1.- EXPLOTACIÓN
TURÍSTICA Y SEÑAS DE IDENTIDAD.
Una de las señas de identidad de la
provincia de Almería ha sido, desde hace décadas, el traje típico que utilizaban las mujeres de Mojácar.
Factores externos contribuyeron a falsear los registros de costumbres y
tradiciones que le eran propios. La explotación como zona turística a la
que fue sometido durante la década de los años sesenta,
forzó a sus habitantes a integrarse en un contexto
escénico concebido para el consumo de las agencias de viajes
extranjeras. La llegada de gentes y negocios foráneos fue
de tal envergadura, que tanto la estructura urbana como
la de sus pobladores se vio alterada de forma
traumática. La obligada adaptación
a la que tuvo que someterse la población mojaquera sesgó,
tal vez de
forma irreversible, la mayor parte de su legado
histórico y costumbrista.
Mójacar a
principios del siglo XX (izquierda) y en el año 2009
Buscando espectacularidad para ofertar
diversión y entretenimiento a los visitantes
extranjeros, se inició un proceso de deterioro que
aceptó desde el principio renunciar a su propia
personalidad cultural y étnica, en aras de
sensacionalismos economicistas. La influencia de otras
regiones andaluzas y levantinas produjeron
modificaciones a la sevillana, que incorporaron flores
en el pelo, vestidos de faralaes, etc. La moda
importada del Levante trajo disfraces
carnavalescos en las fiestas de moros y cristianos,
pasacalles con carrozas, música y otras nuevas formas
que nada tenían que ver con la identidad mojaquera.
La invasión fue tan agresiva y con tanto apoyo por
parte de las autoridades de la época, que a nivel
popular apenas
pudo fraguarse una reacción de protección y defensa.
Mujeres con el
traje típico de tapadas. Mójacar a principios del
siglo XX.
La
sobriedad del peinado mojaquero se vio alterada con peinetas y otros adornos,
absolutamente ajenos a su tradición. Algo parecido
sucede con las típicas alpargatas, que fueron
sustituidas por otro calzado más actual, debido
seguramente a la falta de artesanos que
supieran elaborar las auténticas. Lo mismo ocurre con la
ropa interior, sobre la que se colocaba el vestido. Tal
es el caso de las enaguas plisadas, que por la
complejidad de la realización, su uso ha
desaparecido prácticamente. En ese sentido, las
autoridades no supieron potenciar la artesanía
local, que hubiera sido otra fuente de ingresos, pero
esta vez en armonía con las verdaderas tradiciones
históricas y antropológicas locales.
1
2
POSTALES DE TRAJES
TÍPICOS DE ALMERÍA
1.- Siglo XIX:
Sobriedad y elegancia
2.- Mediados del
siglo XX: Influencia sevillana durante la explosión
turística.
Aguadoras de
Mojácar
Foto:
José Ortiz Echague. 1953
En Mojácar existían dos formas diferenciadas en el atuendo femenino. Por una parte
tendríamos el empleado para el uso cotidiano y por otro,
el que se utilizaba en ocasiones especiales o festivas.
Ambos terminarán mezclándose durante los años sesenta,
época en la que se vivió la
explotación turística de la zona. En ese periodo, muchas de las costumbres
de las gentes de esta tierra cambiaron
drásticamente, desvinculándose
de sus auténticas raíces. Las populares fiestas de Moros y
Cristianos son reflejo de estos cambios, estrechamente
vinculados a la imagen turística que se pretendía dar. Estaban concebidas para espectadores ajenos
y desconocedores de las verdaderas
tradiciones del lugar, que llegaban a España buscando sol y
atraídos por formas exóticas de su folklore.
A tal grado llegó ese extremo
repoblacionista, que según relata Ric Polansky (se
autodefine como escritor, viajero y fotógrafo), hermano
del promotor urbanístico de Mojácar, Paul Jay Polansky,
en los años cincuenta, su alcalde Jacinto Alarcón,
convencido por el pianista colombiano Enrique Arias,
ofrecía parcelas gratis a diplomáticos y banqueros y a
todo aquel que restaurara una casa derruida del pueblo.
Daba toda clase de facilidades a intelectuales, artistas
y toda suerte de bohemios con poder adquisitivo que
quisieran instalarse allí. Las urbanizaciones y los
grandes hoteles no tardaron en hacer su aparición,
con las consecuencias paisajísticas y etnográficas que
esta colonización y especulación inmobiliaria trajo
consigo.
En
la primera fotografía, imagen de Mojácar en los años
sesenta, anterior a la realización del "sueño de
Polansky"
2.- ORIGEN Y
CONTROVERSIA: EL TRAJE REGIONAL DE LA MUJER MOJAQUERA
Una de las muchas alteraciones que se
produjeron en esos años afectó a las escenificaciones
de moros y cristianos que tenía lugar en el pueblo.
Estas
evolucionaron (o involucionaron, según quiera
interpretarse) a expresiones carnavalescas, en las que
se ponen en escena cuadros de bandoleros, estampas
goyescas, incluso desfiles a la usanza alicantina. Se llegan a interpretar piezas musicales como el
pasodoble Paquito el Chocolatero.
Víctima también de estos
embates de populismo, el traje regional sufrirá
cambios importantes. Una de las que más controversia a
suscitado entre los estudiosos del tema es el del
pañuelo de las famosas tapadas. Este pasará a
entenderse como parte del atuendo típico, cuando en su
origen era un elemento que solamente se utilizaba en el
vestir cotidiano. En ningún caso formaba parte del
utilizado en ocasiones festivas.
Hasta principios del siglo XX, la forma
especial de cubrir el rostro a medio ojo con el pañuelo en la cabeza era lo que
distinguía a las mojaqueras del resto de las mujeres de
la región. Se trataba de un anacronismo local, pues en
otros lugares de la comarca la mujer no estaba obligada a tapar su
rostro como muestra de decoro. Por lo demás, el vestido de laborar era
similar al de Turre, Vera, Cuevas del Almanzora, o los
de otros puntos del Levante almeriense. Antiguos viajeros y antropólogos
interesados en este tema, se han preocupado de
transmitirnos sus impresiones sobre el particular.
T´Serstevens, citado por Moldenhauer, escribe:
“En seguida nos emocionó el carácter
particularmente único de su población. Parece compuesta
exclusivamente de mujeres y de niños, de mujeres
mayormente. Todas de tipo berberisco, afinadas por el
contacto latino, aunque, sin ninguna excepción tanto las
ancianas como las jóvenes llevan el pañuelo o mantón.
Las mujeres casadas llevan uno negro igual que su
vestido,
de casimir muy suave y sedoso, doblado con dos puntas
triangulares, una más corta que la otra, puesto sobre la
cabeza sobresaliendo de la frente, de tal modo que
sombrea y protege la cara del sol. Los dos puntales del
pañuelo llegan hasta las rodillas y ondean sueltos.
Pero
en seguida que una mujer ve a un hombre, se lleva una
punta del pañuelo hasta taparse parte de la nariz y de
la boca, exactamente como lo hacen en las calles de Fez
o Marrakeck.
Las muchachas llevan un pañuelo más pequeño,
de un
precioso, color aurora, salpicado de florecitas rosas
y
azules, como si fuera de tela ligera de cotonada.
Se lo ponen del mismo modo que las mujeres casadas pero
nunca se tapan la cara.
Por lo demás, van vestidas como el resto
de las españolas, blusa de algodón y faldas largas de
pliegues que se ensanchan hasta media pierna. En
cualquier ocupación que tengan las mujeres nunca se
quitan el mantón o pañuelo, ni para ir de compras, ni
para ir por agua, ni tampoco cuando van a lavar a la
fuente. Sólo se lo quitan en su casa si la puerta está
cerrada. Cuando las hemos visto reunidas en una
habitación hablan con soltura, pero siguen portando el
pañuelo sobre la cabeza. Cuando van a la iglesia,
asimismo llevan todas, aún las muchachas, el pañuelo
negro”.
El pañuelo negro,
con el tiempo, quedó sólo para el uso de mujeres
casadas.
|
Esta descripción coincide con la de
Manuel Comba (Trajes
regionales españoles):
“En Mojácar
-ciudad de grandes sacrificios, ya que
parte del año quédanse aislados por inundar el mar las
comunicaciones, y que se compone de altas rocas, calles
increíblemente estrechas e inclinadas, restos de
murallas y castillo de grandes recuerdos
conservan
jóvenes y viejas su buen chal o mantón negro si son
casadas, y su traje de un cachemir o merino fino y
flexible con flecos largos doblado en dos partes, una
más corta que la otra y muy echado hacia delante,
dándoles una sombra perfecta que cual marco barroco
encuadra
sus rostros.
Las dos puntas llegan hasta la rodilla mientras no
encuentren a ningún hombre, ya que en este caso se
cubren con una de las puntas el rostro, tapándolo casi
por completo al estilo de los mantos «de medio ojo», que
tan de moda estuvieron durante el siglo de oro y de los
cuales nos hablan los poetas de esa época.
Las jovencitas usan a diario mantos o pañuelos con
florecillas estampadas o bordadas, llevando cogido con
los dientes uno de los extremos de estos,
estos mantos los llevan incluso hasta dentro de las
casa. Hacen alarde de portar los cántaros en la cabeza
con gran equilibrio”.
|
Muchos quieren ver en el pañuelo mojaquero reminiscencias de costumbres castellanas que
se extendieron por toda Europa y en la América Colonial,
durante los siglos XVI al XIX. Por
el contrario, hay quienes proponen influencias del norte africano
(T´Serstevens) o
tradiciones árabes medievales y renacentistas. En este
último caso tendría mucho que ver la forma de
interpretar estos autores las
beneficiosas capitulaciones que obtuvo el alcalde de Mojácar de los Reyes Católicos, cuando sometió sin
presentar batalla, esta villa al recién conquistado
Reino de Granada. Por estos acuerdos se permitió
continuar con tradiciones árabes durante algún tiempo.
Sin embargo,
luego
serían fuertemente reprimidas, hasta llegar a la
expulsión de los moriscos. Expulsión, que en las tierras
de Almería, fue especialmente dramática. Cualquier
aspecto que recordara a los vencidos era perseguido y
castigado con inusitada crueldad.
Tapadas
en la alameda. Pintura de Mauricio Rugendas.
Tapada
limeña (siglo XIX). Fotografía tomada en el estudio
de Courret Hermanos.
El argumento de la influencia morisca,
con raíces en época medieval, deja de tener sentido si
consideramos la dura represión que siguió a las aludidas
capitulaciones. Como tampoco lo tiene la norteafricana,
dada la fuerte cristianización y control de costumbres
por parte de la Iglesia católica en la provincia, sobre
todo en el medio rural y campesino.
Los que sostienen el origen árabe del
pañuelo aluden también a la formación de matrimonios mixtos
entre moriscas y los nuevos repobladores, castellanos y
levantinos, afirmando que éstos respetarían esas
costumbres de sus mujeres. Los soldados cristianos que
decidieran asentarse en esas tierras tomarían esposas
sarracenas, naturales de Mojácar. Volvemos a recordar
aquí la fuerte represión que sufrió la
población por utilizar ese tipo de atuendo.
Tapadas
durante la representación del auto sacramental
El Huertecico de la Virgen
Semana Santa
en Cabo de Gata (Almería). Año 2007
La costumbre
de cubrir el rostro se ha producido a
los largo de toda la historia de la moda femenina y no
exclusivamente en el Islam. Incluso los
hombres solían taparse la cara con su capa, embozando
su identidad. El notable suceso del motín de Esquilache
tuvo mucho que ver con el intento de modernizar tales
usos.
Las Civijadas
de Véjer.
Obra de
Francisco Prieto Sánchez
Por nuestra parte, queremos decir que con la información
que tenemos hasta el momento, resulta difícil
establecer el origen y la pervivencia del pañuelo mojaquero. Como se ha
visto, ha sido una prenda que se ha utilizado por las
mujeres para tapar el rostro a lo largo del tiempo, en
muchos lugares y en distintas geografías. Las claves
para entender su continuidad podrían interpretarse desde
la función sociológica a la que obedeciera. Costumbres
morales o religiosas, fuertemente arraigadas en la
psicología colectiva de ese pueblo, pueden estar en el
fondo de la cuestión.
Mojaqueras
fotografiadas frente a la puerta antigua de la ciudad.
Año 1970
3.- DESCRIPCIÓN DEL
TRAJE
Existía en Mojácar una tradición
relacionada con la elaboración de ropas, tanto para el
ajuar doméstico consistente en sábanas y manteles, como
en vestuario para hombres y mujeres. En el caso de los
vestidos femeninos, las enaguas y sayones se cosían con
el máximo esmero, dotándolos de complejos plisados,
puntillas de encaje y bordados con diferentes motivos.
El traje de la mujer mojaquera constaba de los
siguientes elementos: enaguas, la falda o refajo, el
delantal, la faltriquera, la blusa, el corpiño, el
mantón, el pañuelo, el calzado y las distintas
joyas que servían de adorno a la mujer, como pendientes,
collares.
Los vestidos
femeninos tenían encajes muy elaborados.
· LAS ENAGUAS
Eran casi siempre de color blanco,
pero también había de distintos tejidos y colores
estampados. Tenían como característica ser muy rizadas
en su cintura, con el propósito
de dar más volumen a las faldas. Estaban adornadas con
bordados y encajes muy elaborados.
· LA FALDA O REFAJO
Se colocaba
sobre las enaguas. Solía tener fondo oscuro, de
tonalidades fuertes, casi
siempre en negro, azul marino o granate. Podían ser
también de rayas horizontales de diversos colores. Se adornaba en
los bordes, siguiendo el dibujo paralelo al dobladillo.
El tejido era de lana, fabricado en los
telares del pueblo. De lana eran también sus bordados,
que podían seguir un diseño de bandas o bien motivos
floreados, según la moda del momento. Se
colocaba anudado a la cintura debajo del corpiño, que
sujetaba el plisado recogido en la cinturilla de la
falda. Tenía una largura que cubría hasta un poco más
arriba del tobillo. Era frecuente la imitación del arco
iris en bandas paralelas de muchos colores. Con el
tiempo, por el peso y la gran cantidad de tela que
suponía su costura, se empezaron a hacer rizados a
semejanza de otros trajes regionales almerienses.
En la vestimenta
original eran tres las faldas o refajos que se ponían, una
sobre otra, siendo
las dos primeras más sencillas. En la tercera
desplegaban todos los
detalles pensados para el lucimiento del traje. Ejemplo
de esta superposición de refajos lo encontramos también
en el pueblo de Nazaré (Portugal), donde sus mujeres
suelen vestir con las famosas siete faldas.
Refajo típico de
Almería.
Bordados en lana
sobre tejido de algodón.
Traje típico de
Nazaré (Portugal) y sus famosas siete faldas.
·
EL DELANTAL
Iba
sobre el refajo principal exterior. Era de tonos claros, cubriendo
toda la parte delantera y rodeando media cintura. El
largo llegaba prácticamente hasta el dobladillo de la
falda, quedando a pocos centímetros del mismo. En
ocasiones, la moda modificaba este detalle, acortándolo
en algunos centímetros. Se adornaba con bordados
hechos al deshilado y no solía llevar bolsillos.
Remataba en su borde inferior con grandes puntillas de
encaje.
Pareja de
mojaqueros y tapada con faltriquera bajo el
delantal.
· LA
FALTRIQUERA suplía la ausencia de bolsillos. Consistía en
un bolso plano con abertura horizontal o vertical, dotado de cintas cosidas en los extremos de su parte superior, con
las que se sujetaban a al cintura. Se llevaban entre el
delantal y la falda; es decir, por encima de la falda y
debajo del delantal. Eran
una especie de bolsillo independiente al traje. Las
que servían para vestidos de fiesta se elaboraban con mucho
esmero, bordando en ellas motivos de colores, adornándolas con botones o puntillas, según el gusto de
la mujer que tuviera que lucirlo.
VARIANTES DE LAS FALDAS TÍPICAS DE ALMERÍA
PULSAR
LAS IMÁGENES PARA AMPLIARLAS
|
LA
BLUSA
Era de
fino algodón blanco o de batista, con cuello cerrado a
la caja, botonadura delantera, mangas de farol a la
altura del codo en verano y largas en invierno.
Estaban bordadas o incrustadas de encajes. Sobre ella se
colocaba el corpiño.
Grupo de mujeres
con el traje típico de Almería, compuesto por refajos,
corpiños y pañuelos.
El de la mujer
mojaquera se asemejaba a éstos, añadiéndose la
característica del pañuelo de tapadas.
EL
CORPIÑO
De
color oscuro casi siempre, preferentemente negro. No
obstante, podían elegirse para su confección telas de
seda, terciopelo o de damasco de diferentes colores o
estampados. Tenía un engrosamiento llamado morcilla
al
que se sujetaba la pesada falda, que estaba concebida
especialmente con este propósito. Para otros
observadores, la morcilla no tenía la función de
sujetar la falda, sino la de aparentar estar más obesa,
lo que era interpretado como signo de opulencia.
Diseñado a forma de chaquetilla, los de invierno eran de
manga larga con vistosas botonaduras en los puños,
siendo los de verano de manga corta a la sisa y
recorte de cuello por encima del pecho. Cerraba por
delante con un cordón que unía las dos partes, cruzando
en X y anudándose en lazo por encima del
delantal.
· EL MANTÓN
Semejante a los de Manila, se llevaba sobre el corpiño,
siendo de seda o tejidos finos con bordados en colores.
Se cruzaba sobre
el pecho y se anudaba a la espalda o se recogía en el
corpiño. Era incompatible con el pañuelo de uso diario,
que estaba absolutamente descartado en los trajes de
fiesta.
·
EL PAÑUELO
Ha sido la prenda
que más a influido en la fama del traje típico mojaquero no se empelaba en el atuendo
de gala. Era usado solamente en los días de faenar,
formando parte del atuendo cotidiano. De forma cuadrada, se
llevaba sobre la cabeza doblado en diagonal y llegaba
hasta las rodillas. Colocado de forma ligeramente
asimétrica, uno se sus extremos quedaba un poco más
corto que el otro, siendo el largo el que se cruzaba
sobre el rostro. No solía llevar flecos ni sujetarse con
el delantal, como vemos ahora en algunas fotografías
contemporáneas, sino que se caía suelto por encima del
mismo.
Esto permitía mayor movilidad en los brazos o
cruzarlo
sobre el pecho, facilitando mayor
protección y recogimiento.
El pañuelo es la
prenda que más controversias suscita entre los
estudiosos del traje típico mojaquero.
Era de diferentes
tonalidades siempre en su gama más clara, excepto en las
mujeres que guardaban luto. El amarillo no era en ningún
caso un tono obligado por la costumbre como ahora se
pretende hacer creer. Existía cierta preferencia por las
gamas doradas o de color tierra en tonos pastel,
ya que resultaban cómodas y armoniosas a la hora
de combinarlas con
los colores de los sayales, resultando más favorecedoras
para el rostro femenino. No obstante, cada mujer
utilizaba, en liso o en estampado, los tonos y diseños
que más le gustaba. Eran también los más sufridas para
el roce y el desgaste de las tareas domesticas y
campesinas. Podían ser estampados, pero sin determinar
el motivo del dibujo.
El de las casadas, casi
siempre era negro, pero sin que esto se debiera a su
estado de desposadas. La razón estaba en que a esa edad,
era frecuente que ya se guardara luto por algún miembro
de la familia. Se solía decir en tierras almerienses que
cuando una mujer entraba en un luto, difícilmente se
quitaba ya
las ropas negras a lo largo de su vida. Los periodos de
duelo se guardaban durante muchos años, y
era raro que
una vez alcanzada cierta edad, no se produjeran con tal
frecuencia que justificara la continuidad de su uso.
Pero ni casadas ni solteras llevaban pañuelo negro si no
se daba la situación descrita.
También se ha dicho que
cada vez que salían a la calle, asistían a un acto
público o se cruzaban con un hombre, se tapaban el
rostro con el pañuelo. Eso dista mucho de ser cierto. No
existía ninguna razón para hacerlo, ya que cuando lucían
el traje de gala esa ocultación no se hacía. Solamente
las mujeres de más edad, y siguiendo la costumbre de las
embozadas de épocas anteriores, lo hacían
voluntariamente, apegadas a la tradición. La asociación
de este hecho de ocultación no se puede vincular, en
ningún caso, a la utilidad del velo musulmán.
El traje regional de
gala de las mujeres mojaqueras apenas se
diferenciaba de otros de la provincia, tal y como ha
quedado demostrado en textos y fotografías. Sin embargo,
la peculiaridad del pañuelo con el que ocultaban su
rostro les dio una identidad particular y propia. Según
cuenta Moldenhauer, el pañuelo de uso diario se incluyó
en el traje de fiesta debido a la insistencia de los
turistas a la hora de fotografiar esta singular
costumbre. Los posados se hacían con el cántaro y el
pañuelo de las tapadas
a petición sobre todo de los visitantes extranjeros, contribuyendo
así a fijar
esta imagen como estereotipo para el mundo exterior.
Investigando documentos
y fotografías, o a través de testimonios de las gentes
de la región, hemos podido constatar que la forma de
cubrir el rostro en diagonal también era costumbre en
pueblos como
Cuevas del Almanzora, Turre o Vera, incluso a
principios del siglo XX. Documentos gráficos (retratos,
pinturas y dibujos) dan prueba de esta afirmación,
como queda demostrado en las fotografías que incluimos
en este artículo de las mujeres en la plaza de Vera o en
la Puerta de Purchena de la capital.
Puerta de Purchena
en la capital almeriense y Plaza Mayor del pueblo de
Veral (Almería).
El pañuelo negro y
la costumbre de cubrirse el rostro con él era también
costumbre en otros lugares de Almería.
Atribuimos, pues, esta
característica de las mojaqueras a un atraso en modas,
usos y costumbres de ese pueblo. Cuando en el resto de
las comarcas vecinas, las mujeres ya se habían liberado
de esas formas de recato, en Mojácar se mantuvo la
tradición dando lugar a ese anacronismo pintoresco que
tanto llamó la atención de los forasteros. Por lo tanto, no
creemos que en la actualidad pueda afirmarse con
rotundidad que el origen de las tapadas de Mojácar se
deba a pervivencias de tradiciones moriscas. Más bien
opinamos que se debe a un anacronismo de la moda en esa
localidad, motivado por su aislamiento del resto de la
comarca al que se veía sometido y su fuerte arraigo a
tradiciones conservadoras, poco abiertas al cambio y la
modernización.
·
EL CALZADO
A
diferencia de lo que opina Moldenhauer,
no consistía necesariamente en
la típica alpargata o esparteña campesina, hecha con
suela de cáñamo o esparto y cintas cruzadas
que se anudan a media pierna. Una vez más tenemos que
recordar la mezcla de elementos que se produjo entre los
atuendos festivos y cotidianos. Las alpargatas
pertenecerían al que se llevaba para faenar. En bodas,
ceremonias religiosas y otros eventos de importancia, la
población femenina de las familias acomodadas llevaban medias con
zapatos forrados en tela y adornados con lazos.
Por otra parte,
las alpargatas no resultaban adecuadas para utilizarlas
los días de
invierno en actos públicos como pudieran ser los
colectivos religiosos que se
celebraban en Navidad. Quienes se lo podían permitir las descartaban
como calzado. Entre las clases más humildes, se hacía un
esfuerzo económico por emplear zapatos, que en
muchísimas ocasiones se heredaban. Eran de esparto o
cáñamo, pudiendo ser la parte superior de ese mismo
material o de tela. Tanto en un caso como en otro, se
colocaban adornos, lo que podía hacer de ellas objetos
relativamente valiosos. Se fijaban a la pierna con
cordones, que podían ser de distintos colores, siendo
el rojo y el negro los preferidos. Por lo tanto,
insistimos en el hecho
de que el traje típico de mojaquera, utilizado en
fiestas de importancia podía lucirse también con
zapatos, exactamente igual que en otros lugares de la
provincia de Almería.
· LAS MEDIAS
Eran casi siempre de
color banco, y su tejido podía ser liso o de encajes,
según los gustos del momento y el poder adquisitivo de
quienes las lucían.
· EL
PEINADO
Consistía en un moño de picaporte, que para Moldenhauer constituye
una herencia mora que conserva este traje. Disentimos de este
investigador, considerando que esta forma de recogido
del cabello fue la mas usada por la moda femenina del
siglo XIX. De hecho, algunas de sus variantes se ha
utilizado desde la antigüedad en el mundo Mediterráneo, sobre todo en aquellas
mujeres que, por tener que realizar cierto tipo de
actividades, necesitaban de un peinado que les
permitiera libertad de movimientos.
No vemos, pues, ninguna
reminiscencia romana, árabe, morisca o de otro carácter
formal en el moño de la mujer mojaquera, excepto el de
la moda de su tiempo, el sentido práctico del momento y
la adaptación que de todo esto hizo su propio sentido
estético. Engalanadas con el traje de fiesta, podían
ponerse como adornos peinetas y cintas, dentro de
medidos marcos de austeridad.
El peinado no
tiene las connotaciones que introduce Moldenhauer.
Obedece a
tradiciones mediterráneas del peinado femenino.
·
JOYAS, ADORNOS Y OTROS COMPLEMENTO
Las pequeñas peinetas, los
grandes pendientes, los collares y los prendedores
formaban parte del atuendo. Sucedía lo mismo con las
medias. En todos los casos, eran indicativos de
opulencia y cada mujer llevaba con orgullo y elegancia
aquello que su situación económica le permitía. Como en
todas las sociedades, eran signos inequívocos de
prestigio social y riqueza.
Para finalizar diremos
que el traje típico de la mujer mojaquera difería en
poco de los que se llevaban en la provincia de Almería,
y concretamente en el Valle del Almanzora. Tampoco se
diferencia mucho de aquellos de otras regiones, como pudiera ser el Levante español
y que se vieron sometidos a tradiciones compartidas. Su especial identidad se
produce al incorporar el pañuelo, que formaba
parte de la indumentaria cotidiana al que lucían
en festividades o conmemoraciones importantes.
Seguramente esa forma de cubrir el rostro estaba en
función de unas formas anacrónicas en la moda del
momento, cuando la modernidad y la modernización apenas
llegaban a esas tierras. En este sentido señalamos como
ejemplo que el pueblo de Mojácar no llegó a tener agua
corriente en las viviendas ni electricidad hasta
mediados del siglo XX (año 1949).
Mujeres moriscas
con falda plisada y mantos de tapadas.
El rodete para el
cántaro en la cabeza llamó la atención de los turistas.
El cántaro y el pañuelo,
así como el rodete en que apoyaban la vasija sobre sus
cabezas llamaron la atención de las gentes foráneas que lo
conocieron, en un tiempo en el que esas formas y
costumbres habían dejado de existir en otros lugares mucho tiempo atrás. La aureola romántica de la
influencia árabe fue una especie de reclamo turístico,
para hacer más antigua y exótica una tradición
perfectamente explicable desde otros parámetros muchos
más cercanos en el tiempo. Si tuviéramos que hablar de
alguna reminiscencia morisca, tal vez deberíamos señalar
el plisado de sus refajos, pero siempre sin dejar de
hacer esta afirmación con muchísima cautela, dado que
ese tipo de confección no es único ni característico de
dicha población femenina.
Resulta paradójico que,
al pretender dar la imagen mitificada del traje típico
de la mujer mojaquera, por seguir los estereotipos que demandaban
las gentes que venían de otras latitudes, este se
empobreció, ruralizando su aspecto. Reivindicar la vuelta a
sus orígenes nos parece, a estas alturas, algo casi
imposible. Lo que se ha perdido en autenticidad puede que haya sido compensado con la introducción de
elementos que eran más comunes en la vida cotidiana de
esa comunidad.
Recato anacrónico, retraso en modas y costumbres
debido al aislamiento geográfico, precariedad en la
forma de vida, sobriedad en las costumbre y la influencia de la explotación turística,
han quedado reflejadas en la actualidad del atuendo de
las mojaqueras. Las múltiples modificaciones
introducidas en la última mitad del siglo XX lo han
alejado del que era aceptado hasta entonces como el
traje típico y que era el utilizado en las ocasiones
solemnes y festivas. No obstante, estas nuevas formas
son tan auténticas como su predecesoras pues, en
definitiva, la evolución y aceptación de las distintas
maneras de vestir no deja de ser una manifestación de
las señas de identidad, fruto y resultado de su pasado y
de su Historia.
FUENTE DEL MORO (MOJACAR)
Niña mojaquera
llevando un cantarillo sobre su cabeza.
Foto:
Gira. Año 1956
|