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EL TRAJE TÍPICO DE  LA MUJER MOJAQUERA.

Las tapadas de Mojácar (Almería)

 

Artículo:  Milagros Soler Cervantes

 

RTPIA Exp.00033/2009.Reg.200999900053596®

 

 

1.- EXPLOTACIÓN TURÍSTICA Y SEÑAS DE IDENTIDAD.

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Una de las señas de identidad de la provincia de Almería ha sido, desde hace décadas, el traje típico que utilizaban las mujeres de Mojácar. Factores externos contribuyeron a falsear los registros de costumbres y tradiciones que le eran propios. La explotación como zona turística a la que fue sometido durante la década de los años sesenta, forzó a sus habitantes a integrarse en un contexto escénico concebido  para el consumo de las agencias de viajes extranjeras. La llegada de gentes y negocios foráneos fue de tal envergadura, que tanto la estructura urbana como la de sus pobladores se vio alterada de forma traumática. La obligada adaptación a la que tuvo que someterse la población mojaquera sesgó, tal vez de forma irreversible, la mayor parte de su legado histórico y costumbrista.

 

Vista aérea del cerro de Mojácar, a principios del siglo XX.    Vista de Mojácar en el año 2009

Mójacar a principios del siglo XX (izquierda) y en el año 2009

 

Buscando espectacularidad para ofertar diversión y entretenimiento a los visitantes extranjeros, se inició un proceso de deterioro que aceptó desde el principio renunciar a su propia personalidad cultural y étnica, en aras de sensacionalismos economicistas. La influencia de otras regiones andaluzas y levantinas produjeron modificaciones a la sevillana, que incorporaron flores en el pelo, vestidos de faralaes, etc. La moda importada del Levante trajo disfraces carnavalescos en las fiestas de moros y cristianos, pasacalles con carrozas, música y otras nuevas formas que nada tenían que ver con  la identidad mojaquera. La invasión fue tan agresiva y con tanto apoyo por parte de las autoridades de la época, que a nivel popular apenas pudo fraguarse una reacción de protección y defensa.

 

 

Mujeres mojaqueras con cántaro y traje típico (Mojácar - Almería)    Vista del pueblo de Mojácar a principios del siglo XX.

Mujeres con el traje típico de tapadas. Mójacar a principios del siglo XX.

 

 

 La sobriedad del peinado mojaquero se vio alterada con peinetas y otros adornos, absolutamente ajenos a su tradición. Algo parecido sucede con las típicas alpargatas, que fueron sustituidas por otro calzado más actual, debido seguramente a la falta de artesanos que supieran elaborar las auténticas. Lo mismo ocurre con la ropa interior, sobre la que se colocaba el vestido. Tal es el caso de las enaguas plisadas, que por la complejidad de la realización, su uso ha desaparecido prácticamente. En ese sentido, las autoridades no supieron potenciar la artesanía local, que hubiera sido otra fuente de ingresos, pero esta vez en armonía con las verdaderas tradiciones históricas y antropológicas locales. 

 

 

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POSTALES DE TRAJES TÍPICOS DE ALMERÍA

1.- Siglo XIX: Sobriedad y elegancia 

2.- Mediados del siglo XX: Influencia sevillana durante la explosión turística.

 

Aguadoras de Mojácar

 Foto: José Ortiz Echague. 1953

 

En Mojácar existían dos formas diferenciadas en el atuendo femenino. Por una parte tendríamos el empleado para el uso cotidiano y por otro, el que se utilizaba en ocasiones especiales o festivas. Ambos terminarán mezclándose durante los años sesenta, época en la que se vivió la explotación turística de la zona. En ese periodo, muchas de las costumbres de las gentes de esta tierra cambiaron drásticamente, desvinculándose de sus auténticas raíces. Las populares fiestas de Moros y Cristianos son reflejo de estos cambios, estrechamente vinculados a la imagen turística que se pretendía dar. Estaban concebidas para espectadores ajenos  y desconocedores de las verdaderas tradiciones del lugar, que llegaban a España buscando sol y atraídos por formas exóticas de su folklore.

 

 

Cartel de las fiestas de moros y cristianos de Mojácar (Año 2007)    

 

 

A tal grado llegó ese extremo repoblacionista, que según relata Ric Polansky (se autodefine como escritor, viajero y fotógrafo), hermano del promotor urbanístico de Mojácar, Paul Jay Polansky, en  los años cincuenta, su alcalde Jacinto Alarcón, convencido por el pianista colombiano Enrique Arias, ofrecía parcelas gratis a diplomáticos y banqueros y a todo aquel que restaurara una casa derruida del pueblo. Daba toda clase de facilidades a intelectuales, artistas y toda suerte de bohemios con poder adquisitivo que quisieran instalarse allí. Las urbanizaciones y los grandes hoteles no tardaron en  hacer su aparición, con las consecuencias paisajísticas y etnográficas que esta colonización y especulación inmobiliaria trajo consigo.

 

Mojácar en los años sesenta, antes de la especulación inmobiliaria.      Impacto paisajístico en Mojácar.Año 2002

En la primera fotografía, imagen de Mojácar en los años sesenta, anterior a la realización del "sueño de Polansky"

 

El "sueño de Paul J.Polanski". Costa de Mojácar en la actualidad: centros comerciales, campos de golf, pueblos turísticos de nueva planta...

 

 

2.- ORIGEN Y CONTROVERSIA: EL TRAJE REGIONAL DE LA MUJER MOJAQUERA

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Una de las muchas alteraciones que se produjeron en esos años afectó a las escenificaciones  de moros y cristianos que tenía lugar en el pueblo. Estas evolucionaron (o involucionaron, según quiera interpretarse) a expresiones carnavalescas, en las que se ponen en escena cuadros de bandoleros, estampas goyescas, incluso desfiles a la usanza alicantina. Se llegan a interpretar piezas musicales como el pasodoble Paquito el Chocolatero. Víctima también de estos embates de populismo, el traje regional sufrirá cambios importantes. Una de las que más controversia a suscitado entre los estudiosos del tema es el del pañuelo de las famosas tapadas. Este pasará a entenderse como parte del atuendo típico, cuando en su origen era un elemento que solamente se utilizaba en el vestir cotidiano. En ningún caso formaba parte del utilizado en ocasiones festivas.

 

Hasta principios del siglo XX, la forma especial de cubrir el rostro a medio ojo con el pañuelo en la cabeza era lo que distinguía a las mojaqueras del resto de las mujeres de la región. Se trataba de un anacronismo local, pues en otros lugares de la comarca la mujer no estaba obligada a tapar su rostro como muestra de decoro. Por lo demás, el vestido de laborar era similar al de Turre, Vera, Cuevas del Almanzora, o los de otros puntos del Levante almeriense. Antiguos viajeros y antropólogos interesados en este tema, se han preocupado de transmitirnos sus impresiones sobre el particular. T´Serstevens, citado por Moldenhauer, escribe:

 

 

 “En seguida nos emocionó el carácter particularmente único de su población. Parece compuesta exclusivamente de mujeres y de niños, de mujeres mayormente. Todas de tipo berberisco, afinadas por el contacto latino, aunque, sin ninguna excepción tanto las ancianas como las jóvenes llevan el pañuelo o mantón.

 

Las mujeres casadas llevan uno negro igual que su vestido, de casimir muy suave y sedoso, doblado con dos puntas triangulares, una más corta que la otra, puesto sobre la cabeza sobresaliendo de la frente, de tal modo que sombrea y protege la cara del sol. Los dos puntales del pañuelo llegan hasta las rodillas y ondean sueltos. Pero en seguida que una mujer ve a un hombre, se lleva una punta del pañuelo hasta taparse parte de la nariz y de la boca, exactamente como lo hacen en las calles de Fez o Marrakeck.

 

Las muchachas llevan un pañuelo más pequeño, de un precioso, color aurora, salpicado de florecitas rosas y azules, como si fuera de tela ligera de cotonada. Se lo ponen del mismo modo que las mujeres casadas pero nunca se tapan la cara.

 

Por lo demás, van vestidas como el resto de las españolas, blusa de algodón y faldas largas de pliegues que se ensanchan hasta media pierna. En cualquier ocupación que tengan las mujeres nunca se quitan el mantón o pañuelo, ni para ir de compras, ni para ir por agua, ni tampoco cuando van a lavar a la fuente. Sólo se lo quitan en su casa si la puerta está cerrada. Cuando las hemos visto reunidas en una habitación hablan con soltura, pero siguen portando el pañuelo sobre la cabeza. Cuando van a la iglesia, asimismo llevan todas, aún las muchachas, el pañuelo negro”.

El pañuelo negro, con el tiempo, quedó sólo para el uso de mujeres casadas.

 

 

Esta descripción coincide con la de Manuel Comba (Trajes regionales españoles):

 

 

 “En Mojácar -ciudad de grandes sacrificios, ya que parte del año quédanse aislados por inundar el mar las comunicaciones, y que se compone de altas rocas, calles increíblemente estrechas e inclinadas, restos de murallas y castillo de grandes recuerdos conservan jóvenes y viejas su buen chal o mantón negro si son casadas, y su traje de un cachemir o merino fino y flexible con flecos largos doblado en dos partes, una más corta que la otra y muy echado hacia delante, dándoles una sombra perfecta que cual marco barroco encuadra sus rostros.

 Las dos puntas llegan hasta la rodilla mientras no encuentren a ningún hombre, ya que en este caso se cubren con una de las puntas el rostro, tapándolo casi por completo al estilo de los mantos «de medio ojo», que tan de moda estuvieron durante el siglo de oro y de los cuales nos hablan los poetas de esa época.

 

 Las jovencitas usan a diario mantos o pañuelos con florecillas estampadas o bordadas, llevando cogido con los dientes uno de los extremos de estos, estos mantos los llevan incluso hasta dentro de las casa. Hacen alarde de portar los cántaros en la cabeza con gran equilibrio”.

 

 

Muchos quieren ver en el pañuelo mojaquero reminiscencias de costumbres castellanas que se extendieron por toda Europa y en la América Colonial, durante los siglos XVI al XIX.  Por el contrario, hay quienes proponen influencias del norte africano (T´Serstevens) o tradiciones árabes medievales y renacentistas. En este último caso tendría mucho que ver la forma de interpretar estos autores las beneficiosas capitulaciones que obtuvo el alcalde de Mojácar de los Reyes Católicos, cuando sometió sin presentar batalla, esta villa al recién conquistado Reino de Granada. Por estos acuerdos se permitió continuar con tradiciones árabes durante algún tiempo. Sin embargo, luego serían fuertemente reprimidas, hasta llegar a la expulsión de los moriscos. Expulsión, que en las tierras de Almería, fue especialmente dramática. Cualquier aspecto que recordara a los vencidos era perseguido y castigado con inusitada crueldad.

 

 

"Tapadas" en la alameda. Pintura de Mauricio Rugendas.    

Tapadas en la alameda. Pintura de Mauricio Rugendas.

Tapada limeña (siglo XIX). Fotografía tomada en el estudio de Courret Hermanos.

 

 

El argumento de la influencia morisca, con raíces en época medieval, deja de tener sentido si consideramos la dura represión que siguió a las aludidas capitulaciones. Como tampoco lo tiene la norteafricana, dada la fuerte cristianización y control de costumbres por parte de la Iglesia católica en la provincia, sobre todo en el medio rural y campesino.

 

 Los que sostienen el origen árabe del pañuelo aluden también a la formación  de matrimonios mixtos entre moriscas y los nuevos repobladores, castellanos y levantinos, afirmando que éstos respetarían esas costumbres de sus mujeres. Los soldados cristianos que decidieran asentarse en esas tierras tomarían esposas sarracenas, naturales de Mojácar. Volvemos a recordar aquí la fuerte represión que sufrió la población por utilizar ese tipo de atuendo.

 

Tapadas durante la representación del auto sacramental El Huertecico de la Virgen

Semana Santa en Cabo de Gata (Almería). Año 2007

 

 

La costumbre de cubrir el rostro se ha producido a los largo de toda la historia de la moda femenina y no exclusivamente en el Islam. Incluso los hombres solían taparse la cara con su capa, embozando su identidad. El notable suceso del motín de Esquilache tuvo mucho que ver con el intento de modernizar tales usos.

 

"Las Civijadas de Véjer". Obra de Francisco Prieto Sánchez, en el Museo de Cádiz

  

Las Civijadas de Véjer.

Obra de Francisco Prieto Sánchez

 

 

Por nuestra parte, queremos decir que con la información que tenemos hasta el momento, resulta difícil establecer el origen y la pervivencia del pañuelo mojaquero. Como se ha visto, ha sido una prenda que se ha utilizado por las mujeres para tapar el rostro a lo largo del tiempo, en muchos lugares y en distintas geografías. Las claves para entender su continuidad podrían interpretarse desde la función sociológica a la que obedeciera. Costumbres morales o religiosas, fuertemente arraigadas en la psicología colectiva de ese pueblo, pueden estar en el fondo de la cuestión.

 

Mojaqueras fotografiadas frente a la puerta antigua de la ciudad.

Año 1970

 

3.- DESCRIPCIÓN DEL TRAJE

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Existía en Mojácar una tradición relacionada con la elaboración de ropas, tanto para el ajuar doméstico consistente en sábanas y manteles, como en vestuario para hombres y mujeres. En el caso de los vestidos femeninos, las enaguas y sayones se cosían con el máximo esmero, dotándolos de complejos plisados, puntillas de encaje y bordados con diferentes motivos. El traje de la mujer mojaquera constaba de los siguientes elementos: enaguas, la falda o refajo, el delantal, la faltriquera, la blusa, el corpiño, el mantón, el pañuelo, el calzado  y las distintas  joyas que servían de adorno a la mujer, como pendientes, collares.

 

Los vestidos femeninos tenían encajes muy elaborados.

 

 

· LAS ENAGUAS

Eran casi siempre de color blanco, pero también había de distintos tejidos y colores estampados. Tenían como característica ser muy rizadas en su cintura, con el propósito de dar más volumen a las faldas.  Estaban adornadas con bordados y encajes muy elaborados.

 

· LA FALDA O REFAJO

Se colocaba sobre las enaguas. Solía tener fondo oscuro, de tonalidades fuertes, casi siempre en negro, azul marino o granate. Podían ser también de rayas horizontales de diversos colores. Se adornaba en los bordes, siguiendo el dibujo paralelo al dobladillo. El tejido era de lana, fabricado en los telares del pueblo. De lana eran también sus bordados, que podían seguir un diseño de bandas o bien motivos floreados, según la moda del momento. Se colocaba anudado a la cintura debajo del corpiño, que sujetaba el plisado recogido en la cinturilla de la falda. Tenía una largura que cubría hasta un poco más arriba del tobillo. Era frecuente la imitación del arco iris en bandas paralelas de muchos colores. Con el tiempo, por el peso y la gran cantidad de tela que suponía su costura, se empezaron a hacer rizados a semejanza de otros trajes regionales almerienses. 

 

En la vestimenta original eran tres las faldas o refajos que se ponían, una sobre otra, siendo las dos primeras más sencillas. En la tercera desplegaban todos los detalles pensados para el lucimiento del traje. Ejemplo de esta superposición de refajos lo encontramos también en el pueblo de Nazaré (Portugal), donde sus mujeres suelen vestir con las famosas siete faldas.

 

Refajo de algodón bordado con lana, típico de Almería

Refajo típico de Almería.

Bordados en lana sobre tejido de algodón.

 

Traje típico de las mujeres de Nazaré (Portugal) con sus típicas "siete faldas".

Traje típico de Nazaré (Portugal) y sus famosas siete faldas.

 

· EL DELANTAL

Iba sobre el refajo principal exterior. Era de tonos claros, cubriendo toda la parte delantera y rodeando media cintura. El largo llegaba prácticamente hasta el dobladillo de la falda, quedando a pocos centímetros del mismo.  En ocasiones, la moda modificaba este detalle, acortándolo en algunos centímetros. Se adornaba con bordados hechos al deshilado y no solía llevar bolsillos. Remataba en su borde inferior con grandes puntillas de encaje.

 

 

Pareja de mojaqueros y tapada con faltriquera bajo el delantal.

 

· LA FALTRIQUERA suplía la ausencia de bolsillos. Consistía en un bolso plano con abertura horizontal o vertical, dotado de cintas cosidas en los extremos de su parte superior, con las que se sujetaban a al cintura. Se llevaban entre el delantal y la falda; es decir, por encima de la falda y debajo del delantal. Eran una especie de bolsillo independiente al traje. Las que servían para vestidos de fiesta se elaboraban con mucho esmero, bordando en ellas motivos de colores, adornándolas con botones o puntillas, según el gusto de la mujer que tuviera que lucirlo.

 

 

VARIANTES DE LAS FALDAS TÍPICAS DE ALMERÍA

 

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Traje típico de la Vega de Almería

Detalle de falda de lana bordada, típica del Valle del Almanzora (Almería)   Detalle del bordado en lana de una falda típica del Valle del Almanzora (Almería)    Detalle del bordado en lana de una falda típica del Valle del Almanzora (Almería) 

 

 

 

LA BLUSA

Era de fino algodón blanco o de batista, con cuello cerrado a la caja, botonadura delantera, mangas de farol a la altura del codo en verano y largas en invierno.  Estaban bordadas o incrustadas de encajes. Sobre ella se colocaba el corpiño.

 

    Mujeres mojaqueras en una calle del puebo de Mojácar.

Grupo de mujeres con el traje típico de Almería, compuesto por refajos, corpiños y pañuelos.

El de la mujer mojaquera se asemejaba a éstos, añadiéndose la característica del pañuelo de tapadas.

 

 EL CORPIÑO

De color oscuro casi siempre, preferentemente negro. No obstante, podían elegirse para su confección telas de seda, terciopelo o de damasco de diferentes colores o estampados. Tenía un engrosamiento llamado morcilla al que se sujetaba la pesada falda, que estaba concebida especialmente con este propósito. Para otros observadores, la morcilla no tenía la función de sujetar la falda, sino la de aparentar estar más obesa, lo que era interpretado como signo de opulencia.  Diseñado a forma de chaquetilla, los de invierno eran de manga larga con vistosas botonaduras en los puños, siendo los de verano de manga corta a la sisa y recorte de cuello por encima del pecho. Cerraba por delante con un cordón que unía las dos partes, cruzando en X y anudándose en lazo por encima del delantal.

 

· EL MANTÓN

Semejante a los de Manila, se llevaba sobre el corpiño, siendo de seda o tejidos finos con bordados en colores. Se cruzaba sobre el pecho y se anudaba a la espalda o se recogía en el corpiño. Era incompatible con el pañuelo de uso diario, que estaba absolutamente descartado en los trajes de fiesta.

 

· EL PAÑUELO

 Ha sido la prenda que más a influido en la fama del traje típico mojaquero no se empelaba en el atuendo de gala. Era usado solamente en los días de faenar, formando parte del atuendo cotidiano. De forma cuadrada, se llevaba sobre la cabeza doblado en diagonal y llegaba hasta las rodillas. Colocado de forma ligeramente asimétrica, uno se sus extremos quedaba un poco más corto que el otro, siendo el largo el que se cruzaba sobre el rostro. No solía llevar flecos ni sujetarse con el delantal, como vemos ahora en algunas fotografías contemporáneas, sino que se caía suelto por encima del mismo. Esto permitía mayor movilidad en los brazos o cruzarlo sobre el pecho, facilitando mayor protección y recogimiento.

 

    

El pañuelo es la prenda que más controversias suscita entre los estudiosos del traje típico mojaquero.

 

Era de diferentes tonalidades siempre en su gama más clara, excepto en las mujeres que guardaban luto. El amarillo no era en ningún caso un tono obligado por la costumbre como ahora se pretende hacer creer. Existía cierta preferencia por las gamas doradas o de color tierra en tonos pastel, ya que resultaban cómodas y armoniosas a  la hora de combinarlas con los colores de los sayales, resultando más favorecedoras para el rostro femenino. No obstante, cada mujer utilizaba, en liso o en estampado, los tonos y diseños que más le gustaba. Eran también los más sufridas para el roce y el desgaste  de las tareas domesticas y campesinas. Podían ser estampados, pero sin determinar el motivo del dibujo.

 

El de las casadas, casi siempre era negro, pero sin que esto se debiera a su estado de desposadas. La razón estaba en que a esa edad, era frecuente que ya se guardara luto por algún miembro de la familia. Se solía decir en tierras almerienses que cuando una mujer entraba en un luto, difícilmente se quitaba ya las ropas negras a lo largo de su vida. Los periodos de duelo se guardaban durante muchos años, y era raro que una vez alcanzada cierta edad, no se produjeran con tal frecuencia que justificara la continuidad de su uso. Pero ni casadas ni solteras llevaban pañuelo negro si no se daba la situación descrita.

 

También se ha dicho que cada vez que salían a la calle, asistían a un acto público o se cruzaban con un hombre, se tapaban el rostro con el pañuelo. Eso dista mucho de ser cierto. No existía ninguna razón para hacerlo, ya que cuando lucían el traje de gala esa ocultación no se hacía. Solamente las mujeres de más edad, y siguiendo la costumbre de las embozadas de épocas anteriores, lo hacían voluntariamente, apegadas a la tradición. La asociación de este hecho de ocultación no se puede vincular, en ningún caso, a la utilidad del velo musulmán. 

 

El traje regional de gala de las mujeres mojaqueras apenas se diferenciaba de otros de la provincia, tal y como ha quedado demostrado en textos y fotografías. Sin embargo, la peculiaridad del pañuelo con el que ocultaban su rostro les dio una identidad particular y propia. Según cuenta Moldenhauer, el pañuelo de uso diario se incluyó en el traje de fiesta debido a la insistencia de los turistas a la hora de fotografiar esta singular costumbre. Los posados se hacían con el cántaro y el pañuelo de las tapadas a petición sobre todo de los visitantes extranjeros, contribuyendo así a fijar esta imagen como estereotipo para el mundo exterior.

 

Investigando documentos y fotografías, o a través de testimonios de las gentes de la región, hemos podido constatar que la forma de cubrir el rostro en diagonal también era costumbre en pueblos como Cuevas del Almanzora, Turre o Vera, incluso a principios del siglo XX. Documentos gráficos (retratos, pinturas y dibujos) dan prueba de esta afirmación, como queda demostrado en las fotografías que incluimos en este artículo de las mujeres en la plaza de Vera o en la Puerta de Purchena de la capital. 

 

  Almería ( Puerta de Purchena), a finales del siglo XIX. El mantón negro sobre la cabeza era costumbre de uso cotidiano en muchas mujeres.     

Puerta de Purchena en la capital almeriense y Plaza Mayor del pueblo de Veral (Almería).

El pañuelo negro y la costumbre de cubrirse el rostro con él era también costumbre en otros lugares de Almería.

 

 

Atribuimos, pues, esta característica de las mojaqueras a un atraso en modas, usos y costumbres de ese pueblo. Cuando en el resto de las comarcas vecinas, las mujeres ya se habían liberado de esas formas de recato, en Mojácar se mantuvo la tradición dando lugar a ese anacronismo pintoresco que tanto llamó la atención de los forasteros. Por lo tanto, no creemos que en la actualidad pueda afirmarse con rotundidad que el origen de las tapadas de Mojácar se deba a pervivencias de tradiciones moriscas. Más bien opinamos que se debe a un anacronismo de la moda en esa localidad, motivado por su aislamiento del resto de la comarca al que se veía sometido y su fuerte arraigo a tradiciones conservadoras, poco abiertas al cambio y la modernización.

Esparteñas típicas usadas en Cabo de Gata (Almería). Foto: M.Soler      Vestido típico lucido en Carnaval, de Alhama de Almería.

 

· EL CALZADO

A diferencia de lo que opina Moldenhauer, no consistía necesariamente en la típica alpargata o esparteña campesina, hecha con suela de cáñamo o esparto y cintas cruzadas que se anudan a media pierna. Una vez más tenemos que recordar la mezcla de elementos que se produjo entre los atuendos festivos y cotidianos. Las alpargatas pertenecerían al que se llevaba para faenar. En bodas, ceremonias religiosas y otros eventos de importancia, la población femenina de las familias acomodadas llevaban medias con zapatos forrados en tela y adornados con lazos.

 

Por otra parte, las alpargatas no resultaban adecuadas para utilizarlas los días de invierno en actos públicos como pudieran ser los colectivos religiosos que se celebraban en Navidad. Quienes se lo podían permitir las descartaban como calzado. Entre las clases más humildes, se hacía un esfuerzo económico por emplear zapatos, que en muchísimas ocasiones se heredaban. Eran de esparto o cáñamo, pudiendo ser la parte superior de ese mismo material o de tela. Tanto en un caso como en otro, se colocaban adornos, lo que podía hacer de ellas objetos relativamente valiosos. Se fijaban a la pierna con cordones, que podían ser de distintos colores, siendo el rojo y el negro los preferidos. Por lo tanto, insistimos en el hecho de que el traje típico de mojaquera, utilizado en fiestas de importancia podía lucirse también con zapatos, exactamente igual que en otros lugares de la provincia de Almería.

 

· LAS MEDIAS

Eran casi siempre de color banco, y su tejido podía ser liso o de encajes, según los gustos del momento y el poder adquisitivo de quienes las lucían.

 

· EL PEINADO

Consistía en un moño de picaporte, que para Moldenhauer constituye una herencia mora que conserva este traje. Disentimos de este investigador, considerando que esta forma de recogido del cabello fue la mas usada por la moda femenina del siglo XIX. De hecho, algunas de sus variantes se ha utilizado desde la antigüedad en el mundo Mediterráneo, sobre todo en aquellas mujeres que, por tener que realizar cierto tipo de actividades, necesitaban de un peinado que les permitiera libertad de movimientos.

 

No vemos, pues, ninguna reminiscencia romana, árabe, morisca o de otro carácter formal en el moño de la mujer mojaquera, excepto el de la moda de su tiempo, el sentido práctico del momento y la adaptación que de todo esto hizo su propio sentido estético. Engalanadas con el traje de fiesta, podían ponerse como adornos peinetas y cintas, dentro de medidos marcos de austeridad.

 

Casandra

El peinado no tiene las connotaciones que introduce Moldenhauer.

Obedece a tradiciones mediterráneas del peinado femenino.

 

 

· JOYAS, ADORNOS Y OTROS COMPLEMENTO

Las pequeñas peinetas, los grandes pendientes, los collares y los prendedores formaban parte del atuendo. Sucedía lo mismo con las medias. En todos los casos, eran indicativos de opulencia y cada mujer llevaba con orgullo y elegancia aquello que su situación económica le permitía. Como en todas las sociedades, eran signos inequívocos de prestigio social y riqueza.

 

Para finalizar diremos que el traje típico de la mujer mojaquera difería en poco de los que se llevaban en la provincia de Almería, y concretamente en el Valle del Almanzora. Tampoco se diferencia mucho de aquellos de otras regiones, como pudiera ser el Levante español y que se vieron sometidos a tradiciones compartidas. Su especial identidad se produce al incorporar el pañuelo, que formaba parte de la indumentaria cotidiana al que lucían en festividades o conmemoraciones importantes.

 

Seguramente esa forma de cubrir el rostro estaba en función de unas formas anacrónicas en la moda del momento, cuando la modernidad y la modernización apenas llegaban a esas tierras. En este sentido señalamos como ejemplo que el pueblo de Mojácar no llegó a tener agua corriente en las viviendas ni electricidad hasta mediados del siglo XX (año 1949).

 

 

Mujer morisca.   Bautizo masivo de moriscos

Mujeres moriscas con falda plisada y mantos de tapadas.

 

Mujeres mojaqueras llevando el pañuelo amarillo en la cabeza.

El rodete para el cántaro en la cabeza llamó la atención de los turistas.

 

 

El cántaro y el pañuelo, así como el rodete en que apoyaban la vasija sobre sus cabezas llamaron la atención de las gentes foráneas que lo conocieron, en un tiempo en el que esas formas y costumbres habían dejado de existir en otros lugares mucho tiempo atrás. La aureola romántica de la influencia árabe fue una especie de reclamo turístico, para hacer más antigua y exótica una tradición perfectamente explicable desde otros parámetros muchos más cercanos en el tiempo. Si tuviéramos que hablar de alguna reminiscencia morisca, tal vez deberíamos señalar el plisado de sus refajos, pero siempre sin dejar de hacer esta afirmación con muchísima cautela, dado que ese tipo de confección no es único ni característico de dicha población femenina.

 

Resulta paradójico que, al pretender dar la imagen mitificada del traje típico de la mujer mojaquera, por seguir los estereotipos que demandaban las gentes que venían de otras latitudes, este se empobreció, ruralizando  su aspecto. Reivindicar la vuelta a sus orígenes nos parece, a estas alturas, algo casi imposible. Lo que se ha perdido en autenticidad puede que haya sido compensado con la introducción de elementos que eran más comunes en la vida cotidiana de esa comunidad.

 

Recato anacrónico, retraso en modas y costumbres debido al aislamiento geográfico, precariedad en la forma de vida, sobriedad en las costumbre y la  influencia de la explotación turística, han quedado reflejadas en la actualidad del atuendo de las mojaqueras. Las múltiples modificaciones introducidas en la última mitad del siglo XX lo han alejado del que era aceptado hasta entonces como el traje típico y que era el utilizado en las ocasiones solemnes y festivas. No obstante, estas nuevas formas son tan auténticas como su predecesoras pues, en definitiva, la evolución y aceptación de las distintas maneras de vestir no deja de ser una manifestación de las señas de identidad, fruto y resultado de su pasado y de su Historia.

 

 

FUENTE DEL MORO (MOJACAR)

Niña mojaquera llevando un cantarillo sobre su cabeza.

Foto: Gira. Año 1956

 

 

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