRO PRIMERO Sala
baja en casa de doña Rosita. Al fondo, una gran reja y puerta. Por
la reja se ve un bosquecillo de naranjos. Rosita está vestida de
rosa y lleva un traje de polisón, lleno de bandas y puntillas. Al
levantar el telón está sentada bordando en un gran bastidor. ESCENA PRIMERA
Una, dos, tres, cuatro...
(Se pincha.)
¡Ay! (Llevándose el dedo a la boca.) Cuatro veces me he pinchado ya en esta "e" última del "A mi adorado padre". En verdad que el cañamazo es una labor difícil. Uno, dos.. (Suelta la aguja.) ¡Ay, qué ganitas tengo de casarme! Me pondré una flor amarilla sobre el cucuné, y un velo que arrastrará por toda la calle. (Se levanta.) Y cuando la niña del barbero se asome a su ventana, yo le diré: Voy a casarme, pero antes que tú, mucho antes que tú, y con pulseras y todo (Silbido fuera.) Ajajay, mi niño!
(Corre a
la reja.) ¡Rositaaaaaaa! ¡Quéeeeeee!
(Silbido más fuerte. Corre y se sienta ante el bastidor y tira besos
a la reja.) Quería
saber si bordabas... ¡Borda, hijita mía, borda, que con eso comemos!
¡Ay, qué mal estamos de dinero! ¡De los cinco talegos que heredamos
de tu tío el Arcipreste, no queda ni tanto así! ¡Ay, qué barbas tenía mi tío el Arcipreste! ¡Qué precioso era!
(Silbido fuera.)
¡Y qué bien silbaba! ¡Qué bien! Pero,
hija, ¿qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loca? No,
no... Me he equivocado... ¡Ay, Rosita, qué entrampados estamos! ¡Qué va a ser de nosotros!
(Saca el pañuelo y llora.) Pues...
sí... tú... yo... Si al
menos quisieras casarte, otro gallo nos cantaría; pero me parece a
mí que por ahora.. Si yo
lo estoy deseando. ¿Sí? ¿Pero
no te habías dado cuenta? ¡Qué poco perspicaces sois los hombres! ¡Pues
me viene de perilla, de perilla! Si yo
por peinarme a la arremangué y darme arrebol en la cara... De
manera, ¿que estás conforme? Sí,
padre. Y,
¿no te arrepentirás? No,
padre. ¿Y
me harás caso siempre? Sí,
padre. Pues esto era lo que yo quería saber.
(Haciendo mutis.)
Me he salvado de la ruina. ¡Me he salvado!
(Se
va.) ESCENA II
¿Qué
significará esto de "Me he salvado de la ruina. Me he salvado"?...
Porque mi novio Cocoliche tiene menos dinero que nosotros. ¡Mucho
menos! Heredó de su abuela tres duros y una caja de membrillo, ¡y...
nada más! ¡Ay! Pero lo quiero, lo quiero, lo quiero y lo
requetequiero. (Esto dicho con gran rapidez.)
El dinerillo,
para las gentes del mundo; yo me quedo con el amor. (Corre y
agita un largo pañuelo rosa por la reja.) ESCENA III
Por el
aire van
Por el
aire van
¿Quién
vive? Gente
de paz. ¿No
vive en esta casa por casualidad una tal Rosita? Está
tomando los baños. Pues
que le sienten bien. ¿Y
hubieras sido capaz de retirarte? No hubiese podido.
(Meloso.)
A
tu lado los pies se vuelven de plomo. ¿Sabes
una cosa? ¿Qué? ¡Ay, no
me atrevo!
¡Atrévete! Mira,
yo no quiero ser una mujer impúdica. Y a mí
me parece muy bien. Mira,
es el caso... ¡Acaba
ya! Me
taparé con el abanico. ¡Hija
mía! Que me
caso contigo. ¿Qué
estás diciendo? ¡Lo que
oyes! ¡Ay,
Rosita! En
seguida ... En
seguida voy a escribir una carta a París pidiendo un niño... Oye, a
París de ninguna manera, porque no quiero que se parezca a los
franceses con el chau, chau, chau.
Entonces... Lo
pediremos a Madrid. Pero,
¿lo sabe tu padre? ¡Y me lo permite!
(Se
quita el abanico.) ¡Ay,
Rosita mía! ¡Ven! ¡Ven! ¡Acércate! Pero no
te pongas nervioso. Me
parece que me están haciendo cosquillas en la planta de los pies.
Acércate. No, no; desde lejos te daré los besitos.
(Se besan desde lejos. Ruido de campanillas.)
Siempre pasa lo mismo Ahora viene la gente. ¡Hasta
la noche!
Efectivamente es la niña más guapa del pueblo. Muchas
gracias. Me
quedo con ella definitivamente. Medirá un metro de alzada. La mujer
no debe medir ni más ni menos Pero, ¡qué talle y qué garbo! Casi,
casi, me ha engatusado. ¡Arre, cochero! ¡Ya está! Me quedo con ella. ¡Qué caballero más feo y más mal educado!... Será un chiflado de esos que vienen del extranjero.
(Por la reja cae un collar de perlas.)
¡Ay! ¿Qué es esto? ¡Dios mío, qué collar de perlas tan precioso!
(Se lo cuelga y se mira en un espejito de mano.)
Genoveva de Brabante tendría uno así cuando se ponía en la torre de
su castillo a esperar a su esposo. ¡Y qué bien me sienta!... Pero,
¿de quién será? ¡Hija
mía, felicidad completa! ¡Acabo de concertar tu boda! ¡Cuánto
te lo agradezco, y Cocoliche cuánto te lo agradecerá! Ahora mismo... ¡ Qué
Cocoliche ni qué niño muerto! ¿Qué estás diciendo? Yo he dado tu
mano a don Cristobita el de la porra, que acaba de pasar en su
carroza por ahí. Pues no
quiero, no quiero, ¡ea! Y lo que es mi mano, de ninguna manera me la
quitas. Yo tenía mi novio... ¡Y tiró el collar! Pues no
hay más remedio. Ese hombre tiene mucho oro y a mí me conviene,
porque si no, mañana tendríamos que pedir limosna. Pues
pedimos. Aquí
mando yo, que soy el padre. Lo dicho, dicho, y cartuchera en el
cañón. No hay que hablar más. Es que
yo...
¡Silencio ! Pues a
mí... ¡Chitón! (Se
va.) ¡Ay, ay! ¡Digo!, dispone de mí y de mi mano, y no tengo más remedio que aguantarme porque lo manda la ley. (Llora.) También la ley podía haberse estado en su casa. Si al menos pudiera vender mi alma al diablo!
(Gritando.)
¡Diablo, sal, diablo, sal! Que yo no quiero casarme con Cristobita. Qué
voces son ésas? ¡A bordar y a callar! ¡Qué tiempos estos! ¿Van a
mandar los hijos en los padres? Tú harás caso de todo, como hice yo
caso de mi papá cuando me casó con tu mamá, que, dicho sea entre
paréntesis, tenía una cara de luna, que ya, ya... Está
bien. ¡Me callaré! ¡Habráse
visto! Está bien. Entre el cura y el padre estamos las muchachas completamente fastidiadas. (Se sienta a bordar.) Todas las tardes, tres, cuatro, nos dice el párroco: ¡que vais a ir al infierno!, ¡que vais a morir achicharradas!, ¡peor que los perros!...; ¡pero yo digo que los perros se casan con quien quieren y lo pasan muy bien! ¡Cómo me gustaría ser perro! Porque si le hago caso a mi padre, cuatro, cinco, entro en un infierno, y si no, por no hacerle caso, luego voy al otro, al de arriba... También los curas podrían callarse y no hablar tanto..., porque...
(Se limpia las lágrimas.)
Si yo
no me caso con Cocoliche, va a tener la culpa el cura. sí, el señor
cura... al que, después de todo, no le importa nada esto. ¡Ay, ay,
ay, ay...! Es una
buen cosa. ¿Te gusta? Sí,
señor. La boca
un poquitín grande, pero vaya canela en rama de cuerpo... Aún no he
cerrado el trato... Me gustaría hablar con ella, pero no quiero que
tome demasiada confianza. La confianza es la madre de todos los
vicios. ¡No me digas que no! Pero,
¡señor! ¡No hay
más que dos caminos a seguir con lo hombres: o no conocerlos..., o
quitarlos de en medio! ¡Ay,
Dios mío! ¡Oye,
que te gusta! Todavía
la merece mejor su merced. Es una
hembrita suculenta. ¡Y para mí solo! ¡Para mí solo! (Se va.) Esto es
lo que me faltaba que ver. Yo me desespero. Yo me enveneno ahora
mismo con mixtos o con sublimado corrosivo. ¡Tan!
Rosita: ten paciencia, ¿qué vas a hacer? ¿Qué sabes tú el giro que
van a tomar las cosas? Mientras que aquí hace sol, en otras partes
llueve. ¿Qué sabes tú los vientos que van a venir mañana para hacer
bailar la veleta de tu tejadillo? Yo, como vengo todos los días, te
recordaré esto cuando sea vieja y hayas olvidado este momento. Deja
que el agua corra y la estrella salga. ¡Rosita, ten paciencia! ¡Tan!
La una (Se cierra.) La
una... ¡Pero maldita la gana que tengo de comer! Por el
aire van
Ya los
veo entrar... los suspiros de mi amante. Los
suspiros de mi amante... Telón CUADRO SEGUNDO
Rosita
no sale. Tiene miedo a la luna. La luna es terrible para un
enamorado de ocultis. (Silba.) El silbido ha tocado como una
piedrecita de música en el cristal de su balcón. Ayer se puso un
lazo en el pelo. Ella me dijo: Una cinta negra sobre mis cabellos es
como una botana sobre la fruta. Ponte triste si me ves; lo negro
bajará luego hasta los pies. Algo le pasa.
¿Por
qué no salías? ¡Ay
chiquillo mío! El viento morisco hace girar ahora todas las veletas
de Andalucía. Dentro de cien años girarán lo mismo. ¿Qué
quiere decir? Que
mires a la izquierda y a la derecha del tiempo, que tu corazón
aprenda a estar tranquilo. No te
entiendo. Lo que voy a decirte lleva el aguijón duro. Por eso te preparo.
(Pausa, en la que Rosita llora cómicamente, casi ahogada.)
¡No me
puedo casar contigo! .¡¡¡
Rosita!!! ¡Tú eres el acerico de mis ojos! ¡Pero no me puedo casar contigo!
(Llora.) ¿Te metes a monja reparadora? ¿Te he hecho yo algo malo? ¡Ay, ay, ay!
(Llora de una manera entre infantil y cómica.) Ya te
enterarás. Ahora, adiós. Pero
no, pero no, pero no. Adiós,
mi padre me llama. (El balcón se cierra)
Me suenan los oídos como si estuviera en lo alto de una sierra. Estoy como si fuera de papel y me hubiera quemado con la llamita de mi corazón. Pero esto no puede ser; no, no, y no.
(Pateando en el suelo.)
¿Que no se quiere casar conmigo? Cuando le traje el guardapelo de la feria de Mairena, me pasó la mano por la cara. Cuando le regalé el chal de las rosas, me miró de una manera... y cuando le traje el abanico de nácar en el cual Pedro Romero abre su capote, me dio tantos besos como varillas tenía. Sí, señor, ¡tantos besos!... Mejor era que me hubiese partido un rayo por la mitad. ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!
(Llora
con excelente compás.) ESCENA III
Es
Cocoliche. ¿Por
qué lloras? Levántate y que se te importe poco que un pájaro en la
arboleda se pase de un árbol a otro.
¡Dejadme! Es
imposible. Vente, que la pena se te pasará cuando te dé el viento
del campo. Vamos, vamos.
(Se lo llevan. Voces y música.) Conque
cerramos el trato. ¿No es esto? Sí,
señor... pero... ¿Qué
pero ni qué niño muerto? Cerramos trato. Yo le doy a usted los cien
duros para desentrampase, y usted me da a su hija Rosita... y debe
usted estar contento porque ella es... algo madurita. Tiene
dieciséis años. He
dicho que está madurita y lo está. Sí...
señor, lo está. Pero,
sin embargo, es una linda muchacha. ¡Que diantre! Un boccato di
cardinali! ¿Habla
vuestra merced el italiano? No; de
niño estuve en Italia y en Francia, sirviendo a un tal don
Pantalón... Pero, ¡a usted no le importa nada de esto! No...,
no, señor... No me importa nada. De
manera que mañana a la tarde quiero tener echadas las bendiciones. Eso
no puede ser, don Cristobita. ¿Quién
me dijo a mí que no? No sé cómo no le envío al barranquillo donde
eché a tantos. Esta porra que ve aquí ha matado muchos hombres
franceses, italianos, húngaros... Tengo la lista en mi casa.
¡Obedézcame!, no vaya a danzar con todos ellos. Hace tiempo que la
porra no funciona y se me escapa de las manos. ¡Tenga cuidado ! Sí...
señor. Diga
usted: "Tendré cuidado". Tendré
cuidado. Ahora,
tome el dinero. Muy cara me cuesta la niña. ¡Muy cara! Pero, en fin,
lo hecho, hecho está. Yo soy hombre que no se retracta jamás de lo
que hace. (Dios
mío, ¡a quién le entrego yo mi hija!) ¿Qué
hablas?... Vamos a avisar al cura. Vamos. Con el
vito, vito, vito, ¿Qué es
eso? Mi niña
que canta... ¡Es una canción preciosa! ¡Bah!
Ya la enseñaré a que ponga la voz bronca, más natural!, y cante
aquello de: La rana
hace cuac, cuac, Telón
ESCENA PRIMERA
CONTRABANDISTA 1 De
Cádiz a Gibraltar
¡Eh,
tú! ¡Espantanublos! La dichosa cancioncilla me abre las ganas de
beber. ¡Trae vino de Málaga! Ahora
mismo. ¿Quiere
su merced tomar algo? ¡Ay!
No. ¿Hace
tiempo que llegó? ¡Ay!
No. Parece
que suspira. ¡Ay!
¡Ay! ¿Quién
es? No he
podido adivinarlo. ¿Si
será... ? Mejor
será que nos vayamos. Está la
noche clarísima. Y las
estrellas se caen sobre las casas. Al amanecer daremos vista al mar.
(Salen.) ESCENA II
Encuentro el pueblo más blanco, mucho más blanco. Cuando lo vi desde
la Sierra, me entró la luz por los ojos y me llegó hasta los pies.
Los andaluces vamos a pintarnos con cal hasta las carnes. Pero tengo
un temblorcillo dentro. ¡Dios mío! No he debido venir. Está que ni don Tancredo, pero yo...
(En la calle se sienten guitarras y voces alegres. Saliendo.)
¿Que
pasa?
Espantanublos, danos vino hasta que se nos salga por los ojos. Serán
muy bonitas nuestras lágrimas; lágrimas de topacio, de rubí... ¡Ay,
muchachos, muchachos! ¡Tan
jovencillo! ¡Lo que nosotros no podemos permitir es que estés
triste! Eso es. ¡Ella
me decía cosas tan delicadas!... Me decía: tienes los labios como
dos fresas sin madurar, y... Esa
mujer es muy romántica. Por lo mismo, no tendría yo ninguna pena.
Don Cristobita es un viejo gordo, borracho, dormilón, que muy en
breve... ¡Bravo! Que muy en breve...
(Risas.)
Muchachos, muchachos. Y
ahora, a brindar. Brindo
por lo que brindo, porque tengo que brindar. Cocoliche: a las doce
de la noche tendrás la puerta abierta, y todo lo demás. ¡Ole!
(Tocan las guitarras.) Yo
brindo por doña Rosita. ¡Por
doña Rosita! ¡Y porque su futuro marido estalle como un fantoche!
(Risas.) ¡Alto,
señores! Yo soy forastero y quisiera enterarme de quién es esa
Rosita por la que brindan con tanta alegría. ¿Tanto
le interesa a usted, siendo forastero? Puede
que sí.
Espantanublos, cierra la puerta, que a pesar de estar cerca el mes
de mayo, este señor parece que tiene mucho frío. Sobre
todo en la cara. Yo me
acerqué a preguntaros una cosa, y me respondéis por los cerros de
Úbeda. Me parece que las bromas están sobrando. Y
a usted, ¿qué le importa quién es esa mujer? Más de
lo que usted cree. Pues
bien: esa mujer es doña Rosita, la de la plaza, la mejor cantaora de
Andalucía, mi... ¡sí!, ¡mi novia! Que se
casa ahora con don Cristobita, y éste, pues... ¡Ya se lo puede
figurar! ¡Ole! ¡Ole!
(Risas.)
Perdonad. Me había interesado en la conversación porque yo tuve una
novia que se llamaba también Rosita... ¿Y ya
no es novia vuestra? No. Ahora les gustan a las mujeres los chiquilicuatros. Buenas noches.
(Inicia el mutis.) Caballero, antes de marcharos yo quisiera que tomarais con nosotros un vaso de vino.
(Se
lo alarga.) Muchas gracias, pero yo no bebo. Buenas noches, señores.
(Aparte y marchándose.)
No sé
cómo me he podido contener. ¿Pero
quién demonios es ese hombre y a qué ha venido aquí? Eso
mismo te digo yo a ti. ¿Quién es este embozado, esta máscara? Eres un
mal tabernero. Estoy
preocupado, preocupado... ¡Este hombre!
Señores: don Cristobita viene a la taberna. Buena
ocasión para partirle la cara. Yo no
quiero grescas en mi casa. Así es que, ya mismo, os estáis largando. Déjate
de cuestiones, ¡Cocoliche! ¡Déjate de cuestiones! ¡Brrrrruuuuuum! Buenas
noches. Tendrás
mucho vino, ¿verdad? De
todos los que usted quiera. Pues
todos los quiero, todos! ¡Cristobita!
(Con
voz aflautada.) ¿Eh?
¿Quién habla? Será
algún perrillo de esas huertas.
Hay
vino dulce... vino blanco... vino... agrio, vino que vino... ¿Y a
bajo precio, eh? ¡Sois todos unos ladrones! Dilo tú: unos ladrones. Unos
ladrones. Mañana
me caso con la señá Rosita, y quiero que haya mucho vino para...
bebérmelo yo.
Cristobita que bebe y duerme Que
bebe y duerme! ¡Brrrrrrr,
br, br, br! ¿Es que tus toneles hablan, o es que me estás tomando el
pelo? ¿Yo?,
¿yo?... Huele
la porra! ¿A qué huele?
Huele... pues... ¡Dilo! ¡A
sesos! ¿Qué te habías creído? Y en cuanto a eso de que bebe y duerme, ya veremos quién bebe o duerme.
(Furiosamente.) Pero
don Cristóbal, pero don Cristóbal.
¡Barriguita! Te
llegó tu hora. ¡Pillo, granula! ¡Ay don
Cristobita de mis entrañitas!
¡Barriguita! ¿Pero a mí
con esas? ¿Cuándo se vio? ¡Toma barriguita, toma barriguita, toma
barriguita!
ESCENA PRIMERA
Malas
pulgas tiene el tal don Cristobita. Y qué
porrazos le ha dado al pobre tabernero. Oye,
tú: ¿qué hacemos con éste? Le dejaremos aquí; y descuida, que ya se despertará cuando le dé en la cara el sereno de la noche. (Se
van.) ESCENA II
¡Él no sabe lo que pasa, claro!, es una criatura... Pero lo cierto es que el corazón de la señá Rosita, un corazoncillo así de pequeñito, se le escapa. (Ríe.) ¡El alma de doña Rosita es como uno de esos barquitos de nácar que venden en las ferias, barquitos de Valencia que llevan unas tijerillas y un dedal. Ahora, éste pondrá sobre la dura vela: "RECUERDO", y seguirá marchando, marchando... (Se
va tocando la trompetilla, y la escena queda otra vez oscurecida.) ESCENA III
Entran el Joven embozado y un Mozo del pueblo. Ahora
me alegro de haber venido, pero tengo una rabia, que las palabras no
me salen de la boca. ¿Dices que se casa? Mañana
mismo, con un tal don Cristobita, rico, dormilón, tan bruto, que
hace pedazos su sombra... Pero y creo que ella te ha olvidado. No es
posible; me quería tanto hace... Cinco
años. Tienes
razón. ¿Por
qué la dejaste? No sé.
Aquí me cansaba demasiado. Ya voy al Puerto, ya vengo del Puerto...
¡Si vieras! Yo me creía que por el mundo estaban siempre repicando
las campanas y que en los caminos había blancos paradores, con
rubias muchachas remangadas hasta los codos. No hay nada de esto!
¡Es muy aburrido! ¿Y qué
piensas hacer? Quiero
verla. Eso es
imposible. Tú no conoces a don Cristobita. Pues
quiero verla, cueste lo que cueste. ¡Ah! Éste nos puede servir; es Cansa-Almas, el zapatero. (En alta voz.) ¡Cansa-Almas!
Qué...
qué... qué... Mira:
tú vas a ser muy útil a este caballero. ¿A
quién...? ¿A... quién? Mírame.
¡Currito! Sí,
Currito el del Puerto.
¡Puñeterillo! ¡Qué gordo te has puesto! ¿Es
verdad que vas mañana a poner los zapatos de novia a la señá Rosita? Sí...
sí... sí. Pues es
menester que te sustituya éste. No, no,
yo no quiero líos. ¡Si
vieras cómo te lo pagaría!... Anda, por tus hijos, te pido que me
dejes ir. Además
te pagará bien. Trae dinero.
Acuérdate, Cansa-Almas... (Haciendo como que llora.)
de lo
que mi padre te quería. ¡Calla! Qué le vamos a hacer. ¡Te dejaré ir! Yo me quedaré en casa... Y era verdad...
(Sacando un gran pañuelo de hierbas.)
Tu
padre, efectivamente, me quería muchísimo, muchísimo.
¡Gracias, muchas gracias! ¿Vas a seguir vendiendo naranjas? ¡Oh! ¡Qué pregón más precioso echabas!: Naranjitas, naranjaaaaas... (Se van.)
La
luna va invadiendo la escena y una música de guitarra corre por el
aire.
Cristobita te pegará, ¡amor mío! Cristobita tiene una panza verde y
una joroba verde. Por las noches no te dejará dormir con sus
resoplidos. ¡Y yo que te hubiera dado tantos besitos! ¡Qué tristeza
cuando te vi con el lazo en el pelo... Lo negro bajará hasta los
pies! (La
palmera amarilla se llena de lucecitas de plata, y todo adquiere un
teatralisimo tinte azulado.) ¡Virgen del Espino! (Se levanta, pero en ese momento todo desaparece.) Me he
despertado. No cabe duda que me he despertado. Era ella vestida de
luto. Me parece que la tengo ante mis ojos..., y esa música... COCOLICHE. ¡Esta
es la primera vez que lloro de verdad! Lo aseguro. ¡La primera vez! CUADRO QUINTO
ESCENA PRIMERA FÍGARO. Hoy
espero la gran visita. ¿Qué vi-? ¿Qué vi-?
(Una
flauta dentro de la escena termina la frase.) Don
Cristobita viene; don Cristobita, el de la porra. ¿No te pare-? ¿No te pare-?
(El
flautín termina la frase) Sí, sí!
¡Claro! (Ríe.) ¡Ah!
¡Gran picarillo! ¡Picarillo! (Sale corriendo detrás.) Si
me ensartas con la navaja, te saco los ojos.
¡Perdón, musiú! ¿Se va usted a afeitar? Mi barbería... ¡Vete a
la porra!
¡Naranjitas, naranjaaaaaaas! (Silba.)
Cansa-Almas: dame las botitas y el cajoncillo.
Pero... pero...
pero... (Tiembla.)
¡Dámelo, te he dicho! Toma...
toma... A tira
y afloja
CURRITO. (Acaricia unas botitas
de color de rosa.) CANSA-ALMAS. ¡Y dejadme a mí! ¡Ay! ¡Dejadme a mí!
(Sigue metiendo la lezna.) Son
como dos vasitos de vino, como dos acericos de monja, como dos
suspirillos. Algo
pasa. ¡Indudablemente, algo pasa! El pueblo huele a novedades. ¡Ah,
lo nuevo! Pero ya vendrá a mi barbería. ¿Es posible que no seas mía, Rosita?
(Besa las botas.)
Son como dos lágrimas de la luna de la tarde, como dos torrecillas del país de los enanitos... como dos... (Beso fuerte.) como dos...
(Se
va.) ESCENA II
Ya me
enteraré de lo que pasa. Las noticias llegan al mundo después de
haber pasado por el clasificador de la barbería. Las barberías son
las encrucijadas de las noticias. Esta navaja que ven ustedes rompe
el cascarón de los secretos. Los barberos tenemos más olfato que los
perros de presa; tenemos el olfato de las palabras oscuras y los
gestos misteriosos. ¡Claro! Somos los alcaldes de las cabezas, los
jardineros de las cabezas, y a fuerza de abrir caminitos entre los
bosques del cabello nos enteramos cómo piensan por dentro. Qué
bonitas historias podría contar de los feos durmientes de las
barberías! ¡Quiero
afeitarme ahora mismo, sí, señor, ahora mismo, porque me voy a
casar! ¡Brrrr! Y no convido a nadie, porque sois unos ladrones
todos. Son. ¡Sois!
(Se
guarda el reloj) Las
diez o las once, quiero afeitarme ahora mismo. ¡Qué
malillo es! ¡Tunda
que tunda! ¡Vamos!
(Se sienta.) Qué
hermosísima cabeza tiene usted! ¡Pero qué magnífica! Un ejemplar.
¡Empieza ! ¡Tran,
lará, lará! ¡Como
me cortes, te abro en canal. ¡Pero que en canal he dicho, y es en
canal!
¡Excelencia, admirable! Yo estoy encantado. ¡Tran, larán, larán! (La
puerta de la posada se abre, y aparece una jovencita vestida de
amarillo, con una rosa carmesí en el pelo. Un viejo mendigo con una
acordeón toma asiento dentro de la posada.)
JOVENCITA
A la flor, pero que a la flor! ¡Ja, ja, ja!
Cansa-Almas, ¡sal pronto! Brrrrr,
brrrrr... No, no quiero salir.
(Con
la cabeza asomada al ventanillo.) ¡Esto es admirable! Ya me lo figuraba yo. ¡Pero qué cosa más estupenda! Don Cristobita tiene la cabeza de madera. ¡De madera de chopo! ¡Ja, ja, ja!
(La Niña se acerca más.)
Y mirad, mirad cuánta
pintura... ¡cuánta pintura! Ja, ja, ja! Se va a
despertar. En la
frente tiene dos nudos. Por aquí, sudará la resina. ¡Ésta era la
novedad! ¡La gran novedad!
Aligera... brrrrr... aligera...
¡Excelencia! Sí, sí...
¡Todo se ha perdido! Todo! Voy al suplicio como fue Marianita Pineda. Ella tuvo una gargantilla de hierro en sus bodas con la muerte, y yo tendré un collar... un collar de don Cristobita.
(Llora y canta.) Estando
una pájara pinta
con el
pico movía la hoja,
Rosita,
por verte
¡Oh
santa Rosa mía! ¿Qué voz es ésta? ¿Se
puede pasar? ¿Quién
sois? Un
hombre entre los hombres. Pero...
¿tenéis cara? Muy
conocida por esos ojitos. Esa
voz...
¡Mírame!
¡Currito! Sí.
Currito. El que se fue por el mundo y vuelve a casarse contigo. ¡No,
no! ¡Ay Dios mío, vete! Yo estoy comprometida, y además, no te
quiero; tú me has dejado antes. Ahora quiero a Cristobita. ¡Vete,
vete! ¡No
me iré! ¿Para qué he venido? ¡Ay,
qué desgraciada soy! Tengo un relojito y tengo un espejo de plata,
¡pero qué desgraciada soy! Vente
conmigo. Te veo y me vuelvo loquito de celos.
¡Quieres perderme, infame! ¡Rosita
mía! ¡Viene
gente! ¡Vete, bandido! ¡Tempranillo! ¿Qué
pasa? Venía a
probarle los zapatos de boda a la señá Rosita, porque Cansa-Almas no
puede venir. Son preciosos. Como para las princesas de la Corte.
¡Probádselos! ¡Oh
piernecita de azucena!
¡Canalla! Súbase
un poco las faldas. Ya está.
(Currito le pone una bota.) ¿A ver
otro poquito... ? Ya hay
bastante, zapaterillo. ¡Otro
poquito! Sé bien
mandada, niña: otro poquito. ¡Ay! ¡Otro poquito más! (Queda contemplando la pierna de doña Rosita.) ¡Otro
poquito más! Me voy. Las botas son muy lindas... Y cerraré de camino esta puerta. Hace algún fresquillo.
(Se va y llega a la puerta central.)
Trabajillo me ha costado. Estaba enmohecida. ROSITA. (Levantándose.) ¡Mal
hombre, perro judío!... Rosa.
Rosita de mayo. ¡Ay, ay, ay! (Corre por la escena.) ¡ Don Cristobita viene! ¡Salid corriendo por aquí!
(Se encuentran la puerta cerrada.)
¿Pero
cómo ha cerrado mi padre esta puerta? La
verdad es que... ¡Ya siento sus pasos por la escalerilla! Iluminadme, santa Rosa.
(Mientras, Currito prueba a abrir la puerta.)
¡Ah!... Ven aquí.
(Abre el armario de la esquina derecha, y allí lo encierra.)
¡Ya
está!... Creí que me moría. ¡Brrrrrrrrrr! (Se atraganta)
CRISTOBITA . (En la puerta.)
¡Qué
cosas tienes, Cristobita! No
quiero que hables con nadie! ¡Con nadie! ¡Ya te lo he dicho! (¡Ay,
qué apetitosa está! ¡Qué par de jamoncitos tiene!) Yo,
Cristobita... Vamos a
casarnos en seguida... ¡Y, oye!, tú ¿no me has visto matar a nadie
con la porra? ¿No?... Pues ya me verás. Hago ¡pun!, ¡pun!, ¡pun!...
y al barranquillo. Sí; es
muy bonito. Que
dice el señor cura cuando quieran, que vayan. ¡Ya vamos! ¡Ole, ole, ya vamos!
(Coge una botella y baila mientras bebe.)
Entonces... Me pondré el velo... Yo también me voy a poner un gran sombrero y a colgar cintas a la porra... Ahora vengo.
(Se
va bailando.) Ábreme. ¡Ay!
(Sé dirige a él y cae en sus brazos.)
¡A nadie más que a ti quiero en el mundo!
(Cocoliche la coge en sus brazos)
¡Chiquilla! ¡Ya me
lo figuraba yo! Eres una mala mujer. ¿Qué
es esto? ¡Yo me vuelvo loca!
¿Qué
haces en tu ratonera? Sal al aire libre donde están los hombres.
(Golpea el armario.) ¡Tened
piedad de mí! ¿Tener
piedad de ti? Oh miserable mujerzuela
Quisiera estrangularos a los dos. ¡Sal
pronto! ¡Rompe las puertas! Cobarde! ¡Que
viene Cristobita! ¡Piedad, que viene Cristobita ! ¡Abreeeeeeee! ¡Que
venga! Así verá cómo su novia se entiende con el amante. Yo te
lo explicaré, amor mío. ¡Huye! ¡Rosita...
chiquitita!... No hay tiempo. ¡Aquí!
(Abre el otro armario y esconde a Cocoliche; después se echa un velo rosa en la cabeza.)
¡Me muero!
(Hace como que canta.) ¿Qué
ruido era ése? Son...
los invitados que esperan en la puerta. ¡No
quiero invitados!
¡Pero... si los hay! Pues si los hay, que se vayan. ¡Que se vayan!
(Aparte.)
Y ya me enteraré del ruido.
(Alto.)
Vamos,
Rosita. ¿Eh? ¡Oh, qué apetitosa está! ¡Vivan
los novios! ¡Vivan!
(Música.Queda la escena sola)
Yo voy
a estallar! ¿Conque
tú eres el amante de esa mujer? ¡Ya nos veremos las caras! Cuando
tú quieras, ¡chisgarabís! Si este
armario no fuese de hierro... ¡Ja! ¡De buena gana te quitaba la nariz de un bocado!
(Fuera se oye un: ¡Vivan los novios! ¡Vivan!.)
Ya van a casarse... ¡ya me olvida para siempre!
(Llora.) He
venido al pueblo para aprender cómo se puede olvidar. Ya
no me dirá: Carita de fruta... ni yo le diré: Carita de almendra... Me iré
para siempre, ¡para siempre! ¡Ay,
ay, ay!
¡Ingrata, ingrata, ingrata! ¡Yo no
podré vivir! ¡Jamás miraré a otra mujer!
(Los
dos muñecos lloran.) No hay que llorar, amiguitos, no hay que llorar. La tierra tiene caminitos blancos, caminitos lisos, caminitos tontos... Pero, muchachos, ¿por qué ese derroche de perlas? No sois príncipes. Después de todo..., la luna no está en menguante, ni el aire va, ni el aire viene...
Toca la trompetilla y se va.)
Ni va, ni viene. Ni viene, ni va...
(Cocoliche y Currito dan un fuerte suspiro y quedan mirándose.) ¡Ay,
Rosita de mi corazón! ¡Ay, Rosita! Ahora
me matará con la porra. ¿Estás mala? ¡Parece que suspiras! Pero es de lo que te gusto. Ya soy viejo y entiendo las cosas. ¡Mira qué traje tengo! ¡Y qué botas! ¡Larán, larán! ¡Ah! Traigan dulces y vino... Mucho vino!
(Entra un criado con unas botellas. Cristobita coge una y empieza a beber.)
¡Ay, Rosita bonita! ¡Chiquitita, almendrita! ¿Verdad que soy hermosísimo? ¡Te daré un beso! Toma, toma...
(La besa. En este momento Cocoliche y Currito se asoman a sus celosías y dan un grito de rabia.)
¿Qué es eso? ¿Pero es que esta casa tiene miedo?
(Coge la porra.) ¡No,
no, Cristóbal! Son las carcomas, son los niños en la calle... Mucho
ruidillo hacen, ¡caramba! ¡Mucho ruidillo hacen! ¿Cuándo
me vas a contar las historias que me prometiste? ¡Ja, ja, ja! Son muy bonitas, tan bonitas como esa carilla de amapola.
(Bebe.) Es la historia de Don Tancredo, montado en su pedestal.
¿Sabes? ¡Joooo! Y la historia de Don Juan Tenorio, primo de Don
Tancredo y primo mío. Sí, señor. ¡Primo mío! Di tú: ¡Primo mío! ¡Primo
tuyo! ¡Rosa!
¡Rosa! ¡Dime algo! Te
quiero, Cristobita. ¡Ole, ole!
(La besa. De los armarios sale otro grito.)
¡Esto
se acabó, se acabó y se requeteacabó! ¡Brrrrrrrr! ¡Ay!
No, no te pongas así. ¡Que
salga quien sea! Mira: no te pongas así. ¡Un pájaro ha pasado ahora
mismo por la ventana, con unas alas... así de grandes! ¡Así de grandes! ¡Así de
grandes! ¿Pero yo estoy ciego? ¡No me quieres!
(Llora.) ¿Te creo... o no te creo?
(Suelta la porra.) ¡Qué noche tan clarita vive sobre los
tejados! En esta hora, los niños cuentan las estrellas, y los
viajeros se duermen sobre sus cabalgaduras. (Cristobita se sienta, pone los pies sobre la mesa y empieza a
beber.) Me gustaría ser todo de vino y beberme yo mismo. ¡Jooo! Y mi barriga un pastel, un gran pastel rosado, con ciruelas y batatas...
(Los muñecos se asoman a sus armarios y suspiran.)
¿Quién suspira ? Yo... Soy yo, acordándome de cuando era niña. Cuando yo era niño, me dieron un pastel más
grande que la luna y me lo comí yo solo. ¡Jooo! Yo solo. La sierra de Córdoba tiene
sombras bajo sus olivares, sombras aplastadas, sombras muertas que
nunca se van. ¡Oh, quién estuviera bajo sus raíces! La sierra de
Granada tiene pies de luz y peinado de nieve. ¡Oh, quién estuviera
bajo sus manantiales! Sevilla no tiene sierras. No tiene sierras, no... Largos caminos color naranja. ¡Oh, quién se perdiera
por ellos! ESCENA IV
¡Abre! ¡No me abras! Quiero morir aquí. Callad, ¡por Dios! Me iré donde no me verás nunca. Yo jamás te amé. Eres un hombre errante. ¡Qué oigo! A ti solo, ¡amor mío! ¡Ay, pero ya estás casada! ¡Brrrrrr... Pícaros mosquitos! ¡Pícaros
mosquitos! Santa Rosa: ¡que no se despierte!
(Se dirige a un
armario y, con gran cuidado, lo abre.) ¡Adiós para siempre,
ingrata! Mi pena es que jamás te olvidaré. ¡Ah! ¡Qué! ¡Qué! ¡Imposible! ¡Brrrrrrrrrrr! ¡Calma, señor mío, calma!
Te mato, te trituro, te machaco los huesos. ¡Ya
me las pagarás, señá ¡Rosita, mala mujer! ¡Con cien duros que me has
costado! ¡Brrr...! ¡Pin! ¡Pin! ¡Pan! ¡Me ahoga la rabia! ¡Pun! ¡Pan!
¿Qué hacías aquí? Lo... que me da la gana. ¡Ahrrrrrrrr! ¿Conque lo que te da la gana? ¡Pero hombre! ¡Toma gana! ¡Toma gana! Toma gana.
(Currito acomete a Cristóbal con su puñal, pero éste queda clavado en el pecho del dormilón de una manera rara. Rosita, durante esta escena, ha estado abriendo la puerta del foro, y en este momento ha conseguido abrirla, y huye Currito, perseguido por Cristóbal, que le va diciendo:)
¡Toma gana! ¡Toma gana! ESCENA V
¡Ábreme, que yo le mataré cuando venga! ¿Te abro?
(Va a abrirle.)
¡No te abro! ¡Ay! Rosita: déjame que lo estrangule. ¿Te abro?
(Va a abrirle.)
¡No te abro! Ahora
viene, y nos matará. ¡Así moriremos juntos! ¿Te abro?... ¡Ay, sí!... ¡Te abro!
(Le abre.)
¡Corazoncillo mío! ¡Arbolito de mi jardín!
¡Clavel disciplinado! ¡Manojito de canela!
(Empieza un idilio estilo dúo de ópera.) Vete a tu casa; ahora, yo moriré. Es imposible, Rosita entre las flores. En aquella
estrella te haré un columpio y un balcón de plata. Desde allí
veremos cómo tiembla el mundo vestido por la luna. ¡Qué
romántico eres, primor mío! Creo que soy una flor, y me deshojo
sobre tus manos. Cada día me vas pareciendo más rosada; cada día
parece que te arrancas un velo, y surges desnuda. En tu pecho han levantado el vuelo miles de pájaros; amor mío, cuando te miro me parece que estoy ante una fuentecilla.
(Fuera se oye la voz de Cristobita, y Rosita sale de su éxtasis.)
¡Huye! ¡Ahrrrrrrrr! ¡Tienes los amantes a pares! ¡Prepararse para el barranquillo! ¡Pin! ¡Pan! ¡Brrr!
(Cocoliche y Rosita se besan desesperadamente, delante de Cristóbal.)
¡Imposible! ¡Yo, que he matado trescientos ingleses, trescientos costantinoplos! ¡Os acordaréis de mí! ¡Ay! ¡Ay!
(La porra se le cae de la mano, y se siente un gran estrépito de muelles.)
¡Ay mi barriguita! ¡Ay mi
barriguita! ¡Por vuestra culpa me he roto. me he muerto! ¡Ay, que me
muero! ¡Ay, que llamen al curita! ¡Ay! ¡Papáaaaaa! ¡Papáaaaaaa! ¡Ahrrrrrrr! Pun! ¡Me acabé!
(Queda panza
arriba con las manos por alto y luego cae sobre las candilejas) ¡Ha muerto! ¡Ay Dios mío, qué compromiso tan grande! Oye: ¡no tiene
sangre! ¿Que no tiene sangre? ¡Mira! ¡Mira lo que le sale por el ombliguillo! ¡Qué miedo! ¿Sabes una cosa? ¿Qué? ¡Cristobita no era una persona! ¿Qué?... ¡Que no me lo digas siquiera! ¡Qué
sofocación más grande! De qué manera, ¿que no era una persona? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¡Mirad! ¡Ha estallado!
TODOS
cinco duros ganaremos.
Ahora siento mi pecho lleno de cascabeles, lleno
de corazoncillos. Parezco un campo de flores. Para ti serán mis lágrimas y mis besitos, ¡que eres
un clavel. Vamos a
enterrar
TELÓN
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