EL PILOTO ANÓNIMO por Mariano Fernández Urresti
Cristóbal Colón es un
perfecto enigma histórico. Nadie conoce con certeza el lugar
en el que nació y tampoco dónde está enterrado. Cuando en el
año 2003 un equipo de la Universidad de Granada abrió su
supuesta tumba en la catedral de Sevilla para realizar los
estudios de ADN de los restos que allí se encuentran se
toparon con la sorpresa de que sólo había un 20% de un
cadáver. ¿Dónde está el resto de sus huesos? La biografía del Almirante está repleta de recodos oscuros. Muchos documentos reveladores han sido robados, mutilados, alterados por manos desconocidas. Se diría que a su alrededor ha habido hombres de negro colombinos. Y lo más sorprendente es que él mismo contribuyó a tamaña confusión.
LA LEYENDA DEL
PILOTO DESCONOCIDO
¿Qué dice el hijo de Colón, Hernando, al respecto? Por supuesto, nada claro, no vaya a ser que le quiten los entorchados de Almirante a su padre, pero no puede soslayar en el capítulo IX de su Historia del Almirante los relatos que se contaban sobre las hazañas de navegantes como Pedro Correa, Martín Vicente, Pedro Velasco o el portugués Vicente Díaz, todos los cuales parecen tener noticias –o al menos indicios- de islas y tierras ignotas situadas al poniente.
Incluso el reconocido Bartolomé de
Las Casas se hace eco del suceso y habla del desconocido
descubridor, “el cual”, escribe el dominico, “en
recognoscimiento de la amistad vieja o de aquellas buenas y
caritativas obras, viendo que se quería morir, descubrió a
Cristóbal Colón todo lo que les había acontecido y dióle los
rumbos y caminos que había llevado y traído”
Peor nos lo pone López de Gómara al
afirmar que “fue a parar en tierra no sabida ni puesta en el
mapa”. Pero gracias a los dioses, emerge la pluma cabal de
Las Casas para ofrecer un dato correspondiente al primer
viaje colombino que alegra al profesor Manzano:
Y cuando el futuro Almirante Colón los encuentra, apenas queda un hilo de vida en un puñado de hombres. Han muerto el capitán del buque y buena parte de su tripulación, pero la fortuna sonríe a Cristóbal y el piloto aún es capaz de echar un pulso a la muerte durante varios días, que son los que aprovecha Colón para, según Manzano, adquirir los conocimientos básicos para su proyecto. En nuestra opinión, solo fue la confirmación de lo que Colón sabía por otras fuentes.
El caso es que el eminente estudioso propone que aquellas gentes eran el fruto de los desahogos de la marinería perdida entre las prietas carnes de las indígenas, y para ello trata de moldear el escenario como la ocasión merece: unos hombres arrojados por un destino aterrador en medio de un mundo sin nombre; unas hembras que se pasean ofreciendo sin disimulo lo que en Europa mucho se disimulaba y más aún se tapaba; semanas de abstinencia, siempre en vísperas de la muerte…Y ocurrió lo que parece lógico, aunque no sabemos la opinión que esa lógica europea provocó en las zagalas desnudas de ropa y prejuicios católicos.
Y, como conclusión tras los meses que tales gestas requieren, nacieron los hombres y mujeres blancos que se encontrará Colón.
Las Casas, en su Apologética Historia, parece coincidir en el diagnóstico al asegurar que “es cosa muy averiguada que todos los españoles incontinentes, que en esta isla no tuvieron la virtud de la castidad, fueron contaminados dellas (se refiere a las bubas de la sífilis), de ciento no se escapaba uno si no era cuanto la otra parte nunca las había tenido; los indios, hombres y mujeres, que las tenían, eran muy poco afligidos dellas, y cuasi no más que si tuvieran viruelas, pero a los españoles les eran los dolores dellas muy grande y continuo tormento, mayormente todo el tiempo que las bubas no salían”.
Y entonces aparejaron su nave y buscaron el modo y manera de retornar a casa, pero en el intento muchos murieron y solo halló con vida Colón a una ínfima ración de la tripulación.
Manzano, muy atinadamente, advierte que si el accidente que llevó a América a aquellos hombres tuvo lugar entre 1476-77, cuando Colón vivía en Madeira, todavía no se había firmado el Tratado de Alcaçovas entre Portugal y Castilla, que fue suscrito en 1479. Y, como ya hemos escrito en otro momento, fue ese documento el que permitió a Portugal explorar en solitario la ruta de Guinea hacia las Indias por el sur, de modo que hasta entonces era perfectamente posible que un buque castellano anduviera por aquellas latitudes y se viera zarandeado por la tormenta perfecta hasta encallar a la vera de las entrepiernas taínas.
por Mariano Fernández Urresti
¿Cuáles fueron esos informes que confió el moribundo explorador? Pues que entre 700 y 750 leguas al oeste de las islas Canarias había una multitud de islas en las cuales vivían gentes que, como Colón escribió en su Diario, no eran ni negras ni blancas, sino “de la color de los canarios”. Y que por allí iban algunos desnudos y que de isla en isla viajaban en canoas. Y entre esas islas había una más grande, que será la que Colón bautice como La Española, que poseía dos ricas minas de oro.
Una de esas minas estaba en una región montañosa que los lugareños llamaban Cibao, donde reinaba a sus anchas un jefecillo al que conocían como Caonaboa. El extraño nombre, traducido convenientemente, entusiasmó más a Colón, puesto que Caona significaba oro y boa podía traducirse como casa. De modo que sumó Colón las piezas y le quedó esto: Señor de la Casa de Oro, y su mente se echó a volar y se entusiasmó más, como escribiría Hernando Colón. Es decir, más de lo que ya lo estaba antes de saber todos estos detalles.
de Mariano Fernández Urresti, editorial EDAF
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Ogier, el danés en una miniatura de 1490, en edición de A. Vérard. LA TRADICIÓN DE ALONSO SÁNCHEZ DE HUELVA, DESCUBRIDOR DE TIERRAS INCÓGNITASCesáreo Fernández-Duro Casi al mismo tiempo han salido á luz dos estudios que tienen por objeto investigar el fundamento y la verosimilitud de relaciones de un navegante que se dice fué arrastrado por los temporales á fines del siglo XV hasta, ciertas tierras desconocidas en Occidente, donde tomó agua y leña, y de las que pudo volver, aunque tan trabajado por las contrariedades y las privaciones, que apenas le quedó aliento para referirlas.
Los autores de los dos trabajos figuran en el número de los más entusiastas admiradores de Cristobal Colón; han acudido á las mismas fuentes literarias, han analizado las versiones recogidas por los primeros escritores de Indias; ambos las examinan y desmenuzan con desapasionada intención, y por resultado, que no es maravilloso en el entendimiento humano, sacan deducciones enteramente opuestas.
D. Juan Pérez de Guzmán, el primero por fecha de la publicación1, viendo que Gonzalo Fernández de Oviedo consignó la especie con expresión de que así corría de boca en boca, aunque él la tenía por falsa, piensa que no anduvo acertado el cronista al reproducir hablillas del mundo especulativo y de acarreo, consciente propagador y secuaz hasta de lo que se sabe que es mentira, por adular pasiones poderosas. Pues no existía documento donde el nombre del navegante se encuentre; no habiendo la menor huella de la existencia de ese piloto ú hombre de mar, ni de los detalles que se dan sobre su pretendida y forzosa arribada á un país desconocido, debió estimarse fábula de pura fantasía, patraña inventada por la imaginación del pueblo para disminuir la gloria de Colón.
Los historiadores que sucesivamente fueron copiando la leyenda, como López de Gómara, el P. José de Acosta, el inca, Garcilaso de la Vega, Bernardo de Alderete, Rodrigo Caro, á juicio del Sr. Pérez de Guzmán, añadieron intencionalmente alguna particularidad para hacerla más verosímil, alimentando comidillas de malevolencia preparadas por los émulos de Colón, grandes y chicos; novelas que no descansan en ningún testimonio, en ninguna prueba ejecutiva. Por ello cree que Pedro Mártir de Anglería, el Cura de los Palacios, que gozó de la intimidad y la confianza de Colón, y posteriormente el grave y sesudo Herrera, descartaron de sus obras, dirigidas á sostener en otro rango la lealtad y la dignidad de la Historia, estas fábulas intencionadas con que la envidia, tratando de obscurecer y rebajar la gloria del Almirante, infirió la herida de su propia ruindad sobre una gloria que es de las más grandes y legítimas de la patria.
D. Baldomero de Lorenzo y Leal, el segundo literato aludido, ha formado, con la consideración más extensa del asunto, un libro especial, á la memoria del obscuro piloto enderezado, si bien el nombre de éste figura en la portada junto con el del Almirante, á quien ofende en el concepto anterior2. De la narración de Gonzalo Fernández de Oviedo parten también sus reflexiones, salvo que, entendiendo ser la tradición hablada anterior á la historia, halla natural que la memoria del piloto caminara de abajo á arriba, abriéndose paso desde el vulgo hasta los hombres de letras, por relacionarse con hechos de aquellos que el pueblo presencia y conserva hasta que el historiador los aprende y perpetúa.
Reproduciendo las opiniones de esos otros historiadores citados con las de algunos más, en la procedencia lejana, el arraigo, la continuidad de la tradición y hasta en el calor con que ha sido combatida y rechazada, no obstante la autoridad de los escritores que la apadrinaron, encuentra razones que abonan, como personaje real y figura histórica, al piloto, nombrándolo Alonso Sánchez y colocando al acto por él realizado fuera de toda duda; más claro, más evidente que muchas de las acciones de la vida del Almirante, que sin prueba documental se admiten.
Parécele de todo punto seguro que el mareante, bien que sin próposito ni voluntad, llegó á las costas de Haití, fijó su situación geográfica, formó idea de las condiciones de los naturales, y de los recursos que en sus manos había puesto la Naturaleza, proveyó la nave, y regresando trabajosamente, por casual contacto con Cristobal Colón, le comunicó el resultado de sus observaciones antes de morir, acabado por los sufrimientos de la jornada.
La noticia circularía, á su modo de ver las cosas, entre la gente de mar; no sería Colón el único que la supiera, pero Colón solo podía apreciarla acomodándola á los cálculos que ocupaban su existencia y á los indicios que cuidadosamente recogía. Por esa noticia acabaron de abrirse sus ojos á la evidencia de lo que había ociado; sin ella acaso nunca acometiera D. Cristobal la empresa de penetrar en el Océano, realizando el prodigio, admiración del mundo y asombro de la historia.
Alonso Sánchez de Huelva fué ciertamente su precursor en el camino; fué cimiento enterrado sobre el que se alzó su glorificación; nada por sí solo, apoyo, sin embargo, sin el que no llegara tal vez á ser Almirante el que alumbraba las hermosas tierras que él vió primero entre las obscuridades de la borrasca.
El reconocimiento de prioridad del piloto onubense, el homenaje de respeto á su infortunio, no perjudican á la celebridad del que ha de estimarse sin contradicción y estima del Sr. de Lorenzo, gloria de la humanidad, asombro del mundo, orgullo de la patria española. Demos á Colón, viene á decir, altísimo lugar entre los héroes; levantémosle un altar de gratitud y de admiración eternas; aclamémosle como uno de los más grandes bienhechores, mas no olvidemos á su predecesor, y cuando del descubrimiento del Nuevo Mundo se trate, pongamos; si no al lado, debajo al menos pero junto siempre de ese nombre inmortal, el del desdichado Alonso Sánchez.
No anda solo el señor canónigo de la Colegiata de Jerez en la generosa apreciación del marinero que, entre las agonías de la muerte, desentrañó el secreto de los mares. Muchos más han sentido la corriente simpática que, al contar la conseja popular misteriosa, establece el narrador entre el auditorio, conmovido por la desdichada suerte de la nao; es, con todo, de advertir que actualmente son los menos; las opiniones primeras, expuestas por el Sr. Pérez de Guzmán, encuentran general aceptación. Fuera de España las emitió Irving, ridiculizando la tradición, calificándola de rumor despreciable esparcido contra la fama del insigne Almirante, y las exageró Roselly de Lorgues suponiendo, con su apasionada imaginación, que fué la leyenda miserable calumnia digna del viejo Fernando, urdida por el mismo rey, lo mismo que la conspiración para dar al Nuevo Continente el nombre de un plagiario obscuro. En España han tenido estos pareceres la resonancia que la autoridad literaria, consigue comunmente; se han repetido mucho. Para investigar si con el mayor número está la mejor razón, necesario es, por tanto, examinar los argumentos.
Los opositores creen que el primero en dar pábulo, ya que no crédito á la tradición, fué el mencionado Fernández de Oviedo, fijándose insistentemente en los términos con que la transcribía, que por lo mismo conviene recordar.
Consideran los censores que tal variedad de versiones bastaría para desautorizar la conseja, pero que todavía á ello contribuyó el inca Garcilaso, pretendiendo afirmarla, pues había transcurrido siglo y medio desde el verdadero descubrimiento de las Indias cuando publicó sus Comentarios reales, y se le ocurrió dar forma nueva á la tradición, asegurando haberla escuchado en la niñez á su padre y á otros conquistadores del Perú con pormenores que no se habían borrado de su memoria. No se sabe, declaraba, cuál era la isla á que aportaron los tripulantes del navío; más se debe sospechar que fué la que ahora llaman Santo Domingo. Agregaba que el piloto saltó en tierra, tomó la altura y escribió por menudo todo lo que vio y lo que le sucedió por la mar á ida y vuelta; y yendo á parar á casa de Colón, donde murió, lo mismo que los cuatro marineros que resistieron tantas tribulaciones, dejóle en herencia los trabajos causantes de su fin. Por vez primera enseñó Garcilaso, pasado tanto tiempo, que el desdichado piloto se llamaba Alonso Sánchez y era natural de Huelva, lo cual fueron repitiendo los historiadores posteriores.
A las objeciones responden los patrocinadores en general, y singularmente lo hace el Sr. de Lorenzo, de cuya obra me voy ocupando, que esa vaguedad, esa tan notable variante de relaciones es la mejor prueba de que no se trata de invención más ó menos ingeniosa, sino de suceso efectivo entregado á la memoria del pueblo y que, como á toda tradición oral sucede, se ha desfigurado andando por el mundo, como Oviedo dice, pero conservando un fondo de verdad tangible.
Empezó á controvertirse cuando planteados los pleitos de don Diego Colón, quería probar el Fiscal del Consejo de Indias, inconsideradamente, que D. Cristobal no descubrió nada; se juzgó entonces cuento procaz ideado contra los merecimientos del Almirante; sin embargo, ni entonces ni nunca ha podido contenerse la marcha constante que siguen las creencias populares, enlazada como está con sucesos de todos conocidos.
¿A qué, sino á la certeza de la historia de Alonso Sánchez cabe atribuir la repugnancia de gente de mar tan cursada cual la del Condado de Niebla, á navegar en dirección del Poniente? ¿A qué, sino al conocimiento de esa historia, se debió la acogida, la protección y la eficaz ayuda de los frailes de la Rábida, de los armadores de Palos, de la gente ilustrada de esa región dónde Alonso Sánchez había nacido?
Más todavía. Sábese que al llegar las carabelas á las islas Lucayas acudían sencillamente los naturales á contemplar admirados, a reverenciar solícitos á los que bajados del cielo creían. Tocábanles las ropas y las barbas; les ofrecían en don los objetos estimados; una fruslería de los extraños recibían por tesoro, y al marchar los seguían en las canoas, ó salían á su encuentro, arrojándose al agua si otro medio no se les proporcionaba para acercárseles. La misma impresión causaron á los insulares de Cuba; únicamente los de Haiti ó Santo Domingo huyeron poseídos de terror al aproximarse las naves, siendo necesaria la persecución para hacerlos prisioneros y el extremo del agasajo para adormecer la desconfianza y el miedo. ¿Por qué tal diferencia entre gentes de unos mismos instintos? Lo explica muy bien el P. Las Casas, testigo ocular de muchos de los sucesos que narró, diciendo: «que los primeros que fueron á descubrir y á poblar la isla Española (á quienes él trató) habian oído á los naturales que pocos años antes que llegasen habían aportado allí hombres blancos y barbados como ellos.»
Juzga el Sr. de Lorenzo que tal declaración no requiere comentario, pues que esos hombres no podían ser otros que los compañeros de Alonso Sánchez.
Como se ve, se aducen por una y otra parte, adversa ó favorable á la leyenda, razones merecedoras de discurso. Por ello, conociéndolas, al impugnar la última obra de Roselly de Lorgues manifesté3 que no me parecía baladí la historia del piloto. Entonces no pensé, ni acaso me hubiera ocurrido nunca, estudiarla con atención y emitir juicio propio á no estimularme ahora el informe que se me ha encomendado; bastaba al objeto primero la enumeración de autores que aceptan por legítima y buena la tradición de un descubrimiento anterior al de Colón, apunte que amplié posteriormente con otros motivos4 y que me prometo ensachar todavía5 á fin de que se note cuán crecido es.
Por experiencia propia desconfío de las tradiciones que únicamente en la voz popular se apoyan. Rara vez dejan de tener origen puro, más por rareza subsisten sin perderlo, modificadas, embellecidas ó poetizadas en el curso del tiempo.
Esta de un piloto, llamárase como se quiera, que por su mal gozó un instante de la vista esplendorosa de tierras tropicales, es más añeja de lo que los adversarios aquí citados piensan. Tengo referido que en códice de Fr. Antonio de Aspa, original en la Biblioteca de esta Academia, lo consignó el monje jerónimo veinticinco años antes que saliera á luz la Historia de las Indias de Fernández de Oviedo. Como éste, aseguraba la circulación de la novela entre gente vulgar, haciendo buena la palabra del cronista del Emperador: á la suya afianzan testimonios anteriores por demás curiosos.
Consta en la narración ó itinerario del viaje por España en el año 1466, de León de Rosmithal, barón de Blatna, cuñado del rey de Bohemia, que cumplida la visita á Santiago de Compostela, se encaminó el noble peregrino con su comitiva á Finisterre por ver aquella nave prodigiosa de piedra (la barca de Mejía) que transportó á Dios con su Madre. Contemplando desde allí las aguas del mar, admiraba su inmensidad y misterioso arcano y alguno de los oyentes marineros le refirió como hubo quien quisiera penetrarlo. El cuento es importante, y no siendo vulgar, antes en pocas manos guardado el libro del viaje6, no parecerá ocioso transcribirlo. Dice así:
Es de suponer no habrá, quien presuma que la leyenda portuguesa, por vieja contada reinando Alfonso V, se forjó también en 1466, atentando previsoramente á la gloria de Colón, antes de saber en España ni en Portugal tampoco, que hubiera de venir á pretenderla. Aventurado sería, sin embargo, asegurar que la garantía del viajero bohemio satisfaga á los celosos de la fama, sin tacha de D. Cristobal, y que entre tantas cosas peregrinas, con motivo del centenario escritas, alguna otra no les ocurra que decir de la especial envidia española, no advertida en las memorias de los Dorias, de los Espínolas, de los Pescaras, de los Farnesios, de tantos italianos que ilustraron la historia nacional, y por ellos denunciada ahora con depravado carácter póstumo, en los que no son de su modo de pensar, relativamente á las cualidades del egregio Almirante7. Pedro Mártir de Angleria, otro italiano elogiado sin cortedad, trataba en tiempo oportuno de la envidia que despertaba su conterráneo, en términos merecedores de recuerdo.
Colón habia recorrido más de 335 leguas de la costa de Cuba sin hallar el cabo, y teniendo por cierto que tocaba en las tierras de la India oriental, cuyo camino ofreció descubrir, porque despues de acabado el viaje nadie tuviera, causa con malicias, ó por mal decir y apocar las cosas que merecen mucho loor, requirió al escribano para que fuese á las tres carabelas y requiriese á su vez á la compaña, entre la que habia maestros de cartas de marear y muy buenos pilotos, los más famosos que él supo escoger, que dijesen si tenian dubda alguna que esta tierra no fuese la tierra firme al comienzo de las Indias, y fin á quien en estas partes quisiere venir de España, por tierra, e que si alguna dubda ó sabiduría dello toviesen, que les rogaba que lo dijesen, porque luego les quitaria la dubda y les faria ver que esto es cierto, y ques la tierra firme; poniéndoles pena de 10.000 maravedís por cada vez que lo que dijere cada uno que despues en ningun tiempo el contrario dijese de lo que agora diria, e cortada la lengua; y si fuese grumete ó persona de tal suerte, que le darian ciento azotes y le cortarian la lengua8.
Con estas razones juraron todos los presentes, como se pedía, que era Cuba tierra firme, y se extendió testimonio, con fecha 14 de Enero de 1495, para que en todo tiempo hiciera fe.
Como en el siguiente viaje vió el descubridor la costa de Paria, y Ojeda, Guerra, Pasudas, Vicente Yáñez, Lepe, fueron reconociendo el litoral, el mencionado Pedro Mártir escribía en Agosto de 14939: «Los que después la han registrado (la tierra firme) quieren que sea el continente indio y que no lo es Cuba, como piensa el Almirante, pues no faltan quienes se atrevan á decir que lean dado vuelta completa á Cuba. Si ello es así, ó si por envidia de tan gran descubrimiento buscan ocasiones contra este hombre, no me atrevo á juzgarlo, dirálo el tiempo.»
En efecto, aunque murió Colón en 1506 sosteniendo la opinión de ser Cuba una de las provincias del Gran Kan, el piloto Juan de la Cosa se atrevió á diseñar á Cuba como tal isla en su grandioso mapa mundi de 1500, ó sea seis años antes.
Tengo para mí que no más que en el trazado de la carta influyó en la tradición del consabido piloto la pasioncilla roedora, que se supone generatriz por malquerencia del Almirante. Los que la tachan de invención despreciable no se han fijado, al parecer, en que el más interesado, el Almirante mismo, consignó en sus memorias10 que un marinero tuerto, en el Puerto de Santa María, y un piloto, en Murcia, le aseguraron haber corrido con temporal hasta lejanas costas de Occidente, donde tomaron agua y leña para regresar. Los nombres no comunicó, ni dijo hasta qué punto las confidencias se extendieron, mas la declaración confirma plenamente, en lo esencial, aquello que entre la gente de mar corría por válido. Que el piloto muriese en su casa y le legara los papeles, adorno añadido puede muy bien ser; que el piloto existió y de su boca supo cómo había ido y vuelto de las tierras incógnitas, confirmado por él está.
La falta de conformidad en las narraciones, la mención de un andaluz, de un portugués, de un vizcaíno, en alternativa héroes de la tragedia náutica, se aprovechó, por amigos de Colón sin duda, para insinuar que él mismo fué el descubridor misterioso arrastrado por la fortuna en una de las travesías que hacía á la isla de la Madera. No he visto citada esta curiosa interpretación por los que combaten ni por los que defienden la leyenda; se halla en libro poco manejado. El autor de las Elegías de varones ilustres de Indias la dió, poniendo á continuación de las primeras versiones de ser castellano el náufrago:
Cuidóse de buscar testimonio de aprecio el beneficiado de Tunja, añadiendo11:
En cuanto á certeza, á las memorias de Colón habremos de atenernos; á la que nos declara no haber sido uno solo el confidente, que lo fueron, apuntado queda, un marinero tuerto, en el Puerto de Santa María, y un piloto, en Murcia, sin hacer cuenta del portugués Pedro Vázquez, en Huelva, que por otros documentos parece.
Con las indicaciones vulgares se vislumbra ya, desde luego, que hubo más de una expedición ó aventura desgraciada, y que vascos, andaluces y portugueses intentaron la empresa que Cristobal Colón llevó á cabo.
De haberlo hecho los cantabros hay memorias. Sábese que, desde el siglo XIII, perseguían á las ballenas hasta los mares del Norte, y muchas presunciones recogidas por Garibay y Henao, apoyadas con documentos por mí reunidos12, dan motivo á pensar que antes que Colón naciera, sin propósito deliberado y sin consecuencia utilitaria alguna, hicieron escala y provisión de agua dulce en la costa Noroeste americana los audaces pescadores.
Ragistradas están asimismo autorizaciones de los monarcas portugueses para buscar por el Poniente islas ó tierras, quedando repetidas noticias de naos que salieron del puerto sin volver. El cuento de Rosmithal encierra, en su fabulosa sencillez, idea muy clara del fenómeno de la pororoca observado por Colón, por Vicente Yáñez Pinzón, por Lepe, con no menos espanto que los lusitanos, sorprendidos por las olas alzándose á las nubes, avanzando con ruido atronador contra las naves y arrastrándolas cual leve arista.
¿Se negará solo á los andaluces, émulos de sus vecinos en la negociación de la Mina y esclavos de Africa, aliento para intentar lo propio que ellos?
En los anales del Condado de Niebla quedan vestigios de su actividad marítima en el siglo XV, atestiguados en continuación por el referido Pedro Mártir, al escribir con referencia, especial del puerto de Palos13: «todos los del pueblo, sin exceptuar alguno, están dedicados á las cosas de la mar y ocupados en continuas negociaciones». Por algo seguramente se decidió que en Palos se preparara la expedición de descubierta14.
Ni fenomenal ni raro parecerá que de tierra de pilotos pudiera salir uno más.
Tomé Cano, que no era literato, sino hombre de mar, natural de las islas Canarias, dedicado á la construcción naval, escribió un Arte de fábrica de naos, que se dió á la estampa en Sevilla, año 1611, y refiriendo en el proemio el casual descubrimiento de las islas oceánicas antes que lo hiciera Colón, decía: «Lo cual es así cosa certísima fuera de toda opinion y que así se platica y sabe hoy en la isla de la Madera y entre los viejos marineros de Portugal, el Algarve y lo que llaman el Condado [de Niebla]. E yo lo supe desta suerte de alguno dellos que conoció aquel tiempo y fijé de él, y lo decía por cosa muy llana, y muy pública.»
En el esclarecimiento del suceso no es menos dificultoso lo que atañe á la personalidad, porque los primeros en recoger la leyenda, como él P. Aspa, no lo hicieron de los nombres. Garibay, Galardi, Mariana y el portugués Gaspar Estaço, lo pasaron por alto; Fernández de Oviedo y López de Gómara, antepusieron en las versiones al piloto andaluz, pero sin insinuar cómo se llamaba: lejos de ello el último confesó no tenerlo averiguado, diciendo: «Hé aquí cómo se descubrieron las Indias por desdicha de quien primero las vió, pues acabó la vida sin gozar de ellas y sin dejar, á lo menos sin haber memoria de cómo se llamaba, ni de dónde era, ni qué año las halló; bien que no fué culpa suya, sino malicia de otros ó envidia de lo que llaman fortuna.»
Confirmaba la ignorancia el P. Acosta atribuyéndola á más grandes causas: «Así sucedió, escribía, en el descubrimiento de nuestros tiempos cuando aquel marinero, cuyo nombre aún no sabemos, para que negocio tan grande no se atribuya á otro autor sino á Dios.»
Por tales declaraciones, cuando posteriormente publicó Garcilaso de la Vega que el héroe se llamaba Alonso Sánchez y fué hijo de Huelva, no satisfecho Solorzano objetaba: Nullo, quod sciam, fundamento ductus, Alphonsum Sanchez, nominatum scribat. Verdad es que el escrupuloso legista lo era doblemente en lo relativo á las Indias y pecaba de escéptico en materia de los descubrimientos16. Otros escritores pensaron que siendo Garcilaso historiador de crédito y no habiendo por medio interés ni causa para sospechar de su buena fe en el particular, era de admitir que no inventó el apelativo, sino que lo oyó pronunciar, como asegura, á los contemporáneos que referían la historia, para la veracidad de la cual tanto valiera un nombre como otro.
Mientras más pruebas no parezcan, aconsejará la prudencia repetir con Oviedo: Melius est debitare de occultis quam litigare de incertis; pero el hecho es que después de Garcilaso se ha admitido y pasa sin reparo el nombre de Alonso Sánchez de Huelva por expresión ó fórmula del viaje infortunado á las Indias; díganlo el P. Feijóo, Abad y Lasierra, Ferrer y tantos otros críticos, entre los cuales Fernando de Montesinos nada menos pensaba que se llamase, no Colonia, de Colón, sino Alfonsina, de Alonso Sánchez, la tierra nueva occidental17.
Independientemente de la personalidad, si se estudian y comparan las diferentes versiones de la conseja con el criterio profesional que ayudó á D. Bernardo de Estrada á penetrar más que otros su probable significación, en la obra inédita que de Alonso Sánchez trata18, hay que hacer separación de lo posible y de lo fantástico. Ningún marinero admitirá en los movimientos de la atmósfera la verdad de borrascas que duren meses, ni el efecto de arrastrar embarcaciones por miles de leguas en una misma dirección. Como se concibe y explicaría, el suceso á favor de las luces de la Oceanografía y las de la Historia juntas, es de este modo:
Una, de las naves que desde las costas de España ó de las islas Canarias ó Azores salieron en épocas diversas á buscar las tierras de la Antilla, de Siete Ciudades ó de San Borondón, sin cesar nombradas por los mareantes viejos, se dejaría llevar por las brisas constantes del Este y Nordeste, navegando con mar bonancible, temperatura, suave, grato ambiente, y llegó sin contratiempo alguno á dar vista á la tierra, en toda probabilidad de Santo Domingo. Los tripulantes hubieron de experimentar las impresiones de la novedad; reconocieron en más ó menos extensión la costa, adquirieron muestras de las producciones naturales ó de la industria de los indígenas, y ansiosos de regresar á la patria con la nueva, trataron de desandar lo andado, por el mismo camino. Entonces la fijeza de aquellas brisas les dió á entender la diferencia que en buque de vela hay de navegar con el viento y contra el viento, harto averiguada por Colón en el cuarto viaje, cuando obstinándose en barloventear por la costa de Honduras, en sesenta días avanzó setenta leguas. Los marineros de la historia forcejearían días y días mientras el agua y los víveres duraran; acabados, arribarían otra vez á Haiti para proveerse de lo que los insulares poseían; repetirían dos, tres, acaso cuatro veces la tentativa, y ya porque la experiencia se lo aconsejara, ya porque prolongando la bordada al Norte salieran incidentalmente de la zona de los alíseos, lograron hacer rumbo á esta península, habiendo consumido mucho tiempo, destrozado los aparejos, gastado la salud y la vida puestas á prueba de continua penalidad y trabajo, sin reparadores alimentos. Los sobrevivientes fueron con todo afortunados, porque la ley natural á que obedecen en el golfo los vientos y corrientes y el empeño natural también de volver por los mismos pasos, han sepultado en el Océano á los exploradores de suerte ignorada, siendo esa ley física la causa principal de que siglos atrás no se estableciera la comunicación entre los dos continentes.
Descubriéronla los tristes náufragos; la comunicaron, no precisamente á Colón, ni á título reservado, á las personas de su relación ó contacto; pero pocas ó ninguna más que Colón poseían el discernimiento necesario para estimar el valor de la noticia y utilizarlo á su tiempo. La perspectiva de hallar casas con tejas de oro, hábilmente dibujada por Martín Alonso Pinzón cuando estimulaba á los indecisos marineros; la explicación de Pedro Vázquez de la Frontera del mar del Sargazo al decir que verían las aguas cubiertas de hierba y que sin temor las surcaran, seguros de llegar á tierra; las particularidades aludidas por Pedro de Velasco y otros pilotos, recogidas en autos19 indican con evidencia que en Huelva, en Palos, en la Rábida como es presumible, se sabía, con verdad lo que en las leyendas anda encubierto, contribuyendo á la aceptación de los planes del desconocido proyectista.
Colón, quien lo duda, aprovechaba toda especie de indicios en confirmación de la exactitud de sus cálculos y presupuestos, pero formada como estaba su resolución sobre más sólida base, no influían directamente en ella. Sin saber palabra del viaje de Alonso Sánchez, hubiera emprendido el suyo hacia la India gangética del ideal acariciado; lo que no podrá del mismo modo asegurarse es que, á no saberla, volviera nunca á la corte de Castilla y no dejara el cuerpo y la fama en el fondo del Atlántico, confundida su memoria entre la de tantos desgraciados intentos. La resolución con que una vez registrada la isla Española puso el Almirante la proa en el Norte y sin vacilar se vino por tan extraño modo trazando desde la primera vez derrota que, como él, trajeron, Pinzón, Antonio Torres, Pero Alonso Niño, Ojeda, sin ensayar nunca el camino trillado; la resolución que hoy mismo marcan los progresos de la náutica, tenía que obedecer á disciplina anticipada; al descubrimiento de ese Alonso Sánchez, á menos que se acepte la intuición sobrenatural ó el señalamiento de los rumbos en la carta de Colón por inspiración de la Providencia20. Tuvo pues Cristobal Colón (dice otro escritor moderno21 probabilidades de tierras ultramarinas, y debió tenerlas, y sin ellas jamás le fuera lícito exponer su vida y la de los hombres que le entregaban las suyas.
Pero ¿puede acaso llamarse descubridores de América, ni lo son, cuantos columbraron la existencia de aquellos continentes, ú los que se admita ó algún día llegue á probarse que de hecho aportaron á las playas americanas, ora queriendo, ó bien llevados allá por no poder resistir al empuje de los vientos ó a las corrientes del Océano? Ha tropezado hasta ahora la tradición del piloto de Huelva con el celo exagerado de aquellos que en cualquiera observación hecha á la vida ó viajes de D. Cristóbal presumen aviesa intención en menoscabo de su persona. Por ellos se ha prolongado la discusión de los precursores en la empresa, negando el arribo al mundo colombino, cada vez más claramente demostrado, de los fenicios, de los cartagineses, de los escandinavos y de diversos pueblos asiáticos. Por ellos se hace caso omiso de haber consignado el Almirante en el segundo viaje, que en poder de los caribes de la isla de Guadalupe, se hallaron restos de la popa de una nao europea y también una marmita de hierro que por sí no podían haber fabricado, como se calla que en el viaje emprendido el año 1501 por los hermanos portugueses Corterreal, que perecieron en la mar, vieron los compañeros, allá por Terranova, un trozo de espada dorada y unos pendientes de plata, labrados de mano artistica, en las orejas de una india22.
Por de contado, nada tienen que ver tales expediciones ignoradas ú olvidadas sin fue produjeran resultados, con la comunicación efectiva abierta entre las dos mitades del orbe, ni al autor de este incomparable beneficio empecen los conatos de los que no la consiguieron. A los inventos se llega de ordinario por tanteos infructuosos cuyo mérito resume el que en último término los desvela.
Ni á la gloria legítima de Colón, que á los ojos de los hombres de ciencia le inmortaliza, ni el la que el aura popular acuerda al éxito obtenido, afecta la verdad de historia tan combatida. Colón podrá deber en parte el último de los lauros al descubrimiento del piloto onubense. Alonso Sánchez lo debe todo á Colón, sin el cual ni su trabajo encontrara aplicaciones, ni su nombre saliera del círculo de los mareantes que compadecían su desventura. Mas en justicia, así como gloria inmarcesible goza el descubridor de las tierras oceánicas, gloria toca en proporción al navegante precursor, por maestro del camino del Océano, sin que lo que al uno se dé al otro se quite, que incomparables son en todo las condiciones.
En este sentir abundaba el P. Torrubia, juzgando por el párrafo que voy á copiar23.
Fuente: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/80261663989693164754491/p0000001.htm#I_0_
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