Cartas de Colón
CARTA DEL PRIMER
VIAJE.
Año 1493, anunciando
el Descubrimiento.
Carta facsímil del
primer viaje de Colón
Señor,
porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor
me ha dado en mi viaje, vos escribo ésta, por la cual sabréis como
en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada
que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde
yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas
todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real
extendida, y no me fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador a conmemoración
de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los
Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de
Santa María de Concepción; a la tercera Fernandina; a la cuarta la
Isabela ; a la quinta la isla Juana, y así a cada una nombre nuevo.
Cuando yo llegué a la Juana, seguí yo la costa de ella al poniente,
y la fallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la provincia
de Catayo. Y como no hallé así villas y lugares en la costa de la
mar, salvo pequeñas poblaciones, con la gente de las cuales no podía
haber habla, porque luego huían todos, andaba yo adelante por el
dicho camino, pensando de no errar grandes ciudades o villas; y, al
cabo de muchas leguas, visto que no había innovación, y que la costa
me llevaba al setentrión, de adonde mi voluntad era contraria,
porque el invierno era ya encarnado, y yo tenía propósito de hacer
de él al austro, y también el viento me dio adelante, determiné de
no aguardar otro tiempo, y volví atrás hasta un señalado puerto, de
adonde envié dos hombres por la tierra, para saber si había rey o
grandes ciudades. Anduvieron tres jornadas, y hallaron infinitas
poblaciones pequeñas y gente sin número, mas no cosa de regimiento;
por lo cual se volvieron.
Colón toma posesión de las nuevas
tierras en nombre de Castilla.
Yo
entendía harto de otros Indios, que ya tenía tomados, como
continuamente esta tierra era isla, y así seguí la costa de ella al
oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin. Del cual cabo
vi otra isla al oriente, distante de esta diez y ocho leguas, a la
cual luego puse nombre la Española y fui allí, y seguí la parte del
setentrión, así como de la Juana al oriente, 188 grandes leguas por
línea recta; la cual y todas las otras son fertilísimas en demasiado
grado, y ésta en extremo. En ella hay muchos puertos en la costa de
la mar, sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y hartos
ríos y buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de ella son
altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin
comparación de la isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil
fechuras, y todas andables, y llenas de árboles de mil maneras y
altas, y parece que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás
pierden la hoja, según lo puedo comprehender, que los ví tan verdes
y tan hermosos como son por mayo en España, y de ellos estaban
floridos, de ellos con fruto, y de ellos en otro término, según es
su calidad; y cantaba el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras
en el mes de noviembre por allí donde yo andaba.
Palmerales cubanos
Hay
palmas de seis o ocho maneras, que es admiración verlas, por la
deformidad hermosa de ellas, mas así como los otros árboles y frutos
e hierbas. En ella hay pinares a maravilla y hay campiñas
grandísimas, y hay miel, y de muchas maneras de aves, y frutas muy
diversas. En las tierras hay muchas minas de metales, y hay gente en
estimable número. La Española es maravilla; las sierras y las
montañas y las vegas y las campiñas, y las tierras tan hermosas y
gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes,
para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no
habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas
aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos e
hierbas hay grandes diferencias de aquellas de la Juana. En ésta hay
muchas especierías, y grandes minas de oro y do otros metales. La
gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido
noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus
madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar
con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen.
Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no
porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que
son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas
de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo
un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha
acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para
haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los
veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a
ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado
y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño
como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son
así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y
pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo
que tienen, que no lo creería sino el que lo viese.
Indios taínos. Cuando
llegaron los europeos estaban enfrentados a los indios caribe
Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes,
convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los
corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio,
luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le
dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas
tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio
roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar,
les parecía haber la mejor joya del mundo; que se acertó haber un
marinero, por una agujeta, de oro peso de dos castellanos y medio; y
otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más; ya por
blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos
ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado.
Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban
lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí,
y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen
amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y
servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren
de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos
son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que
todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy
firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal
catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el
miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy
sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es
maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque
nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.
Y
luego que llegué a Indias, en la primera isla que hallé tomé por
fuerza algunos de ellos, para que deprendiesen y me diesen noticia
de lo que había en aquellas partes, así fue que luego entendieron, y
nos a ellos, cuando por lengua o señas; y estos han aprovechado
mucho. Hoy en día los traigo que siempre están de propósito que
vengo del cielo, por mucha conversación que hayan habido conmigo; y
éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegaba, y los
otros andaban corriendo de casa en casa y a las villas cercanas con
voces altas: venid, venid a ver la gente del cielo; así, todos,
hombres como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos,
venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos traían algo de
comer y de beber, que daban con un amor maravilloso. Ellos tienen en
todas las islas muy muchas canoas, a manera de fustas de remo, de
ellas mayores, de ellas menores; y algunas son mayores que una fusta
de diez y ocho bancos. No son tan anchas, porque son de un solo
madero; mas una fusta no terná con ellas al remo, porque van que no
es cosa de creer. Y con éstas navegan todas aquellas islas que son
innumerables, y tratan sus mercaderías. Alguna de estas canoas he
visto con 70 y 80 hombres en ella, y cada uno con su remo.
Indios timucua (Florida) construyendo
una canoa.
En
todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura de la gente,
ni en las costumbres ni en la lengua; salvo que todos se entienden,
que es cosa muy singular para lo que espero que determinaran Sus
Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa fe, a la cual
son muy dispuestos. Ya dije como yo había andado 107 leguas por la
costa de la mar por la derecha línea de occidente a oriente por la
isla de Juana, según el cual camino puedo decir que esta isla es
mayor que Inglaterra y Escocia juntas; porque, allende de estas 107
leguas, me quedan de la parte de poniente dos provincias que yo no
he andado, la una de las cuales llaman Avan, adonde nace la gente
con cola; las cuales provincias no pueden tener en longura menos de
50 o 60 leguas, según pude entender de estos Indios que yo tengo,
los cuales saben todas las islas.
Esta
otra Española en cierco tiene más que la España toda, desde Colibre,
por costa de mar, hasta Fuenterrabía en Viscaya, pues en una cuadra
anduve 188 grandes leguas por recta línea de occidente a oriente.
Esta es para desear, y vista, para nunca dejar; en la cual, puesto
que de todas tenga tomada posesión por Sus Altezas, y todas sean más
abastadas de lo que yo sé y puedo decir, y todas las tengo por de
Sus Altezas, cual de ellas pueden disponer como y tan cumplidamente
como de los reinos de Castilla, en esta Española, en el lugar más
convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo trato
así de la tierra firme de aquí como de aquella de allá del Gran Can,
adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión de una villa
grande, a la cual puse nombre la villa de Navidad; y en ella he
hecho fuerza y fortaleza, que ya a estas horas estará del todo
acabada, y he dejado en ella gente que abasta para semejante hecho,
con armas y artellarías y vituallas por más de un ano, y fusta, y
maestro de la mar en todas artes para hacer otras, y grande amistad
con el rey de aquella tierra, en tanto grado, que se preciaba de me
llamar y tener por hermano, y, aunque le mudase la voluntad a
ofender esta gente, él ni los suyos no saben que sean armas, y andan
desnudos, como ya he dicho, y son los más temerosos que hay en el
mundo; así que solamente la gente que allá queda es para destruir
toda aquella tierra; y es isla sin peligros de sus personas,
sabiéndose regir.
Mujeres shoshone en el siglo XIX.
En
todas estas islas me parece que todos los hombres sean contentos con
una mujer, y a su mayoral o rey dan hasta veinte. Las mujeres me
parece que trabajan más que los hombres. Ni he podido entender si
tienen bienes propios; que me pareció ver que aquello que uno tenía
todos hacían parte, en especial de las cosas comederas. En
estas islas hasta aquí no he hallado hombres mostrudos, como muchos
pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son
negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos, y no se
crían adonde hay ímpeto demasiado de los rayos solares; es verdad
que el sol tiene allí gran fuerza, puesto que es distante de la
línea equinoccial veinte y seis grados. En estas islas, adonde hay
montañas grandes, allí tenía fuerza el frío este invierno; mas ellos
lo sufren por la costumbre, y con la ayuda de las viandas que comen
con especias muchas y muy calientes en demasía. Así que mostruos no
he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la segunda a la
entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en
todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana.
Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de
India, y roban y toman cuanto pueden; ellos no son más disformes que
los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos
como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas,
con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no tienen. Son
feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado
cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son
aquéllos que tratan con las mujeres de Matinino, que es la primera
isla, partiendo de España para las Indias, que se halla en la cual
no hay hombre ninguno. Ellas no usan ejercicio femenil, salvo arcos
y flechas, como los sobredichos, de cañas, y se arman y cobijan con
launes de arambre, de que tienen mucho.
Otra
isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que las personas no
tienen ningún cabello. En ésta hay oro sin cuento, y de ésta y de
las otras traigo conmigo Indios para testimonio.
En
conclusión, a hablar de esto solamente que se ha hecho este viaje,
que fue así de corrida, pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro
cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus Altezas me
darán; ahora, especiería y algodón cuanto Sus Altezas mandarán, y
almástiga cuanta mandarán cargar, y de la cual hasta hoy no se ha
hallado salvo en Grecia en la isla de Xío, y el Señorío la vende
como quiere, y ligunáloe cuanto mandarán cargar, y esclavos cuantos
mandarán cargar, y serán de los idólatras; y creo haber hallado
ruibarbo y canela, y otras mil cosas de sustancia hallaré, que
habrán hallado la gente que yo allá dejo; porque yo no me he
detenido ningún cabo, en cuanto el viento me haya dado lugar de
navegar; solamente en la villa de Navidad, en cuanto dejé asegurado
y bien asentado. Y a la verdad, mucho más hiciera, si los navíos me
sirvieran como razón demandaba.
Danzas de indios taínos.
Esto
es harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a todos aquellos
que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles; y ésta
señaladamente fue la una; porque, aunque de estas tierras hayan
hablado o escrito, todo va por conjectura sin allegar de vista,
salvo comprendiendo a tanto, los oyentes los más escuchaban y
juzgaban más por habla que por poca cosa de ello. Así que, pues
Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos rey e
reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la
cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar
gracias solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes
por el tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos
a nuestra santa fe, y después por los bienes temporales; que no
solamente la España, mas todos los cristianos ternán aquí refrigerio
y ganancia.
Esto, según el hecho, así en breve.
Fecha en la carabela, sobre las islas de Canaria, a 15 de febrero,
año 1493.
Hará
lo que mandaréis.
El
almirante.
Después de ésta escrita, y estando en mar de Castilla, salió tanto
viento conmigo sul y sueste, que me ha hecho descargar los navíos.
Pero corrí aquí en este puerto de Lisboa hoy, que fue la mayor
maravilla del mundo, adonde acordé escribir a Sus Altezas. En todas
las Indias he siempre hallado los temporales como en mayo; adonde yo
fui en 33 días, y volví en 28, salvo que estas tormentas me han
detenido 13 días corriendo por este mar. Dicen acá todos los hombres
de la mar que jamás hubo tan mal invierno ni tantas pérdidas de
naves.
Fecha a 4 días de marzo.
CARTA DEL TERCER VIAJE.
Nao "Santa María" en la que viajaba
Cristóbal Colón
Partí en
nombre de la Santísima Trinidad el
miércoles 30 de mayo de
1498 de Sanlúcar de Barrameda
y navegué a las Islas Madera por camino no acostumbrado, por evitar
los perjuicios que me hubiera causado una armada francesa que me
aguardaba cerca del
cabo de San Vicente,
y de allí a las
Islas Canarias.
De aquí partí
con una nave y dos carabelas;
envié los otros navíos directamente a la Isla Española, y yo navegué
rumbo al Sur con propósito de llegar a la línea equinoccial, y de
allí seguir al Poniente hasta que la Española quedase al Norte.
Vista aérea de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y desembocadura
del Guadalquivir.
Lugar en el que Colón inició su viaje.
Llegando a las
islas de Cabo Verde
(falso nombre, porque son tan
secas que no vi en ellas cosa verde alguna) con toda la gente
enferma, no osé detenerme en ellas y navegué al Sudoeste 480 millas,
donde anocheciendo tenía la Estrella Polar en cinco grados. Allí me
desamparó el viento y entré en una zona de calor y tan grande, que
creí que se me quemarían los navíos y la gente. El desorden fue tal
que no había persona que osase descender bajo cubierta a reparar las
vasijas y víveres. Duró este calor ocho días, el primero de los
cuales fue soleado y los siete siguientes de lluvia y nublados, que
si hubiesen sido soleados como el primero creo que no hubiéramos
podido escapar de manera alguna.
La nao Santa María
y las dos carabelas, La Niña y La Pinta.
Plugo a Nuestra Señora, al cabo de esos ocho días, darme buen viento
de Levante y yo seguí al Poniente, mas no osé declinar hacia el Sur
porque hallé grandísimo cambio en el cielo y las estrellas. Decidí,
pues, mantener rumbo Oeste y navegar a la altura de
Sierra Leona
hasta donde había pensado encontrar tierra para reparar los navíos,
remediar la escasez de víveres y tomar agua, que ya no tenía. Al
cabo de diecisiete días en que Nuestro Señor me dio viento
favorable, el martes 31 de julio, al mediodía, avistamos tierra. Yo
la esperaba desde el lunes anterior y había mantenido el rumbo
invariable hasta entonces, mas el martes, al salir el sol,
careciendo ya de agua, decidí dirigirme a las islas de los caribes y
tomé esa dirección.
Como su Alta Majestad siempre ha usado de misericordia conmigo, por
suerte subió un marinero a la gavia y vio al Poniente tres montañas
juntas. Dijimos la Salve Regina y otras oraciones, y dimos todos
muchas gracias a Nuestro Señor; después dejé el camino al Norte y me
dirigí a tierra; llegué con el crepúsculo al cabo que llamé de la
Galea [hoy cabo Galeote] después de haber bautizado a la isla con el
nombre de Trinidad. Allí hubiera encontrado puerto de haber sido más
hondo; había casas, gente y muy lindas tierras, tan hermosas y
verdes como las huertas de Valencia en marzo. Pesóme cuando no pude
entrar a puerto, y recorrí la costa hasta el extremo Oeste;
navegadas cinco leguas hallé fondo y anclé las naves. Al día
siguiente me di a la vela buscando puerto para reparar los navíos y
tomar agua y víveres. Tomé una pipa de agua y con ella anduve hasta
llegar al cabo; allí hallé abrigo del viento de Levante y buen
fondo, donde mandé a echar el ancla, reparar los toneles y tomar
agua y leña, y envié gente a tierra a descansar de tanto tiempo que
andaban penando.
Conquistadores españoles negociando con aborígenes.
A esta punta la llamé del Arenal [hoy punta de Icacos] y allí se
halló la tierra hollada de unos animales que tenían las patas como
de cabra que, según parece, había en abundancia, aunque no se vio
sino uno muerto. Al día siguiente vino del Oriente una gran canoa
con 24 hombres, todos mancebos, muy ataviados y armados de arcos,
flechas
y escudos, de buena figura y no negros, sino más blancos que
los otros que he visto en las Indias, de lindos
gestos y hermosos
cuerpos, con los cabellos cortados al uso de Castilla. Traían la
cabeza atada con un pañuelo de algodón tejido a labores y colores
tan finos, que yo creí eran de gasa. Traían otro de estos pañuelos
ceñido a la cintura y se cubrían con él en lugaros, mas yo les mandaba a hacer señas de
acercarse. En esto se pasaron más de dos horas; si se de taparrabo.
Cuando llegó la canoa sus ocupantes hablaron de lejos, y
ni yo ni
otro alguno les entendim aproximaban un
poco, luego se alejaban. Yo les hacía mostrar bacines y otras cosas
que lucían enamorándolos para que viniesen; al cabo de buen rato se
acercaron algo más de lo que hasta entonces habían hecho. Yo deseaba
lograr información, y no teniendo ya cosa que mostrarles para
atraerlos mandé subir un tamboril al castillo de popa para que
tañesen, y unos mancebos para que danzasen, creyendo que se
acercarían a ver la fiesta; mas cuando vieron tañer y danzar dejaron
los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron, embrazó cada
uno su escudo y comenzaron a tirarnos flechas.
Cesó el tañer y el
danzar y mandé a sacar una ballesta; ellos me dejaron y se
dirigieron a otra carabela y de golpe se fueron debajo de la popa.
El piloto entró con ellos y dio un sayo y un bonete al que le
pareció ser el principal de la canoa, concertando que iría a hablar
con ellos a la playa. Éstos allá se fueron y le esperaron, pero como
él no quiso ir sin mi licencia, al verlo venir con la barca a mi
nave regresaron a la canoa y se fueron; nunca más los vi, ni a ellos
ni a otros de esta isla.
Colón conversando con una indígena.
Cuando llegué a la punta del Arenal hallé
una boca grande, de dos leguas de anchura de Poniente a Levante, que
se abre entre la isla de Trinidad y la Tierra de Gracia; para pasar
al Sur había que pasar unos hileros de corrientes que atravesaban la
boca y traían un rugir muy grande; creí que sería un arrecife de
bajos y peñas infranqueables. Detrás de ésta había otro hilero, y
otro más, trayendo todos un rugir tan grande como las olas de la mar
que van a romper y dar en peñas. Fondeé en dicha punta, fuera de la
boca, y hallé que venía agua del Oriente hasta el Poniente con tanta
furia como hace el Guadalquivir en tiempos de avenida, y esto
continuó día y noche, tanto que creí que no podría volver atrás por
la corriente ni ir adelante por los bajos.
En la noche, ya muy
tarde, estando a bordo de la nave oí un rugir muy terrible que venía
del Sur hacia nosotros. Me paré a mirar y vi que, levantando la mar
de Poniente a Levante, venía una loma tan alta como la nave, y
todavía venía hacia mí poco a poco; sobre ella venía un hilero de
corriente rugiendo con gran estrépito, con aquella furia del rugir
que dije me parecían ondas de la mar que daban en peñas. Aún hoy en
día tengo el miedo en el cuerpo, pues creí me volcaría la nave
cuando llegase bajo ella. Pasó la ola y llegó hasta la boca, donde
se mantuvo por mucho tiempo.
Al día siguiente envíe la barca a sondear la boca y hallé que en el
lugar más bajo tenía seis o siete brazas de fondo, y de continuo
andaban aquellos hileros, unos por entrar y otros por salir. Plugo a
Nuestro Señor darme buen viento y atravesé la boca hacia adentro,
donde hallé tranquilidad. Por suerte se sacó agua del mar y la hallé
dulce. Navegué hacia el Sur, hasta una sierra muy alta, distante
unas 26 leguas de la punta del Arenal; allí habían dos cabos de
tierra muy alta, el uno hacia el Oriente, perteneciendo a la isla de
Trinidad, y el otro hacia Occidente, correspondiente a la Tierra de
Gracia. Hallé una boca muy angosta [Boca Grande] más estrecha que la
existente en la punta del Arenal con los mismos hileros y el mismo
rugir fuerte del agua; como allá, la mar era dulce.
Dibujo de una nao
atravesando una tormenta.
Hasta entonces yo no había logrado información de ninguna gente de
estas tierras, y lo deseaba vivamente. Por tanto, navegué a lo largo
de la costa hacia el Poniente; cuanto más andaba hallaba el agua de
la mar más dulce y sabrosa. Navegando un gran trecho, llegué a un
lugar cuyas tierras me parecieron labradas; allí fondeé y envié las
barcas a tierra, donde hallaron que los habitantes se habían ido recientemente, y encontraron el monte cubierto de monos; regresaron,
y considerando que ésta era tierra montuosa y que me parecía que
hacia el Poniente las tierras eran más llanas y estarían más
pobladas, mandé levar anclas y recorrí la costa hasta el cabo de la
serranía, donde anclé en un río.
Luego vino mucha gente, y me
dijeron que llamaban a esta tierra Paria, y que hacia el Poniente
estaba más poblado. Tomé cuatro de ellos y navegué hacia ese rumbo;
andadas unas ocho leguas, más allá de una punta que llamé de la
Aguja [punta de Alcatraces] hallé las tierras más hermosas del
mundo, muy pobladas. Llegué allí una mañana, antes del mediodía, y
por ver este verdor y esta hermosura acordé fondear y ver los
pobladores, de los cuales algunos vinieron en canoas a rogarme, de
parte de su rey, que descendiese a tierra. Cuando vieron que no hice
caso de ellos vinieron a la nave en numerosas canoas, y muchos
traían piezas de oro al cuello, y algunos, perlas atadas a sus
brazos. Me alegró mucho verlas y procuré con empeño saber dónde las
hallaban; me dijeron que allí y en la parte Norte de aquella tierra.
Llegada de los españoles a tierras indígenas americanas
Quise detenerme, mas los víveres que traía, trigo, vino y carne para
esta gente de acá, que obtuve en España con tanta fatiga, se me
hubieran echado a perder. Por tanto, yo no buscaba sino llevar los
bastimentos a lugar seguro y no detenerme en parte alguna. Procuré
conseguir algunas perlas y envié las barcas a tierra. Esta gente es
muy numerosa, toda muy bien parecida, del mismo color que los que vi, y muy tratable; la gente nuestra que fue a tierra los halló muy
tratables, y fueron recibidos muy honrosamente. Dicen que luego que
llegaron las barcas a tierra vinieron dos personajes principales con
todo el pueblo; creen que el uno era el padre y el otro el hijo. Los
llevaron a una casa muy grande hecha a dos aguas, no redonda como
tiendas de campo cual son otras. Allí tenían muchas sillas donde los
hicieron sentar y también ellos tomaron asiento, e hicieron traer
pan, gran variedad de frutas y vino de muchas clases, blanco y
tinto, aunque no de uvas; deben ser producidos de diversas frutas,
así como de maíz, que es una simiente que hace una espiga como una
mazorca, de la cual llevé yo allá y hay mucha en Castilla; parece
que el que lo producía mejor lo tenía en alta estima y lo vendía en
alto precio.
Los hombres estaban todos juntos a un extremo de la
mesa y las mujeres al otro. Recibieron ambas partes gran pena porque
no podían entenderse, ellos para preguntar a los otros por nuestra
patria, y los nuestros por saber de la de ellos. Después de haber
comido en casa del más viejo los llevó el mozo a la suya, donde
hicieron otro tanto. Más tarde los llevaron a las barcas en que
vinieron a la nave. Yo levé anclas porque andaba muy de prisa por
poner en lugar seguro los víveres que había obtenido con tanta
fatiga, y que estaban deteriorándose, y también por remediarme a mí
mismo, pues estaba enfermo de los ojos por falta de sueño; pues si
bien es cierto que cuando fui a descubrir la Tierra Firme estuve
treinta y tres días sin dormir y quedé algún tiempo sin vista, no se
me dañaron tanto los ojos ni se me inyectaron de sangre, ni sufrí
tantos dolores como ahora.
Esta gente, como ya dije, son todos de muy linda estatura, altos de
cuerpo y de lindos gestos, de cabellos largos y lacios, y traen las
cabezas atadas con unos pañuelos labrados, como ya dije, hermosos,
que parecen de lejos de seda y gasa; traen otro más largo ceñido a
manera de taparrabo, tanto los hombres como las mujeres. El color de
esta gente es más blanco que otros que he visto en las Indias; todos
traían al cuello algo a la usanza de esta tierra, y muchos traían
piezas de oro bajo colgadas al cuello. Sus canoas son muy grandes y
de mejor hechura que otras que he visto, y más livianas; en medio de
cada una tienen un apartamento como cámara, en que vi andaban los
principales con sus mujeres. Llamé a este lugar Jardines porque esto
asemejan. Asiduamente procuré saber dónde cogían aquel oro, y todos
me señalaban una tierra frente a ellos hacia el Poniente que era
alta, mas no lejana. Pero todos me decían que no fuera, porque allá
se comían a los hombres, de lo que deduje que sus habitantes eran
caníbales y que serían como los caribes, mas después he pensado que
pudiera ser que lo dijeran porque allí habían animales feroces.
También les pregunté dónde cogían las perlas, y me señalaron el
Poniente y el Norte, detrás de las tierras en que estábamos. No
intenté comprobarlo por lo de los víveres, por la enfermedad de mis
ojos y porque una nave grande que traigo no es apropiada para
semejante hecho.
El tiempo transcurrido en tierra fue breve y se pasó todo en
preguntas. Cuando los nuestros regresaron a los navíos, lo que sería
al atardecer, levé anclas y navegué al Poniente, y así mismo al día
siguiente, hasta que hallé que no habían más que tres brazas de
fondo, creyendo yo todavía que ésta era una isla y que no podría
salir al Norte; y así visto, envié una carabela ligera adelante a
ver si había salida o si estaba cerrado. Así anduve mucho camino
hasta un golfo grande, en el cual parecía que habían otros cuatro
medianos, saliendo de uno de ellos un río grandísimo. Hallaron
siempre cuatro brazas de fondo y el agua muy dulce, en cantidad tan
grande como jamás antes vi.
Quedé muy descontento cuando comprendí
que no podía salir al Norte, al Sur ni al Poniente porque estaba
cercado por todas partes de tierra; por tanto, levé anclas y torné
atrás para salir al Norte por la boca que antes descubrí, sin poder
regresar a la población que había visitado por causa de las
corrientes, que me desviaron. En todo cabo hallaba el agua dulce y
clara que me llevaba con fuerza al Oriente, hacia las dos bocas a
que me he referido; entonces conjeturé que los hilos de la corriente
y aquellas lomas que salían y entraban en estas bocas con aquel
rugir tan fuerte era la pelea del agua dulce con la salada. La dulce
empujaba a la otra para que no entrase, y la salada luchaba para que
la otra no saliese. Conjeturé que allí donde están situadas las dos
bocas en un tiempo hubo tierra continua que unía la isla de Trinidad
con Tierra de Gracia, como podrán ver Vuestras Altezas del mapa que
con ésta les envío. Salí por la boca del Norte y hallé que el agua
dulce siempre vencía; cuando pasé, lo que hice a fuerza de viento,
estando en una de aquellas lomas hallé en aquellos hilos de la parte
de dentro el agua dulce, y en los de fuera, salada.
...Yo siempre creí que la Tierra era esférica; las autoridades y las
experiencias de Ptolomeo y todos los demás que han escrito sobre
este tema daban y mostraban como ejemplo de ello los eclipses de
luna y otras demostraciones que hacen de Oriente a Occidente, como
el hecho de la elevación del Polo de Septentrión en Austro. Mas
ahora he visto tanta deformidad que, puesto a pensar en ello, hallo
que el mundo no es redondo en la forma que han descrito, sino que
tiene forma de una pera que fuese muy redonda, salvo allí donde
tiene el pezón o punto más alto; o como una pelota redonda que
tuviere puesta en ella como una teta de mujer, en cuya parte es más
alta la tierra y más próxima al cielo. Es en esta región, debajo de
la línea equinoccial, en el Mar Océano, el fin del Oriente, donde
acaban todas las tierras e islas...
Cartógrafo de la época de Colón.
..Torno a mi propósito referente a la Tierra de Gracia, al río y lago
que allí hallé, tan grande que más se le puede llamar mar que lago,
porque lago es lugar de agua, y en siendo grande se le llama mar,
por lo que se les llama de esta manera al de Galilea y al Muerto. Y
digo que si este río no procede del Paraíso Terrenal, viene y
procede de tierra infinita, del Continente Austral, del cual hasta
ahora no se ha tenido noticia; mas yo muy asentado tengo en mi ánima
que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso
Terrenal.
Y ahora, hasta tanto sepan las noticias de las nuevas tierras que he
descubierto, en las cuales tengo asentado en mi ánima que está el
Paraíso Terrenal, irá el Adelantado con tres navíos bien aviados
para ello a ver más adelante, y descubrirá todo lo que pudiere hacia
aquellas partes. Entretanto yo enviaré a Vuestras Altezas esta carta
y el mapa de las nuevas tierras, y acordarán lo que se deba hacer, y
me enviarán sus órdenes, que se cumplirán diligentemente con ayuda
de la Santísima Trinidad, de manera que Vuestras Altezas sean
servidos y hayan placer. Deo gratia.
CARTA DEL CUARTO
VIAJE.
Pintura de Cristóbal
Colón a bordo de su nao.
En su calidad de "Virrey y Almirante y Gobernador
General" de las Indias, Cristóbal Colón escribió a los reyes de
España esta carta desde Jamaica, luego de concretar lo que fue su
cuarta travesía por el océano hasta las tierras que había
descubierto. Y fue este el peor de todos sus viajes, pues a los
embates de su salud quebrantada se sumaron los de las inclemencias
del tiempo y los de su tripulación hambrienta y cansada.
Intencionalmente se conservaron algunas usanzas del tiempo en la
escritura.
Serenísimos y muy altos y poderosos Príncipes Rey y Reina, nuestros
Señores:
De Cádiz pasé a Canaria en cuatro días, y de allí a las
Indias en diez y seis días, de donde escribí. Mi intención era dar
prisa a mi viage en cuanto yo tenía los navíos buenos, la gente y
los bastimentos, y que mi derrota era en la Isla de Jamaica; y en la
Isla Dominica escribí esto; hasta allí truje el tiempo a pedir por
la boca. Esa noche que allí entré fue con tormenta, y grande, y me
persiguió después siempre. Cuando llegué sobre la Española invié el
envoltorio de cartas, y a pedir por merced un navío por mis dineros,
porque otro que yo llevaba era innavegable y no sufría velas. Las
cartas tomaron, y sabrán, si se las dieron, la respuesta. Para mi
fue mandarme de parte de ahí que yo no pasase ni llegase a la
tierra; cayó el corazón a la gente que iba conmigo, por temor de los
llevar yo lejos, diciendo que si algún caso de peligro les viniese
que no serían remediados allí, antes les sería hecha alguna grande
afrenta. También a quien plugo dijo el Comendador había de proveer
las tierras que yo ganase. La tormenta era terrible, y en aquella
noche me desmembró los navíos: a cada uno llevó por su cabo sin
esperanzas, salvo de muerte; cada uno de ellos tenía por cierto que
los otros eran perdidos. ¿Quién nació, sin quitar a Job, que no
muriera desesperado, que por mi salvación y la de mi hijo, hermano y
amigos me fuese en tal tiempo defendida la tierra y los puertos que
yo, por la voluntad de Dios, gané a España sudando sangre? Y torno a
los navíos que así me había llevado la tormenta y dejado a mi solo.
Pintura de la nao
Santa María.
Deparómelos nuestro Señor cuando le plugo. El navío Sospechoso había
echado a la mar por escapar hasta la Isla la Gallega; perdió la
barca, y todos, gran parte de los bastimentos; en el que yo iba,
abalumado a maravilla, nuestro Señor le salvó, que no hubo daño de
una paja. En el Sospechoso iba mi hermano; y él, después de Dios,
fue su remedio. Y con esta tormenta, así a gatas me llegué a
Jamaica, allí se mudó de mar alta en calmería y grande corriente, y
me llevó hasta el Jardín de la Reina sin ver tierra. De allí, cuando
pude, navegué a la tierra firme, adonde me salió el viento y la
corriente terrible al opósito; combatí con ellos sesenta días, y, en
fin, no 1e pude ganar más de 70 leguas. En todo este tiempo no entré
en puerto, ni pude, ni me dejó tormenta del cielo, agua y trombones
y relámpagos de continuo, que parecía el fin del mundo. Llegué al
cabo de Gracias a Dios, y de allí me dio nuestro Señor próspero el
viento y la corriente. Esto fue a 12 de setiembre. Ochenta y ocho
días había que no me había dejado espantable tormenta, a tanto que
no vide el sol ni estrellas por mar; que a los navíos tenía yo
abiertos, a las velas
rotas, y perdidas anclas y jarcia, cables, con las barcas y muchos
bastimentos, la gente muy enferma, y todos contritos, y muchos con
promesa de religión, y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas
veces habían llegado a se confesar los unos a los otros.
Otras
tormentas se han visto, mas no durar tanto ni con tanto espanto.
Muchos desmorecieron harto y hartas veces que teníamos por
esforzados. El dolor del hijo que yo tenía allí me arrancaba el
ánima, y más por verle de tan nueva edad, de 15 años, en tanta
fatiga y durar en ello tanto; nuestro Señor le dio tal esfuerzo que
él avivaba a los otros, y en las obras hacía é1 como si hubiera
navegado ochenta años, y él me consolaba. Yo había adolescido y
llegado hartas veces a la muerte. De una camarilla que yo mandé
hacer sobre cubierta, mandaba la vía. Mi hermano estaba en el peor
navío y más peligroso. Gran dolor era el mío, y mayor porque lo
truje contra su grado; porque, por mi dicha, poco me han aprovechado
veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y
peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer
o dormir no tengo, salvo al mesón o taberna, y las más de las veces
falta para pagar el escote. Otra lástima me arrancaba el corazón por
las espaldas, y era de don Diego mi hijo, que yo dejé en España tan
huérfano y desposesionado de mi honra y hacienda; bien que tenía por
cierto que allá, como justos y agradecidos Príncipes, le
restituirían con acrecentamiento en todo.
A lo largo de sus
viajes Colón atesoró muchas riquezas.
Llegué a tierra de Cariay,
adonde me detuve a remediar los navíos y bastimentos y dar aliento a
la gente, que venía muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado
muchas veces a la muerte, allí supe de las minas del oro de la
provincia de Ciamba, que yo buscaba. Dos indios me llevaron a
Carambaru, adonde la gente anda desnuda y lleva al cuello un espejo
de oro; mas no le querían vender ni dar a trueque. Nombráronme
muchos lugares en la costa de la mar adonde decían que había oro y
minas; el postrero era, Veragua, y lejos de allí obra de 25 leguas;
partí con intención de tentarlos a todos, y llegado ya el medio supe
que había minas a dos jornadas de andadura; acordé de enviarlas a
ver víspera de San Simón y Judas, que había de ser la partida; en
esa noche se levantó tanta mar y viento, que fue necesario de correr
hacia adonde él quiso; y el indio adalid de las minas, siempre
conmigo. En todos estos lugares adonde yo había estado hallé verdad
todo lo que yo había oído; esto me certificó que es así de la
provincia de Ciguare, que según ellos es descrita nueve jornadas de
andadura por tierra al Poniente; allí dicen que hay infinito oro, y que traen
corales en las cabezas, manillas a los pies y a los brazos dello, y
bien gordas, y dél sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforran.
También dijeron que las mugeres de allí traían collares colgados de
la cabeza a las espaldas. En esto que yo digo, la gente toda de
estos lugares conciertan en ello, y dicen tanto que yo sería
contento con el diezmo. También todos conocieron la pimienta. En
Ciguare usan tratar en ferias y mercaderías; estas gentes así lo
cuentan, y me mostraban el modo y forma que tienen en la barata.
Otrosí, dicen que sus naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas
y corazas; y andan vestidos, y en la tierra hay caballos y usan la
guerra y traen ricas vestiduras, y tienen buenas cosas. También
dicen que la mar boja a Ciguare, y de allí a 10 jornadas es el río
Gangues. Parece que estas tierras están con Veragua como Tortosa con
Fuenterabia o Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Carambaru y
llegué a esos lugares que dije, hallé la gente en aquel mismo uso,
salvo que los espejos de
oro quien los tenía los daba por tres cascabeles de gavilán por
el uno, bien que pesasen 10 ó 15 ducados de peso. En todos sus usos
son como los de la Española. El
oro cogen con otras
artes, bien que todos son nada con los de los cristianos.
Esto
que yo he dicho es lo que he oído. Lo que yo sé es que el año de 94
navegué en 24° al Poniente en término de nueve horas, y no pudo
haber yerro porque hubo eclipses: el sol estaba en Libra y la luna
en Ariete. También esto que yo supe por palabra habíalo yo sabido
largo por escrito. Tolomeo creyó de haber bien remedado a Marino, y
ahora se halla su escritura bien propincua al cierto. Tolomeo
asienta Catigara a 12 líneas lejos de su Occidente, que él asentó
sobre el cabo de San Vicente, en Portugal, dos grados y un tercio.
Marino en 15 líneas constituyó la tierra y términos. Marino en
Etiopía escribe al Indo la línea equinoccial más de 24°, y ahora que
los portugueses le navegan le hallan cierto. Tolomeo dice que la
tierra más austral es el plazo primero, y que no baja más de 15° y
un tercio. Y el mundo es poco: el enjuto de ello es seis partes; la
séptima solamente cubierta de agua; la experiencia ya está vista, y
la escribí por otras letras y con adornamiento de la Sacra Escritura,
con el sitio del Paraíso terrenal, que la santa Iglesia aprueba;
digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo, y que un
grado equinoccial está 56 millas y dos tercios: pero esto se tocará
con el dedo. Dejo esto, por cuanto no es mi propósito de hablar en
aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajoso viage,
bien que él sea el más noble y provechoso.
Digo
que la víspera de San Simón y Judas corrí donde el viento me
llevaba, sin poder resistirle. En un puerto excusé diez días de gran
fortuna de la mar y del cielo, y allí acordé de no volver atrás a
las minas, y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir mi viage,
lloviendo; llegué a puerto de Bastimentos, adonde entré, y no de
grado: la tormenta y gran corriente me entró allí catorce días; y
después partí, y no con buen tiempo. Cuando yo hube andado 15
leguas, forzosamente me reposó atrás el viento y corriente con
furia; volviendo yo al puerto de donde había salido, fallé en el
camino al Retrete, adonde me retruje con harto peligro y enojo, y
bien fatigado yo y los navíos y la gente; detúveme allí quince días,
que así lo quiso el cruel tiempo; y cuando creí de haber acabado me
hallé de comienzo; allí mudé de sentencia de volver a las minas y
hacer algo hasta que me viniese tiempo para mi viage y marear; y
llegado con 4 leguas, revino la tormenta, y me fatigó tanto a tanto
que ya no sabia de mi parte. Allí se me refrescó del mal la llaga:
nueve días anduve perdido sin esperanza de vida; ojos nunca vieron
la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir
adelante, ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me
detenía en aquella mar hecha sangre, herbiendo como caldera por gran
fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso: un día con la noche
ardió como horno, y así echaba la llama con los rayos, que cada vez
miraba yo si me había llevado los masteles y velas; venían con tanta
furia espantables, que todos creíamos que me habían de fundir los
navíos. En todo este tiempo jamás cesó agua del cielo, y no para
decir que llovía, salvo que resegundaba otro diluvio. La gente
estaba ya tan molida que deseaban la muerte para salir de tantos
martirios. Los navíos ya habían perdido dos veces las barcas,
anclas, cuerdas, y estaban abiertos, sin velas.
Cuando plugo
a nuestro Señor volví a Puerto Gordo, adonde reparé lo mejor que
pude. Volví otra vez hacia Veragua para mi viage, aunque yo no
estuviera para ello. Todavía era el viento y la corriente
contrarios...
Llegué casi adonde antes, y allí me salió otra vez el viento y
corrientes al encuentro, y volví otra vez a1 puerto: que no osé
esperar la oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa
brava, porque las más de las veces trae tempestad o fuerte viento.
Esto fue día de Navidad en horas de misa. Volví otra vez adonde yo
había salido, con harta fatiga, y pasado año nuevo torné a la
porfía: que aunque me hiciera buen tiempo para mi viage, ya tenía
los navíos innavegables y la gente muerta y enferma. Día de la
Epifanía llegué a Veragua, ya sin aliento; allí me deparó nuestro
Señor un río y seguro puerto, bien que a la entrada no tenía salvo
10 palmos de fondo; metíme en él con pena, y el día siguiente
recordó la fortuna: si me falla fuera, no pudiera entrar a causa del
banco. Llovió sin cesar hasta 14 de febrero, que nunca hubo lugar de
entrar en la tierra ni de me remediar en nada; y estando ya seguro,
a 24 de enero, de improviso el río muy alto y fuerte; quebróme las
amarras y proeles, y hubo de llevar los navíos, y cierto los vi en
mayor peligro que nunca. Remedió nuestro Señor, como siempre hizo.
No sé si hubo otro con más martirios. A 6 de febrero, lloviendo,
invié 70 hombres la tierra adentro; y a las 5 leguas hallaron muchas
minas; los indios que iban con ellos los llevaron a un cerro muy
alto, y de allí les mostraron hacia toda parte cuanto los ojos
alcanzaban, diciendo que en toda parte había oro, y que hacia el
Poniente llegaban las minas 20 jornadas, y nombraban las villas y
lugares y adonde había de ello más o menos. Después supe yo que el
Quibian que había dado estos indios les había mandado que fuesen a
mostrar las minas lejos y de otro su contrario; y que adentro de su
pueblo cogían, cuando él quería, un hombre en diez días una mozada
de oro; los indios sus criados, y testigos de esto, traigo conmigo.
Adonde él tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió mi hermano con
esa gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro horas que fue
allá a la estada. La calidad es grande, porque ninguno de estos
jamás había visto minas, y los más, oro. Los más eran gente de la
mar, y casi todos grumetes.
Yo tenía mucho aparejo para edificar y
muchos bastimentos. Asenté pueblo y di muchas dádivas al Quibian,
que allí llaman al Señor de la tierra; y bien sabía que no había de
durar la concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy
importunos, y que aposesionaba en su término; después que él vido
las cosas hechas y el tráfago tan vivo, acordó de las quemar y
matarnos a todos; muy al revés salió su propósito: quedó preso él,
mugeres y hijos y criados; bien que su prisión duró poco: el Quibian
se huyó a un hombre honrado, a quien se había entregado con guarda
de hombres, y los hijos se fueron a un maestre de navío, a quien se
dieron en 61 a buen recaudo. En enero se había cerrado la boca del
río. En abril los navíos estaban todos comidos de broma, y no los
podía sostener sobre agua. En este tiempo hizo el río una canal, por
donde saqué tres dellos vacíos con gran pena. Las barcas volvieron
adentro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no les dejó
salir fuera; los indios fueron muchos y juntos y los combatieron, y
en fin los mataron. Mi hermano y la otra gente toda estaban en un
navío que quedó adentro; yo, muy solo, de fuera, en tan brava costa,
con fuerte fiebre, en tanta fatiga; la esperanza de escapar era
muerta; subí así trabajando lo más alto, llamando a voz temerosa,
llorando, y muy aprisa, los maestros de la guerra de vuestras
Altezas, a todos cuatro los vientos, por socorro; mas nunca me
respondieron. Cansado, me adormecí gimiendo; una voz muy piadosa oí
diciendo: "¡Oh, estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios
de todos! ¿Qué hizo él más por Moysés o por David sus siervos?
Desque naciste, siempre él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te
vido en edad de que él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu
nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas,
te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo, y te dio
poder para ello.
De los atamientos de la mar océana, que estaban
cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste
obedecido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste tan
honrada fama. ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando le sacó
de Egipto? ¿Ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate a
él, y conoce ya tu yerro; su misericordia es infinita; tu vejez no
impedirá a toda cosa grande; muchas heredades tiene él grandísimas.
Abraham pasaba de cien años cuando engendró a Isaac, ¿ni Sara era
moza? Tú llamas por socorro incierto; responde: ¿quién te ha
afligido tanto y tantas veces, Dios o el mundo? Los privilegios y
promesas que da Dios no las quebranta, ni dice después de haber
recibido el servicio que su intención no era ésta y que se entiende
de otra manera, ni da martirios por dar color a la fuerza: él va al
pie de la letra; todo lo que él promete cumple con acrecentamiento:
¿esto es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha hecho por ti y hace
con todos. Ahora medio muestra el galardón de estos afanes y
peligros que has pasado sirviendo a otros". Yo, así amortecido oí
todo; mas no tuve yo respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar
por mis yerros. Acabó él de hablar, quienquiera que fuese, diciendo:
"No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en
piedra mármol, y no sin causa". Levantéme cuando pude; y a1 cabo de
nueve días hizo bonanza, mas no para sacar navíos del río. Recogí la
gente que estaba en tierra, y todo el resto que pude, porque no
bastaban para quedar y para navegar los navíos. Quedara yo a
sostener el pueblo con todos, si vuestras Altezas supieran de ello.
El temor que nunca aportarían allí navíos me determinó a esto, y la
cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se proveerá de todo.
Partí, en nombre de la Santísima Trinidad, la noche de Pascua, con
los navíos podridos, abromados, todos hechos agujeros. Allí en Belén
dejé uno, y hartas cosas. En Belpuerto hice otro tanto. No me
quedaron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y
bastimentos, por haber de pasar 7.000 millas de mar y de agua o
morir en la vía con hijo y hermano y tanta gente. Respondan ahora
los que suelen tachar y reprender, diciendo allá de en salvo: ¿por
qué no hacíais esto allí? Los quisiera yo en esta jornada. Yo bien
creo que otra de otro saber los aguarda: a nuestra fe es ninguna.
Llegué
a 15 de mayo a la provincia de Mago, que parte con aquella del Catayo, y de allí partí para la Española; navegué dos días con buen
tiempo, y después fue contrario. El camino que yo llevaba era para
desechar tanto número de islas, por no me embarazar en los bajos de
ellas. La mar brava me hizo fuerza, y hube volver atrás sin velas;
surgí a una isla adonde de golpe perdí tres anclas, y a la
medianoche, que parecía que el mundo se ensolvía, se rompieron las
amarras al otro navío, y vino sobre mí, que fue maravilla como no
acabamos por hacernos rajas: el ancla, de forma que me quedó, fue
ella, después de nuestro Señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis
días, que ya era bonanza, volví a mi camino; así, ya perdido del
todo de aparejos y con los navíos horadados de gusanos más que un
panal de abejas, y la gente tan acobardada y perdida, pasé algo
adelante de donde yo había llegado denantes; allí me torné a reposar
atrás la fortuna; paré en la misma isla en más seguro puerto; al
cabo de ocho días torné a la vía y llegué a Jamaica en fin de junio,
siempre con vientos punteros, y los navíos en peor estado; con tres
bombas, tinas y calderas no podían, con toda la gente, vencer el
agua que entraba en el navío, ni para este mal de broma hay otra
cura. Cometí el camino para acercarme a lo más cerca de la Española,
que son 28 leguas, y no quisiera haber comenzado. El otro navío
corrió a buscar puerto, casi anegado. Yo porfié la vuelta de la mar
con tormenta. El navío se me anegó, que milagrosamente me trujo
nuestro Señor a tierra. ¿Quién creyera lo que yo aquí escribo? Digo
que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los que fueron
con el almirante lo atestigüen. Si place a vuestras Altezas de me
hacer merced de socorro un navío que pase de 64, con 200 quintales
de bizcocho y algún otro bastimento, bastará para llevarme a mí y a
esta gente a España de la Española. En Jamaica ya dije que no hay 28
leguas a la Española. No fuera yo, bien que los navíos estuvieran
para ello. Ya dije que me fue mandado de parte de vuestras Altezas
que no llegase allá. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe.
Esta carta invío por vía y mano de indios: grande maravilla será si
allá llega. De mi viaje digo: que fueron 150 personas conmigo, en
que hay hartos suficientes para pilotos y grandes marineros: ninguno
puede dar razón cierta por donde fui yo ni vine: la razón es muy
presta.
Tierra Firme
Yo partí de sobre el puerto del Brasil; en la Española no me dejó la
tormenta ir al camino que yo quería; fue por fuerza correr adonde el
viento quiso. En ese día caí yo muy enfermo; ninguno había navegado
hacia aquella parte; cesó el viento y mar dende a ciertos días, y se
mudó la tormenta en calmeria y grandes corrientes. Fui a aportar a
una isla que se dijo de las Bocas, y de allí a tierra firme. Ninguno
puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay razón que abaste;
porque fue ir con corriente sin ver tierra tanto número de días.
Seguí la costa de la tierra firme; ésta se asentó con compás y arte.
Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo o cuándo yo partí
de ella para venir a la Española. Los pilotos creían venir a parar a
la isla de Sanct-Joan; y fuera en tierra de Mango, 400 leguas más al
Poniente de adonde decían. Respondan, si saben, adónde es el sitio
de Veragua. Digo que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo que
fueron a unas tierras adonde hay mucho oro, y certificarlo; mas para
volver a ella, el camino tienen ignoto: sería necesario para ir a
ella descubrirla como de primero. Una cuenta hay y razón de
astrología, y cierta: quien la entiende esto le abasta. A visión
profética se asemeja esto. Las naos de las Indias, si no navegan
salvo a popa no es por la mala hechura ni por ser fuertes; las
grandes corrientes que allí vienen, juntamente con el viento, hacen
que nadie porfíe con bolina, porque en un día perderían lo que
hubiesen ganado en siete; ni saco carabela aunque sea latina
portuguesa. Esta razón hace que no naveguen, salvo con colla, y por
esperarle se detienen a las veces seis y ocho meses en puerto; ni es
maravilla, pues que en España muchas veces acaece otro tanto. La
gente de que escribe Papa Pío, según el sitio y señas, se ha
hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro, ni es
maravilla, porque allí las tierras de la costa de la mar no
requieren, salvo pescadores, ni yo me detuve porque andaba a prisa.
Sacrificios humanos en
las ceremonias religiosas aztecas.
En
Cariay, y en esas tierras de su comarca son grandes hechiceros y muy
medrosos. Dieran el mundo porque no me detuviera allí una hora.
Cuando llegué allí, luego me inviaron dos muchachas muy ataviadas;
la más vieja no sería de once años, y la otra de siete; ambas con
tanta desenvoltura, que no serían más unas putas; traían polvos de
hechizos escondidos; en llegando las mandé adornar de nuestras cosas
y las invié luego a tierra; allí vide una sepultura en el monte,
grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto y mirando en
ella. De otras artes me dijeron y más excelentes. Animalias menudas
y grandes hay hartas y muy diversas de las muestras. Dos puercos
hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un
ballestero había herido una animalia, que se parece a gato paul,
salvo que es mucho más grande y el rostro de hombre: teníale
atravesado con una saeta desde los pechos a la cola, y porque era
feroz le hubo de cortar un brazo y una pierna; el puerco, en
viéndole, se le encrespó y se fue huyendo; yo cuando esto vi mandé
echarle begare, que así se llama adonde estaba; en llegando a él,
así estando a la muerte y la saeta siempre en el cuerpo, le echó la
cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con la mano que le
quedaba le arrebató por el copete como a enemigo. El auto tan nuevo
y hermosa montería me hizo escribir esto. De muchas maneras de
animalias se hubo, mas todas mueren de barra. Gallinas muy grandes,
con la pluma como lana, vide hartas. Leones, ciervos, corzos, otro
tanto, y así aves. Cuando yo andaba por aquella mar en fatiga, en
algunos se puso herejía que estábamos hechizados, que hoy día están
en ello. Otra gente que hallé que comían hombres: la deformidad de
su gesto lo dice. Allí dicen que hay grandes mineros de cobre;
hachas de ello, otras cosas labradas, fundidas, soldados hube, y
fraguas con todo su aparejo de platero y los crisoles. Allí van
vestidos, y en aquella provincia vide sábanas grandes de algodón,
labradas de muy sotiles labores; otras pintadas muy sutilmente a
colores con pinceles. Dicen que en la tierra adentro hacia el Catayo
las hay tejidas de oro. De todas estas tierras y de lo que hay en
ellas, falta de lengua, no se saben tan presto. Los pueblos, bien
que sean espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto
que no se entienden los unos con los otros más que nos con los de
Arabia.
Diosa maya.
Yo creo que esto sea en esta gente salvage de la costa de la
mar, mas no en la tierra adentro. Cuando yo descubrí las Indias dije
que era el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro,
perlas, piedras preciosas, especerías, con los tratos y ferias, y
porque no pareció todo tan presto fui escandalizado. Este castigo me
hace agora que no diga salvo lo que yo oigo de los naturales de la
tierra. De una oso decir, por que hay tantos testigos, y es que yo
vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días
primeros que en la Española en cuatro años, y que las tierras de la
comarca no pueden ser más hermosas ni más labradas, ni la gente más
cobarde, y buen puerto, y hermoso río, y defensible al mundo. Todo
esto es seguridad de los cristianos y certeza de señorío, con grande
esperanza de la honra y acrecentamiento de la religión cristiana; y
el camino allí sería tan breve como a la Española, porque ha de ser
con viento. Tan señores son vuestras Altezas de esto como de Jerez o
Toledo: sus navíos que fueren allí van a su casa.
Oro
De allí sacarán oro; en otras tierras, para haber de lo que hay en
ellas, conviene que se lo lleven, o se volverán vacíos, y en la
tierra es necesario que fíen sus personas de un salvage. Del otro
que yo dejo de decir, ya dije por qué me encerré; no digo así, ni
que yo me afirme en el tres doble en todo lo que yo haya jamás dicho
ni escrito, y que yo estó a la fuente, genoveses, venecianos y toda
gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor,
todas las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir
en oro: el oro es excelentísimo, del oro se hace tesoro, y con él,
quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa
las ánimas al Paraíso. Los señores de aquellas tierras de la comarca
de Veragua, cuando mueren entierran el oro que tienen con el cuerpo,
así lo dicen: a Salomón llevaron de un camino 666 quintales de oro,
allende lo que llevaron los mercaderes y marineros, y allende lo que
se pagó en Arabia. De este oro hizo 200 lanzas y 500 escudos, y hizo
el tablado que había de estar arriba dellas de oro y adornado de
piedras preciosas, e hizo otras muchas cosas de oro, y vasos muchos
y muy grandes y ricos de piedras preciosas. Josefo, en su crónica De
antiquitatibus lo escribe. En el Paralipómenon y en el libro de los
Reyes se cuenta de esto. Josefo quiere que este oro se hubiese en la
Aurea; si así fuese digo que aquellas minas de la Aurea son unas y
se convienen con estas de Veragua, que, como yo dije arriba, se
alarga al Poniente 20 jornadas, y son en una distancia lejos del
polo y de la línea. Salomón compró todo aquello, oro, piedras y
plata y allí le pueden mandar a coger si les place. David dejó en su
testamento 3.000 quintales de oro de las Indias a Salomón para ayuda
de edificar el templo, y según Josefo era el destas mismas tierras.
Hierusalem y el monte Sión ha de ser reedificado por manos de
cristianos: quién ha de ser, Dios, por boca del Profeta, en el
décimo cuarto salmo lo dice. El Abad Joaquín dijo que éste había de
salir de España. San Jerónimo a la santa muger le mostró el camino
para ello. El Emperador del Catayo ha días que mandó sabios que le
enseñen en la fe de Cristo. ¿Quién será que se ofrezca a esto? Si
nuestro Señor me lleva a España, yo me obligo de llevarle, con el
nombre de Dios, en salvo. Esta gente que vino conmigo han pasado
increíbles peligros y trabajos.
Suplico a V. A., porque son pobres,
que les mande pagar para luego, y les haga mercedes a cada uno según
la calidad de la persona, que les certifico que a mi creer les traer
las mejores nuevas que nunca fueron a España. El oro que tiene el Quibian de Veragua y los otros de la comarca, bien que según
información él sea mucho, no me pareció bien ni servicio de Vuestras
Altezas tomarlo por vía de robo: la buena orden evitará escándalo y
mala fama y hará que todo ello venga al tesoro que no quede un
grano. Con un mes de buen tiempo yo acabara todo mi viage; por falta
de los navíos no porfié a esperarle para tornar a ello, y para toda
cosa de su servicio espero en aquel que me hizo y estaré bueno. Yo
creo que V. A. se acordará que yo quería mandar hacer los navíos de
nueva manera: la brevedad del tiempo no dio lugar a ello, y cierto
yo había caído en lo que cumplía.
Yo
tengo en más esta negociación y minas con esta escala y señorío que
todo lo otro que está hecho en las Indias. No es este hijo para dar
a criar a madrastra. De la Española, de Paria y de las otras tierras
no me acuerdo de ellas, que yo no llore; creía yo que el ejemplo
dellas hubiese de ser por estotras al contrario; ellas están boca
abajo, bien que no mueren; la enfermedad es incurable, o muy larga;
quien las llegó a esto venga agora con el remedio, si puede o sabe;
al descomponer, cada uno es maestro. Las gracias y el
acrecentamiento siempre fue uso de darlas a quien puso su cuerpo a
peligro. No es razón que quien ha sido tan contrario a esta
negociación le goce, ni sus hijos. Los que se fueron de las Indias
huyeron los trabajos y diciendo mal dellas y de mí volvieron con
cargos; así se ordenaba agora en Veragua: malo ejemplo, y sin
provecho del negocio y para la justicia del mundo; este temor con
otros casos hartos que yo veía claro, me hizo suplicar a V. A. antes
que yo viniese a descubrir esas islas y tierra firme que me las
dejasen gobernar en su Real nombre; plúgoles; fué por privilegio y
asiento y con sello y juramento, y me intitularon de Virrey y
Almirante y Gobernador general de todo, y señalaron el término sobre
las islas de los Azores 100 leguas, y aquéllas del Cabo Verde por
línea que pasa de polo a polo, y desto y de todo que más se
descubriese, y me dieron poder largo; la escritura, a más,
largamente lo dice.
Carta de Cristóbal
Colón
El
otro negocio famosísimo está con los brazos abiertos llamando;
extrangero ha sido hasta ahora. Siete años estuve yo en su Real
corte, que a cuantos se habló de esta empresa todos a una dijeron
que era burla: ahora, hasta los sastres suplican por descubrir. Es
de creer que van a saltear, y se les otorga, que cobran con mucho
perjuicio de mi honra y tanto daño del negocio. Bueno es de dar a
Dios lo suyo y aceptar lo que le pertenece. Esta es justa sentencia,
y de justo. Las tierras que acá obedecen a V. A. son más que todas
las otras de cristianos, y ricas. Después que yo, por voluntad
divina, las hube puestas debajo de su Real y alto señorío y en filo
para haber grandísima renta, de improviso, esperando navíos para
venir a su alto conspecto con victoria y grandes nuevas del oro, muy
seguro y alegre, fui preso y echado con dos hermanos en un navío,
cargados de hierros, desnudo en cuerpo, con muy mal tratamiento, sin
ser llamado ni vencido por justicia: ¿quién creerá que un pobre
extrangero se hubiese de alzar en tal lugar contra V. A. sin causa
ni sin brazo de otro Príncipe, y estando solo entre sus vasallos y
naturales, y teniendo todos mis hijos en su Real corte? Yo vine a
servir de 28 años, y ahora no tengo cabello en mi persona que no sea
cano, y el cuerpo enfermo, y gastado cuanto me quedó de aquéllos, y
me fue tomado y vendido, y a mis hermanos hasta el sayo, sin ser
oído ni visto, con gran deshonor mío.
Es de creer que esto no se
hizo por su Real mandado. La restitución de mi honra y daños, y el
castigo en quien lo hizo, hará sonar su Real nobleza; y otro tanto
en quien me robó las perlas, y de quien ha hecho daño en ese almirantado. Grandísima virtud, fama con ejemplo será si hacen de
vuestras Altezas de agradecidos y justos Príncipes. La intención tan
sana que yo siempre tuve al servicio de vuestras Altezas, y la
afrenta tan desigual, no da lugar al ánima que calle, bien que yo
quiera: suplico a vuestras Altezas me perdonen.
Yo
estoy tan perdido como dije: yo he llorado hasta aquí a otros: haya
misericordia ahora el cielo y llore por mí la tierra. En el
temporal, no tengo solamente una blanca para el oferta; en el
espiritual, he parado aquí en las Indias de la forma que está dicho:
aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte, y
cercado de un cuento de salvages y llenos de crueldad y enemigos
nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa
Iglesia, que se olvidará desta ánima si se aparta acá del cuerpo.
Llore por mi quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este
viage a navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto, porque
estaba ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine a V. A. con
sana intención y buen celo, y no miento. Suplico humildemente a V.
A. que, si a Dios place de sacarme de aquí, que haya por bien mi ida
a Roma y otras romerías. Cuya vida y alto estado la Santa Trinidad
guarde y acresciente.
Detalle de una moneda
conmemorativa del Descubrimiento.
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