Federico García Lorca TEATRO
ASÍ QUE PASEN CINCO AÑOS Leyenda del Tiempo
PERSONAJES
ACTO PRIMERO
Biblioteca. El joven está sentado. Viste un pijama azul. El Viejo de chaqué gris, con barba blanca y enormes lentes de oro, también sentado.
No me sorprende.
VIEJO. Perdone...
JOVEN. Siempre me ha pasado igual.
VIEJO. (Inquisitivo y amable.) ¿Verdad?
JOVEN. Sí.
VIEJO. Es que...
JOVEN. Recuerdo que...
VIEJO. (Ríe.) Siempre recuerdo.
JOVEN. Yo...
VIEJO. (Anhelante.) Siga...
Yo guardaba los dulces para comerlos después.
Después, ¿verdad? Saben mejor. Yo también.
Y recuerdo que un día...
Me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una palabra verde, jugosa. Mana sin cesar hilitos de agua fría.
Sí, sí, ¡claro! Tiene usted razón. Es preciso luchar con todaidea de ruina, con esos terribles desconchados de las paredes. Muchas veces yo me he levantado a medianoche para arrancar las hierbas del jardín. No quiero hierbas en mi casa ni muebles rotos.
Eso. Ni muebles rotos porque hay que recordar, pero...
Pero las cosas vivas, ardiendo en su sangre, con todos sus perfiles intactos.
¡Muy bien! Es decir (Bajando la voz.), hay que recordar, pero recordar antes.
¿Antes?
Sí, hay que recordar hacia mañana.
¡Hacia mañana!
Las seis.
Sí, las seis y con demasiado calor. (Se levanta.) Hay un cielo de tormenta. Hermoso. Lleno de nubes grises...
¿De manera que usted...? Yo fui gran amigo de esa familia. Sobre todo del padre. Se ocupa de astronomía. (Irónico.) Está bien, ¿eh? De astronomía. ¿Y ella?
La he conocido poco. Pero no importa. Yo creo que me quiere.
¡Seguro!
Se fueron a un largo viaje. Casi me alegré...
¿Vino el padre de ella?
¡Nunca! Por ahora no puede ser... Por causas que no son de explicar, yo no me casaré con ella...hasta que pasen cinco años.
¡Muy bien! (Con alegría.)
¿Por qué dice muy bien?
Pues porque... ¿Es bonito esto? (Señalando la habitación.)
No.
¿No le angustia la hora de la partida, los acontecimientos, lo que ha de llegar ahora mismo?..
JOVEN. Sí, sí. No me hable de eso.
¿Qué pasa en la calle?
Ruido, ruido siempre, polvo, calor, malos olores. Me molesta que las cosas de la calle entren en mi casa. (Un gemido largo se oye. Pausa.) Juan, cierra la ventana.
Ella... es jovencita.
Muy jovencita. ¡Quince años!
No me gusta esa manera de expresar. Quince años que ha vivido ella, que son ella misma. Pero, ¿por qué no decir tiene quince nieves, quince aires, quince crepúsculos? ¿No se atreve usted a huir?, ¿a volar?, ¿a ensanchar su amor por todo el cielo?
¡La quiero demasiado!
O bien decir: tiene quince rosas, quince alas, quince granitos de arena. ¿No se atreve usted a concentrar, a hacer hiriente y pequeñito su amor dentro del pecho?
Usted quiere apartarme de ella. Pero ya conozco su procedimiento. Basta observar un rato sobre la palma de la mano un insecto vivo, o mirar al mar una tarde poniendo atención en la forma de cada ola para que el rostro o la llaga que llevamos en el pecho se deshaga en burbujas. Pero es que yo estoy enamorado y quiero estar enamorado, tan enamorado como ella lo está de mí, y por eso puedo aguardar cinco años, en espera de poder liarme de noche, con todo el mundo a oscuras, sus trenzas de luz alrededor de mi cuello.
Me permito recordarle que su novia... no tiene trenzas.
Ya lo sé. Se las cortó sin mi permiso, naturalmente, y esto... (Con angustia.) me cambia su imagen. (Enérgico.) Ya sé que no tiene trenzas. (Casi furioso.) ¿Por qué me lo ha recordado usted?(Con tristeza.) Pero en estos cinco años las volverá a tener.
Y más hermosas que nunca. Serán unas trenzas...
Son, son. (Con alegría.)
Son unas trenzas con cuyo perfume se puede vivir sin necesidad de pan ni de agua.
¡Pienso tanto!
¡Sueña tanto!
¿Cómo?
Piensa tanto que...
Que estoy en carne viva. Todo hacia dentro una quemadura.
Beba.
¡Gracias! Si me pongo a pensar en la muchachita, en mi niña...
Diga usted mi novia. ¡Atrévase!
No.
¿Pero por qué?
Novia... ya lo sabe usted; si digo novia la veo sin querer amortajada en un cielo sujeto por enormes trenzas de nieve. No, no es mi novia (Hace un gesto corno si alejara la imagen que quiere captarlo.), es mi niña, mi muchachita.
Siga, siga.
¡Pues si yo me pongo a pensar en ella!, la dibujo, la hago moverse blanca y viva; pero de pronto, ¿quién le cambia la nariz o le rompe los dientes o la convierte en otra llena de andrajos que va por mi pensamiento, monstruosa, como si estuviera mirándose en un espejo de feria?
¿Quién? ¡Parece mentira que usted diga «quién»! Todavía cambian más las cosas que tenemos delante de los ojos que las que viven sin distancia debajo de la frente. El agua que viene por el río es completamente distinta de la que se va. ¿Y quién recuerda un mapa exacto de la arena del desierto... o del rostro de un amigo cualquiera?
Sí, sí. Aún está más vivo lo de adentro aunque también cambie. Mire usted, la última vez que la vi no podía mirarla muy de cerca porque tenía dos arruguitas en la frente, que como me descuidara, ¿entiende usted?, le llenaban todo el rostro y la ponían ajada, vieja, como si hubiera sufrido mucho. Tenía necesidad de separarme para... ¡enfocarla!, ésta es la palabra, en mi corazón.
¿A que en aquel momento que la vio vieja ella estaba completamente entregada a usted?
Sí.
¿Completamente dominada por usted?
Sí.
¿A
que si en aquel preciso instante ella le confiesa que lo ha
engañado, que no lo
Sí.
¿Y la hubiera amado más precisamente por eso?
Sí, Sí.
¿Entonces? ¡Ja, ja, ja!
Entonces... Es muy difícil vivir.
Por eso hay que volar de una cosa a otra hasta perderse. Si ella tiene quince años, puede tener quince crepúsculos o quince cielos ¡y vamos arriba! ¡a ensanchar! Es tán las cosas más vivas dentro que ahí fuera, expuestas al aire o la muerte. Por eso vamos a... a no ir... o a esperar. Porque lo otro es morirse ahora mismo y es más hermoso pensar que todavía mañana veremos los cien cuernos de oro con que levanta a las nubes el sol.
¡Gracias! ¡Gracias por todo!
¡Volveré por aquí!
¿Terminó usted de escribir las cartas?
Sí, señor.
¿Qué le ocurre?
Deseo marchar de esta casa.
Pues es bien fácil, ¿no?
¡Verá usted!...
Quiero irme y no puedo.
No soy yo quien te retiene. Ya sabes que no puedo hacer nada. Te he dicho algunas veces que te esperaras, pero tú...
Pero yo no espero; ¿qué es eso de esperar?
¿Y por qué no? ¡Esperar es creer y vivir!
No espero porque no me da la gana, porque no quiero y, sin embargo, no me puedo mover de aquí.
JOVEN. ¡Siempre acabas no dando razones!
¿Qué razones voy a dar? No hay más que una razón y ésa es... ¡que te quiero! Desde siempre. (Al Viejo.) No se asuste usted, señor. Cuando pequeñito yo lo veía jugar desde mi balcón. Un día se cayó y sangraba por la rodilla, ¿te acuerdas? (Al Joven.) Todavía tengo aquella sangre viva como una sierpe roja, temblando entre mis pechos.
Eso rió está bien. La sangre se seca y lo pasado, pasado.
¡Qué culpa tengo yo, señor! (Al joven.) Yo te ruego me des la cuenta. Quiero irme de esta casa.
Muy bien. Tampoco tengo yo culpa ninguna. Además, sabes perfectamente que no me pertenezco. Puedes irte.
¿Lo ha oído usted? Me arroja de su casa. No quiere tenerme aquí. (Llora. Se va.)
Es peligrosa esta mujer.
Yo quisiera quererla como quisiera tener sed delante de las fuentes. Quisiera...
De ninguna manera. ¿Qué haría usted mañana? ¿Eh? Piense. ¡Mañana!
Cuánto silencio en esta casa, ¿y para qué? Dame agua. ¡Con anís y con hielo! (El Viejo se va.) Un cocktail.
Supongo que no me romperás los muebles.
Hombre solo, hombre serio, ¡y con este calor!
¿No puedes sentarte?
Tin,
tin, tan,
¡Déjame! No tengo ganas de bromas.
¡Huuy! ¿Quién era ese viejo? ¿Un amigo tuyo? ¿Y dónde están en esta casa los retratos de las muchachas con las que tú te acuestas? Mira (Se acerca.), te voy a coger por las solapas, te voy a pintar de colorete esas mejillas de cera... o así, restregadas.
¡Déjame!
Y con un bastón te voy a echar a la calle.
¿Y qué voy a hacer en ella? El gusto tuyo, ¿verdad? Demasiado trabajo tengo con oírla llena de coches y gentes desorientadas.
¡Ay! ¡Mmm! Yo, en cambio... Ayer hice tres conquistas y como anteayer hice dos y hoy una, pues resulta... que me quedo sin ninguna porque no tengo tiempo. Estuve con una muchacha... Ernestina. ¿La quieres conocer?
No.
Nooo y rúbrica. ¡Pero si vieras! ¡¡Tiene un talle!!... No... aunque el talle lo tiene mucho me jor Matilde. (Con ímpetu.) ¡Ay, Dios mío! (Da un salto y cae tendido en el sofá.) Mira, es un talle para la medida de todos los brazos y tan frágil, que se desea tener en la mano un hacha de plata muy pequeña para seccionarlo.
Entonces yo subiré la escalera.
¡No tengo tiempo, no tengo tiempo de nada! Todo se me atropella. Porque ¡figúrate! Me cito con Ernestina. (Se levanta.) Las trenzas aquí, apretadas, negrísimas, y luego...
¡No me dejas pensar!
¡Pero si no hay que pensar! Y me voy. Por más... que... (Mira el reloj.) Ya se ha pasado la hora. Es horrible, siempre ocurre igual. No tengo tiempo y lo siento. Iba con una mujer feísima, ¿lo oyes? Ja, ja, ja, ja, feísima pero adorable. Una morena de esas que se echan de menos al me diodía de verano. Y me gusta (Tira un cojín por alto.) porque parece un domador.
¡Basta!
Sí, hombre, no te indignes, pero una mujer puede ser feísima y un domador de caballos puede ser hermoso y al revés y... ¿qué sabemos? (Llena una copa de cocktail.)
Nada...
¿Pero me quieres decir qué te pasa?
Nada. ¿No me conoces? Es mi temperamento.
Yo
no entiendo. No entiendo, pero tampoco puedo estar serio. (Ríe.)
Te saludaré como los chinos.
¡Quita!
Ríete. (Le hace cosquillas.)
Bárbaro.
Una plancha.
Puedo contigo.
Te cogí. (Lo coge con la cabeza entre las piernas y le da golpes.)
Con permiso... (Los jóvenes quedan en pie.) Perdonen... (Enérgicamente, y mirando al joven.) Se me olvidará el sombrero.
¿Cómo?
¡Sí, señor! Se me olvidará el sombrero... (Entre dientes.), es decir, se me ha olvidado el sombrero.
¡Ahhhhhh!...
Juan. Cierra las ventanas.
Un poco de tormenta. ¡Ojalá sea fuerte!
¡Pues no quiero enterarme! (En alta voz.) Todo bien cerrado.
¡Los truenos tendrás que oírlos!
¡O no!
¡O Sí!
No me importa lo que pase fuera. Esta casa es mía y aquí no entra nadie.
¡Es una verdad sin refutación posible!
Entrará todo el mundo que quiera, no aquí, sino debajo de tu cama.
Pero ahora, ¡ahora!, no.
¡Bravo!
¡Abre la ventana! Tengo calor.
¡Ya se abrirá!
¡Luego!
Pero vamos a ver... Me quieren ustedes decir...
Miau.
Chissssss...
Miauuu.
Toma
mi pañuelo blanco.
Me
duelen las heridas
También a mí me duele el corazón.
¿Por qué te duele, niño, di?
Porque no anda.
¿Y qué sentías tú?
Pues
yo sentía
No me digas más gato.
¿No?
Soy gata.
¿Eres gata?
Debiste conocerlo.
¿Por qué?
Por mi voz de plata.
¿No te quieres sentar?
Sí. Tengo hambre.
Voy a ver si te encuentro alguna rata.
Diez
pedradas
Pesan como las rosas
Sí, quiero.
Con
tus manchas de cera, rosa blanca,
¿Tú qué hacías?
Jugar. ¿Y tú?
¡Jugar!
¿Y por la noche?
Me iba sola.
¿Sin nadie?
Por el bosque.
Yo
también iba, ¡ay, gata chata, barata,
¿Qué es la cabra?
Era mamar los clavos de la puerta.
¿Y eran buenos?
No,
gata.
¿Y nos van a enterrar? ¿Cuándo?
Mañana,
¿Qué pasa?
Vienen a comernos.
¿Quién?
El
lagarto y la lagarta,
¿Y qué nos comen?
La
cara, (Bajando la voz.) y la cuca.
Yo no tengo cuca.
¡Gata!:
Está
la puerta cerrada.
Por la escalera nos verán.
Aguarda.
¡Ya vienen para enterrarnos!
Vámonos por la ventana.
Nunca veremos la luz,
¡Ay clavellina del sol!
Apagado va por el cielo.
¡Ay
girasol!
¡Ay clavellina del sol!
No hay luz. ¿Dónde estás?
¡Calla!
¿Vendrán ya los lagartos, niño?
No.
¿Encontraste salida?
(Dentro.)
Se
hundió.
(Deshojando.) Sí, no, sí, no, sí.
No. ¡¡No!!
¡Siempre dije que no!
Pues todavía será más.
Sí, después.
Ya ha sido bastante. Creo que no te puedes escapar de la tormenta.
¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
¡Señor, qué tarde! Juan, ¿quién grita así?
El niño de la portera murió y ahora lo llevan a enterrar. Su madre llora.
¡Como es natural!
Sí, sí; pero lo pasado, pasado.
Pero ¡si está pasando! (Discuten.)
Señor, ¿tendría la bondad de dejarme la llave de su dormitorio?
¿Para qué?
Los
niños arrojaron un gato que habían matado sobre el tejadillo del
jardín, y hay necesidad de
Toma. (Al Viejo.) ¡No podrá usted con él!
Ni me interesa.
No
es verdad. Sí le interesa. Al que no le interesa es a mí, que sé
positivamente que la nieve es
Según.
Te está engañando.
No influye lo más mínimo en mi carácter. Soy yo. Pero tú no puedes comprender que se espere a una mujer cinco años, colmado y quemado por el amor que crece cada día.
¡No hay necesidad de esperar!
¿Crees tú que yo puedo vencer las cosas materiales, los obstáculos que surgen y se aumentarán en el camino sin causar dolor a los demás?
¡Primero eres tú que los demás!
Esperando, el nudo se deshace y la fruta madura.
Yo prefiero comerla verde, o, mejor todavía, me gusta cortar su flor para ponerla en mi solapa.
¡No es verdad!
¡Usted es demasiado viejo para saberlo!
Yo he luchado toda mi vida por encender una luz en los sitios más oscuros. Y cuando la gente ha ido a retorcer el cuello de la paloma, yo he sujetado la mano y la he ayudado a volar.
¡Y naturalmente el cazador se ha muerto de hambre!
¡Bendita sea el hambre!
Bendita sea cuando hay pan tostado, aceite y sueño después. Mucho sueño. Que no se acabe nunca. Te he oído.
¿Por dónde has entrado?
Por cualquier sitio. Por la ventana. Me ayudaron dos niños amigos míos. Los conocí cuando yo era muy pequeño, y me han empujado por los pies. Va a caer un aguacero... pero aguacero bonito el que cayó el año pasado. Había tan poca luz, que se me pusieron las manos amarillas. (Al Viejo.) ¿Lo recuerda usted?
No recuerdo nada.
¿Y tú?
¡Tampoco!
Yo era muy pequeño, pero lo recuerdo con todo detalle.
Mira...
Por eso no quiero ver éste. La lluvia es hermosa. En el colegio entraba por los patios y estrellaba por las paredes a unas mujeres desnudas, muy pequeñas, que lleva dentro. ¿No las habéis visto? Cuando yo tenía cinco años... no, cuando yo tenía dos... ¡miento!, uno, un año tan sólo, es hermoso, ¿verdad?, un año, cogí una de estas mujercillas de la lluvia y la tuve dos días en una pecera.
¿Y creció?
¡No! Se hizo cada vez más pequeña, más niña, como debe ser, como es lo justo, hasta que no quedó de ella más que una gota de agua. Y cantaba una canción...
Está completamente loco.
Loco, porque no quiero estar lleno de arrugas y dolores como usted. Porque quiero vivir lo mío y me lo quitan. Yo no lo conozco a usted. Yo no quiero ver gente como usted.
Todo eso no es más que miedo a la muerte.
No. Ahora, antes de entrar aquí, vi a un niño que llevaban a enterrar con las primeras gotas de la lluvia. Así quiero que me entierren a mí. En una caja así de pequeña, y ustedes se van a luchar en la borrasca. Pero mi rostro es mío y me lo están robando. Yo era tierno y cantaba, y ahora hay un hombre, un señor (Al Viejo.), como usted, que anda por dentro de mí con dos o tres caretas preparadas. (Saca unespejo y se mira.) Pero todavía no, todavía me veo subido en los cerezos... con aquel traje gris... Un traje gris que tenía unas anclas de plata... ¡Dios mío! (Se cubre la cara con las manos.)
Los trajes se rompen, las anclas se oxidan y vamos adelante.
¡Oh, por favor, no hable así!
Se hunden las casas.
Las casas no se hunden.
Se apagan los ojos y una hoz muy afilada siega los juncos de las orillas.
¡Claro! ¡Todo eso pasa más adelante!
Al contrario. Eso ha pasado ya.
Atrás se queda todo quieto. ¿Cómo es posible que no lo sepa usted? No hay más que ir despertando suavemente las cosas. En cambio, dentro de cuatro o cinco años existe un pozo en el quecaeremos todos.
¡Silencio!
¿Lo ha oído usted?
Demasiado. (Sale rápidamente por la puerta de la derecha.)
¿Dónde va usted? ¿Por qué se marcha así? ¡Espere! (Sale detrás.)
Bueno. Viejo tenía que ser. Usted, en cambio, no ha protestado.
No.
Usted, con beber tiene bastante.
Yo hago lo que me gusta, lo que me parece bien. No le he pedido su parecer.
Sí, sí... Y yo no le digo nada... (Se sienta en un sillón, con las piernas encogidas.)
El aguacero. (Se mira las manos.) Pero qué luz más fea. (Queda dormido.)
Mañana volverá. Lo necesito. (Se sienta.)
¿Me habías llamado?
No. No te había llamado.
¿Me necesitas?
No. No te necesito.
Es demasiado tarde, Juan, enciende las luces. ¿Qué hora es?
Las seis en punto, señor.
Está bien.
Sube. (Se oye el claxon.) Es preciso. Llegará mi novio, el viejo, el lírico, y necesito apoyarme en ti.
Entra. Hace dos días que no te veo. (Se abrazan.)
Hoy me has besado de manera distinta. Siempre cambias, ¡amor mío! Ayer no te vi, ¿sabes? Pero estuve viendo al caballo. Era hermoso, blanco y los cascos dorados entre el heno de los pesebres. (Sesienta en un sofá que hay al pie de la cama.) Pero tú eres más hermoso. Porque eres como un dragón. (La abraza.) Creo que me vas a quebrar entre tus brazos, porque soy débil, porque soy pequeña, porque soy como la escarcha, porque soy como una diminuta guitarra quemada por el sol, y no me quiebras.
¡Señorita!
¡Vete! (Lo besa.)
¡Señorita!
¡Ya voy! (En voz baja.) ¡Adiós!
¡Abra!
¡Qué poca paciencia!
¡Ay señorita!
¿Qué señorita?
¡Señorita!
¿Qué? (Enciende la luz del techo. Una luz más azulada que la que entra por los balcones.)
¡Su novio ha llegado!
Bueno. ¿Por qué te pones así?
Por nada.
¿Dónde está?
Abajo.
¿Con quién?
Con su padre.
¿Nadie más?
Y un señor con lentes de oro. Discutían mucho.
Voy a vestirme. (Se sienta delante del tocador y se arregla, ayudada de la Criada.)
¡Ay señorita!
¿Qué señorita?
¡Señorita!
¡Qué!
¡Es muy guapo su novio!
Cásate con él.
Viene muy contento.
¿Sí?
Traía este ramo de flores.
Ya sabes que no me gustan las flores. Tira ésas por el balcón.
¡Son tan hermosas!... Están recién cortadas.
¡Tíralas!
¡Ay señorita!
¿Qué señorita?
¡Señorita!
¡Quéeee!
¡Piense bien en lo que hace! Recapacite. El mundo es grande, pero las personas somos pequeñas.
¿Qué sabes tú?
Sí, sí lo sé. Mi padre estuvo en el Brasil dos veces y era tan chico que cabía en una maleta. Las cosas se olvidan y lo malo queda.
¡Te he dicho que te calles!
¡Ay señorita!
¡Mi ropa!
¡Qué va usted a hacer!
¡Lo que puedo!
Un hombre tan bueno. ¡Tanto tiempo esperándola! Con tanta ilusión. ¡Cinco años! (Le da los trajes.)
¿Te dio la mano?
Sí; me dio la mano.
¿Y cómo te dio la mano?
Muy delicadamente, casi sin apretar.
¿Lo ves? No te apretó.
Tuve un novio soldado que me clavaba los anillos y me hacía sangre. ¡Por eso lo despedí!
¿Sí?
¡Ay señorita!
¿Qué traje me pongo?
Con el rojo está preciosa.
No quiero estar guapa.
El verde.
No.
¿El naranja?
No.
¿El de tules?
No.
¿El traje hojas de otoño?
¡He dicho que no! Quiero un hábito color tierra para ese hombre; un hábito de roca pelada con un cordón de esparto a la cintura. (Se oye el claxon. La Novia entorna los ojos y cambiando la expresión sigue hablando.) Pero con una corona de jazmines en el cuello y toda mi carne apretada por un velo mojado por el mar. (Se dirige al balcón.)
¡Que no se entere su novio!
Se ha de enterar. (Eligiendo un traje de hábito, sencillo.) Éste. (Se lo pone.)
¡Está equivocada!
¿Por qué?
Su novio busca otra cosa. En mi pueblo había un muchacho que subía a la torre de la iglesia para mirar más de cerca la luna, y su novia lo despidió.
¡Hizo bien!
Decía que veía en la luna el retrato de su novia.
¿Y a ti te parece bien? (Se termina de arreglar en el tocador y enciende las luces de los ángeles.)
Sí. Cuando yo me disgusté con el botones...
¿Ya te has disgustado con el botones? ¡Tan guapo... tan guapo... tan guapo...!
Naturalmente. Le regalé un pañuelo bordado por mí, que decía: «Amor, Amor, Amor», y se le perdió.
Vete.
¿Cierro los balcones?
No.
El aire le va a quemar el cutis.
Eso me gusta. Quiero ponerme negra. Más negra que un muchacho. Y si me caigo, no hacerme sangre, y si agarro una zarzamora, no herirme. Están todos andando por el alambre con los ojos cerrados. Yo quiero tener plomo en los pies. Anoche soñaba que todos los niños pequeños crecen por casualidad...Que basta la fuerza que tiene un beso para poder matarlos a todos. Un puñal, unas tijeras duran siempre y este pecho mío dura sólo un momento.
Ahí llega su padre.
Todos mis trajes de color los metes en una maleta.
Sí.
Y tienes preparada la llave del garaje.
¡Está bien!
¿Estás ya preparada?
Pero ¿para qué tengo yo que estar preparada?
¡Que ha llegado!
¿Y qué?
Pues que como estás comprometida y se trata de tu vida, de tu felicidad, es natural que estés contenta y decidida.
Pues no estoy.
¿Cómo?
Que no estoy contenta. ¿Y tú?
Pero hija... ¿Qué va a decir ese hombre?
¡Que diga lo que quiera!
Viene a casarse contigo. Tú le has escrito durante los cinco años que ha durado nuestro viaje. Tú no has bailado con nadie en los transatlánticos... No te has interesado por nadie. ¿Qué cambio es éste?
No quiero verlo. Es preciso que yo viva. Habla demasiado.
¡Ay! ¿Por qué no lo dijiste antes?
¡Antes no existía yo tampoco! Existía la tierra y el mar. Pero yo dormía dulcemente en los almohadones del tren.
Ese
hombre me insultará con toda la razón. ¡Ay, Dios mío! Ya estaba todo
arreglado. Te había
No me hables de esto. No quiero.
Lo que tú quieras. Yo no quiero verlo.
¡Tienes que cumplir tu compromiso!
¡No lo cumplo!
¡Es preciso!
No.
¡Sí! (Hace intención de pegarle.)
No.
Todos contra mí. (Mira al cielo por el balcón abierto.) Ahora empezará el eclipse. (Se dirige al balcón.) Ya han apagado las lámparas. (Con angustia.) ¡Será hermoso! Lo he estado esperando mucho tiempo. Y ahora ya no lo veo. ¿Por qué lo has engañado?
Yo no lo he engañado.
Cinco años, día por día. ¡Ay, Dios mío!
¡Están discutiendo!
¿Quién?
Ya ha entrado. (Sale rápidamente.)
¿Qué pasa?
¿Dónde vas? ¡Cierra la puerta! (Con angustia.)
Pero ¿por qué?
¡Ah!
Perdonen...
Siéntese.
¡Ha sido un viaje tan largo!
Sí. Un via je frío. Ha nevado mucho estos últimos años. (Le suelta la mano.)
Ustedes me perdonarán, pero de correr, de subir la escalera, estoy agitado. Y luego... en la calle he golpeado a unos niños que estaban matando un gato a pedradas.
Una mano fría. Una mano de cera cortada.
¡La va a oír!
Y una mirada antigua. Una mirada que s e parte como el ala de una mariposa seca.
No, no puedo estar sentado. Prefiero charlar... De pronto, mientras subía la escalera, vinieron a mi memoria todas las canciones que había olvidado y las quería cantar todas a la vez. (Se acerca a la Novia.)... Las trenzas...
Nunca tuve trenzas.
Sería la luz de la luna. Sería el aire cuajado en bocas para besar tu cabeza.
¿Y tú no eras más alto?
No.
¿No tenías una sonrisa violenta que era como una garra sobre tu rostro?
No.
¿Y no jugabas tú al rugby?
Nunca.
¿Y no llevabas un caballo de las crines y matabas en un día tres mil faisanes?
Jamás.
¡Entonces! ¿A qué vienes a buscarme? Tenías las manos llenas de anillos. ¿Dónde hay una gota de sangre?
Yo la derramaré si te gusta.
No es tu sangre. ¡Es la mía!
¡Ahora nadie podrá separar mis brazos de tu cuello!
No son tus brazos, son los míos. Soy yo la que se quiere quemar en otro fuego.
No hay más fuego que el mío. (La abraza.) Porque te he esperado y ahora gano mi sueño. Y no son sueño tus trenzas porque las haré yo mismo de tu cabello, ni es sueño tu cintura donde canta la sangre mía, porque es mía esta sangre, ganada lentamente a través de una lluvia, y mío este sueño.
Déjame. Todo lo podías haber dicho menos la palabra sueño. Aquí no se sueña. Yo no quiero soñar... Yo estoy defendida por el tejado.
¡Pero se ama!
Tampoco se ama. ¡Vete!
¿Qué dices? (Aterrado.)
Que busques otra mujer a quien puedas hacerle trenzas.
¡¡No!!
¿Cómo voy a dejar que entres en mi alcoba cuando ya ha entrado otro?
¡Ay! (Se cubre la cara con las manos.)
Dos días tan sólo han bastado para sentirme cargada de cadenas. En los espejos y entre los encajes de la cama oigo ya el gemido de un niño que me persigue.
Pero mi casa está ya levantada. Con muros que yo mismo he tocado. ¿Voy a dejar que la viva el aire?
¿Y qué culpa tengo yo? ¿Quieres que me vaya contigo?
Sí, sí, vente.
Un espejo, una mesa estarían más cerca de ti que yo.
¿Qué voy a hacer ahora?
Amar.
¿A quién?
Busca. Por las calles, por el campo.
No busco. Te tengo a ti. Estás aquí, entre mis manos, en este mismo instante, y no me puedes cerrar la puerta porque vengo mojado por una lluvia de cinco años. Y porque después no hay nada, porque después no puedo amar, porque después se ha acabado todo.
¡Suelta!
No es tu engaño lo que me duele. Tú no eres nada. Tú no significas nada. Es mi tesoro perdido. Es mi amor sin objeto. ¡Pero vendrás!
¡No iré!
Para que no tenga que volver a empezar. Siento que se me olvidan hasta las letras.
¡¡No iré!!
Para que no muera. ¿Lo oyes? ¡Para que no muera!
¡Déjame!
¡Señorita! (El Joven suelta a la Novia.) ¡Señor!
¿Quién grita?
Nadie.
Caballero...
Hablábamos.
NOVIA. (Al Padre.) Es preciso que le devuelva los regalos... (El joven hace un movimiento.) Todos. Sería injusto. Todos... menos los abanicos... porque se han roto.
Dos abanicos.
Uno azul...
Con tres góndolas hundidas...
Y otro blanco...
¡Que tenía en el centro la cabeza de un tigre! Y... ¿están rotos?
Las últimas varillas se las llevó el niño del carbonero.
Eran unos abanicos buenos, pero vamos...
No importa que se hayan perdido. Me hacen ahora mismo un aire que me quema la piel.
¿También el traje de novia?
Está claro.
Ahí dentro está, en el maniquí.
Yo quisiera que...
No importa.
De todos modos, está usted en su casa.
¡Gracias!
Debe
estar ya en el comienzo. Usted perdone. (A la Novia.)
Sí. (Al Joven.) ¡Adiós!
¡Adiós! (Salen.)
¡Adiós!
Adiós... ¿y qué? ¿Qué hago con esta hora que viene y que no conozco? ¿Dónde voy?
¿Quién?
(Entra en escena el Maniquí con vestido de novia. Este personaje tiene la cara gris y las cejas y los labios dorados como un maniquí de escaparate de lujo. Lleva peluca y guantes de oro. Trae puesto con cierto embarazo un espléndido traje de novia blanco, con larga cola y velo.)
¿Quién usará la plata buena
¿Qué cantas, dime?
Yo
canto
Se
la pondrá el aire oscuro
Mi cola se pierde por el mar.
Yo también pregunto. ¡Calla!
Mientes. Tú tienes la culpa.
¡Se hundió por las arenas del espejo!
¿Por
qué no viniste antes?
Silencio. Déjame. ¡Vete!,
Te seguiré siempre.
¡Nunca!
MANIQUÍ. ¡Déjame hablarte!
¡Es inútil! No quiero saber!
Escucha. Mira.
¿Que?
Un
trajecito
Sí,
mi hijo:
No puede.
¿Y
si mi niño no llega...?
No puede.
Quieta el arpa de la lluvia,
MANIQUÍ. ¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?
Se lo pondrá mujer que espera por las orillas de la mar.
Te
espera siempre, ¿recuerdas?
He de vivir.
¡Sin espera!
Mi
niño canta en su cuna,
¡Dame el traje!
No.
¡Lo
quiero! (Lo besa.)
¡Pronto! ¿Dónde está?
En la calle.
Antes que la roja luna
¡Usted!
¡Sí! ¡Yo!
No me hace ninguna falta.
Más que nunca. ¡Ay, me has herido! ¿Por qué subiste? Yo sabía lo que iba a pasar. ¡Ay!
¿Qué le pasa?
Nada. No me pasa nada. Una herida pero... la sangre se seca y lo pasado, pasado. (El joven inicia el mutis.) ¿Dónde vas?
A buscar.
¿A quién?
A la mujer que me quiere. Usted la vio en mi casa, ¿no recuerda?
No recuerdo. Pero espera.
¡No! Ahora mismo.
¡Hija!, ¿dónde estás? ¡Hija!
¡Señorita! ¡Señorita!
¡Hija! ¡Espera, espera! (Sale.)
Yo también me voy. Yo busco, como ella, ¡la nueva flor de mi sangre! (Sale corriendo.)
¡Espera! ¡Espera! ¡No me dejes herido! ¡Espera! (Sale. Sus voces de «¡Espera, espera!» se pierden.)
Mi anillo, ¡señor!, mi anillo de oro viejo
¡Esperaaa...! Telón rápido
Cuadro primero
El Sueño va sobre el Tiempo
¿Quién lo dice,
Mentira.
Verdad.
Una cuerda muy larga.
Abajo está.
Muy bajo.
Dormido.
¡Abajo está!
¡Mentira!
¡Verdad!
Ahora mismo.
¿Ahora?
Tu amante verás
¡Mentira!
¡Verdad!
No me lo darás. No se llega nunca al fondo del mar.
ARLEQUÍN. (A voces y como si estuviera en el circo.) ¡Señor hombre, acuda!
Usted le dará a esta muchachita...
Su novio del mar.
¿Sí?
Para bajar.
¡Bravo!
¡Tú, mira hacia allá!
¡Toco!
Novio, ¿dónde estás?
Por las frescas algas
¡No quiero!
¡Silencio!
Me voy a saltar
¡Mentira!
¡Verdad!
A la media vuelta
Allí.
¿Dónde? ¿A qué?
A representar.
¡Mentira!
¡Verdad!
¡Señor hombre! ¡Venga!
¡No tanto gritar!
¿Toco?
Un vals. (En alta voz.)
Que en marfil reciente
Voy a demostrar...
La rueda que gira
¡Un verdadero encanto!
Yo me fui de su casa. Recuerdo que la tarde de mi partida había una gran tormenta de verano y había muerto el niño de la portería. Yo crucé la biblioteca y él me dijo: «¿Me habías llamado?»; a lo que yo contesté, cerrando los ojos: «¡¡No!!». Y luego, ya en la puerta, dijo: «¿Me necesitas?»; y yo le dije: «No. No te necesito».
¡Precioso!
Esperaba siempre de pie toda la noche hasta que yo me asomaba a la ventana.
¿Y usted, señorina mecanógrafa?...
No me asomaba. Pero... lo veía por las rendijas... ¡quieto! (Saca un pañuelo.), ¡con unos ojos! Entraba el aire como un cuchillo, pero yo no le podía hablar.
Puor qué, señorina?
Porque me amaba demasiado.
¡Oh mio Dio! Era igual que el conde Arturo de Italia. ¡Oh amor!
¿Sí?
En el foyer de la ópera de París hay unas enormes
balaustradas que dan al mar. El conde
Arturo, con una camelia entre los labios, venía en una pequeña barca
con su niño, los dos abandonados
por mí. Pero yo corría las cortinas y les arrojaba un diamante. ¡Oh!
¡Qué dolchísimo tormento, amica
mia! (Llora.) El conde y su niño pasaban hambre y dormían
entre las ramas con un lebrel que me había
regalado un señor de Rusia. (Enérgica y suplicante.) ¿No
tienes un pedacito de pan para mí? ¿No tienes
un pedacito de pan para mi hijo? ¿Para el niño que el conde Arturo
dejó morir en la escarcha?... Y después fui al hospital y allí supe que el conde se había casado con una gran dama romana...Y después he pedido limosna y compartido mi cama con los hombres que descargan el carbón en los muelles.
¿Qué dices? ¿Por qué hablas así?...
Digo que el conde Arturo me amaba tanto que lloraba detrás de las cortinas con su niño, mientras que yo era como una media luna de plata entre los gemelos y las luces de gas que brillaban bajo la cúpula de la gran ópera de París.
Delicioso. ¿Y cuándo llega el conde?
¿Y cuándo llega tu amico?
Tardará. Nunca es en seguida.
También Arturo tardará en seguida. Tiene en la mano derecha una cicatriz que le hicieron con un puñal... por mí, desde luego. (Mostrando su mano.) ¿No la ves? (Señalando el cuello.) Y aquí otra, ¿la ves?
Sí, ¿pero por qué?
¿Per qué? ¿Per qué? ¿Qué hago yo sin heridas? ¿De quién son las heridas de mi conde?
Tuyas. ¡Es verdad! Hace cinco años que me está esperando, pero... ¡qué hermoso es esperar con seguridad el momento de ser amada!
¡Y es seguro!
¡Seguro! ¡Por eso vamos a reír! De pequeña, yo guardaba los dulces para comerlos después.
¡Ja, ja, ja! Sí, ¿verdad? ¡Saben mejor!
Si viniera mi amigo, ¡tan alto!, con todo el cabello rizado, pero rizado de un modo especial, tú haces como si no lo conocieras.
¡Claro, amica mia! (Se recoge la cola.)
¡Eh!
¿Qué?
¿Dónde va?
A mi casa.
¿Sí?
Claro. (Empieza a andar.)
¡Eh! Por ahí no puede pasar.
¿Han cercado el parque?
Por ahí está el circo.
Bueno. (Se vuelve.)
Lleno de espectadores definitivamente quietos. (Suave.) ¿No quiere entrar el señor?
No. (No queriendo oír.) ¿Está interceptada también la calle de los chopos?
Allí están los carros y las jaulas con las serpientes.
Entonces volveré atrás. (Inicia el mutis.)
¿Pero dónde va? ¡Ja, ja, ja!
Dice que va a su casa.
¡Toma casa!
¡Ay, que me duele, que me duele! ¡Ayy!
¡Venga!
¿Pero me quiere usted decir qué broma es ésta? Yo iba a mi casa, es decir, a mi casa, no; a otra casa, a...
A buscar.
Sí; porque lo necesito. A buscar.
¿A buscar?... Da la media vuelta y lo encontrarás.
¿Dónde vas, amor mío,
¿Dónde? ¡Donde me llaman!
¡Vida mía!
Contigo.
Te he de llevar desnuda,
Sí; que el sol es un milano.
¡No hables así, niña! Vamos.
¿Con quién?
Contigo.
¿Qué es eso que suena muy lejos?
Amor,
¡Un ruiseñor! ¡Que cante!
¿Con quién?
Con la sombra de un río.
Amor.
Siempre así, siempre, siempre,
Nunca así, ¡nunca!, ¡nunca!
¡Espera!
¡Amor no espera!
¿Dónde vas, amor mío,
Ahora mismo acabo de abandonar para siempre al conde. Se ha quedado ahí detrás con su niño. (Baja las escaleras.) Estoy segura
que se morirá. Pero me quiso tanto, tanto. ¿Tú no lo sabías? Su niño morirá bajo la escarcha. Lo he abandonado. ¿No ves que contenta estoy? ¿No ves cómo me río? (Llora.) Ahora me buscará por todos lados. (En el suelo.) (En voz alta.) ¡No te quiero! ¡Ya te he dicho que no te quiero! (Se va llorando.) Tú a mí, sí, ¡pero yo a ti no te quiero!
Si viene el señor, que pase. (En la escenita.) Aunque no vendrá hasta que deba.
¿Estás contenta aquí?
¿Has escrito las cartas?
Arriba se está mejor. ¡Vente!
¡Te he querido tanto!
¡Te quiero tanto!
¡Te querré tanto!
Me parece que agonizo sin ti. ¿Dónde voy si tú me dejas? No recuerdo nada. La otra no existe, pero tú sí, porque me quieres.
Te he querido, ¡amor! Te querré siempre.
Ahora...
¿Por qué dices ahora?
Yo esperaba y moría.
Yo moría por esperar.
Pero la sangre golpea en mis sienes con sus nudillos de fuego, y ahora te tengo ya aquí.
¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
¡Sí, mi hijo! Corre por dentro de mí, como una hormiguita sola dentro de una caja cerrada. (A laMecanógrafa.) Un poco de luz para mi hijo! ¡Por favor! ¡Es tan pequeño! ¡Aplasta las naricillas en el cristal de mi corazón, y, sin embargo, no tiene aire!
¡Mi hijo!
¿Has escrito las cartas? No es tu hijo, soy yo. Tú esperabas y me dejaste marchar, pero siempre te creías amado. ¿Es mentira lo que digo?
No, pero...
Yo, en cambio, sabía que tú no me querrías nunca. Y, sin embargo, yo he levantado mi amor y te he cambiado y te he visto por los rincones de mi casa. (Apasionada.) ¡Te quiero, pero más lejos de ti! He huido tanto, que necesito contemplar el mar para poder evocar el temblor de tu boca.
Porque si él tiene veinte años puede tener veinte lunas.
Veinte rocas, veinte nortes de nieve.
Calla. Tú vendrás conmigo. Porque me quieres y porque es necesario que yo viva.
Sí; te quiero, pero ¡mucho más! No tienes tú ojos para verme desnuda, ni boca para besar mi cuerpo que nunca se acaba. Déjame. ¡Te quiero demasiado para poder contemplarte!
¡Ni un minuto más! ¡Vamos! (La coge de las muñecas.)
¡Me haces daño, amor!
¡Así me sientes!
Espera... Yo iré... Siempre. (Lo abraza.)
Ella irá. Siéntate, amigo mío. Espera.
¡¡No!!
Estoy muy alta. ¿Por qué me dejaste? Iba a morir de frío y tuve que buscar tu amor por donde no hay gente. Pero estaré contigo. Déjame bajar poco a poco hasta ti.
Una música.
De años.
Lunas y mares sin abrir. ¿Queda atrás?
La mortaja del aire.
Y la música de tu violín.
¡Vamos!
Sí... ¿Será posible que seas tú? ¡Así, de pronto...! ¿Sin haber probado lentamente esta hermosa idea: mañana será? ¿No te da lástima de mí?
Arriba hay como un nido. Se oye cantar el ruiseñor... y aunque no se oiga, ¡aunque el murciélago golpee los cristales!
Sí, sí, pero...
¡Tu boca! (La besa.)
Más tarde...
Es mejor de noche.
¡Yo me iré!
¡Sin tardar!
¡Yo quiero! Escucha.
¡Vamos!
Pero...
Dime.
¡Me iré contigo!...
¡Amor!
Me iré contigo. (Tímida.) ¡Así que pasen cinco años!
¡Ay! (Se lleva las manos a la frente.)
¡Bravo!
Una música.
De años.
Lunas y mares sin abrir.
La mortaja del aire.
Y la música de tu violín.
El conde besa mi retrato de amazona.
Vamos a no llegar, pero vamos a ir.
La salida, ¿por dónde?
¡Amor! ¡Amor!
¡Enséñame la puerta!
Por allí.
Por allí.
¡Te espero amor, te espero, vuelve pronto!
¡Por allí!
Te romperé las jaulas y las telas.
Por aquí.
¡Quiero volver! Dejadme.
¡Queda el viento!
¡Y la música de tu violín!
¿Sí?
Ahora está de portera, pero antes fue una gran señora. Vivió mucho tiempo con un conde italiano riquísimo, padre del niño que acaban de enterrar.
¡Pobrecito mío! ¡Qué precioso iba!
De esta época le viene su manía de grandezas. Por eso ha gastado todo lo que tenía en la ropa del niño y en la caja.
¡Y en las flores! Yo le he regalado un ramito de rosas, pero eran tan pequeñas que no las han entrado siquiera en la habitación.
Juan.
Señor.
Dame un vaso de agua fría. (El joven da muestras de una gran desesperanza y un desfallecimiento físico.)
¿No era ese ventanal mucho más grande?
No.
Es asombroso que sea tan estrecho. Mi casa tenía un patio enorme, donde jugaba con mis caballitos. Cuando lo vi con veinte años era tan pequeño que me parecía increíble que hubiera podido volar tanto por él.
¿Se encuentra bien el señor?
¿Se encuentra bien una fuente echando agua? Contesta.
No sé...
¿Se encuentra bien una veleta girando como el viento quiere?
El señor pone unos ejemplos... Pero yo le preguntaría, si el señor lo permite..., ¿se encuentra bien el viento?
Me encuentro bien.
¿Descansó lo suficiente después del viaje?
Sí.
Lo celebro infinito. (Inicia el mutis.)
Juan, ¿está mi ropa preparada?
Sí, señor. Está en su dormitorio.
¿Qué traje?
El frac. Lo he extendido en la cama.
¡Pues quítalo! No quiero subir y encontrármelo tendido en la cama ¡tan grande, tan vacía! No sé a quién se le ocurrió comprarla. Yo tenía antes otra pequeña, ¿recuerdas?
Sí, señor: la de nogal tallado.
¡Eso! La de nogal tallado. ¡Qué bien se dormía en ella! Recuerdo que, siendo niño, vi nacer una luna enorme detrás de la barandilla de sus pies... ¿O fue por los hierros del balcón? No sé. ¿Dónde está?
La regaló el señor.
¿A quién?
A su antigua mecanógrafa.
Está bien.
¡Juan!
Señor.
Me habrás puesto zapatos de charol...
Los que tienen cinta de seda negra.
Seda negra... No... Busca otros. (Levantándose.) ¿Y será posible que en esta casa esté siempre el aire enrarecido? Voy a cortar todas las flores del jardín, sobre todo esas malditas adelfas que saltan por los muros, y esa hierba que sale sola a medianoche...
Dicen que con las anémonas y adormideras duele la cabeza a ciertas horas del día.
Eso será. También te llevas eso. (Señalando al traje.) Lo pones en la buhardilla.
¡Muy bien! (Va a salir.)
Y me dejas los zapatos de charol. Pero les cambias las cintas.
Son los señoritos, que vienen a jugar.
Abre.
El señor tendrá necesidad de vestirse.
Sí. (Sale casi como una sombra.)
Fue en Venecia. Un mal año de juego. Pero aquel muchacho jugaba de verdad. Estaba pálido, tan pálido que en la última jugada ya no tenía más remedio que echar el as de coeur. Un corazón suyo lleno de sangre. Lo echó, y al ir a cogerlo (Bajando la voz.) para... (Mira a los lados.), tenía un as de copas rebosando por los bordes y huyó bebiendo en él, con dos chicas, por el Gran Canal.
No hay que fiarse de la gente pálida o de la gente que tiene hastío: juegan, pero reservan.
Yo jugué en la India con un viejo que cuando ya no tenía una gota de sangre sobre las cartas, y yo esperaba el momento de lanzarme sobre él, tiñó de rojo con una anilina especial todas las copas y pudo escapar entre los árboles.
Jugamos y ganamos, pero ¡qué trabajo nos cuesta! Las
cartas beben rica sangre en las manos
Pero creo que con éste... no nos equivocamos.
No sé.
No aprenderás nunca a conocer a tus clientes. ¿A éste? La vida se le escapa en dos chorros por sus pupilas, que mojan la comisura de sus labios y le tiñen de coral la pechera del frac.
Sí. Pero acuérdate del niño que en Suecia jugó con nosotros casi agonizante, y por poco si nos deja ciegos a los tres con el chorro de sangre que nos echó.
¡La baraja! (Saca una baraja.)
Hay que estar muy suaves con él para que no reaccione.
Y aunque ni a la otra ni a la señorita mecanógrafa se les ocurrirá venir por aquí hasta que pasen cinco años, si es que vienen.
¡Si es que vienen! Ja, ja, ja.
No estará mal ser rápidos en la jugada.
Él guarda un as.
Un corazón joven, donde es probable que resbalen las flechas.
¡Ca! Yo compré unas flechas en un tiro al blanco...
¿Dónde?
En un tiro al blanco. Que no solamente se clavan sobre el acero más duro, sino sobre la gasa más fina. ¡Y esto sí que es difícil! (Ríen.)
¡En fin! ¡Ya veremos!
¡Señores! (Les da la mano.) Han venido muy temprano. Hace demasiado calor.
¡No tanto!
¡Elegante como siempre!
Tan elegante, que ya no debía desnudarse más nunca.
Hay veces que la ropa nos cae tan bien, que ya no quisiéramos...
Que ya no podemos arrancarla del cuerpo.
Demasiado amables.
¿Comenzamos?
Dispuestos.
¡Buen ojo!
¿No se sienta?
No... Prefiero jugar de pie.
¿De pie?
Tendrás necesidad de ahondar mucho.
¿Cuántas?
Cuatro. (Se las da y a los demás.)
Jugada nula.
¡Qué cartas más frías! Nada. (Las deja sobre la mesa.) ¿Y ustedes?...
Nada.
Nada.
Nada.
¡Magnífico!
¡Vamos a ver!
Usted juega.
¡Y juego! (Echa una carta sobre la mesa.)
¡Y Yo!
¡Y yo!
¡Y yo!
¿Y ahora?...
Juan, sirve licor a estos señores.
¿Tiene usted la bondad de la carta?
¿Qué licor desean?
¿La carta?...
A usted seguramente le gustará el anís. Es una bebida...
Por favor... la carta...
¿Cómo no hay whisky? (En el momento que el Criado entra, los jugadores quedan silenciosos con las cartas en la mano.) ¿Ni coñac?...
(En voz baja y ocultándose del Criado.) ¡La carta!
El coñac es una bebida para hombres que saben resistir.
¡Su carta!
¿O prefieren chartreuse?
Tenga la bondad de jugar.
Ahora mismo. Pero beberemos.
¡Hay que jugar!
Sí, sí. ¡Un poco de chartreuse! Es el chartreuse como una gran noche de luna verdedentro de un castillo donde hay un joven con unas calzas de oro.
Es necesario que usted nos dé su as.
¡Mi corazón!
Porque hay que ganar o perder... Vamos. ¡Su carta!
¡Venga!
¡Haga juego!
¡Mi carta!
¡La última!
¡Juego! (Pone la carta sobre la mesa.)
¡Hay que vivir!
JUGADOR 2.° ¡No hay que esperar!
¡Corta! ¡Corta bien!
Vamos.
¡Deprisa!
No hay que esperar nunca. Hay que vivir. (Salen.)
¡Juan! ¡Juan!
¡Juan, Juan!
Lo he perdido todo.
Lo he perdido todo.
Mi amor...
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