"EL HOMBRE DEL SACO", "ASUSTANIÑOS" Y "SACAMANTECAS"
Artículo: Milagros Soler Cervantes
Gádor es un pequeño pueblo del Valle del Andarax en la provincia de Almería, ubicado a quince kilómetros de la capital. A pesar del tiempo transcurrido, todavía se recuerda con espanto el crimen que cometieron varios de sus vecinos. El impacto psicológico que causó en la población fue tan traumático que dio lugar a la leyenda del "Hombre del Saco", también conocido como "Sacamantecas" o "Asustaniños". El esfuerzo por enterrar esa crónica negra de su pasado ha resultado inútil hasta la fecha.
En aquellos años, la construcción de nuevas carreteras y la llegada del ferrocarril puso en movimiento a cientos de personas que eran extrañas en aquellos sitios a los que llegaban. Esto generó un sentimiento de desconfianza hacia los forasteros por parte de comunidades cuyos miembros se conocían de toda la vida. De los desconocidos se temían raptos, robos, asesinatos y toda clase de fechorías propias de delincuentes y aventureros sin escrúpulos amparados en el anonimato. La leyenda del hombre del saco fue, de alguna manera, resultado de esta psicosis popular hacia los que venían de fuera. Paradójicamente, los crímenes más sangrientos los protagonizaron quienes habían nacido y se habían criado en los lugares donde se cometieron esos feroces delitos.
La superstición fue otro de los elementos decisivos para conformar el perfil del temido "sacamantecas". Durante el siglo XIX se daba por cierto que la sangre era fuente de la vida, que los huesos humanos y las momias pulverizadas eran energéticos revitalizantes. Con los elementos que aportaban se fabricaron pócimas que se vendían en farmacias o eran elaboradas y vendidas por sanadoras y curanderos. Ninguna clase social se vio libre de estas creencias. Se pagaban grandes sumas para conseguir tales remedios que estaban, en la mayoría de los casos, sólo al alcance de los más pudientes.
Por otra parte, la revolución industrial y la ingente cantidad de maquinaria que trajo consigo, hizo que la grasa animal se hiciera producto imprescindible para su mantenimiento. Se decía que la del ser humano era más compacta y eficaz para esos menesteres, por lo que se forjó la creencia de que algunos empresarios contrataban sicarios para secuestrar y matar a toda clase de personas y obtener de ellas sus "mantecas".
La incultura hizo que se profanaran cementerios o se expoliaran tumbas, algunas incluso de incuestionable valor arqueológico. De Egipto se trajeron momias que eran pulverizadas para utilizarlas en la elaboración de ungüentos. En la prensa se leían historias de personas que habían sido asesinadas para robarle algunos de sus órganos. Se temía, sobre todo, la desaparición de niños. Por su seguridad se les prohibía hablar con desconocidos, bajo la amenaza de que cualquiera de ellos podría ser el "Hombre del Saco"
2.- LOS ARTÍFICES DEL INFANTICIDIO
A mediados del mes de Junio de 1910, Francisco Ortega Rodríguez apodado "El Moruno", de cincuenta y cinco años de edad, fue diagnosticado de tuberculosis. Agricultor de profesión, rudo y de mentalidad primitiva, se obsesionó por su salud, temiendo que la enfermedad acabara con su vida. Aconsejado por su esposa Antonia López Delgado, decidió acudir a la curandera Agustina Rodríguez González, que tenía fama de conocer remedios eficaces obtenidos a base de plantas, sustancias animales y todo tipo de compuestos relacionados con la tradición santera de la comarca. En la zona de la Alpujarra y la Sierra de Gádor, sus habitantes confiaban más en estos remedios caseros y ancestrales que en los que facilitaba la medicina oficial.
Francisco Ortega Rodríguez, "Moruno". Elena Amate Molina. Agustina Rodríguez González, "la curandera". Antonia López Delgado, esposa del "Moruno",
Así pues, Francisco Ortega se puso en contacto con Agustina Rodríguez, la sanadora de Gádor. Sin embargo, los primeros resultados de su tratamiento no fueron los deseados. Ante las quejas de su cliente, Agustina le dijo que para conseguir mejoría más notable, tendría que pagar una fuerte suma de dinero y asumir las consecuencias de lo que se tuviera que hacer. El enfermo manifestó con vehemencia estar dispuesto a todo. Habló entonces Agustina con Francisco Leona Romero, barbero de setenta y cinco años de edad, que también tenía fama en la región de practicar el curanderismo. De hecho, rivalizaba en prestigio con otros personajes de la provincia de Almería y Granada como el alpujarreño "Doctor Salivilla" que realizaban, con éxito aparente, las mismas prácticas. Días antes del asesinato, se reunieron los tres para ponerse de acuerdo en la búsqueda del remedio. Según consta en el sumario, podemos reconstruir el siguiente diálogo:
Acordaron que el precio del infanticidio costaría 3.000 pesetas. Francisco Ortega "Moruno" estuvo de acuerdo, y así cerraron el trato. Pagaría 3.000 reales de adelanto y el resto cuando pudiera reunir tal cantidad. El macabro negocio se puso, pues, en marcha. Los curanderos se encargarían de localizar a la víctima y de preparar el ritual. No habrían de faltarles recursos ni al pendenciero Francisco Leona ni a la desaprensiva Agustina Rodríguez. José Vázquez Santiesteban, jurista de fama en la época y Doctor en Derecho, trazó un perfil psicológico del principal artífice del crimen:
Pedro Hernández Cruzulio y Julio Hernández Romero, barbero de Gádor y asesino del niño Bernardo. Julio Rodríguez Hernández, apodado "el Tonto", hijo de Agustina.
Francisco Leona "el Barbero" era familiar del alcalde del pueblo y estaba también emparentado con el Juez del municipio, que ejercía de farmacéutico en la localidad. Vinculado a estas personas que ejercían su caciquismo en Gádor y la comarca, sus tropelías habían quedado siempre en la más absoluta impunidad. Por su parte, Agustina casada con Pedro Hernández Cruz, contaba con una familia numerosa, capaz de hacer cualquier cosa por dinero. Decidieron elegir a un candidato fuerte y sumiso que pudiera ayudarles en aquello que requiriera trabajo arduo, como transportar al niño hasta el cortijo o sujetarlo cuando éste se resistiera. Propuso a su hijo Su hijo, Julio Hernández Rodríguez.
- "Habrá que darle algunas pesetillas para que se conforme", explicó a su cómplice.
Julio, embrutecido y sanguinario, era conocido con el mote de "el Tonto". Aceptó, sin dudar ni un momento, formar parte del plan. Acompañó a Francisco Leona en el secuestro del muchacho y ambos lo llevaron hasta el lugar en el que tendría que ser sacrificado. Cincuenta pesetas le prometió su madre, dinero que necesitaba para comprarse una escopeta con la que poder salir de caza. Gustaba de matar pájaros y perdices, con los que disfrutaba mordiéndoles y arrancándoles las cabezas a destelladas, estando los animales aún vivos.
3.- EL NIÑO BERNARDO GONZÁLEZ PARRA
El 28 de Junio de 1910 el matrimonio compuesto por Francisco González Siles y María Parra Cazorla vivían en La Rioja cuidando de sus cinco hijos. Le habían puesto los nombres de José ( de 13 años), María ( de 12 años), Francisco (de 10 años), Bernardo ( de 7 años) y Dolores ( de 6 años). Se ocupaban de sus tareas cotidianas, ajenos de la tragedia que pronto iban a protagonizar.
Después de comer, y como era su costumbre, Francisco se marchó al laboreo de sus tierras. María, cargada con varios bultos de ropa, se dirigió a una balsa próxima, donde solía ir a lavarla. Con ella fue el menor de sus niños, Bernardo González Parra. Jugando con otros muchachos se alejó del lugar en el que se encontraba su madre. Su padre, que lo vio merodear por los campos, le reprendió y le mandó volver casa, con el recado de que él llegaría tarde, pues pensaba recoger algo de leña en los montes.
Pasaban las horas y el niño no regresaba. La preocupación y el temor se apoderó de la familia, que dio la voz de alarma entre sus conocidos. Inmediatamente intentaron localizarlo, sin obtener resultado alguno. Ya de madrugada, y tras una infructuosa búsqueda en la que participaron casi todos los vecinos del pueblo, el matrimonio decide viajar hasta Gádor y dar parte de la desaparición en el cuartel de la Guardia Civil.
A las cuatro de esa misma tarde, Julio Hernández Rodríguez "el Tonto" se presentó a declarar en el cuartel que había encontrado el cadáver de un niño, cuando seguía a un pollo de perdiz. El sitio del hallazgo se localizó en el Barranco de El Pilar del paraje de Las Pocicas, a cinco kilómetros del pueblo, pero ya en el término municipal de Benahadux. Explicó que el cuerpo del chiquillo estaba cubierto de piedras y matojos, destrozado con múltiples heridas. Acompañados de algunos cabreros que conocían bien el barranco y por gente del pueblo, la guardia civil se dirigió al lugar señalado. En una oquedad de la roca, tal y como había denunciado "el Tonto", apareció el cadáver del muchacho. Terriblemente mutilado, los primeros indicios parecían indicar que había su muerte no se había producido allí.
La conmoción popular fue indescriptible. Rumores y especulaciones señalaban como sospechoso a Francisco Leona, pero éste supo defenderse con coartadas que fueron confirmadas por diferentes testigos del pueblo.
Julio lleva a la guardia civil al lugar del hallazgo. La madre de Julio le dice que no recibirá el dinero para la escopeta. Julio detenido.
4.- RESULTADO DE LAS INVESTIGACIONES
Todas las pruebas parecían indicar prácticas de vampirismo y superstición, por lo que Francisco Leona seguía estando en el punto de mira de las autoridades que investigaban el suceso. Cuando éste, con idea de dejar de ser el centro de atención, sugirió que el asesino podía ser Julio "el Tonto", las circunstancias empezaron a ponérsele en contra. La guardia civil nunca creyó que el propio asesino facilitara el lugar en el que había escondido el cadáver, así que optó por hacer caso omiso a tales insinuaciones.
Sin embargo, otro hecho les indujo a pensar que el acusado por Leona pudiera saber algo sobre el asunto o estar implicado de alguna manera. Un habitante del pueblo se presentó ante los investigadores que se ocupaban del caso y relató como Julio "el Tonto" comentó que había visto a Francisco "el Barbero" matar al chiquillo, mientras permanecía escondido detrás de unos matorrales. Describió como Leona le golpeaba la cabeza con una piedra hasta dejarlo sin vida. Una vez que ya no respiraba, le extrajo las tripas con una navaja. Se había decidido a delatarlo movido por un sentimiento de venganza.
Agustina Rodríguez y Francisco Leona habían acordado pagar a Julio cincuenta pesetas por participar en los hechos. Con esa cantidad, "el Tonto" pensaba comprarse una escopeta. Sin embargo, cometido el crimen, Leona dijo a Agustina que ese dinero tendría que pagárselo ella de su parte. Tanto la madre como hijo se sintieron engañados y decidieron dar un escarmiento al barbero. Leona siguió declarándose inocente, apoyado en los testimonios que lo exculpaban. Más tarde se sabría que eran falsos, pues sus valedores habían mentido sometidos a la presión que ejercían sobre ellos los caciques del pueblo, a cuyo círculo y familia pertenecía el homicida.
Los dos hombres sospechosos fueron conducidos a la Cárcel de Almería. Por el camino, las gentes de Gádor y la Rioja se acercaban para insultarles. De todos los cortijos de los alrededores acudían a presenciar el traslado de los detenidos, que iban escoltados por un numeroso efectivo de la Guardia Civil, a pie y a caballo. Al principio, ambos negaron todas las implicaciones. Luego, Julio aceptó haber participado como cómplice señalando insistentemente a Francisco Leona como autor material del crimen, que acabó confesando. Al sumario se fueron añadiendo otros nombres, hasta que fue posible establecer el motivo del infanticidio, la secuencia de los acontecimientos y las personas que habían participado.
5.- SUMARIO Y RECONSTRUCCIÓN DE LOS HECHOS
Después de la reunión en la que se entrevistaron Agustina Rodríguez y Francisco Leona con el tísico Francisco Ortega "el Moruno", éstos le dijeron que permaneciera en su casa, donde recibiría el aviso cuando todo estuviera preparado. Contando con la ayuda del hijo de Agustina, Julio "el Tonto", Francisco Leona dispuso el secuestro de un niño, preferentemente menor de diez años. Según la prensa de la época, parece ser que intentaron raptar a una niña de La Rioja, pero desistieron, ante la empecinada resistencia de la chiquilla, que no cesó de dar gritos y patadas hasta que se vio libre. Entonces, centraron su atención en Bernardo González, distraído en coger higos por los alrededores de la balsa en la que su madre lavaba la ropa.
Julio consiguió acercarse al niño y entretenerlo, mientras Francisco Leona le tapaba la boca con un pañuelo impregnado en cloroformo y lo introducía en un saco. Ya reducido y maniatado, "el Tonto" cargó con el fardo a sus espaldas y con él se dirigieron al cortijo de San Patricio, un lugar solitario en el que nadie les interrumpiría durante su macabra tarea. Allí esperaban a Agustina, José Hernández Rodríguez, hermano de la curandera y su mujer, Elena Amate Medina. Todavía con sol, José fue el encargado de dar el aviso a Francisco Ortega. Mientras esperaban que el tísico llegara, Bernardo permaneció casi asfixiado, dentro del saco. Con las pocas fuerzas que le había dejado el efecto del cloroformo, se agitaba intentando liberarse de las ataduras, pidiendo ayuda a gritos y llamando incesantemente a su madre. Agustina lo amenazaba y golpeaba sin piedad, para obligarlo a callar.
Con las últimas luces del día llegaron José y el enfermo. Entonces, Julio y Agustina juntaron dos mesas y pusieron al niño sobre ellas, sujetándolo con fuerza. La mujer levantaba el brazo derecho del pequeño, para facilitar que Leona le clavara una navaja en la axila, por donde habría de desangrarse. La razón de que no volvieran a anestesiar a Bernardito, haciendo así más fácil la tarea, se debió a una lección aprendida en la matanza de cerdos: cuanto más se moviera, mayor sería el caudal de sangre recuperado.
En una olla, que se llenó rápidamente, iba cayendo el líquido vital. Francisco Ortega, sentado en una silla baja cerca de la herida, bebía con avidez la sangre que la curandera le ofrecía en un vaso, al que había añadido azúcar. Para no ver lo que estaba sucediendo, José daba vueltas por los alrededores, apartando su pensamiento de aquel horroroso espectáculo. Elena, como si nada estuviera pasando, con toda normalidad preparaba la cena. Cuando la luz del candil no resultó suficiente para poder seguir alumbrando aquella macabra operación, ella fue la que lo sostuvo cerca de la víctima, hasta que se desmayó rendida por el espanto de lo que sus ojos contemplaban. José la sustituyó, pero siempre con la mirada puesta en un punto de la ventana. Francisco Ortega, bebía y bebía la sangre que brotaba a borbotones, repitiendo a forma de letanía: - "Mi vida antes que Dios", "Mi vida antes que Dios".
Cuando Leona consideró que Francisco había ingerido la sangre suficiente, le ordenó que volviera a su casa y que esperara allí. Vendó entonces el brazo de Bernardito y lo volvieron a meter en el saco. Una vez más cargaron con él, amparados por la oscuridad de la noche, hasta llegar al Barranco del Pilar. Estando el niño aún con vida, Julio intentó darle muerte golpeándole varias veces la cabeza con una piedra. Como no lo conseguía, Leona remató la tarea. Finalmente, consiguieron su propósito.
Rápidamente, el barbero sacó una afilada navaja y haciendo un corte en el vientre del muchacho, extrajo las vísceras y envolvió cuidadosamente en un pañuelo sus "mantecas". A continuación escondieron el cadáver ocultándolo con unas piedras. Después se separaron. Julio volvió al cortijo de San Patricio con su madre. Francisco Leona, con la espeluznante mercancía, se dirigió a la casa del "Moruno". Una vez en ella, elaboró una cataplasma que ató sobre el pecho del tuberculoso. Éste, delirante no cesaba de exclamar: - "¡Siento como me da vida! ¡Siento como me da vida!"
Siguiendo las recomendaciones de su siniestro sanador, esa noche se abrigó para dormir, pues al sudar la manteca sería mucho más eficaz. Los resultados de la autopsia indican el grado de ensañamiento y crueldad con el que trataron y dieron muerte al niño Bernardo González Parra. Estos son unos párrafos del informe que el doctor Fernández Viruega facilitó a la policía.
6.- INDIGNACIÓN POPULAR Y SENTENCIAS.
Cuando en el pueblo supieron las extrañas circunstancias en las que había muerto Bernardo y los detalles de como había aparecido el cuerpecito del niño, la rabia y la indignación fue unánime. Los vecinos querían linchar a los asesinos. Para evitarlo, fue necesario que la guardia civil interviniera en varias ocasiones, imponiendo el orden entre los que querían tomarse la justicia por su mano. Llegaron incluso a organizarse en grupos para coger en sus manos a Francisco Leona y Julio "el Tonto" y acabar con ellos. Cuando interrogaron al alcalde de Gádor (sobrino de Francisco Leona) y al farmacéutico (compadre del asesino, de quien se sospechaba que había facilitado el cloroformo), estos se desvincularon del caso, renegando de sus vínculos familiares.
La repercusión mediática fue de tal trascendencia, que la prensa internacional se hizo eco de la noticia. Periodistas de toda Europa llegaron a Almería para dar cuenta del suceso. María, la madre del pequeño asesinado, se volvió loca del dolor y la gente de la comarca exigía justicia con una furia sin precedentes. Los implicados llegaron a ser tantos y sus declaraciones tan contradictorias, que determinar el grado de culpabilidad de cada uno de los inculpados resultó una tarea ardua y compleja para el Juez instructor, Don Ramón Esteva Rodríguez y el Magistrado especial designado para el caso, Don Juan Bonilla Goizueta. L Durante los primeros días de las investigaciones, cuando todavía la confusión y las sospechas eran muchas, cuentan que los gadorenses decidieron someter a Francisco Leona a una prueba que se remontaba a tiempos inmemoriales. Consistía en hacer pasar por encima del cadáver a la persona que era sospechosa de su muerte. Se tenía la creencia de que si lo hacía y era su asesino, la víctima venía a buscarlo y moría fulminantemente, condenando su alma para siempre al fuego eterno.
Desenterraron a Bernardito y colocaron el cuerpo del niño en el centro de la plaza del pueblo. Allí llevaron al barbero y le incitaron a que pasara sobre el cuerpo yacente para dejar así demostrada su inocencia. Amedrentado y temeroso, no fue capaz. Para sus vecinos, a partir de aquel momento, la culpabilidad del homicida había quedado más que demostrada.
Los primeros en ser detenidos, apenas iniciadas las pesquisas, fueron la curandera Agustina Rodríguez González y su marido, Pedro Hernández Cruz; Francisco Ortega Rodríguez "Moruno" el tuberculoso y su mujer, Antonia López Delgado; los hijos de Agustina y Pedro, Julio "el Tonto" y José Hernández González. Elena Amate Medina, casada con José Hernández y cuñada de "el Tonto" también fue encarcelada. El juicio fue seguido con intensidad por toda la nación. En los titulares de los periódicos se podía leer como el Fiscal pedía ocho penas de muerte. La esperada sentencia salió a la luz el día 11 de Agosto de 1910.
Francisco Leona, "el Barbero", Agustina Rodríguez la curandera, su hijo Julio Hernández, "el Tonto" y Francisco Ortega fueron condenados a garrote vil. Para José Hernández, hermano de Julio se dictó sentencia de diecisiete años de prisión. Elena Amate, esposa de José Hernández y Pedro Hernández Cruz (marido de Agustina y padre de Julio) quedaron libres de cargos.
En toda la instrucción del caso, fueron muchas las preguntas que quedaron sin respuesta y los testimonios que se silenciaron. De hecho, en la zona en la que se produjo el infanticidio eran muchos los rumores de personas desaparecidas asociadas a este tipo de prácticas salvajes y primitivas. Caciques y terratenientes eran los principales sospechosos, dado que sólo ellos se podían permitir pagar precios tan altos, asegurándose el silencio de los asesinos.
Francisco Leona murió en la cárcel envenenado, para evitar que delatara otros sucesos parecidos, de los que seguramente tenía noticias. A Julio "el Tonto" se le permutó la pena, alegando deficiencia mental. Los que sufrieron sentencia de prisión se beneficiaron de indultos del gobierno de la República.
Si a todo esto añadimos en interés por las gentes del pueblo en olvidar el trágico acontecimiento, el absoluto esclarecimiento de los hechos, incluso a fecha de hoy, resulta sumamente difícil. Del "Libro de Penados" que se guarda en los archivos de la localidad, con el tiempo han ido desapareciendo datos. Hay que tener en cuenta que en sociedades tan cerradas, en las que existen estrechos lazos de parentesco, el olvido es una práctica que se impone para hacer posible la convivencia. Otra cosa es que sea ese el deseo de todas las partes.
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